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CULTURA

Adiós al invierno

Martha Mercader dice que escribió su último libro luego de un período de hibernación. Vos sabrás figura bajo el género de “novela”, pero es una trama autobiográfica con toques de historia y ficción.

Por María Moreno

Vos sabrás es el título de la última novela de Martha Mercader que acaba de publicar editorial Norma. En principio se trata del título de un bolero. Pero, ¿qué es lo que hay que saber? Las tramas entre amor, historia y responsabilidad. Algo que Carola, la protagonista, intenta transmitirle a su nieto Rafael. Pero también una autobiografía “manipulada” de la misma Mercader, una tentativa de síntesis entre su novela política, literaria y familiar. La autora la realiza a través de una saga que trepa por su árbol genealógico plagado de héroes civiles y militantes políticos. Su hermano Emir había estado largos años preso en Ushuauaia, luego de gritar ante el general Evaristo Uriburu y desde la tribuna de socios del Hipódromo de La Plata: “¡Muera la tiranía!”. Su padre, Amílcar Mercader, fue abogado de Ricardo Balbín durante sus años de preso político y presidente de la Suprema Corte de Justicia e integrante de la Procuración General de la Nación durante la presidencia de Arturo Illia. (Se diría que Martha tiene un Edipo radical en los dos sentidos del término.) Su primer marido fue un anarquista, miembro de la Federación de Estudiantes Españoles, que estuvo detenido en la prisión del Valle de Los Caídos de la que escapó en un operativo de ficción y en compañía del filósofo Manuel Lamana. La escritora se hizo decididamente famosa en 1980 con Juanamanuela mucha mujer, novela montada sobre la biografía de Juana Manuela Gorriti. Ya entonces se preguntaba qué era legítimo hacer con la historia cuando se la llama novela.
–Hay quienes piensan que se puede modificar impunemente la historia y utilizarla para escribir ficciones, y el más tajante en este sentido es García Hamilton. Cuando no le sirve la historia para contar lo que él quiere contar, la modifica. Es decir, si le faltan datos, los inventa. Prudencio Bustos, que escribió sobre Luis de Tejeda, sostiene que lo mismo que no se puede calumniar e injuriar en la vida real, tampoco se puede hacerlo con los entes históricos que además no se pueden defender. Lo que yo creo es que la historia y la ficción son cosas distintas, pero se entremezclan en distinto grado porque la historia nunca fue una ciencia exacta. Nació como literatura desde Herodoto, que cuenta una cantidad de fábulas como si fueran historia. De todas maneras, la historia busca la verdad y esa búsqueda es eterna porque los seres humanos necesitamos conocer algunas verdades, por ejemplo, sobre nuestro pasado y si no alcanza la historia, está el mito. Los mitos pueden movilizar a los pueblos en esta época en que los conocimientos precisamente se han desmitificado tanto. Entonces se incursiona en la historia con distinto grado de veracidad. A veces se busca más la verosimilitud que la veracidad y eso hay que tenerlo en cuenta. Una ficción siempre tiene que ser verosímil. Toda novela, decía Borges, es una novela fantástica por más que parezca realista, porque la causalidad está inventada por el autor y si el autor es hábil en contar cómo sucedieron las cosas, uno se lo cree. Ahora esa causalidad no puede existir de esa manera cuando uno hace historia. Ahí se deben buscar los documentos para avalar lo que se dice. A mí se me planteó este tema después de que escribí Juanamanuela mucha mujer. Investigué a lo largo de tres años. Y me encontré con lagunas muy grandes sobre algunos aspectos de la vida de Juana Manuela que yo no podía llenar y no las llené. Entonces hice saltos.
–En ese caso sacrificó la estructura al rigor.
