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POLITICA

Cien años de estudios feministas

 

En “Ese amor”, Yann Andréa cuenta los últimos días de Marguerite Duras. Lo hace en su nombre e imitando su estilo para recrear una pasión que casi los mata a los dos, pero que terminó de manera “natural” con la muerte de ella en 1996.

Por Dora Barrancos *

En julio de 1901, Elvira López se graduó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires con la tesis doctoral “El movimiento feminista”. Hasta donde sabemos, el feminismo ingresaba de esta manera por primera vez como cuestión académica en nuestro país. La tesis reflejaba los alcances del debate que el término suscitaba en la sociedad argentina, por cierto una de las primeras en donde encontró hospedaje el flamante concepto de feminismo acuñado en la década de 1880 por las militantes francesas. Su autora ponía de manifiesto las transformaciones provocadas por las demandas de las mujeres en muy diversas sociedades, analizaba la evolución de su condición a lo largo de los tiempos, se demoraba en un balance sobre los nuevos papeles que las mujeres tenían en la educación, la ciencia, la salud, el trabajo, la política, y se identificaba con la nueva vertiente de sentimientos e ideas.
No hay dudas de que la tesis de Elvira López constituye un momento fundacional en la reflexión académica y expresa bien el reverbero de modernidad en nuestro medio, las urgencias renovadoras y, especialmente, la nueva subjetividad femenina dispuesta a ultimar la minusvalía y la subalternancia. Es significativo que tanto Elvira como sus hermanas Virginia y Ernestina –seguramente la más conocida de las tres hijas del pintor Cándido López– se enrolaron en el feminismo precursor y actuaron en diversos campos con el propósito de mejorar la vida de las mujeres y emanciparlas. Ellas, como muchas otras contemporáneas, encontraron en el feminismo un fermento para la reforma personal y social, una razón iluminadora para desafiar las convenciones. Piénsese, por otra parte, que hacían parte del escaso grupo al que le habían sido franqueadas las puertas de la Universidad.
Ese feminismo inaugural ha dejado, sin duda, huellas notables. Empapado del maternalismo del período, todavía se proyecta su capacidad para demandar la reforma del Código Civil que colocaba a las mujeres en condición de incapaces, y reclamar la sanción del divorcio, el conocimiento de la paternidad, la igualdad de los hijos legítimos y naturales. Fueron notables sus batallas, a menudo solitarias, a favor del derecho de ciudadanía tanto como sus reivindicaciones y propuestas destinadas a la protección de las mujeres trabajadoras y de la niñez pobre y desvalida.
La tesis de Elvira López debe ser examinada a la luz del contexto temporal y por lo tanto hay que abstenerse de juicios anacrónicos. Sus concepciones han perdido oportunidad tanto en materia de problemas como de eficacia argumentativa para el feminismo de nuestro tiempo, aunque algunas cuestiones quedan aún pendientes. Lo que todavía preserva y empina este texto es lo que tiene de gestualidad, de amenaza de alteración de los términos, aquello que revela el sacudón del propio concepto en un ambiente que rechazaba a las mujeres, que consideraba como de segundo orden su inteligencia y que apenas soportaba hacerles un lugar en las casas de estudio. “El feminismo –decía al inicio del trabajo– ha sido combatido y mirado por muchos como una utopía ridícula, que se propusiera nada menos que invertir las leyes naturales o realizar la monstruosa creación de un tercer sexo.” Y algo más adelante agregaba: “Algunos creen que este movimiento envuelve un ataque al orden social y a la religión; sin embargo, a pesar de los progresos realizados en estos últimos años, no se ve que la sociedad y la familia hayan padecido en lo más mínimo, nitampoco la religión a menos que ella sea sinónimo de ignorancia”. Suena a sorna. Una lectura atenta del texto de Elvira se deparará con la asociación entre feminismo, socialismo y positivismo, este último un término infaltable en el período. “El feminismo, como el socialismo, no ha unificado aún sus aspiraciones ni uniformado sus tendencias hacia un fin determinado”, se lamentaba. No tengo dudas de que el feminismo de Elvira López se afirmaba en una necesaria igualación social y que su reformismo traducía algo más que el límite estrecho que eligieron algunas de sus contemporáneas.
Como para la enorme mayoría de las feministas del siglo XIX y de principios del XX, ella creía que el destino maternal de las mujeres constituía un mandato inexorable. No puede sorprender que apostara a sus “naturales funciones”, a las obligaciones hogareñas, a la familia, y que su tesis terminara promoviendo como un ejemplo la “figura de las grandes matronas que veneran nuestros hogares”. Más allá de la caducidad de esos motivos, rescatamos la irrupción inaugural del análisis de Elvira en un ambiente que no por más educado se privaba de una cruda misoginia y que solía no disimular el disgusto (y el temor) por el fantasma del feminismo, bajo formas socarronas. No es poco celebrar que ya hace cien años los estudios feministas ingresaran por esta rendija al ámbito académico en nuestro país, aunque es todavía enorme la agenda para obtener reconocimiento y legitimidad en nuestros claustros, entre nuestros colegas varones y también entre nosotras.
* Socióloga e historiadora. Directora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.