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PERSONAJES

Regambas

 

El libro de María José Gabin, Las Indepilables, trajo al recuerdo de una generación el fenómeno de las Gambas al Ajillo, esas chicas un poco asquerosas, consecuentemente revulsivas, que hacían reír con cosas que uno creía que había que tomar en serio. Alejandra Flechner y Verónica Llinás, otras dos integrantes, también cuentan si el libro les produjo un “efecto Gamba”.

Por Moira Soto

Eran tan zarpadas como alegremente irresponsables, tan creativas como furiosamente autónomas, tan atípicas como minuciosamente formadas en el terreno actoral: malditas en su humor negrísimo fueron una bendición para el aletargado y previsible teatro de la época. Aunque no tuvieron tanta fortuna en el aspecto comercial, fue una gran suerte para su legión de adicta/os que se encontraran estas cuatro chicas, que el primer año de existencia fueron cinco y que se despidieron siendo tres. Sin embargo, en el primerísimo intento (abortado) se trataba de dos chicas y dos chicos. En fin, estaba escrito que mujeres tenían que ser, tipas muy gambas con perfume de ajo, las que iban a desfondar los escenarios del Parakultural, el Rojas, el Empire, La Trastienda y otros antros (menos el del pub Mastropueblo de Mar del Plata `89, donde naufragaron estrepitosamente).
Las cuatro gambas que permanecieron a lo largo de 8 años fueron Alejandra Flechner, María José Gabin, Verónica Llinás y Laura Market. Pero durante el primer año de existencia (con irrupciones en el Pub El Taller, el mítico Centro Parakultural de Venezuela al 300, las discotecas Cemento y Crash, el Café de la Feria), las Gambas al Ajillo –nombre elegido una noche de copas, soñando con algún platillo español que acompañara la bebida– fueron cinco: Vivi Pérez integró el conjunto durante varios meses el primer año.
Hace un par de semanas, con gran suceso de convocatoria, se presentó en el Rojas el libro que estaba faltando sobre la historia de las Gambas y su época: Las indepilables del Parakultural, no es –no podía ser– una biografía convencional. Su autora, María José Gabin, eligió contar la parte del camino empedrada de decepciones, infortunios, descalabros. Una opción que queda ampliamente justificada en el reportaje que sigue.
En el acto del Rojas, al que asistieron Vero Llinás y la Negra Flechner (Laura Market no estaba en Buenos Aires, pero fue recordada con mucho cariño) para ponerle el hombro a Gabin, se proyectaron videos de las actuaciones de las indepilables: los y las que las vieron alguna vez en vivo tuvieron oportunidad de revalorizar, con la perspectiva del tiempo, la inspiración, la osadía, el rigor de estas chicas que se anticiparon a su tiempo. Lo de Biografía no autorizada de las Gambas al Ajillo que se lee como subtítulo de Las indepilables, es sin duda una humorada más de María José Gabin, la gamba que hace ya una década decidió dejar registro escrito de las aventuras de un grupo en el que a menudo vida y obra fueron una especie de continuo y se retroalimentaron. Vale pues, además de conocer o recordar sus creaciones, enterarse –a través del libro– de la a menudo delirante trastienda de sus laburos escénicos, incluso de los que se frustraron después de repartir volantes en la playa disfrazadas de floras con pétalos, según los casos, azul eléctrico, verde manzana,amarillo furioso, fucsia brillante. Siete años después de haberse ido cada una por su lado, tres de las Gambas que hicieron carreras de mucho relieve –Llinás, Gabin y Flechner– se juntan de nuevo para hacer, a partir del 4 de enero en la sala Pablo Picasso de La Plaza, Monólogos de la vagina, de Eve Ensler, el gran éxito de la temporada.

