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RITUALES

La ceremonia

del Té

Un intercambio cultural permitió a los habitantes de Beijing conocer algunos ritos porteños, y a los porteños internarse en los filigranados pormenores de la ceremonia del té. El ritual consta de tres capítulos: la técnica, la liturgia y la filosofía.

Por Sandra chaher

“Te cuento sobre el té en Beijing: no hay reunión que no empiece con una taza de té; el café no lo ves ni por casualidad, a menos que vayas a un Starbuck o lo pidas especialmente. Hay muchos lugares para tomar té en la ciudad y en las casas se almuerza y cena con té.” Mayki Gorosito integra el área de Relaciones Institucionales de la Subsecretaría de Comunicación Social del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que organizó La semana de Beijing en Buenos Aires, después de haber hecho La semana de Buenos Aires en Beijing. De ese encuentro llegó Mayki unas semanas atrás. Y el comentario surge por una de las actividades que se hicieron en Buenos Aires como parte del intercambio cultural entre las dos ciudades: la ceremonia del té. Hubo tres lugares de encuentro: uno muy in y porteño: la sede de T&Co, una empresa que vende tés de variados orígenes y sabores en locales de diseño, bares modernos y a través de su página web; el restaurante Los Alamos, en Belgrano, regenteado por una familia china; y la Fundación de Intercambio y Cultura China, también en Belgrano, donde según los rumores sería el encuentro más tradicional.
Aofeng Xu, profesor de Chi Gong y de Tuena, dos disciplinas corporales terapéuticas chinas, es el fundador y presidente de la Fundación desde 1991. Dice que en China está tratando de recuperarse la ceremonia del té como antídoto para el estrés moderno. No es que se haya perdido la tradición, pero más vale reforzarla antes de que el capitalismo se chupe todo el brebaje como una aspiradora voraz. “Yo soy de Shangai, y desde hace seis años allí se hace en la primavera, después del 15 de abril, cuando acaba la cosecha, La fiesta del té. Fue idea de la viceintendenta de la ciudad. Ella lo pensó por el momento social de mucha competencia y falta de paz, porque el té equilibra”.
Los beneficios que el señor Xu, como lo llaman en la Fundación, describe del té son tantos que si nos convenciéramos de ellos seríamos adictos. Una cartilla enumera: “Produce saliva, quita la sed, disminuye el calor del cuerpo, ayuda a la digestión, deshace el mal aliento, incrementa el apetito, levanta el ánimo, disminuye el cansancio, beneficia el pensamiento, facilita la orina y el enjuague intestinal, evita el cáncer, refuerza los dientes, limpia los lípidos del cuerpo y la suciedad del hígado, previene la vejez (por los antioxidantes) y elimina los efectos secundarios de la medicina”. “¡Quiero mi té! ¡Ya!”, podría gritar quien acabara de leer esto.

El hábito no hace al monje
Pero la forma en que tomamos el té en Occidente y el modo de vincularnos con su preparación no se acercan siquiera una pizca a la tradicional ceremonia oriental, cuya liturgia debe estar bastante unida a sus efectos. No es sólo la sustancia, eso sería como pensar que una alergia sólo involucra a la piel. Para los chinos, lo mismo que para cualquiera que tenga una mirada holística, si alguien tiene una alergia, ella habla del alma y el cuerpo del paciente, de su familia, de los ancestros, y sobre eso debe saber el médico antes de dar un diagnóstico y un tratamiento. Los chinos conocen el té desde el año 500 a. C., pero hasta el comienzo de la era cristiana su utilización fue sólo medicinal. Recién entonces empezó a tomárselo como bebida y con los siglos se desarrolló –unida a la evolución de la historia y filosofía del país– la ceremonia del té. No hubo casi cambios en el tiempo. Los chinos valoran a sus ancestros y tradiciones lo suficiente como para intentar preservarlas. La ceremonia tiene tres aspectos: la técnica, relacionada con la habilidad para encontrar buenas hojas y prepararlas; la liturgia: normas y criterios de la cortesía cuando se sirve el té; y la doctrina, el significado filosófico de las acciones vinculadas a la ceremonia.

