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RESEÑAS

Punto y coma

Sano Juicio
Eduardo Anguita
Sudamericana
Buenos Aires, 2001
384 págs. $ 19

Por Jonathan Rovner Cuando el discurso de la Justicia, en su voluntad retórica, tomó prestada una imagen propia del universo de la escritura, el “punto final” –bautizando así uno de sus gestos (no precisamente el más indiscutible), probablemente no imaginaba hasta qué punto la historia o, mejor, el derecho internacional, burlaría sus intenciones manifiestas. Y es que, muy lejos de silenciar todo debate posterior, el tratamiento que la Justicia argentina dio a sus genocidas operó como una incitación al discurso global. Los escritos sobre el tema, de hecho, aún hoy proliferan, tanto en los tribunales como en librerías y periódicos de Europa y América.
De eso se trata Sano Juicio, el non-fiction en el que Eduardo Anguita narra la historia del proceso entablado en España por el tribunal a cargo del juez Baltasar Garzón contra los ex comandantes de las dictaduras argentina y chilena. Allí fue donde se recurrió al convenio internacional de persecución del genocidio, firmado por la España de Franco en 1968 para combatir a los separatistas vascos y aplicada, ahora por primera vez, a gobernantes sudamericanos de los años setenta.
Una historia que reconstruye las vidas y sentimientos de personas que vieron renacer sus esperanzas al amparo de magistrados progresistas que habían decidido seguir los tratados internacionales, asumiendo el riesgo político y personal que implicaba esta innovadora medida. Sano Juicio se concentra en los hechos tal como los vivieron algunos de sus primeros protagonistas –como Carlos Slepoy, el personaje principal, José Luis Galán y Joan Garcés–, para desentrañar así algunos interrogantes hasta ahora sin respuesta. “Resulta, entonces, apasionante preguntarse algunas cosas: ¿qué hicieron esos miles de desaparecidos o muertos durante las dictaduras? ¿Por qué luchaban, aun sabiendo, en la mayoría de los casos, que una terrible máquina represiva podía hacerlos desaparecer, que los someterían a torturas y luego los matarían? ¿Tendrían convicciones tan fuertes como para no reparar en el riesgo? ¿O quizá muchos sintieran, inconscientemente, que era mejor inmolarse que aceptar una derrota?”
Al mismo tiempo, Sano Juicio es un recorrido por la historia de la última década, la de los años 90, que aporta un pormenorizado contexto informativo a la vida cotidiana y emotiva de personas reales, protagonistas de esa significativa porción de la realidad política.
Coautor, junto a Martín Caparrós, de los tres tomos de La Voluntad, la historia de las militancias revolucionarias de los 70, Eduardo Anguita no sólo testifica, desde su lugar de investigador, sino que además puede hacerlo desde el lugar que le deparó la historia. Él mismo fue militante y estuvo preso del 73 al 84.
Es por eso que Anguita puede proclamar, a propósito de los genocidas argentinos y chilenos, su certero canto de victoria: “Aun antes de cualquier sentencia, la pena, la condena ronda sus conciencias. Y otros tribunales del mundo toman el ejemplo. Y otros académicos y otros jueces toman el ejemplo. Esto ya no lo detiene nadie. El mundo conoce este juicio. La batalla contra el olvido, por la memoria, está ganada”.


El borde de Europa

Leyendas celtas: Cú Chulainn
Jorge Fonderbrider y Gerardo Gambolini (eds.)
Ecos Vergara
Buenos Aires, 2001
206 págs. $ 12