Bailando con muletas
–¿Una humorista nace o se hace?
–Se hace, creo yo. Como se hace una escritora, una actriz. Y me parece que llegar a convertirte profesionalmente en algo te puede llevar el tiempo de tu vida y de tu experiencia. No creo que el de humorista sea un título que una se pone como si tal cosa. Claro, en la medida en que elegís el camino del humor y trabajás en ese sentido, te vas afirmando, conformando un mundo. Desde luego hace falta cierta aptitud natural. Pero es un trabajo de decantación, de crecimiento. No creo que nadie pueda autotitularse humorista por una simple cuestión de disposición, que sí es necesaria como punto de partida.
–Sobre todo si estamos hablando de un rasgo incorporado a un oficio: el de la actriz, en tu caso creadora de espectáculos, que en potenciada asociación con otras actrices dio como resultado creaciones memorables sobre el escenario.
–Gracias, pero fijate que en nuestro caso estamos hablando de un trabajo de búsqueda, de exploración, a través de ciertas formas del humor. Sin embargo, yo naturalmente soy más bien reconcentrada, con un toque más bien dramático, que a veces se vuelve melodramático. Lo que sí puedo tener es una mirada, distanciarme, lo que lo que me permite tomarme con humor. Si bien he tenido siempre una facilidad corporal natural, he trabajado mucho para lograr ser la actriz que soy en este momento. Del mismo modo, laburé intensamente en la escritura del libro, no me salió de tirón.
–Esa distancia para tomarte el pelo, para mirar el mundo burlonamente, incluso después de encarar algo a la tremenda, ¿da como resultado un humor mas bien negro?
–Creo que siempre sentí esa atracción por descubrir en las cosas más dramáticas un trasfondo humorístico, preferentemente negro. Por eso el libro está encarado desde los fracasos que tuvimos, ese fue el ángulo que elegí: me pareció mucho más divertido contar las circunstancias terribles que nos ocurrieron. No tomarnos en serio ni vanagloriarnos, sino mostrar que fuimos haciendo lo que fuimos pudiendo, con mil dificultades. Sin embargo estábamos tan estimuladas que los escollos se terminaban transformando en números cómicos.
–¿Así que de una situación tan ingrata como el accidente que sufriste a los once años y que te tuvo dos años enyesada salió el numerito de baile con muletas?
–Claro, a partir de mi propia experiencia se me ocurrió hacer a una chica que bailaba con muletas. De hecho, yo bailaba con las mías. Como te decía, esta visión humorística no supone una alegría permanente.
–Es que sentido del humor y alegría no son sinónimos, al contrario: un poco de amargura no les viene mal a quienes cultivan el humor, que suele ser una forma divertida de pesimismo.
–Eso. Exacto. No hablamos del chiste rápido, que sólo busca efecto inmediato, sin consecuencias, sino de una segunda mirada sobre las cosas.
–¿El episodio del accidente representó un bajón muy grande en tu vida de niña al borde de la adolescencia?
–Yo ya estudiaba danza en esa época, pero no fue un bajón. Al contrario, me alegraba de que me hubiera pasado a mí, porque podía tener maestra particular –el Estado dispone de maestras particulares domiciliarias–: mi hermano ya estaba en el secundario, mi mamá manejaba la casa y mi papá tenía su trabajo. Entonces, si tenía que sufrir alguien un accidente, eramejor que me hubiese ocurrido a mí. Así que me hice cargo de ese lugar. Bueno, leí muchísimo durante ese tiempo, hacía manualidades. Leía a Monteiro Lobato. Adoraba bailar y de pronto me encontré encorsetada en un yeso de la cintura a los pies que no me permitió moverme durante casi dos años, y tuve que convertir mi vida en otra cosa. Las estaciones –el invierno, la primavera, el verano– pasaban por la ventana, porque yo empecé en julio suponiendo que iba a estar seis meses inmovilizada. Y terminó el verano y llegó de nuevo el invierno y yo seguía en la cama. Después, nada: cuando salí seguí bailando, primero con las muletas, por supuesto riéndome porque era algo ridículo. Empecé por mover los deditos de los pies dentro del yeso con, por ejemplo, Salta pequeña langosta.
–Es raro imaginarte entre las niñas formales y modosas del ambiente de las estudiantes de danza clásica.
–Sí, pero yo a ese personaje me lo creía muchísimo. Imaginate, era la época dura de la dictadura. Yo tenía la imagen de que me ponía un impermeable, tomaba las clases en el Colón, después iba al secundario, volvía a mi casa, pero siempre como aislada del mundo. Mi papa se había ido a Europa en el ‘77. Recién en 4º, 5º año, ya a través de la escuela de Angel Elizondo, me enteré de lo que realmente estaba pasando en el país, los desaparecidos.