–Mucha gente me preguntó: “¿Por qué no contaste más de su estadía en Perú?”. Porque no tenía datos y no los quería inventar. Pero, cuando yo ponía diálogos en boca de Juana Manuela y Santiago de Estrada, me documenté en los libros de memorias de ella y de él para sacar algunas frases. En otros aspectos, cuando yo quería decir cosas que Juanamanuela podía pensar pero no podía poner en boca de una señora de la clase patricia del siglo pasado, inventé un personaje que se llama Inucha y que es el alter ego de Juanamanuela, alguien que dialoga y dice las cosas un poco inconvenientes y atrevidas que no puede decir ella. Escribir el nombre “Juanamanuela” todo junto indica que se trata de un personaje. Vos sabrás empieza con el recuerdo de un antepasado mío del que no sé nada más que el hecho de que había venido a América y que defendía el alzamiento de Rafael Riego en 1820 en defensa de la Constitución de 1812, la primera constitución liberal de España. A medida que me acercaba al 2000 empecé a extraer historias mías y de mi padre, de mi tío, de mi ex marido. Cuando yo hablo de Aparicio Saravia, esa historia que ya es del siglo XIX es relativamente real. Al comienzo de este libro me dije: “Yo no soy investigadora, no tengo ganas de hacer investigación profunda. Yo voy a escribir un cuento, una novela. Entonces le hago decir a la protagonista: ‘A mí me esto me lo contó mi tía abuela, que era un poco chiflada’”. Ahí ya me estoy riendo un poco de la pretención de veracidad completa de algunos documentos. Papá me había dicho que ese personaje era de Bilbao. Para mí era un problema que viniera de Bilbao porque era muy difícil de construir una historia. Entonces yo lo hice salir de Cádiz y me puse a estudiar la situación de Cádiz en 1812, la invasión de Napoleón a España. Es decir, situé todo el tema en la España del siglo XIX. Leí muchas cosas sobre San Martín porque, aunque San Martín no aparece en mi novela, estaba allí la ideología sanmartiniana de defender el liberalismo político acá en América. Estudié cómo se manejaban los masones porque a ese pariente mío inventado lo hice ser ayudado por los masones, puesto que me parecía que era casi imposible venir acá si no se estaba bancado por ellos o por los vascos ricos de Buenos Aires, como eran la mayoría de la clase alta de Buenos Aires. Y este tipo era un simple Pérez de Cádiz. Lo hice naufragar en Brasil porque hay un recuerdo en mi familia de una tatarabuela mía que se llamaba Carolina Da Pimenta y que tenía que ser brasileña. Entonces tuve que resolver los problemas en que me metía. Porque yo no conozco el Brasil. Primero, pensé, me voy a ir al Brasil para averiguar sobre la guerra de los barracos, etc., pero después dije no. Esto lo va a contar un personaje que no conoce lo que es el Brasil y de esa manera valorizo la historia oral que es la que queda viva en la memoria de la gente.
–La siguiente generación que aparece en la novela peleando al lado de Aparicio Saravia.
–Me dio mucho trabajo hacer encajar las fechas de la historia verdadera que yo conozco de mi abuelo con los levantamientos de Aparicio Saravia. Entonces puse que se alzó en un levantamiento anterior al que murió Saravia. Para ponerlo en el otro levantamiento no me daba porque mi abuelo ya estaba teniendo hijos con su mujer, mi abuela.
La verdad histórica puede formularse en los términos en que Borges definió el relato narrado por la protagonista de su cuento “Emma Zunz”, quien se acostaba con un marinero para adjudicarle una violación al patrón de la fábrica en que trabajaba y justificar su asesinato. De ese modo se vengaba de un agravio cometido contra su padre. Borges defiende la versión contada por Emma Zunz como esencialmente cierta: “Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también el ultraje que había padecido, sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios”.
Cuando, luego de la Segunda Guerra Mundial, los medios masivos expusieron fotografías de las pilas de cadáveres de los judíos asesinados en los campos de concentración, y como en algunos de ellos no habíaquedado testimonio gráfico, se utilizaban como documento fotografías tomadas en otros. No se trataba de una mentira ni de una falsificación sino de otra clase de evidencia: la verdad tiene estructura de ficción.
