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TEATRO

Con ustedes,
la vagina

El 2 de mayo se estrenan en el Paseo La Plaza los “Monólogos de la vagina”, una obra de la norteamericana Eve Ensler que provocó un fenómeno mundial a su alrededor. Los harán tríos rotativos de actrices: las que se animan a largar son Alicia Bruzzo, Betiana Blum y Andrea Pietra. Tras las funciones, habrá debates coordinados por el Consejo Nacional de la Mujer y la Secretaría de la Mujer del gobierno porteño.

Por Sandra Russo

Pensándolo bien, es increíble. Y es increíble porque es cierto. ¿Qué sabemos de nuestras vaginas? Que están ahí abajo. Bien guardadas física, psíquica y socialmente. Listas para ser usadas en los mejores casos. Que están ocultas. Que las mantenemos lo más a salvo que podemos de todos los peligros que las acechan. No son pocos. Y que ellas mismas son peligrosas. Pueden traernos problemas. Pueden oler mal, infectarse, dolernos, estar secas o mojadas –y ambas cosas, según la ocasión, pueden ser incómodas–. Pueden no despertarse cuando las queremos en acción o pueden reclamarnos atención a gritos cuando queremos pensar en otra cosa. Pensándolo bien, es increíble que tengamos tan poco respeto por nuestras vaginas. Que les dediquemos tan poco tiempo, que sepamos tan poco sobre ellas, que jamás las reverenciemos, que nos avergüencen, que ignoremos las miles de diferencias que puede haber entre nuestras propias vaginas y las de nuestra madre o la de nuestra amiga o la de nuestra hija. Los hombres suelen mirarse los pitos en los vestuarios o en los baños públicos. Las mujeres no nos miramos mutuamente las vaginas.
Es absolutamente increíble que, bien pensado, nos sea tan ajena esa zona de nuestro propio cuerpo que nos ha fundado como mujeres. Y que a pesar de que tanto mujeres como hombres hemos venido al mundo a través del viaje dificultoso y lleno de obstáculos por una vagina, todavía a ese rincón húmedo y misterioso, fuente de placer y de vida, le sea negado un altar en el lenguaje, un imaginario que esté a la altura de ese perfecto y brutal agujero.
Cuando se repasa el fenómeno mundial al que dieron origen los Monólogos de la vagina, de la norteamericana Eve Ensler, parece increíble que a nadie se le hubiera ocurrido antes algo después de todo tan obvio. Es que la vagina es obvia y sin embargo rara. Somos nuestras vaginas y no sabemos que lo somos. Son ellas las que nos dictan, a lo largo de la vida, la dirección del deseo y del rechazo. Hay pensamientos y fantasías y culpas y recortes sueltos de nuestras identidades que solamente encarnan en la vagina. La vagina habla y a veces es políticamente incorrecto lo que dice. Que sí o que no, cuando nosotras aseguramos lo contrario. Ella sabe algo que nosotras hemos olvidado, o que preferimos no recordar. Ella tiene vida propia, pero no es un simple orificio animal este que tenemos entre las piernas: todo lo contrario, su versión animal, que es uno de sus mejores personajes, sólo le es accesible cuando algún orden simbólico y desconocido se pone en sintonía con los ejércitos de terminaciones nerviosas que la vagina custodia como un guardia pretoriano e insobornable.
Eve Ensler, una poeta, activista, autora teatral y guionista cinematográfica norteamericana (su página de Internet la muestra atractiva, con pelo oscuro y flequillo recto, ojos atentos, cuarenta y pico pero de los buenos) dice que estaba preocupada por su propia vagina cuando decidió, hace ya algunos años, averiguar qué les pasaba a muchas otras mujeres con las propias. ¿Qué pasó? Todas estaban preocupadas.

