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ESPECTACULOS

Vedette modelo 01

Después de una larga temporada en la que el reino de las plumas y las lentejuelas aparecía vacante o al menos ocupado por travestis, actrices de cierta edad o modelos, apareció Laura Fidalgo, de la mano de Pinti. Esta chica sabe bajar semidesnuda las escaleras, pero también sabe bailar. Ahora lo demuestra en el nuevo espectáculo de Ana María Stekelman, Angeles Desnudos.

Por Moira Soto

Dicen que la mayoría de las mujeres cuando chicas sueñan, o soñaban, con ser vedettes, como si las plumas o el brillo fueran el colmo de la seducción”, comenta esta chica alta y espigada, de cara lavada y pelo largo negro, que parece la antítesis de Moria Casán. “A mí jamás se me habría pasado por la cabeza: yo quería ser bailarina profesional, estar en el Colón, me fascinaba el ballet.” Laura Fidalgo empezó a estudiar danza a los cuatro, estuvo varios años en el Teatro Roma de Avellaneda, fue modelo, pasó por “Tato de América” y hace poco más de cuatro años, convocada por Ricky Pashkus, audicionó en el Maipo, sin tener la menor idea de para qué era, y era para trabajar con Enrique Pinti. No sólo resultó elegida sino que se le propuso ahí nomás ser la vedette de Pinti canta las 40.
La semana pasada se produjo el estreno de Angeles Desnudos, una creación de Ana María Stekelman inspirada en boleros, tangos, música barroca y temas de Edgardo Rudnitzky, protagonizada por Laura Fidalgo y Marikena Monti, acompañadas por bailarines del grupo Tangokinesis y las gimnastas Rosana Marinof y Natalia Santos Garrido.
–¿Cómo fue aquella audición en el Maipo que te convirtió en vedette de la noche a la mañana?
–Estaban Lino Patalano, Elio Marchi, Eleonora Cassano... Cuando la vi a ella me temblaron las piernas. No sabía en qué espectáculo podía llegar a estar. Llegué con jean, remera negra, colita en el pelo, cero maquillaje. Ricky Pashkus me dice “soltate el pelo, hacé algo”. Me negué porque no me pareció necesario. La audición la di con un enterito de clásico y una malla debajo. Me sugirieron que me bajara el enterito y yo, nada: “no, vengo a bailar y eso es lo que voy a hacer”. Bailo, entono un tema de Sandra Mihanovich –aunque todavía no había empezado con el canto–, improviso un poco. Me dan el okey ese mismo día y para el asombro de ellos les digo que lo quiero pensar, balancear los pro y los contra, consultar con mi familia. Yo no sabía que habían buscado gente en Cuba, España, EE.UU. Me dice Lino: “Mirá que el tren pasa una sola vez”. Yo todavía no me la creía mucho: me tiraban flores, me decían que tenía un porte sensual, el brillito necesario, que era el perfil que buscaban. Me parecía que me estaban gastando un poquito. Cuando me mencionaron la palabra vedette, pensé que hablaban de salir con las lolas al frente, menear la cola, puro exhibicionismo. Una charla con mi familia me aclaró algunas cosas y cuando el lunes siguiente me llaman, voy al Maipo a dar el sí, y al enterarme que es para trabajar al lado de Pinti, me desmayé.
–¿Fue el primer destape de tu vida el de Pinti canta las 40?
–Nunca había hecho topless. Más aún, jamás fui partidaria de andar demasiado ajustada: mi onda es bien deportiva, más bien suelta, porque soy consciente de mi altura y no es mi estilo llamar la atención. De todos modos, el espectáculo no empezaba con un desnudo, había una progresión, se narraba una historia. Venir al Maipo me fue cambiando la cabeza. Empezar a familiarizarme con todas las grandes figuras que pasaron por aquí. Pisaba un escenario sagrado para el género, al lado de un grande como Pinti, cuidada por los empresarios, sintiendo la presencia de los espíritus bienhechores... ¿Qué más podía pedir?
–¿Es verdad que este salto al estrellato no se te subió ni un poquito, que a la vedette la dejás en el camarín?
–Nunca me consideré inalcanzable, siempre separé la representación con todo los chiches, el glamour, las luces, de la vida cotidiana. La magia la entrego de 21 a 23.30 o 24. En el escenario quiero ser la número uno y romper, pero baja el telón y para mí también bajó el cartel. Para mí, abajo del escenario no sigue el show. Nací en el sanatorio Mitre, vivo en un barrio y me gusta, no me quiero inventar un personaje que sea una continuidad de lo que se ve en escena. Y la gente que me espera a la salida me acepta así.

