Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Stira

REFLEXION

Repensando cuentos clásicos

Los cuentos tradicionales, como la Cenicienta, ofrecen algunas lecturas hasta ahora inexploradas. La psicóloga Marta Louzao y la periodista Sonia Seoane trabajan en un Taller de Creatividad en el que, desde una perspectiva junguiana, releen el cuento como una historia en la que luchan entre sí las partes claras y oscuras de una misma persona.

Por Sandra Russo

Una plebeya se casa con un príncipe. Sería el caso de Máxima Zorreguieta, convirtiéndose en princesa de Holanda. O mejor todavía: la noruega MetteMarit casándose con el príncipe Haakon: diarios y revistas de todo el mundo titularon sus notas llamando a esa chica rubia y longilínea “Cenicienta moderna”. Coincide mucho más con el mito: Mette-Marit no sólo era plebeya sino que tenía un pasado mucho más frondoso, casi como un prontuario, tratándose de la susceptibilidad protocolar: madre soltera y agitada vida nocturna. Mette-Marit había superado pruebas y había llegado a su meta, que era ser rescatada del fango por su príncipe. Lo mismo que le había sucedido a Julia Roberts cuando en Pretty Woman veía llegar a Richard Gere con un ramo de rosas en la mano, dispuesto a hacerla su mujer –o sea, la mujer de un millonario– y a dispensarle su pasado de meretriz para abrirle las puertas a un futuro de niños sanos y bizcochuelos de naranja. En un caso y en otro, el mito de la Cenicienta sigue resonando en las mentes modernas, que apelan a él cuando aparece alguna mujer que gracias al amor de un hombre y tras una necesaria cuota de padecimientos, cambia de vida. Pero esa lectura lineal no es la única posible.
No es la que hacen del cuento clásico la psicóloga Marta Louzao y la periodista Sonia Seoane, unidas en un curso de Creatividad que toma el mito de la Cenicienta –y otros cuentos clásicos y de hadas– como disparador para buscar dentro de sí a cada uno de los personajes que van apareciendo en la narración. Desde una perspectiva junguiana, el trabajo que desarrollan parte de la base de que “se puede tomar el cuento, o sea la historia del héroe o la heroína, como la historia de la propia vida, ver cada prueba como una posibilidad de crecimiento: cuando trabajás con cuentos clásicos, descubrís que a todos esos seres extraordinarios les pasan cosas que pueden ser asimiladas con cosas que les pasan a todas las personas”, dice Louzao. Esta psicóloga venía trabajando desde hace años con grupos de mujeres, de reflexión y de creación, tomando historias ancestrales para disparar con ellas ese “clic” que permite posicionarse de otra manera. Seoane, periodista, obtuvo la beca Reuters y pasó un año lectivo en la californiana Universidad de Stanford, haciendo un curso de Creatividad que marca una tendencia en la manera de enfocar la vida y el trabajo de los nuevos ejecutivos: para su sorpresa, se encontró buceando en muchas de las 650 versiones distintas que existen de la Cenicienta, uno de los cuentos clásicos en los que se basaba el curso.
Sorprende la multiplicidad de versiones que, según dice Seoane, “reaparecen en diferentes épocas y en diferentes culturas, con rasgos más o menos marcados según los valores de cada una de esas sociedades”. Louzao agrega: “La dificultad de rastrear el verdadero origen de los cuentos tradicionales reside en que, por más que se identifique a un autor, él habrá tomado esa historia de la tradición oral que ya circulaba desde mucho antes. Y esa es la base: estos cuentos no han sido inventados: son como la gramática de los símbolos que se necesitan para vivir. En las versiones orientales de la Cenicienta, por ejemplo, se hace énfasis en la idea del Dharma, en el buen camino, en el recto camino... La tradición europea la enlaza, en cambio, con la idea cristiana de la abnegación. Pero en los talleres, aplicando esta perspectiva junguiana, vemos cómo las mujeres o los hombres se sumergen en la historia del cuento tradicional, como si fuera un sueño que ellos están soñando, y cada persona puede ir encontrando dentro suyo su parte, por ejemplo, de Cenicienta, que en las versiones anteriores a la de Disney no es tanto la chica buenísima que sirve a sus hermanastras sino la de una persona que no es resentida, que intenta hacer bien las cosas porque ésa es su manera de concebir el trabajo, pero que aun ante la adversidad no resigna su deseo: son sus ganas de ir al baile, como ya veremos, lo que hace que aparezca la magia que le permite ir al palacio; sin su deseo, la magia no habría aparecido. Pero en el curso del taller, esas personas también descubren dentro de sí su parte de hermanastras, su parte de madrastra, las fuerzas que bloquean la creatividad, la autoexigencia que no las deja aflojarse, la falta de autoestima, los sentimientos de inferioridad...”.