Del off con amor
Esto que ahora es un suceso mundial al que la Argentina se suma a partir del 2 de mayo en el Paseo La Plaza, comenzó con 200 entrevistas que hizo Ensler a mujeres de todas las edades, niveles de instrucción, etnias, condiciones sociales. Ese trabajo, que incluyó un viaje a Bosnia para entrevistar a mujeres que habían sido violadas durante la guerra, se convirtió en 1996 en un espectáculo unipersonal que la propia Ensler llevó a cabo en el Here Arts Center de Nueva York, un escenario experimental que parecía el más apropiado para hablar de vaginas. Después de todo, hasta ese momento nadie había hablado tan específicamente de esa zona femenina, y aludir en el título mismo de la obra a las vaginas fue considerado revulsivo por muchos. Lo sigue siendo y eso lo constata a diario Pablo Kompel, que compró los derechos de la obra para la Argentina y desde entonces busca actrices y sponsors. Muchos de ellos, sólo con escuchar el título de la obra, prefieren cambiar de tema. En el ‘96, en Nueva York, sucedió sin embargo lo que experimentó esta cronista y fue reseñado al principio de esta nota: la palabra suena fuerte la primera vez, la segunda, la tercera, pero repetida 128 veces a lo largo de un texto que se refiere a una amplísima gama de situaciones, desde las más gozosas hasta las más dramáticas, causa un efecto inverso: es increíble que en tantos siglos a nadie se le haya ocurrido insistir en decir vagina, vagina, vagina. Y es también evidente que de increíble no tiene nada: así como en el ámbito laboral las mujeres suelen hablar del “techo de cristal” para referirse a los límites que nadie pone ni están escritos, pero congelan inevitablemente el crecimiento femenino –muy a menudo porque son las propias mujeres las que, llegado cierto punto, desaceleran y minimizan sus ambiciones–, alrededor de la palabra vagina está instalado un cerco patriarcal que hace que todos asociemos más fácilmente la vagina con bacterias que con sensaciones extáticas. Ya sabemos que el goce femenino no es funcional a la célula de la sociedad occidental. ¿Pero qué pasa que no defendemos su existencia y que no denunciamos los atropellos que se comenten en su contra? ¿Por qué aceptamos tan mansamente que se pueda hablar de falocracia y nunca de vaginocracia?
El boca a boca (o el vagina a vagina) empezó a correr en Nueva York y el pequeño teatro del off Broadway comenzó a desbordar noche a noche. Iban allí mujeres y también hombres. Salían exorcizados. En 1997, Ensler ganó con los Monólogos de la vagina el Premio Obie a la mejor pieza teatral de la temporada. Un año más tarde, la obra pasó al teatro Westside, también del off, pero esta vez el off parecía una elección. La vagina, después de todo, es off. El suceso pasó primero a Londres y después a muchísimas otras ciudades (entre ellas, Toronto, Vancouver, México, Monterrey, Sarajevo, Madrid, París, Bruselas, Montevideo, San Pablo, Amsterdam, Roma, Jerusalén y Johannesburgo). En Estados Unidos se pudo ver, como actualmente, en Nueva York y Los Angeles, pero además abrieron sus puertas para ella teatros de decenas de ciudades del inmenso interior del país. Ensler cambió el formato del unipersonal por el de un trío rotativo de actrices que le dio un vuelco al hecho artístico. Generó una movida de la que nadie se quiso quedar afuera. Nombres impactantes llegaron al escenario a leer los Monólogos...: algunos de ellos fueron los de Glenn Close, Cate Blanchet, Susan Sarandon, Calista Flockhart, Alanis Morisette, Whoppi Goldberg, Winona Ryder, Goldie Hawn, Marisa Tomei, Brooke Shields, Marsha Mason, Gillian Anderson, Lolita Dadivovich, Jane Fonda. En 1999, el éxito de Ensler fue coronado con el Premio Guggenheim de Teatro. Poco a poco, así, la vagina fue siendo presentada en sociedad. Poco a poco, hablar de vaginas dejó de ser vergonzante. El público iba y sigue yendo a conmoverse y a reírse, porque en el balance esta obra es una gran humorada justiciera. Ensler, que de lenta no tiene nada, entrevió entonces más que un éxito personal o teatral. Advirtió una oportunidad única para hacer girar alrededor de los Monólogos... un movimiento cargado de sentido y al mismo tiempo cargado de glamour. Usó el glamour para juntar dinero y usó el dinero para apoyar el trabajo de organizaciones no gubernamentales de todo el mundo que trabajan contra la violencia hacia mujeres y niñas. Fue creada la V-Day (Vagina Day) Fundation, cuyo eje principal es el V-Day: el último 10 de febrero, en el Madison Square Garden, 20.000 personas se reunieron en una gala para escuchar una lectura de los Monólogos... y recaudar fondos para ONG de mujeres. Actualmente, Ensler comanda el movimiento mundial del V-Day y escribe un guión cinematográfico sobre mujeres encarceladas que será interpretado por Glenn Close.