–¿Cómo diferencia ficción de falsificación?
–Yo creo que lo que no hay que hacer es engañar al lector. Si uno escribe una novela, que se la tome como novela y no como historia real. Yo creo que está mal estudiar historia leyendo novelas. A la historia hay que estudiarla en los textos de historia. Es cierto que también en una novela histórica uno puede gozar con la escritura, fascinarse con el grado de invención que puede tener el autor. Las novelas, como los mitos, personifican, dan imágenes o líneas de fuerza para que uno se sienta identificado con algunas cosas colectivas que superan lo personal. Y ésa fue mi búsqueda. La de una verdad para mí.
–¿Por qué el artificio de los mellizos?
–El invento de los mellizos fue porque yo quería contar que hubo españoles como mi tatarabuelo y hubo españoles que se amoldaron al régimen. Todos tenemos esta dualidad, así que inventé a dos tipos que parecían igualitos, pero que tenían historias distintas. De lo que estaba segura era de que no quería escribir nada que me demandara el mercado en forma directa y desvergonzada: sexo explícito, violencia, perversión.
–Pero el mercado también demanda historia.
–Lo que yo me planteé fue ¿por qué yo soy como soy? ¿Por qué llegué a serlo? El boom de la historia empezó con los encargos de muchas editoriales, y sobre todo el encargo de escribir la biografía de muchas mujeres olvidadas. Pero Juanamanuela no fue una demanda de mercado. Yo me he ganado la vida durante muchos años escribiendo cositas, sin hacer concesiones, y en el ‘77 una editorial para niños que se llamaba Aique quería que escribiera una novelita corta para niñas. Estaba hablando con la hija de mi segundo marido y le dije: “¿Qué te parece?”. Ella me dijo que había estado viendo material didáctico y que ahí había encontrado a dos personajes interesantes: Juana Manuela Gorriti y Carola Lorencini. Tomé un diccionario y cuando vi el pequeño párrafo dedicado a Juana Manuela fue un flechazo. Ahí estaba el “envase” completo, no había más que rellenarlo. Se trataba de una mujer que había luchado por la organización de su país en distintas épocas, se había casado y había recuperado su libertad a costa de muchísima fuerza porque su marido era un tipo muy poderoso y había sobrevivido sin menoscabo a pesar de una sociedad represiva que despreciaba a las mujeres. Después me costó diez años de investigación. Nadie me dijo que escribiera ese libro, lo escribí yo en un momento en que ése era un tema candente. Tenía la fuerza que tienen las reivindicaciones auténticas: la liberación de la mujer, el tema de la identidad y la liberación nacional.
–En Vos sabrás, lo que hizo fue construirse una genealogía política.
–Uno tiene que comprometerse en política con algo y hay cosas que valen la pena. Yo inventé en mi novela a un nieto de veinte años. En realidad tengo un nieto de doce años que es madrileño y una nieta argentina de siete años. Pero inventé a este nieto a quien no le importa nada lo que yo le empiezo a contar de la historia argentina porque es común en los jóvenes que no les importe vivir lo que estamos viviendo ni saber de dónde venimos. Hay mucho descreimiento, mucha necesidad de respuestas inmediatas como si fueran mágicas. Y tenemos que saber que somos como somos por lo que hemos sido también. Porque a la libertad que tenemos ahora, poca gente la reivindica porque es tácita, una cosa muy reciente. Tiene doscientos, trescientos años. El despotismo ilustrado y el antiguo régimen cayeron hace muy poco tiempo y la libertad no se puede concebir, a mi manera de ver, si no es algo que se sustenta en la responsabilidad. Hay que jugarse en la vida pública, no sólo en la privada. Creo que ésa es una cosa fundamental que a mí me movió para escribir esta historia.
–Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez, está construida con documentos verdaderos, verosímiles y ficciones extremas. Juega con la creencia del lector: “Este documento parece legítimo, pero, ¿y este otro?”. El pacto es que es una novela, aunque no deja de invitar a descubrir el documento.
