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MUSICA

Sensatez &
sentimientos

Desde su natal Porto Alegre y con un aura de chica-de-culto llega a Buenos Aires Adriana Calcanhotto. Autora de muchas de sus letras y melodías, no tiene reparos en cantar cosas de otros cuando esas canciones la arrebatan y no piensa más que en apropiárselas, a solas con su guitarra.

Por Soledad Vallejos

El manual de la lógica de un disco en vivo indica la siguiente secuencia: introducción al tema-diálogo con el público-tema-aplausos. Y así, pero ¿qué pasa cuando una noche cualquiera, entre copas de vino, media luz y un grupo de amigos descubriendo a una cantante, los aplausos rabiosos del público se empiezan a escuchar entrecortados? Pues todo el mundo piensa que se trata de una mala grabación, por supuesto, hasta que un poco de información explica que no, que se trata de una parte del show: en ese momento del espectáculo Adriana Calcanhotto toma ese sonido, y juega frente al público, mientras ese público sigue dándole material. No es un gesto de diva, ni de gaúcha terrible, sino un momento en el que la chica desnuda, en parte, en vivo, aquello que hace: capturar, devorar y entregar. Y lo hace con música, con poesía, con voz, y con la puesta en escena.

Voracidad
“Cuando me gusta un autor, una canción o un poema, no me interesa su procedencia, sólo pienso en apropiármelo”, dice una de las más interesantes sorpresas de la música brasileña de los últimos años. En términos de lo que se escucha (de lo que se podrá ver hoy y mañana en La Trastienda), esa apropiación no pasa por el cover o la relectura superficial que cambia un par de acordes. Ejemplo: una versión despojada pero no mínima de “Clandestino”, de Manu Chao; ella, la guitarra, el acento portugués dando nuevos sentidos al castellano de España. Con esa sencillez, Adriana encuentra otros sonidos, conecta desde un lugar diferente (al original, al supuestamente esperable) con una obra que de tan conocida puede resultar riesgosa. Pero la apuesta resulta favorable. Es que esos resultados se fundan en una manera particular de entender su música, que no es estrictamente sólo música. Básicamente, es una poeta: cuando no escribe sus letras, toma las de amigos, o se apropia de textos de autores que reverencia, pero siempre para ir un poco más allá de esas palabras, para jugar, para hacerlas jugar con la música, para modificarlas con el descaro de quien sabe que de allí saldrá (que tiene que salir) algo. ¿Esa búsqueda fue planificada en algún momento? ¿Es experimentación de percepciones? “Hay un poco de cada cosa. Me gusta trabajar con el repertorio. Hay una parte del trabajo con las canciones que puede ser planeada, es una parte, de cierta forma, controlable. El resto es experimentación, percepción, incerteza, riesgo.”
Dice su biografía que a los 17 años dejó la casa familiar, que la compulsión por estar sobre un escenario la llevó a conocer todo el circuito de bares de Porto Alegre y que, en todos lados hay que pagar derecho de piso, llegó a cantar en más de uno por noche. Con su imagen de chica chic y semejante voz, hay que reconocerlo, le hubiera resultado facilísimo pegar un par de sonidos reconocibles, repetir dos o tres frases asociadas al bossa nova y largarse como heredera directa de una tradición de esas que venden montones de copias en un día. Le hubiera resultado más que sencillo, digamos, proponerse como una-brasileña-de-exportación yseguir camino. Pero no, la chica persistía en moldear algo más (bastante más) personal, dar rienda suelta a esas obsesiones poético-visuales, las partes que hacen el todo, mientras seguía devorando discos de Joao Gilberto y Maria Bethânia. Y un día empezó a cantar en el bar Porto de Elis, y de allí a shows en sitios más grandes, y a otras ciudades.
A fabrica do poemas, que resultó álbum del año en 1994, es un disco íntimo, luminoso, que puede tanto funcionar como una declaración de principios (“Por qué hace usted cine”, un tema elaborado a partir de la respuesta que diera un cineasta en una entrevista), como construcción de homenaje a sus devociones literarias (Gertrude Stein leyendo un texto propio, sus palabras articuladas de manera fragmentada, repetida, como un rompecabezas que muestra otra imagen), o como simple confirmación de lo que dice la prensa especializada: Adriana tiene algo. Si el artista, su obra, es punto de pasaje de influencias, si lo que entrega es aquello que le llega pero procesado, hay que decir que ciertas sensibilidades no se ponen límites a la hora de recibir. Y así y todo, desde A fabrica..., dice ella, sus relaciones con lo poético se han fortalecido. “Mi relación con la poesía se ha tornado más y más fuerte; cuanta más poesía leo, más poesía quiero leer. Es un sueño romántico, que aliento desde la adolescencia, el llevar la poesía al campo de lo popular.” Bueno, algo de eso logró, porque en su momento “Cariocas” –un tema de A fabrica...– se convirtió en jingle de cabecera de un periódico.
Hay, también, momentos en que el cinismo y la experimentación tienen una participación destacada. La mujer que debe haberse cansado de ser comparada con la mítica Elis Regina (ella también de Porto Alegre), que, por una cuestión generacional inevitable, es obligada por los famosos terceros (para el caso, los ajenos a su música) a referirse a Caetano Veloso, tomó el toro por las astas. Y salió “Vamos comer Caetano”, una canción eminentemente antropófaga, que juega con los procesos habituales de la cultura brasileña, con el respeto por el Gran Padre, y con las palabras, por supuesto.
A Buenos Aires, dice, traerá el mismo show que paseó por todo Brasil el año pasado. “Claro que fue siendo lapidado en el camino, tuvo modificaciones y hoy está más enjuto. Será la última parada de Público.” Hasta dónde, cabe preguntarse, puede llevarse la austeridad. Porque Público fue concebido, de entrada, como un espectáculo basado en la máxima prescindencia de artificios. Lejos de investigaciones visuales emparentadas con lo pop, Adriana se presentaba con lo mínimo: luz, silla, guitarra, ella. Algo así como preguntar(se) por el límite de la música más íntima, como intentar averiguar hasta dónde puede llegar una chica con una guitarra. Tal vez, la respuesta esté en los climas, los momentos irrepetibles. Es cuestión de presenciar, porque son esos destellos los que no pueden verse en el disco.