Espectaculos

el mundo en catalán
Marina Rossell
viene de Barcelona y canta, en catalán y en castellano: en este
último idioma recién empezó a cantar hace cinco
años. Tiene detrás suyo una historia que empezó
en Tarragona y una infancia teñida por Franco. Hoy, ya ablandada,
afirma que el bilingüismo es una bendición.
Por
Soledad Vallejos
Hace
unas veinte horas, Marina Rossell todavía sufría el calor
del verano en las islas Canarias. Poco antes, había subido a
un avión que la alejara, por unos días nomás, de
la plaza, la ventana abierta a la catedral de la Sagrada Familia, sus
amigos y su piso de Barcelona. Ahora, aquí, a poco de presentarse
sobre el escenario de La Trastienda, pide ir un poco más despacio,
pide sin decirlo un poco de comprensión para tanto ajetreo y
desembarco apresurado. Será que es la cuarta vez que pisa Buenos
Aires, que se siente (y demuestra estar) tan familiarizada con la Argentina
que cuando redescubre todo ni siquiera parece percibir esa humedad que
se respira con tenacidad en estos días de agosto, bueno,
por lo menos no hace calor. Porque esta mujer pequeña,
de pasos cortos y mirada reconcentrada, acaba de llegar esta misma mañana,
pero parece no haberse perdido ni pizca de cuanta protesta, rebaja salarial,
pataconada o piquete ha habido por estos lares. Pero te empezaré
por decir que no hay que desesperarse, ¿no? Que Argentina siempre
ha tocado fondo, dice antes de advertir que claro, que esto lo
dice como parte de la entrevista, como para ir empezando, porque
tiene que estar eso ahí.
Yo recuerdo que vi una entrevista, yo tendría tu edad,
bueno, una entrevista que le hacían a Borges, y le preguntaban:
Señor Borges, ¿piensa que Argentina ha tocado fondo?.
El señor Borges contestó: ¿el fondo? El fondo...
se lo llevaron. Bueno, pues siempre ha habido un fondo que alguien
se llevó, pero aquí es un poco como en Italia: va funcionando
a pesar de. Es como la vida misma, como ese rodar que tiene el propio
planeta, el propio mundo. Por lo tanto, yo no creo que haya que desesperarse,
porque Argentina ha dado gente que está dentro del mundo y que
da testimonio de donde son ustedes.
Entonces, aproximación a Marina Rossell número 1: una
mujer que llega a otro continente en gira promocional de su último
disco y que lo primero que dice a quien la entrevista, con una preocupación
que parece de lo más emparentada con la sinceridad, es ¿tú
estás bien?, ¿estás bien? Porque como sé
un poquito todo el microclima que se ha creado en Buenos Aires. Es que
¿voy a ir a un país y no saber nada? Me parece de necios.
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Dice su autobiografía que nació en Tarragona, entre calles
que levantaban polvo y paisajes de pueblo de tierra adentro, de esos
que abundan y hechizan por Cataluña. Que uno de sus más
bellos recuerdos es la imagen de su madre, bajando en bicicleta por
un camino, repitiendo el ritual de ir a hacer las compras a un pueblo
cercano. Marina, entonces, creció en medio de sonidos dulces
y con ecos ancestrales, descubriendo el mundo en lo que, después
supo, se llama catalán. Y en ese idioma fueron sus primeros balbuceos,
sus canciones de cuna y las que cantaba su madre mientras se dedicaba
a las tareas cotidianas. Definitivamente, no podía ser una lengua
distinta del catalán la que usara en sus primeros discos,unos
registros que empezaron a salir en los primeros tiempos de la bocanada
de aire que siguió al franquismo. Antes de eso, una Marina joven,
jovencísima en sus veinte años, anteojos, faldas y botas
a la rodilla había dejado atrás la vida íntima,
familiarmente extendida del pueblo para aventurarse en Barcelona, un
lugar que ahora describe como Buenos Aires en pequeño,
pero que en ese momento le pareció una enormidad. Y tan enorme
que, como quien respira hondo y se lanza de frente a lo desconocido
para no pensarlo dos veces, la chica que venía de poner la voz
y el cuerpo en pequeños escenarios pueblerinos tomó la
guitarra y se instaló en alguno de los pasillos del subte. De
allí, a los estudios de grabación, a la interpretación
de letras ajenas que, invariablemente, tenían (y mucho) que ver
con su historia personal, como las que de niña escuchaba cantar
a su madre.
Durante todo un tiempo, la lengua era una resistencia cultural,
y por eso cantábamos sólo en catalán, porque vivía
Franco. Cuando yo empecé a cantar de manera profesional, en el
año 75, murió Franco. Pero a mí me enseñaron
el castellano en catalán, eso hace una diferencia, porque el
castellano había sido una lengua muy represiva en Cataluña,
por el uso que le daba el general Franco, que quería homogeneizar
todo. Yo soy una cantante que, como tal, nació en la transición
española. Y canté durante 18, 20 años en catalán.
Recién hace cinco años que incorporé el castellano
como lengua artística. Pero manejar las dos lenguas es lindo,
porque es otra cultura que te define, que tiene un diccionario, una
música, una nación dentro de otra nación. Para
mí, el bilingüismo es una bendición, no una maldición;
ojalá todos fuéramos bilingües, es una posibilidad
extraordinaria de conocer varias cosas a la vez. Mi relación
con los dos idiomas es de naturalidad... como el agua mineral: natural.