–Pero Tomás Eloy Martínez lo hace con un talento extraordinario. Ahora, si uno quiere saber más, tiene que leer otros libros.
–Y usted, por más que ponga “Juanamanuela”, también está proponiéndole este juego al lector. Que lea en clave biográfica. Es más, para escribir la nota, no sabré cuándo escribir Juana Manuela y cuándo Juanamanuela.
–Yo me tomé mucho trabajo para documentarme sobre la vida de Juana Manuela en Buenos Aires, en Bolivia. Lo que no pude reconstruir fue su vida en el Perú. Tampoco digo en la novela quién fue el padre de su hija Clorinda, esa cuya cabellera tiene ella bajo una campana de cristal. Me tomé dos licencias. Hice venir a Juanamanuela en 1880 cuando todos los datos dicen que vino en 1882. Puse algo así como: “Vino en 1880, pero no está registrado en la historia”. Porque yo quería hacerla llegar en el momento en que en Buenos Aires había revolución, quería sacudirla con algo muy gordo, muy importante. También le inventé un romance con un inglés. En Vos sabrás me permití inventar personajes y agregarles algunas historias reales: real es la fuga de mi tío Emir de Ushuauaia. Esa fuga selló mi infancia. Luego me encontré con un hombre, con el cual me casé, que se había fugado del Valle de Los Caídos, pero se lo adjudico a otro porque no quería contar la historia de mi matrimonio. Las trescientas páginas de mi novela están signadas de distinta manera por la búsqueda de la libertad. Ahora, en el siglo XXI, la libertad se manifiesta de otra manera, pero no para millones de seres que no la tienen en el mundo. Es la libertad que me hizo a mí cierta persona de sexo femenino, en cierto lugar y que peleó por la libertad política y la libertad individual.

De bolero en bolero
Para ser una mujer es la autobiografía de Martha Mercader. Mezcla de manual minimalista de introducción al feminismo y testimonio político social, se juega en primera persona para hablar de adulterio y de violación. Ahora, Mercader dice que sus pasiones están atemperadas y que Vos sabrás viene después de una larga hibernación y está escrito en tono menor. En la época en que lo que más escasea es lo que el Peludo Yrigoyen llamaba “efectividades conducentes” (dinero), Martha Mercader sigue utilizando la mística radical del trato campechano con el vecino de al lado y el ir de a pie (Yrigoyen ofertaba un estilo sin custodia y con tuteo en vivo y en directo). A Martha le gusta dejar su departamento de la calle Tucumán para irse a la librería de abajo de su casa o filosofar con Maximino, el mozo del café Mar Azul.
–Yo acorto distancia con la gente de una manera natural y por eso he tenido relaciones variadas y múltiples. No las he cultivado por el solo hecho de pertenecer a un círculo y ahora no pertenezco a ninguno porque no juego al tenis, no juego al golf, no juego al bridge ni a los burros. Pude haberme acercado a Borges cuando fui directora de Cultura de la provincia de Buenos Aires. Me dio pudor. Victoria Ocampo me invitó a tomar el té. No fui. Voy al “siestáculo” en casa de Horacio Salas, donde todavía soy la única mujer. Claro que también está Estela Isnardi, que es muy leída y siempre sabe lo que nosotros no sabemos. El pretexto o el motivo por el que nos reunimos es leer cosas.
–En Vos sabrás, la protagonista habla con ironía de las mermas y las ventajas de hacerse mayor.
–Sí, tiene que ver conmigo. Tomo el paso del tiempo como algo irremediable. Porque si no tenés la suerte de morirte joven y seguís viaje, hay que conservar el sentido del humor. Yo he sufrido mucho de adolescente, y de joven he sido una neurótica. Tenía tal angustia que tuve que recurrir al psicoanálisis. Ahora no necesito nada de eso. Respiro hondo. Tengo 75 años y todavía, de vez en cuando, me dicen piropos. Así que le estoy agradecida a la vida. Cuando uno es joven, tiene necesidades imperiosas que se atenúan en la vejez, lo cual da una placidez y una gran serenidad. Antes estaba necesitada de amor a toda costa y era capaz de atravesar paredes e incendiar casas para conseguirlo, pero a esta altura de mi vida yo veo la cosa de distinta manera y eso no quiere decir que renuncie al amor o al deseo sino que se da de una forma menos imperiosa y avasalladora.