La nena en topless
–Angeles desnudos es un show bien diferente a los espectáculos anteriores que hiciste en el Maipo.
–Me encanta lo que hace Ana María Stekelman, tiene una cabeza increíble para crear coreografías, audacia para imaginar transiciones. Admiro el trabajo de las gimnastas, que tienen que estar tan entrenadas y concentradas, porque al menor error se van de eje y chau. Y a su vez, con esa base, Ana convirtió ese material en algo poético, más cerca de la danza, más interpretativo. También me encantan los bailarines de Tangokinesis. Ese es el arte de ella, sacar lo mejor de todos, transformarlo. A mí me pasó que tuve que ingresar en este espectáculo a otro código completamente diferente de lo que vengo haciendo con Pinti, que es más hacia afuera. Aquí tengo una conexión íntima con Marikena Monti, para captar y transmitir la emoción que ella pone en las canciones.
–Tampoco es que hagas una interpretación literal de las canciones, en su mayoría boleros. Lo hacés en forma estilizada, metafórica.
–Claro, Ana hace su propia lectura, estimula la imaginación del público. Yo estaba acostumbrada a guiarme por la música, por sus tiempos, y acá aparecen otros sentidos a través de las letras y como te decía, la emoción de los cantantes, porque además de Marikena en vivo, hay grabaciones divinas como de Agustín Lara a Luis Miguel. Por supuesto, por el tipo de canciones, aparece un erotismo muy refinado.
–Tuviste la suerte de empezar con Pinti, cuyo enfoque está desprovisto de la misoginia de la revista tradicional, donde la vedette era literalmente carne de las burlas del capocómico de turno.
–Sí, Enrique tiene otra mentalidad, y otra búsqueda estética. Mirá, pese a las grandes figuras femeninas que hubo en el género, yo tenía un poco esa idea de que una vedette era casi exclusivamente tetas y culo. Por eso dudé antes de aceptar. Hasta que mi papá me refrescó la imagen de vedettes tan completas como Nélida Lobato. Por suerte se dio todo superando mis mejores expectativas: en ese primer espectáculo tenía un pedacito de clásico, un flamenco, un funky, para culminar como vedette. Enrique, gran creador y gran persona, me dio un lugar impresionante por el que le estaré agradecida toda mi vida. Luego, en Pericón..., me pude diversificar: hago de la luna, de geisha, de chica booggie-booggie, canto, trabajo con máscaras... Y en Angeles..., con Ana, realizo otro tipo de interpretación, jugando las escenas de una zona más interior y un enfoque muy contemporáneo.
–¿Qué pasó finalmente con tu papá y tu hermano cuando bajaste aquella primera vez la escalera en topless?
–Bueno, fue fuerte para mí y para ellos. Por más que estuviese muy hablado, que fuera la gran oportunidad, que toda la presentación resultara tan cuidada, detrás de las plumas y el brillo la que bajaba era la nena.
–¿La nena casi desnuda, como objeto de deseo de la platea masculina?
–Sí, la nena creció y se atreve... Para qué negarlo, les produjo un cierto shock. Y mucha emoción, como a todos los integrantes de la familia que vinieron y lloraron. Me habían visto recorrer tantos castings... De todos modos, hay algo que no se puede negar: ese pudor en el que hemos sido criados y que –por más estética que haya en juego– hace que un topless produzca ese impacto.
–¿Cómo funciona tu propio pudor frente al público en general?
–Francamente, enfrentarme con el público me dio cierto pudor, aunque menos comprometido. Y no te creas que lo he perdido: hoy en día, aún me cuesta un poco, por más convencida que esté de la calidad del espectáculo. Esto lo puedo hacer en un ámbito cerrado, con el público apropiado. Cuando fui a lo de Susana Giménez a hacer el segundo musical, me pidieron que bajara la escalera en topless y me negué. Porque la televisión es muy masiva y me pareció que no correspondía.
–¿Te hacés cargo de la cantidad de ratones masculinos que activás?
–Sé que eso ocurre: los tipos se ratonean y a mí me divierte. En realidad, todo el mundo se ratonea con algo, tiene fanta-sías, busca estímulos. Y me parece bien que los ratones se movilicen con un espectáculo que tiene valores artísticos. Lo que te puedo asegurar es que lo mío no despierta ningún avance agresivo, te diría que siempre hay un trasfondo de respeto: me mandan flores, bombones, ositos de peluche, cartas que me emocionan...
–Pudores aparte, ¿incide sobre la actuación el hecho de estar desnuda?
–Moverte desnuda es otro compromiso, los movimientos son diferentes, cuidás más tus líneas. Con un traje estás más protegida, más acompañada por el vuelo de una falda, de un tul. Estar desnuda es la exposición total, sólo respaldada por la técnica, sin apoyaturas de ninguna clase, Todo tu cuerpo –y tu alma hasta cierto punto– están a la vista. No es lo mismo contraer ciertos músculos desnuda que vestida, amparada por la ropa. Desnudarse y moverse en escena es una exigencia muy grande.