Qué dicen ellas de ellas
Tres mujeres hablando sobre vaginas, poniéndose sucesivamente en la piel de diferentes personajes, contando historias, haciendo gags. Empieza con una inspección lingüística, buscando a qué remite la palabra.
–Apúrese, enfermera, alcánceme esa vagina.
–¿Me traés una vagina? Se me parte la cabeza.
No es una palabra sucia, es más bien médica. Pero es preferible no pronunciarla. No suena bien decir vagina en un almuerzo ejecutivo. Las tres mujeres, que en el primer trío argentino serán Betiana Blum, Alicia Bruzzo y Andrea Pietra, dirigidas por Lía Jelín (las otras seis actrices confirmadas para junio y julio son Cipe Lincovsky, Mirtha Busnelli y Paola Krum, y Mercedes Morán, Valeria Bertuceli y Juana Molina), hacen un repaso de los otros nombres de la vagina. Almejita, cachufla, cachu, cachufleta, argolla, la mimi (en Miami), bollo (en Cuba), cucha (en Chile), chuchu, chocho, chocha, tunita, coño, anillito, chuchi, tota, negra, gansa, gata, cajita, pishkele, conchi, cuevita, casita, cotorra. Después, empiezan los Monólogos.... El primero es sobre el vello público y narra la historia de una mujer concreta, aunque se explica que ese tema reapareció en muchas de las entrevistas, y no es de extrañar si se tiene un poco de cultura porno: el vello púbico molesta, tapa, se afeita. Si es irritante no poder ver una vagina, la industria prefiere que sea la vagina la que se irrite, y la depila. El relato describe a una mujer cuyo primer y único marido odiaba los pelos de su vagina y la obligaba a afeitársela. Ella aceptó, pero “al frotarse contra mi piel desprotegida, me brotó un sarpullido que me quemaba, me sentía en carne viva. Lo odié, les juro que lo odié”. Fueron a terapia de pareja, porque según él afirmaba y ella aceptaba, era la mujer la que se negaba a complacer al marido.
Otra historia narra la experiencia de una mujer mayor. Según Ensler, los relatos más conmovedores fueron los de las mujeres de entre 65 y 75 años: la mayoría nunca había osado mirar sus propias vaginas. Muchas nunca habían tenido un orgasmo. Una de ellas, estimulada por su terapeuta, decidió explorar. Le llevó más de una hora encontrarla a causa de su artrosis. Pero cuando por fin descubrió su clítoris, lloró.
En el monólogo en el que se rinde homenaje a esa mujer anónima, otra mujer mayor cuenta su única experiencia sexual. Ocurrió en 1953, cuando salió con un muchacho al que le encantaba dar una vuelta en su Kaiser Carabela crema y caramelo. El la besó de pronto. “Era un beso que no terminaba nunca, me besaba, me besaba, me besaba, como en las películas. Yo me estaba derritiendo y de repente comencé a sentir una humedad ahí abajo, una humedad que crecía y crecía y que yo no podía controlar. Era como un torrente, como un río desbordado, que salía de mí e inundaba todo. Primero la bombacha, después el vestido, hasta llegar al tapizado del Kaiser Carabela nuevo, recién comprado. ‘Qué olor’. Bueno, yo no sentía ningún olor, pero él me dijo que olía a leche agria, que le estaba manchando el asiento, que yo era una chica rara”. El muchacho la llevó a su casa y nunca más la vio. Y ella, por las dudas y ante el comportamiento inexplicable de su vagina, no volvió a hacerla funcionar.