DESCASTADAS
–¿Cuándo te desviás abiertamente hacia lo humorístico?
–Ya cuando bailaba clásico, a los 16, 17, me tocaban los personajes cómicos. O sea que ya algo afloraba en mí en ese registro, aunque miraba con envidia a las que hacían Mozart. Adoraba el ballet clásico más convencional, si bien con algunas dudas respecto del margen de creatividad que me permitía. Lo que sí valoro ahora es esa disciplina que me marcó bien en mi vida, y que me ayudó mucho en el caso de este libro, que me exigió mucha perseverancia para no abandonar.
–En un momento te sacás el impermeable y dejás la danza clásica...
–Al perder dos años por el accidente, yo era unos años mayor que mis compañeras. Y empecé a salir de ese mundo. Además, mis piernas no eran perfectas, lo que fue una suerte porque me abrió la posibilidad de tomar otro camino, más cercano al teatro. Terminé quinto año del Colón, cuadro de honor, diez en todas... A los 17 me casé con Horacio Gabin. Una profesora del Colón tenía un grupo paralelo y me fui a bailar con ella. A Horacio le gustaba el mimo, nos enrollamos juntos y terminamos en la escuela de Elizondo. Al mismo tiempo empecé con el Teatro Fantástico, donde estaba Laura Markert; en lo de Elizondo conocí a Verónica (Llinás), con Vladimisky, a la Negra (Alejandra Flechner) y a Olkar Ramírez. Empezamos a trabajar con Laura. En el ‘85, ya separada, nace mi hijo. El clown explota en la ciudad, y empieza a tomar forma lo que luego se llamó posmodernismo: una mixtura de lenguaje en donde todo valía y se permitían todos los cruces posibles de miradas, incluso confusiones. Y ocurrió el surgimiento del Parakultural que terminó por concentrar todas esas fuerzas. Miguel Guerberoff, gran maestro, nos hacía utilizar todos los recursos, nos abría a todas las posibilidades. El nivel de relación creativa que nosotras tuvimos fue muy único. Creo que rendimos al máximo, hubo momentos fulgurantes. Pero por algo, si bien guardamos muchísima afinidad, no seguimos juntas toda la vida como Les Luthiers.
–¿A qué atribuís el buen funcionamiento de un grupo tan horizontal?
–Creo que supimos protegernos entre nosotras, más allá de las dificultades. A mí me gustaría subrayar que detestábamos esa idea del paternalismo argentino, siempre a la espera de que alguien -preferentemente un hombre– venga a salvarnos. Creo que todas huíamos de algún padre, rechazábamos la idea de que alguien viniera a decirnos qué teníamos que hacer. Con gran independencia, decidimos hacernos cargo denosotras mismas. Todas aportamos algo de nuestra historia: pensá que Laura tenía ocho hermanos y para ella la propiedad privadas era bastante inasible; los padres de Verónica se separaron cuando era muy chica, y la madre se murió siendo joven; yo ya no tenía mamá y mi padre vivía lejos; la Negra era la que estaba más contenida familiarmente. Pero en conjunto éramos unas desclasadas, totalmente descastadas. Hicimos con lo que teníamos, con lo que nos faltaba.
–Lo extraordinario es que hayan encontrado, olfateado y reconocido, que se produjera ese chispazo casi al unísono para hacer cosas tan zarpadas.
–Había coincidencias entre nosotras. Ninguna había hecho el Conservatorio, veníamos de un mundo de resistencia, ninguna la tuvo fácil. Todas sufrimos nuestra zona de abandono en un país muy peligroso. Vivimos el exilio de adentro, y fue como que nos abrieron la puerta y justo nos chocamos las unas con las otras... Pero nos veo a todas muy desvalidas, habiendo vivido cosas duras cada una. Pensá que el café-concert, El Gallo Cojo, venía del flower-power, del paz y amor... Nosotras, de que te mataban en la calle, conocíamos a gente que habían secuestrado, les habían robado todo.
–¿Tomaron conciencia por ese entonces de que estaban creando un espectáculo de una audacia inhabitual, desmitificadora al extremo?
–No nos lo propusimos conscientemente, queríamos pasar los límites, nos poníamos a nosotras mismas como objeto de burla. Lo que nos motivaba era romper y romper. Trabajábamos con lo que más nos impactaba. Lo que nos calentaba era encontrar el límite y quebrarlo. No queríamos dar clases de nada, más bien cachetazos de imágenes.
–¿Cómo llegan a crear esa organización sin jerarquías, con participación de todas en todos los rubros?
–Yo creo que nos admirábamos bastante entre nosotras. Entonces, cada una podía tomar de la otra el mayor conocimiento que pudiera tener en los distintos lenguajes. Había un deseo muy fuerte de estar en el escenario, ser dueñas de lo que hiciéramos. Nos complementábamos: en algún momento había una que empujaba más para adelante y otra que la seguía, mientras que la tercera negaba para poder nivelar... Un equilibrio realmente mágico. Una de las cosas que más me gusta pensar es que hicimos un emprendimiento colectivo. Por eso prefiero decir que escribí el libro gracias a las chicas. Me interesaba que ellas ocuparan un lugar protagónico desde una mirada de mucho aprecio.

