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Políticas sexuales en la dictadura

De lo público a lo secreto

POR FLAVIO RAPISARDI

Coautor junto con Alejandro Modarelli del libro Fiestas, baños y exilios. Los gays porteños bajo la última dictadura, de próxima aparición, el autor de esta nota repasa el lugar que las “minorías sexuales” tuvieron durante la pasada dictadura.

“Deseas felicidad, pero la seguridad es más importante para ti.” Algunas/os activistas de los 70 entendieron esta consigna como un problema para la revolución sociopolítica, ya que exigía como condición ineludible la liberación sexual. Y hablar de liberación sexual es, aun hoy, criticar un término que suena irritante: el patriarcado. Desde finales de los años 60, en la playa conquistada por las feministas, gays y lesbianas se sumaron y formaron un coro que denunciaba al sexismo, incomodando a la derecha política que las/os condenó desde el púlpito siempre tan familiar para ellos; a la izquierda que excomulgó de sus filas, como el caso de Héctor Anabitarte, militante del Partido Comunista Argentino que fue “despromovido” por “confesar” su homosexualidad, y a las “fuerzas populares” que sumaron como furgón de cola del tren revolucionario a los reclamos de las mujeres y de las minorías, o que las/os excluían en sus códigos de “nueva” moral, ya que ser infieles, putos o faloperos atentaba contra la condición de soldado de FAR o Montoneros, como entonaron más de una vez en la Plaza colmada y efervescente por la llegada del General.
¿Quiénes, entonces, llegado el 76 –momento en que finalmente los que se habían arremolinado junto al Perón de la tercera época, al Brujo e Isabelita y otros cómplices, se sentaron en los sillones vacantes y desataron el último genocidio–, se preocuparon por los allanamientos a la Unión Feminista Argentina, las desapariciones de activistas de estos grupos o por el exilio de las/os que supieron más de una vez confluir en protestas, como la de 1974 contra el decreto firmado por Perón y López Rega que prohibía la educación e información sobre métodos anticonceptivos en hospitales públicos? Doloroso y silencioso adiós, entonces, para aquellos/as que fueron asesinados/as, huyeron o resistieron de distintos modos la materialización del exterminio de miles de personas que “encajaban” en el “árbol de la subversión” que la revista fascista El Caudillo había dibujado puntillosamente desde una raíz con nombres como FAR, ERP y Montoneros, y con unas ramas superiores llamadas homosexualidad y feminismo.
Del mismo modo que los/as trabajadores/as sociales en villas miseria y sindicalistas combativos/as, las mujeres que luchaban por la legalización del aborto o que abortaban, las feministas y los homosexuales y lesbianas fueron sujetos de punición para el jefe de la División Moralidad de la Policía Federal, quien en el año 1977 llegó a sostener que uno de sus objetivos era “espantar a los homosexuales de las calles para que no perturben a la gente decente”, pensamiento cercano a los policías, funcionarios y legisladores/as que impulsaron el artículo 71 que “autoriza” el hostigamiento policial y las golpizas contra las travestis en la hoy Ciudad Autónoma.
Sin embargo, como sabemos, toda represión y disciplinamiento tienen su resistencia. La Richard, un gay porteño con piercing en el pecho y complicados tatuajes, que mariposeó su juventud en aquellos años, recuerda: “... en la dictadura, cuando todavía no se habían privatizado los ferrocarriles y el sida no existía, el verdadero auge era el de las teteras”, palabra que designa toda una trayectoria urbana, una peregrinación libidinal que tiene por estaciones todo baño público transformado, bajo ciertos códigos, en un espacio y tiempo de actividad sexual, en donde más de una vez convergieron, por placer y/o miedo, locas, policías y milicos, entramados en complejos sistemas de pactos silenciosos para no perturbar la “reorganización nacional”. Una especie de subversión de la cuadrícula urbana tendida por la dictadura sobre la ciudad, como el caso de la “Lissette, ama y generala de las teteras”, que marcó su territorio, el baño de los andenes de la estación Belgrano R, con un graffiti de trazo rojo y que aún sorprendería –si la empresa privatizadora no lo hubiese borrado– al varón entendido e informado que, conociendo los códigos, leía aquel guiño a pocas cuadras de la casa de Albano Harguindeguy. Para el que circulaba por este entramado semiclandestino, la policía y los milicos eran el enemigo, a pesar de los pactos ocasionales, ya que represión, deseo y resistencia se mezclaban en el escrutinio y la violencia de las fuerzas de seguridad que buscaban “espantar” a los elementos indeseables: a Villa Devoto fue más de un varón previamente fisgoneado por policías camuflados o los que se negaron a consagrarse al cirio policial en aquel tráfico confuso.
En este clima, las feministas que se quedaron en el país se reagruparon o resistieron esperando otros tiempos. Como sostiene Mabel Bellucci en El aborto en la Argentina: desafíos y logros, entre 1976 y 1983 los grupos feministas como DIMA (Derechos Iguales para la Mujer Argentina) y AMA (Asociación de Mujeres Argentinas), entre otros, se concentraron en cuestiones legales, lo que llevó a algunas a la imperdonable actitud de reunirse con el “negro Massera” o con la señora Hartridge de Videla, que llegó a decir, con su pobre y terrible capacidad asociativa, cuando se le pidió apoyo para el proyecto de patria potestad compartida, que esa idea le parecía un “asunto patriótico”.
Habrá que esperar hasta los años 80, cuando irrumpió el grupo ATEM (Asociación de Trabajo y Estudio de la Mujer - 25 de Noviembre) para que la sexualidad fuera retomada, aun en plena dictadura, como consigna política e incorporada al campo de los derechos humanos, luego de haber sido encorsetada en torno a los discursos sobre la prevención y formalidades legales, algo que el dispositivo del sida le deparó a la sexualidad gay a mediados de los años 80. Posteriormente, estos últimos, las lesbianas y las travestis volverán a politizar esta sexualidad en torno a cuestiones como la identidad y la desigualdad.

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