Por Andi Nachon Este tomo de leyendas nos ofrece una versión novelada de la vida del héroe ulaid Cú Chulainn, e integra un proyecto de la editorial Vergara que incluye, también traducidos y seleccionados por Jorge Fondebrider y Gerardo Gambolini, Cuentos Celtas y Canciones Celtas. Es destacable la cuidada traducción de estas producciones de origen popular que indudablemente implican un desafío debido a sus orígenes orales y a las distintas versiones literarias que han generado. Esta serie permite que el lector acceda a un panorama inusitadamente completo de la antigua literatura gaélica.
El tomo de leyendas corresponde al período que los estudiosos contemporáneos llaman el ciclo del Ulster. Al asomarse a estas proezas aparece en la memoria la frase hecha: como los celtas, peleamos todas las batallas y perdimos todas las guerras. Así, la saga de Cú Chulainn cruza las luchas entre los ulaid y los connachta, dos clanes que históricamente se enfrentaron por la supremacía entre el año 100 antes de Cristo y el 400 de nuestra era. Pueblo guerrero por excelencia, a quien le debemos el origen de muchos vocablos romances relacionados con las armas y la guerra, los celtas han sido parte del mapa de los enfrentamientos por la hegemonía europea desde el Imperio Romano hasta nuestros días, si tenemos en cuenta la situación actual de Irlanda con respecto al Reino Unido. Sin embargo, jamás la han obtenido. Y sí, ésa es posiblemente una de las causas de mayor atractivo de la historia de Cú Chulainn.
Como Aquiles, el joven guerrero es el resultado de los amores entre divinidades y mortales, y su nombre -.literalmente “el perro de Culain”-. se debe a una de sus primeras hazañas: matar al mastín del herrero más poderoso del reino. También como Aquiles, Cú Chulainn sabe que morirá joven. Pero mientras que el invencible aqueo vuelve a la batalla y elige ese destino a raíz de la muerte de su compañero Patroclo, Cú Chulainn, siendo poco más que un adolescente oye a escondidas un vaticinio druida con respecto a esa jornada: quien ese día tome las armas tendrá larga fama y corta vida. Cú Chulainn sin dudarlo, y sin consultar a los sabios, logra armarse caballero durante esa jornada. No hay aquí conflicto, en ningún momento, no hay ni siquiera pensamiento más allá de los hechos. Sólo una entrega absoluta a los sucesos. Las similitudes entre la Ilíada y esta saga son muchas y siempre entrañan una profunda diferencia que nos habla de otra mirada sobre el mundo y de un entendimiento absolutamente distinto de la situación humana. Sirvan también de ejemplo los motivos del enfrentamiento: troyanos contra aqueos por el amor entre Helena, la más bella, y Paris –de quien nadie diría el mejor guerrero–. En esta tradición, los ulaid y los connachta se enfrentan a causa del toro marrón de Cuailgne. Aunque el verdadero motivo sea también un asunto de alcoba: la reina connachta compite con su marido midiendo pertenencias, y sólo desempataría adueñándose del gran toro de los ulaid. Es verdad que por menos se ha derramado sangre pero resulta particularmente interesante el hecho de que este texto fundacional se sostenga en instancias usualmente gratuitas o caprichosas.
Claramente, en el transcurrir histórico la posición celta ha estado cerca de los subyugados por un poder siempre mayor. Como héroe de leyenda, Cú Chulainn nos anticipa los gestos y las posiciones del antihéroe del siglo XX. Entre el desenfreno y la entrega incondicional al devenir, CúChulainn arrasa con los enemigos sabiendo que morirá de mala manera. Y no importa. Porque algo del spleen y de la comprensión del transcurrir como carga cruza los actos de este extraño héroe. Así, acercarse a esta leyenda nos habla de otro entendimiento de lo heroico y al mismo tiempo esta mirada resulta una parienta cercana de la sensibilidad que ha hecho del antihéroe el hombre acorde a nuestros tiempos. Con salvajismo, definitivamente sin la vergüenza del vencido, el grito guerrero hace eco en el lector: “sí, presentaremos todas las batallas, y sí, probablemente perdamos la guerra”, nos dice el joven que inevitablemente caerá ante los enemigos y ante su propia mortalidad.