TODAVIA INCOMODAMOS
–Ya en el ‘94, cuando hicieron el último espectáculo, Gambas Gauchas, sin Llinás, el mito estaba consolidado. Ahora el libro deja tu registro en un momento especial para ustedes, si no de reunificación al menos de unión para hacer, a partir del 4 de enero, Monólogos de la vagina.
–Creo que el mito creció más allá de lo que realmente hicimos: cuatro espectáculos en ocho años. Pero sí, me parece que logramos dejar una marca, formar parte de la historia del teatro de esos años, con bastante dignidad. Toda la primera época fue muy dura, recién en el Empire, con La Debacle Show, ganamos algo de plata, que la perdimos toda en Mar del Plata. Todavía nos vestíamos en el Cottolengo.
–¿En algún momento reculaban, se planteaban que se estaban pasando de la raya?
–Ay, no. Eramos terribles. Lo que más nos hacía reír era inventar algo bien terrible. En vez de ponernos límites, nos preguntábamos ¿qué es lo más tremendo que podemos hacer? Movilizar, agitar era lo que nos importaba, siempre con un criterio artístico. Y éramos muy implacables las unas con las otras.
–Ustedes fueron pioneras de un humor negro, cruento, hecho por mujeres que recién eclosionó en la década del ‘90 en muchos países.
–Claro, porque quizás en la década pasada ya la lucha política de la mujer estaba más asentaba, se habían conquistado derechos. Es verdad que los cómicos no se ríen de ellos mismos. Se ríen del otro, sobre todo si hablamos de humor argentino masculino. Este país es todavía bastante machista, supongo que por eso en los programas de TV hay tan pocas mujeres con posibilidades de hacer humor. Las humoristas no tienen espacio: si están en una ficción convencional, tenés que hacer de la linda o de la fea. Sin embargo, en teatro han tenido mucho éxito obras donde las mujeres se toman el pelo, desde Confesiones de mujeres de 30 a los Monólogos... Gabriela Acher, Maitena, Cecilia Rossetto... ¿por qué no tienen lugar en la tele? Fijate que cuando estuve en “Buenos vecinos” formando una pareja bastante atractiva con Gabriel Goity, el momento en que más se dieron vuelta fue cuando me empecé a mostrar en ropa interior: tenía que exhibir un buen lomo para tener otro pequeño lugar dentro del humor...
–Betsy Borns es guionista de Roseanne y de Friends, dice que todavía ser femenina y divertida es un acto revolucionario, porque hay que romper reglas aún en vigencia: no convertirse en centro de atención; no ser controversial; no apoderarse de los temas de conversación. Para muchos varones, las mujeres humoristas son una amenaza.
–Ha pasado con todas las minorías a las que ha mantenido sometidas: cuando se liberan un poco, se produce un estallido, un destape, entre otras vías, por la del humor. ¿Cómo no va a resultar intranquilizador que las mujeres –mayoría en cuanto a número pero tratadas como minoría durante tanto tiempo– empiecen a no dejar títere con cabeza por medio de la risa inteligente?