Lo dice examinando la etiqueta de una botella de agua, se ríe.
¿De dónde es? Ah, Mendoza... es buena, sentencia
en voz baja. Habla en un tono suave, sin voz impostada ni poses de soy-una-artista-y-soy-sensible.
Solamente dejará escapar algunas palabras de una canción
de su último disco, una en la que su firme suavidad contrasta
y se complementa de manera muy particular con la ambigüedad de
Nilda Fernández. He estado enferma de amor, he conocido
el dolor y la locura. Por traspasar el umbral en busca de una señal,
ahora estoy sola. He preguntado por qué pensando pierdo la fe;
nadie me ha dado respuesta. Entre la luna y el sol, entre el frío
y el calor, entre la tierra y el mar, caen mis lágrimas,
canta bajito una canción que dice que sí, que es muy linda,
que le gusta. Si la letra (de Marc Perrot) suena a bolero, a esas exaltaciones
pasionales más americanas que españolas, bueno, sí,
hay algo de eso. Es que Y rodará el mundo, el disco que ha venido
a presentar, marca una suerte de giro en su carrera. No se trata, esta
vez, de sonidos catalanes, sino de un cuaderno de geografía,
porque es como un poquito del resultado de mis viajes. Canciones
clásicas poco conocidas y menos versionadas de México,
Cuba, Colombia, dice el libro que acompaña el cd, lugares
donde canté y de los que me traje sus discos. De tanto escucharlas,
descubrí que esas canciones se hacían mías, sobre
todo si las mezclaba con otro mar, el Mediterráneo, que es mío
y de todos. Pero hay, también, otros textos, propios, canciones
que escribió como homenaje a aquellas que, como un vino
tranquilo, un día se instalaron dentro de mí, a modo de
antídoto, contra todo lo que hiere y mata.
Si su obra, por lo general, refiere a lo privado, a un mundo personal,
desde el momento en que su nombre empezó a sonar como figura
reconocible en Cataluña, Marina descubrió las posibilidades
de apropiarse del espacio que se le concedía para dar rienda
suelta a algo más: sus preocupaciones sociales, su interés
por la situación de las minorías en el ámbito de
lo colectivo. En un principio, entre los 70 y los 80, no había
evento relacionado con el movimiento feminista que no contara con su
opinión, adhesión o presencia. Con el tiempo, también
fue adscribiendo a la ecología, o la defensa de los derechos
humanos. De hecho, en febrero deeste año, la suya fue una de
las voces que, junto con Manu Chao, para nombrar a otro de los reconocibles
para el público argentino, hizo sentir su presencia entre los
miles de inmigrantes ilegales que reclamaban una ley de extranjería
más flexible, y una amnistía que les evitara la deportación.
También estuve cantando en una cárcel de mujeres.
Eso me impresionó mucho, sobre todo porque tú te vas y
ellas se quedan ahí dentro. Y me impresionó también
que hay mujeres que te llegan a decir que están mejor dentro
que fuera. A mí, además, me ha pasado una cosa extraordinaria:
vi a una chica con un discman y le pregunté qué escuchaba.
Y escuchaba música bacalao, que es una cosa muy trepidante, que
no tiene ningún matiz, y era algo que a mí me parecía
una música que no podía hacer nada en este mundo. Bueno,
pues me dijo que la ayudaba a sentirse que no estaba en el lugar. Esas
cosas son las que te hacen ver que todo sirve para algo.
También cantaste en Bosnia, después de la guerra.
¿Cómo fue esa experiencia?
Me impresionó mucho ver un país después
de una guerra, cantar en un país después de una guerra.
Yo no podía imaginarme ese permanente olor a quemado, y ver sólo
esqueletos de edificios... te preguntas esas personas que había
dentro, ¿cómo quedaron? Y ves que se va repitiendo todo:
los campos de exterminio, las violaciones, los malos tratos, la muerte,
el genocidio. Esa irracionalidad, no sé. Yo sólo digo
lo que he observado, lo que he olido. Y eso existe a hora y media de
avión de mi país, es la vieja Europa. Bueno, alguien dice
que estamos en un mundo roto, ¿no? Pero hay que tirar palante.
A pesar de trabajar una música muy íntima, muy
personal, siempre está ese contacto firme con lo social.
Mi gran pretensión es ser una cantante que ha sabido
captar el espíritu de su época. Y ésta es una época
de convulsión en todo el planeta, no sólo aquí,
para ustedes. Yo he estado en esos movimientos porque he querido poner
mi música al servicio de esto. El gran reto es cómo hacer
convivir la estética, lo hermoso, lo bello, con las raíces.
Es que intento que un mundo íntimo no sea puramente referencial,
sino que, desde lo íntimo, puedas trazar un hilo a... busco la
palabra exacta... afinidad, ¡joder! Desde tu mundo interno y personal,
trazar un hilo de afinidad con el otro. A mí me encantaría,
desde mi propio mundo íntimo, trazar esa afinidad, y que esa
afinidad llegara al mundo, a la cosa colectiva. Pero primero, quiero
ir al yo del otro.