Erase una vez
En la versión que trabajan Louzao y Seoane, el cuento empieza con una familia feliz, un hecho que casi nadie que se atenga al cuento tal como últimamente se lo difunde recuerda. Antes de ser Cenicienta, esa niña se llamaba Ella, y vivía con su padre y su madre en una casa del bosque. Una buena y amorosa infancia fue acaso lo que, psicoanalíticamente, permitió a Ella, ya más grande y atormentada por su nueva familia, pasar sus pruebas iniciáticas. Cuando tiene quince años, muere su madre y hace arribo, poco después, la madrastra malvada. “Para empezar –dice Louzao–, eso marca, en el relato, y más allá de la anécdota, la muerte de la buena madre, la madre de la infancia, y en su lugar aparece otra mujer, en cierto modo una rival: es la madre de la mujer adulta, a la que todos debemos sobreponernos.” Cinderella, su nombre en inglés, deriva de su nombre, Ella, al que la familia nueva le antepone Cinder, la ceniza del hogar. Agrega Seoane: “En la versión más conocida le dicen Cenicienta porque supuestamente ella se encargaba de mantener el fuego de la chimenea, y de limpiar la casa. Pero en las versiones más antiguas la ceniza tiene otro significado: Ella lleva adelante un ritual de duelo por su madre muerta, untándose cada noche los cabellos con cenizas; perpetúa, así, el recuerdo de la madre buena, la sigue teniendo cerca”.
Cuando Cenicienta ya es víctima de esa nueva escena familiar, y de pronto llega la invitación al baile por parte de un príncipe que busca con quien casarse, “entra en acción ese personaje, el príncipe, que tiene todos los bienes materiales, pero está buscando el amor. Las hermanastras revisan su guardarropas y concluyen que no tienen qué ponerse, y le piden a Cenicienta que les haga unos espléndidos vestidos”, dice Seoane. Y Louzao, a modo de exquisita narradora, continúa: “Cenicienta ni por un minuto duda en hacer esos vestidos, y no sólo los hace sino que los crea con toda la fuerza de su propia imaginación y con su idea sobre lo bello: los borda con hilos de luz de luna. Una mujer, en uno de los talleres, me dijo: ‘Qué buenita, Cenicienta. Yo se los habría bordado con hilos que a la luz de la luna se oxidaran’. Pero ella no necesita hacer trampa, ni vengarse: hace los mejores vestidos que puede, y cuando las hermanastras se van, viene el momento clave del cuento: a solas, en su casa, ella no llora ni se autocompadece; lo que dice es: ‘Qué bueno sería poder ir a ese baile’. Yo creo que ésa es la clave porque esa chica sigue deseando, y es su deseo, y su confianza en sí misma la que hace aparecer la magia: el hada madrina que llega y convierte la calabaza en una carroza no es otra cosa que su deseo puesto en acción.”

Uno y su sombra
¿Qué significa el plazo de las doce de la noche en el cuento? Louzao asegura: “La realidad, la realidad que aprieta como un zapato”. Cenicienta, sin el plazo de las doce de la noche, hubiese sido una alienada cualquiera. El zapatito perdido en las escalinatas del palacio es una prueba de la magia de la que era capaz esa mujer que el príncipe sale a buscar por todo el pueblo, extinguido ya el influjo del hada madrina, con Cenicienta otra vez limpiando la casa y las hermanastras haciéndose ilusiones de que sus enormes pies lograrán entrar en el zapato de cristal. “Aquí llega una parte del cuento que en los talleres algunas personas dicen que no entienden: cuando Cenicienta se prueba el zapato, y el príncipe la reconoce, él le propone casamiento y ella duda; finalmente le dice que acepta, pero que si va al palacio, debe llevar también a sus hermanastras”, dice Seoane. ¿Bondad desmesurada? ¿Masoquismo? “No –dice Louzao–. Lo que ella le dice al príncipe es: ‘Yo no soy solamente esa chica que bailó con vos el baile. Yo soy también estas dos mujeres que hacen trampa, soy también mi sombra’. Ahí el cuento, uniendo el destino de Cenicienta y el de sus hermanastras, reconcilia las partes buenas y malas de una sola persona”.
“Es muy frecuente que los cuentos clásicos terminen con un casamiento, y a mi entender esto no significa excluyentemente el casamiento de la chica pobre con el hombre rico o viceversa sino el casamiento de lo femenino y lo masculino. Una fuerza buena vence a una fuerza negativa, pero la pulsión no desaparece, habrá que seguir peleando contra ella, haciendo equilibrio: en ese sentido, los finales felices deben ser conquistados cada día”, dice Louzao.
¿Por qué puede servir una historia como ésta a la creatividad personal? “Porque en este momento, cuando la realidad escamotea tantos recursos para la creatividad, abrir la mente, y tener conciencia de las partes de uno mismo que pueden resistir la adversidad y superar las pruebas, es una herramienta muy interesante”, dice Louzao. “La magia en estos cuentos no es leída, en los talleres, como algo que le pasó una vez a alguien muy afortunado. Hay una fortuna interior que se puede llamar de mil maneras, por ejemplo autoconfianza, o más precisamente creatividad: lo que hace tener una idea, confiar en ella, darle curso, no dejarse vencer por un fracaso, respetarse, cultivar el deseo y auspiciarlo, es la propia magia, son cosas concretas que cada uno puede hacer por uno mismo, pero teniendo conciencia de que al mismo tiempo que tenemos un hada madrina capaz de proveernos de una carroza, hay también una hermanastra que nos dice: ‘¿Vos vas a ir al baile? ¿Te miraste bien? No me hagas reír’.”