–En Para ser una mujer cuenta que fue violada y luego realizó la denuncia jurídica, ¿Cómo tomó la decisión de hacerlo?
–Yo lo conté por la misma convicción que tengo de que hay que jugarse por determinados principios. Y entonces no puedo estar diciendo: “¡Qué barbaridad la violación!”, como algo ajeno a mí. Me pasó de la manera más absurda, siendo una señora mayor en Palma de Mallorca y con infinidad de mujeres desnudas y jóvenes en cualquier lugar. Estaba con mi hija Evelina y con mi amiga catalana Nati Massanes, tomando un refresco en un barcito cerca de la playa. Como me cansé, me fui a mi casa a dormir y ellas se quedaron allí. Y cuando fui a entrar al edificio se me acercó un flaco de mierda que le dio un empujón a la puerta y entró. Me agarró del cuello y me dijo: “Acabo de salir del psiquiátrico, quiero follar”. Pensé que si me resistía, me clavaba una navaja. Entonces lo dejé para que se fuera rápido. Después hice la denuncia. Yo no me acordaba de su cara, pero sí de que era algo así como un infradotado sexual. Me mostraron fotos de violadores procesados en los últimos diez años –esta persona tenía algo más de 20– y no podía creer la cantidad. ¡Y los que habría sin procesar! Eran todas caras normales, de tipos que uno ve todos los días. Esto es un atropello a la condición humana espantoso que existe muchísimo en la actualidad y existió en toda la historia.
–¿La escucharon con suspicacia?
–Por supuesto. Yo fui apoyada por mi amiga catalana, que trabajaba en Barcelona con mujeres golpeadas. Y no tuve ninguna vergüenza, por eso lo conté hasta en lo de Mirtha Legrand. Y Mirtha se escandalizó. Pero a mí contarlo no me rebaja en nada. Es como si me hubiera pisado un auto, como si hubiera tenido un accidente en la calle. Mi honor está a salvo, es algo espantoso que me ha pasado, pero que no tiene nada que ver con mi integridad. Una mujer no pierde nada por esto. Puede perder mucho si es joven y queda embarazada.
–¿Cuál es su posición con respecto al aborto?
–Yo creo que las mujeres tenemos derecho a controlar nuestra maternidad y no creo que sea ético tener todos los hijos que vienen al mundo. Creo que el aborto es negativo, es preferible que no se aborte y por eso hay que seguir métodos anticonceptivos, pero en última instancia hay casos en que es necesario permitirlo porque me parece una situación de injusticia extrema no permitir que las mujeres aborten cuando realmente lo necesitan. No hay que castigar a una mujer por eso, porque ya tiene bastante castigo con la situación dolorosa que vive. La gente que tiene creencias religiosas contrarias, pues que no aborte.

Tras las huellas del Peludo
En el ‘93, Martha Mercader ganó las elecciones internas de su partido y fue puntero bajo la batuta delarruista. Antes se le había ofrecido ese espacio a Félix Luna. ¿Habrá sido una estrategia de los radicales para romper con su fama de mentirosos optar por dos profesionales de la verdad, aunque ésta tenga estructura de ficción? Como en el caso de Graciela Fernández Meijide, la elección de Martha se debió, más allá de los méritos personales, a esa tendencia de la clase política a dirimir conflictos internos promocionando modelos éticos y ejerciendo una forma aggiornada de machismo al suponer a las mujeres –mejor si son madres y de cierta edad– como ideales para humanizar la práctica partidaria a los ojos de potenciales votantes. Cuando se perdieron las elecciones, “Mabel Manzotti” o “La Tía”, como llamaban a Martha Mercader, fue víctima de ironías que excedían la crítica a sus métodos. Claro que, si alguna vez Menem, durante su presidencia, le dijo “pobrecita”, ella contestó: “Sí, pobrecita como los maestros, como los jubilados, como todos los pobres que no viven con 10 mil pesos por mes como él”.
