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HOMENAJE
Fenómeno Soriano
Por Guillermo Saccomanno
Hace
unas tardes, al cumplirse otro aniversario de la muerte de Osvaldo Soriano,
me pidieron que lo recordara. Lo primero que pensé fue una obviedad:
Soriano dejó un lugar vacío, en la literatura y en el periodismo.
Doy un ejemplo: a Página/12 no le faltan firmas prestigiosas para
ocupar ese espacio de las contratapas dominicales que eran, como de ningún
otro, de Soriano. Sin embargo, no es lo mismo. Entonces empecé
a preguntarme por qué.
Al volver a mi departamento busqué los libros de Soriano. Busqué
sus artículos sobre literatura. Busqué, en especial, uno
sobre Arlt, donde la apología se confunde bastante con una proyección
personal. Ya se sabe: cuando un escritor reivindica a otro del pasado,
lo que persigue es a la vez la marcación de un antecedente y la
dirección en que pide ser leído. Despacio, empecé
a anotar algunas impresiones sobre la literatura de Soriano, su manera
tan sencilla de contar.
Así como escritores que hoy nadie recuerda le reprochaban a Arlt
que escribiera mal, a Soriano, no pocas veces, desde ámbitos comprometidos
con la academia, se le criticaba que escribía fácil.
A ninguno de sus detractores se les ocurría que en ese modo de
escritura había una actitud ética, una manera de entender
la belleza y de cruzarla con la ideología. Es curioso: algunos
de sus detractores de entonces hoy se abocan a escribir fácil,
como si hubieran descubierto que del otro lado de la página hay
otro, un lector, un semejante. Es verdad: muchas de las ideas que Soriano
desarrollaba en sus textos no provenían tanto de una elaboración
teórica como de una intuición siempre alerta. Fútbol,
cine, política. Soriano se las ingeniaba siempre para traducir
lo que estaba en el aire. Ningún escritor, desde Arlt a la fecha,
exhibió una perspicacia igual obteniendo una repercusión
similar. En el velorio de Soriano llamaba la atención que se acercaran
a despedirlo un sinfín de lectores anónimos. Me acuerdo
de un padre y su hijo, los dos con la camiseta de San Lorenzo, el club
de Soriano.
En efecto, puede pensarse que hay un gesto populista en legitimar
la escritura de Soriano en función de la masa de lectores que supo
conseguir. Justamente porque escribía fácil
a Soriano también se lo tildaba de populista. Esta
clase de críticas, que son siempre críticas de clase, lo
enconaban. Conviene subrayarlo: como Arlt, Soriano es el escritor que
se arma desde abajo y se forma, como puede, en el oficio periodístico.
Cuando Soriano publicó su primera novela sorprendió con
su madurez narrativa. Es que su técnica, y no sólo la técnica,
Soriano la había adquirido en las redacciones de Primera Plana,
primero, y La Opinión más tarde. Sus compañeros de
trabajo fueron Walsh, Urondo, Gelman, Dal Masetto, Briante, Rabanal, Bayer,
Eloy Martínez, Bonasso y Belgrano Rawson, entre otros escritores.
Pero fundamentalmente su estilo literario le debía
mucho a Raymond Chandler, quien cierta vez dijo que su responsabilidad
como escritor era seria ya que escribía para lectores que, con
seguridad, no leían otra cosa que novelas policiales que
antes de ser policiales eran novelas. Chandler era el autor fetiche de
Soriano. Más que Graham Greene, de quien más tarde estudiaría
la articulación entre la aventura y la denuncia.
Chandler aparece en la prosa de Soriano a través de sus metáforas
entre poéticas y humorísticas, los diálogos agudos
en los que el ingenio reverbera descubriendo el absurdo, como disparate,
en medio de la derrota. Como los héroes de Chandler, los personajes
de Soriano son perdedores. Si, a lo Simone Weil, en la historia hay que
elegir, Soriano elegía: estaba siempre del lado de las víctimas.
Me doy cuenta de que estoy escribiendo de corrido estas líneas,
que ni miro las anotaciones que hice un rato atrás. También
me doy cuenta de que en estas líneas se advierte un tono crispado.
Inevitable, sí, cuando me acuerdo lo que a Soriano le importaba
obtener un reconocimiento de la crítica literaria que presumía
de culta. Aunque, también como Arlt, despreciaba a los plumíferos
del ambiente literario (véase ese capítulo memorable de
El ojo de la patria dedicado a los escritores posmo que la juegan de secretos),
Soriano esperaba ingenuamente ese reconocimiento. En consecuencia, Soriano
padecía la omnipotencia pero también la debilidad del autodidacta.
En un medio signado por blanduras, mezquindades y oportunismos, Soriano
iba al frente. Ahí están sus notas sobre las canalladas
de los editores. Ningún escritor, que yo recuerde, abordó
la cuestión con tanta lucidez y ferocidad. En otra ocasión,
en medio de una polémica sobre los derechos de autor, un empleado
de una editorial salió a salvar el honor marquetinero desde una
revista. Hoy ese empleado es uno de los agentes de escritores más
poderosos de por acá. De empleado de un prostíbulo a cafishio,
habría dicho Soriano. De nuevo, me reprocho este tono con el que
escribo estas líneas. Pero, este tono, ¿no es acaso también
Soriano?
Es curioso: Soriano ya no está. Y el lugar que dejó vacío
no hace más que referir su presencia. Otro dato interesante: cuando
se habla de literatura y se nombra a Soriano, surge una discusión
pendiente. Soriano ya no está, pero al nombrarlo, se nombran las
causas por las que peleaba, que se muestran intactas. Entonces Soriano
vuelve a ser el nombre de una literatura que no le teme a la confrontación.
Porque, como Arlt en su momento, con su popularidad tan inmensa como envidiada,
Soriano representa un fenómeno maldito para mucha intelectualidad
nacional. Quizá ésta sea la prueba de la vigencia contundente
de su escritura.
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