Tan cruda y tan colorada
Una mujer sin experiencia orgásmica se anotó en un taller de esos que proliferaron en los 70, y en los que se instaba a las mujeres a mirarse las vaginas con espejitos y a tocarse. La de este monólogo cuenta sus resistencias. Hasta entonces, como les pasó a generaciones enteras de mujeres, ella nunca se había visto cara a cara con su vagina. Venció el pudor y, en el taller, acostada sobre su colchoneta azul francia, se asomó a ese paisaje “inquietante. Era tan cruda, tan colorada, tan fresca. Y lo que más me sorprendió fueron todas esas capas. Capas dentro de capas abriéndose en más capas. Mi vagina me asombró”. Cuando poco después la instructora del taller les pidió a las asistentes que buscaran sus clítoris, esta mujer se sintió desfallecer. “Tal vez fue por vergüenza. Tal vez fue porque supe que tenía que renunciar a la fantasía de que alguien iba a hacer esto por mí; la protectora y femenina fantasía de que alguien iba a venir a conducir mi vida, a ayudarme a elegir el camino, a darme orgasmo tras orgasmo”. Sólo una mujer sabe cuánto cuesta renunciar a semejante cosa y abismarse en la certeza de que es una la que debe tomar las riendas de aquello que le han enseñado a evitar. Esta mujer cerró los ojos y buscó. Buscó entre las capas de su vagina. “Y entonces, sin mirar, con mis ojos todavía cerrados, metí mi dedo en aquello que de pronto se había vuelto yo”.
En el monólogo dedicado al clítoris, se recuerda que es el único órgano del cuerpo humano diseñado exclusivamente para el placer. Más de 8000 terminaciones nerviosas lo recorren, más del doble que el doble del pene. Es ese milagro de sensibilidad innecesaria para otra cosa que el orgasmo lo que lo vuelve temible: la medicina occidental no sabe mucho sobre clítoris. Las mujeres tampoco. Los hombres, ni hablar. Algunas tienen la suerte de toparse, como la mujer de este monólogo, con alguien como Juan, el tipo “más común y corriente que yo había conocido”. Pero Juan tenía un talento: era una amante de vaginas. Era un conocedor. Le gustaba mirarlas. Le gustaba descifrarlas. Lo gustaba olerlas. Esa mujer se dejó mirar y él la convenció de que todo lo que se veía allá abajo era bello y tentador, voluble y ávido. Ella se convirtió inmediatamente en una mujer bella y tentadora, voluble y ávida. Un hombre que reconcilia a una mujer con su propia vagina es digno de ella.
No faltan, en los Monólogos..., los golpes fuertes, como el de la mutilación genital femenina, que sigue su curso en muchos países de Asia y Africa, o como el de las violaciones de guerra, que Ensler escribió tras entrevistarse con numerosas víctimas en Bosnia. Ese monólogo es poético y terrible. Los soldados metieron sus rifles en la vagina de esa mujer. Seis hombres, uno tras otro. “Y me convertí en ríos de veneno y de pus”. Esa mujer sobrevivió, pero a medias. “Ahora vivo en algún otro lugar. Un lugar que no sé dónde queda. En qué país. En qué continente. En qué mundo”.
Tampoco se retacean las escenas que no le son ajenas a ninguna mujer: el oprobio de un tampón seco en una vagina sin lubricación, la hostilidad del espéculo que un ginecólogo inserta con manos frías sobre una camilla metálica y una luz fuerte que deja al descubierto lo que preferiríamos encubrir con tibieza, terciopelo, gasa, humedad, confianza. O la parafernalia de productos higiénicos que ofrecen perfume a lilas o a jazmines para ese lugar cuyo olor natural parece necesario combatir. O los prejuicios y malpensares que pesan sobre la menstruación, cuya llegada muy pocas afortunadas recuerdan con gozo. Hay también una defensa ardorosa de toda clase de gemidos: es a través de ellos que la vagina expresa su euforia o su bienestar. Hay gemidos de todo tipo, que será un placer escuchar de boca de las actrices: el gemido clitoridiano, el gemido vaginal, el gemido combinado, el elegante, el tirolés, el gemido perrito, el gemido sapucay, el gemido judío ortodoxo, el gemido militante bisexual, el gemido de clase alta católica.