Durante su estadía en el primer plano –fuera de la lista de best sellers– defendió la educación pública, intentó una campaña para que se repartieran preservativos por la calle a pesar de las objeciones de su correligionario Luis Gregorich y declaró que la homosexualidad no era una enfermedad sino “una manera de ser distinto”, mientras que su rival Erman González se despachaba como un cromagnon: “No podría dar una contestación científica, porque no he profundizado el tema. Pero si se tratara de una enfermedad, sería más bien sociológica, cultural, y no puedo decir si es de carácter físico o no. Pero sí creo en las consecuencias de los roles del hombre y la mujer”.
–¿Todavía radical?
–Yo soy una radical del año 1930 y defiendo los principios que movilizaron los radicales. El sufragio universal –que no era universal porque las mujeres no votaban– es decir el darle a cada uno el mismo valor, la libertad, la justicia y la igualdad. Ahora es muy difícil plantear ese tipo de búsquedas desde esa misma base. Los enemigos están mucho más diluidos que antes, cuando eran muy visibles. ¿Ahora contra quién te rebelás? ¿Quiénes son los que manejan? ¿Cómo arreglás esta situación social tan injusta? ¿La arreglamos en la Argentina o en el mundo entero? Yo no me siento capacitada para dar recetas. No sé si estoy haciendo una confesión de derrota o un punto de partida: yo hago lo que creo que es mi deber en mi pequeñísima escala que es en mi casa y en mis relaciones con la gente y el mundo. Respeto al otro, me parece que eso es esencial. Lo respeto hasta en cruzar la calle. Hasta pienso que, si nos hubieran enseñado a respetar las leyes de tránsito, seríamos mejores ciudadanos. ¿Cómo se sale de todo esto? Yo no lo sé. Siento que hay una cantidad creciente de injusticia social. Creo –quizás sea optimista– que en este estado de crisis tan grande puede ser que la gente reaccione un poco mejor. En lugar de echarle la culpa al papá o al afuera. Yo no creo que todo lo que pasa sea sólo problema de los políticos. Es un problema de la sociedad, porque las cosas que se les achacan a los políticos son delitos que comete la sociedad entera. Por ejemplo, la cantidad de evasores a los que no les interesa el país y están de paso en la Argentina. Creo que en la medida en que se entienda cómo se ha movilizado la Argentina desde el principio, sabremos por qué todavía no somos un país con una identidad sólida y más orgullosa de sí mismo.
–¿Cómo ve ahora su experiencia política?
–Yo cumplí con lo que había prometido. Fui disciplinada y me mantuve en las posiciones del partido que creí buenas. La gente no recuerda que los debates en la Cámara de Diputados con respecto a infinidad de leyes fueron inmensos porque no se quería aceptar lo que el peronismo impuso. Sobre las AFJP, sobre el desmantelamiento de ciertos beneficios sociales, sobre ciertas privatizaciones. No digo que no se hayan transado algunas cosas, pero hubo mucha responsabilidad del peronismo sobre una situación que se fue agravando. Yo debatí mucho, sobre todo en la comisión de Educación donde aportaba mi granito de arena, en la de Ciencia y Técnica y en la de Cultura, pero tengo bien en claro que, después de ese paso, lo que se resolvía era lo que quería la comisión de Presupuesto y Hacienda. No tengo la fuerza de Lilita Carrió. Tengo muchos más años que ella. Soy incapaz de defender sola ciertas posiciones como las defiende Lilita. No me pidan que me inmole políticamente porque no lo haría. Yo cada vez soy más filósofa.