Alejandra Flechner: Guerrilleras apasionadas

“El libro de María José actuó como un removedor de vivencias, mi mirada hacia el grupo sigue siendo de amor. Creo que hay algo nuestro y de otras personas que circulábamos en esos momentos (Urdapilleta, Los Melli) que ha permanecido: un color, algo propio que está en la base de nuestros trabajos”, dice Alejandra –la Negra– Flechner, la actriz que después de disolverse las Gambas brilló en la tele (“Señoras y señores”), el cine (Gepetto), el teatro (Alarma).
“Mirando hacia atrás veo a cinco mujeres, cuatro mujeres que hacían un humor irónico, burlón, políticamente incorrecto. Algo insólito en ese momento, que seguramente hoy no sorprendería a nadie. Pero en los ‘80, un grupo de chicas en algo de lo espectáculo tenían que ser tipo Los Angeles de Smith. No había otra cosa, salvo el recuerdo de Niní Marshall, de Sofía Bozán... Hacer humor femenino era una novedad total: después llegaron las Brujas, las Confesiones, y se volvió casi una institución comercial: mujeres juntas haciendo cosas divertidas”.
“Creo que nuestro atrevimiento tenía que ver con la época, con lo que empezaba a hacer otra gente que había pasado una adolescencia de Proceso. Nosotras nos metíamos justo con lo contrario de lo que se esperaba: era el momento de reivindicar a los desaparecidos, todo el mundo se clavaba puñales después de años de haberse hecho los pelotudos: era la etapa de ‘Atreverse’, ‘Compromiso’... y nosotras hablábamos de otras cosas. Si aparecía una mujer golpeada, no era para promover la autoayuda sino para decir: pegame el doble, llevando así el drama al extremo, dándole otra vuelta con un humor despiadado... O lo del geriátrico, que a muchos les pareció intolerable...”
“Eramos como guerrilleras, la verdad, gente de lucha. Sin ninguna red. Ningún andamio preparado por nadie: solo nuestro sentimiento de rebelión, de rechazo por mucho aspectos del mundo en que vivís. Creo que María hizouna recopilación personal increíble en el libro, con el mismo espíritu que animaba a las Gambas. Es bueno vernos ahora con una carrera personal, fuera del talle único que se suele asignar a las actrices. Porque en aquellos años, nos mirábamos entre nosotras y pensábamos que no tendríamos lugar en el mundo con nuestra pinta. A mí lo que me da orgullo es que Verónica, María, yo mantuvimos nuestra individualidad, nuestras exigencias. Nosotras no nos amoldamos, sino que hicimos valer lo nuestro propio, particular, sin dar el estándar. Yo ahora estoy feliz filmando Adiós, querida luna, sobre una historia de Sergio Bizzio, con Gabriel Goity y Alejandro Urdapilleta. Tres astronautas en misión secreta van a reventar la luna, con el fin de enderezar el eje de la tierra y corregir desastres. Todo ocurre en una nave Frankenstein, con mucha imaginación. Estoy entregada y encantada: ése es el espíritu Gamba: el fervor sin cálculo de ir hasta el fondo. Y también estoy ilusionada con volver a trabajar con las chicas, aunque va a ser raro hacer algo que no es nuestro. Y puede ser un disparador para otra cosa. Mirá qué reencuentro navideño: vamos con todos los fantasmas.”

 

Verónica Llinás: Crustáceos con vagina

La entrañable tachera de “Gasoleros”, la sensible intérprete de Trilogía del verano se está despidiendo de Linda Ducasse, la protagonista de Te llevo en la sangre, pieza de Mónica Silver que hasta la semana pasada se representó en el Teatro del Pueblo. Verónica Llinás, la Gamba rubia, comenta que leyó Las indepilables “hace bastante, con el shock que te puede provocar repasar tu vida en boca de otra, que obviamente tiene una visión diferente. Es raro. Por supuesto, el libro me trajo recuerdos, me movilizó los afectos de esa hermandad tan fuerte que tuvimos hasta el quiebre. Pensá que nos veíamos todos los días, planeando y realizando cosas. Todo era en equipo, compartido. Fue un descubrir cómo se hacían las cosas haciéndolas, desde una formación fuerte como actrices. Tomando a nuestro cargo la producción, la dirección, el vestuario, el maquillaje...
Es verdad: fantaseamos muchas veces con volver. Que la gente se acuerde tanto de las Gambas, es divino por un lado, y por otro, te carga de una responsabilidad grande: se espera algo a la altura del mito. Fue raro ver en la presentación algunos videos de nuestros espectáculos: ay, ay, ay, nos decíamos tapándonos la mitad de la cara, porque hicimos cosas buenas, y también algunas pavadas. Pero al mismo tiempo, veíamos la reacción entusiasta de un público tan variado. Claro que lo nuestro respondió a una coyuntura, todas tenemos claro que, de volver a juntarnos, tomaríamos otro camino bien distinto. Esto al margen de que hicimos separadamente nuestra propia evolución durante los últimos años, necesitábamos saber qué podía rendir cada una por su lado. Hablamos de María José, Alejandra y yo, porque faltaría Laura, la gran ausente, y desde luego, Miguel Fernández Alonso, nuestro invitado de honor. Creo que nos vamos a divertir si se produce el regreso, porque cuando nos juntamos, saltan chispas”.
“Ahora viene una prueba previa: los Monólogos de la vagina. Nosotras leímos la obra al comienzo y dijimos que no porque la pieza no nos pareció tan novedosa ni audaz. Pero no imaginamos lo que se iba a producir con el público: se ve que las mujeres estaban necesitando que les dijeran ciertas cosas. Que evidentemente ciertos tabúes, maltratos, subestimación son aún muy fuertes. El texto sin duda contribuye al desprejuicio y alterna con habilidad humor y emoción, le da otro lugar a la mujer. Hace mucho que no estoy en algo que ofrezca tanta relación con el público, algo que practicamos bastante con las Gambas. Los Monólogos son un molde más cerrado, pero si aparece la interacción, estaría buenísimo.”