Técnica: “Hay seis géneros de té: rojo, verde, azul oscuro, blanco, amarillo, negro, y aparte está el té con flores, que es el té verde o rojo mezclado con flores.” En un CD-Rom que muestra el señor Xu se ve cómo los campesinos lo recogen. “Lo hacen con las manos, con máquinas no es lo mismo, se rompen las hojas.” Con sombreros planos, hombres y mujeres mueven sus manos ágiles entre arbustos de la altura de sus cinturas. En China casi no se toma el té rojo –el que nosotros habitualmente llamamos té común o negro– y el 80 por ciento de la producción asiática se exporta, “es el que más gusta a ustedes –dice el señor Xu con su castellano huérfano de artículos y pronombres y prolífico en diminutivos– porque se puede mezclar con azúcar, miel o leche; los otros no son ricos si se mezclan.” Ellos prefieren el de flores, el verde y el U-rong –azul oscuro– en las zonas de calor porque reduce las calorías, el colesterol y las grasas. En la Argentina, en el barrio chino de Belgrano, se consiguen el rojo, verde, azul oscuro y el que tiene flores. “Las diferencias entre cada uno tienen que ver con el tiempo de fermentación de las hojas (al verde no se lo deja fermentar para nada, es como té en estado puro), y el blanco se obtiene de una parte especial de la planta y se cosecha muy poco, es el más suave.” El té no debería ser guardado más de medio año, dice el señor Xu, porque se pone húmedo, pierde el perfume y sus efectos medicinales.” El agua para prepararlo debería ser mineral, de pozo o de montaña. Y si es de caño, sugiere el señor Xu, hay que dejarla toda la noche en reposo (está claro que éste es el ABC del proceso, pero difícilmente un ejemplar urbano occidental pueda invertir, o gastar, tanto tiempo). Tiene que ser sacada al primer hervor, cuando el agua está “como ojos de pescado, ¿entiende?”, dice el señor Xu con una de esas grandes y amables sonrisas orientales. Las hojas no deben quedar en el agua más de cinco minutos; se dejan a un lado y cuando se quiere tomar más, se les vuelve a echar agua. “No debe tomarse fuerte, no hace bien, y además si está mucho tiempo en el agua pierde su poder. Es mejor tomar mucho y suave que poco y concentrado.” La tetera es fundamental. “Cada persona tiene que buscar su juego adecuado. A los chinos nos gusta tener diferentes juegos. Yo tengo un amigo que tiene uno para cada tipo de té. Y hay dos clases de teteras: para jugar y para tomar. Yo tengo una de piedra, o las de hierro, ésas son para jugar. Para tomar nos gustan de vidrio, porcelana, tierra o plata, aunque plata se usa muy poco porque se calienta mucho. La tetera se pone linda por el amor que uno le da. Nos gusta tocarlas, acariciarlas. Eso calienta las manos y les saca brillo, por eso a más tiempo de uso, más valor.”

Liturgia: El señor Xu invita por supuesto con un té. Sirve los pequeños cuencos haciendo girar la tetera, el líquido describe círculos mientras cae, y al final sube y baja la tetera tres veces, como cuando servimos cerveza buscando que quede espuma en el chop. “Es redondito, es porque así el calor se reparte de manera uniforme y los tres saltitos son saludos. Cuando alguien sirve té, el que es servido mira, no habla”. Entonces levanta el pocillo con la mano derecha, tomándolo por detrás, y la manoizquierda la pone debajo, sosteniéndolo, y se lo lleva a la boca. “La mano rodeando la taza guarda la energía y no permite que el otro me vea la boca mientras tomo. Y siempre el té se toma en tres sorbos: uno hacia adelante, otro hacia la derecha, y último a la izquierda. Es algo filosófico, para ir hacia adelante en la vida están sólo esas tres posiciones. Lo mismo cuando quedan apenas unas gotas en la tetera, yo no las dejo ahí. Elijo a quién servírselas, y es como una gracia que le entrego, porque en esas gotas está concentrada la fuerza del té.” Pero antes de tomarlo, el té debe ser olido. “Al principio deja un gusto amargo en la boca, pero a los tres minutos ya es dulce. Y los jóvenes deben aprender, porque así es la vida, si no conocemos lo amargo no vamos a reconocer lo dulce.”

Filosofía: “Si a mí me gusta el té, yo no sólo quiero tomarlo sino saber cómo se hace, de dónde viene. Me formo. Pero además, el té es cultura, es arte. Está siempre asociado a alguna forma de expresión artística: caligrafía, pintura, música, literatura. En las casas públicas de té hay siempre algo de esto, y la gente culta es la que más importancia le da a la ceremonia del té.” El señor Xu sirve las últimas gotitas en el cuenco y dice con la sonrisa amable y cortés: “Yo tengo un deseo. Quiero que este salón sea una casa de té como en China. Quiero fundar la Asociación ArteTerapia de té chino acá. Ese es mi sueño.”