Lo que viene
En la puesta de la Sala Pablo Picasso, Lía Jelín trabajó con Renata Shussheim, quien creó una atmósfera con telas de diferentes texturas y las hizo jugar con las luces. Es poco más lo que puede agregarse a una obra que, como dice la directora argentina, “viene semimontada. Pero es esa inmovilidad de las actrices, esa no-acción, la que para mí fue un desafío. Yo sabía que Pablo tenía los derechos y le pedí hacerla. Tenía ganas de encarar esto como un trabajo muy profundo”. El recorrido que los Monólogos... hicieron desde el off Broadway hasta el Paseo La Plaza estuvo a cargo del productor Pablo Kompel, que compró los derechos y decidió darle a la versión argentina el carácter de movida que no en todos los países en los que se representa tiene. Kompel tomó contacto con la obra hace tres años, y quedó impactado por el texto y por el título. “Lo que vamos a hacer es antes que nada un espectáculo, y un espectáculo debe ser básicamente entretenido. Pero acá estamos respetando también el carácter político de la obra. Nos pusimos en contacto inmediatamente con el Consejo Nacional de la Mujer y con la Secretaría de la Mujer del gobierno porteño. Leyeron el texto, vieron una pasada, plantearon algunas dudas que fueron allanadas y dieron su auspicio, lo que nos permite pensar en debates, talleres y en la organización local de un V-Day, para recaudar fondos para organizaciones no gubernamentales como Feim o Cecym, que diariamente trabajan contra la violencia hacia las mujeres”. En efecto, la idea es hacer circular los Monólogos... por barrios y organizar debates en el Paseo La Plaza tras la función con asesoras del Consejo, en los que se hable de sexualidad adolescente o sexualidad femenina. Por cada entrada, incluyendo las de los invitados, será destinado un peso a ONG de mujeres. En una segunda instancia, según Kompel, no sólo harán la obra actrices, sino que, como en Estados Unidos, habrá cantantes o periodistas invitadas a sumarse a la obra. El texto, por otra parte, fue ampliamente repartido entre actrices argentinas, muchas de las cuales, dice Kompel, “dieron excusas de agenda, algunas de las cuales seguramente son ciertas. Pero otras son franela: por acá todavía circula mucho pudor”.
La que todavía no tenía pudor es la niña de seis años entrevistada por Ensler en un pasaje de la obra. Estas son sus respuestas: Si tu vagina se vistiera, ¿qué usaría? “Una camiseta colorada”. Y si pudiera hablar, ¿qué diría? “Violín y tortuga”. ¿A qué te recuerda tu vagina? “A un durazno y es mío”. ¿Qué tiene de especial tu vagina? “Que es muy inteligente”. ¿A qué huele tu vagina? “A copos de nieve”.

Bienvenido el debate

Por Carmen Storani *

Monólogos de la vagina abre espacios para tratar temas que afectan a las mujeres de los más diversos ámbitos. La decisión del CNM de auspiciar esta obra fue producto de un cuidadoso análisis por parte de expertas y técnicas del Organismo. Tras ese proceso de reflexión conjunta, hemos considerado que los contenidos de Monólogos de la vagina plantean debates necesarios sobre problemas invisibilizados en nuestra sociedad, y que afectan los derechos de las mujeres, como aquellos relacionados con la sexualidad y la violencia. Esto no significa que el CNM coincida o disienta con los puntos de vista de la obra, pero respeta las diferentes opiniones y muy especialmente los testimonios de las personas involucradas que colaboraron en su elaboración. El debate que se generó entre quienes participamos de esta decisión fue por sí mismo enriquecedor para cada una de nosotras, por lo que estamos seguras de que la extensión del mismo a quienes asistan a las representaciones va a multiplicar esos efectos. Es por eso que celebramos la apertura de un amplio debate que permita el intercambio de opiniones desde diferentes perspectivas.

* Presidenta del Consejo Nacional de la Mujer.