La vengadora

Sierva de Dios, ama de la muerte
Cristina Bajo
Ediciones del Boulevard/Atlántida
Buenos Aires, 2001
414 págs. $ 18

Por Claudio Zeiger Por una de esas casualidades que a veces ocurren, acaba de aparecer una edición de la primera novela histórica argentina, La novia del hereje de Vicente Fidel López, felizmente precedida de un prólogo que Adolfo Bioy Casares escribió en 1983 y donde puede leerse una apreciación que viene como anillo al dedo para abordar la lectura de Sierva de Dios, ama de la muerte, tercera novela de Cristina Bajo. “Lo novelesco siempre atrae al lector; también seduce a los autores, los alienta y a veces los pierde. Sería curioso indagar las aventuras de lo novelesco a través de la historia de la novela, sus errores inexplicables y sus triunfos maravillosos.” La autora, que gusta calificar a sus trabajos como “novelones” (una estrategia defensiva: “lo digo yo antes de que lo digan los otros”), es una declarada seducida por el aliento de lo novelesco, y obviamente sabe de los riesgos y los triunfos de su oficio. Pero en este novelón con título de telenovela brasileña, Cristina Bajo despliega un arsenal literario, histórico y lingüístico que la pone mucho más del lado de los triunfos maravillosos que de los errores inexplicables que detectaba Bioy en tantos libros de aventuras de firmas célebres como Stendhal o Stevenson.
No es poco empezar avisando que este libro depara horas y horas (es largo en serio) de lectura placentera; el irresistible espíritu de las grandes novelas es el primero en ser invocado en sus páginas. Es –por recuperar una vieja categoría caída en desuso– literatura de evasión, sólo que en este caso la materia de evasión no está en el futuro sino en el pasado, ya tan lejano que uno no puede más que entregarse y renunciar a establecer paralelos con el presente. La autora nos remonta al 1700 en Córdoba del Tucumán, época y lugar harto complicados para sobrevivir a los hombres y las desgracias naturales (peste y sequías), especialmente para una mujer a la que desde muy chica la vida no le resultará un lecho de rosas. Sebastiana, la paradójica heroína de la novela, sufre una serie de desgracias siendo apenas una adolescente. Embarazada, su madre la obliga a casarse con un hombre brutal que al castigarla le hace perder al niño. Muy temprano descubre la maldad de los que la rodean y se fija un objetivo: vengarse a sí misma. En el camino tendrá aliados voluntarios e involuntarios en algunas personas y sobre todo en el descubrimiento de unos libros antiguos que le abrirán un mundo: el de las plantas que envenenan sin dejar rastros. A partir del momento en que la decisión de matar empieza a concretarse en acciones, Sierva de Dios adopta la forma de un enigma antipolicial: el lector puede seguir los pasos de la intriga; éstos no se le ocultan. Es como una trama de misterio que se va develando al revés, de atrás para adelante. El lector, aliviado de la ansiedad de la clásica pregunta ¿quién es el asesino?, puede abocarse a reflexionar sobre la materia del libro –los móviles de la venganza– y a regodearse en el más que atendible trabajo de reconstrucción histórica y verosimilitud de los personajes en su contexto. Las rencillas religiosas entre el obispo y los jesuitas (Bajo no disimula su predilección por la Compañía de Jesús) la llevaron a una investigación exhaustiva sobre la realidad político espiritual de la ciudad de Córdoba por esos años, con un rasgo distintivo: a diferencia de algunas novelas históricas donde la información se vuelca de entrada para luego ir retirándose con el fin de dejar la trama al desnudo (el viejo truco del “telón de fondo”), aquí no afloja en ningún momento hasta el final. En ese marco sólido y confiable para el lector, con morosidad, la autora va desplegando los humores de sus personajes: algunos prototípicos en su maldad o su bondad, y otros más sinuosos, incluyendo entre estos últimos a la protagonista. Sus crímenes oscilan entre la autojustificación, la sed de venganza y, como empieza a sospecharse más allá de la mitad del libro, en cierto gustito por el asesinato como una de las bellas artes, una hipótesis que en todo caso se sugiere de un modo pudoroso a través de la fascinante trama de los venenos, que hubiera envidiado la mismísima Agatha Christie. Y tampoco hay que desdeñar la fuerte impronta espiritual de Sebastiana, la que le hace creer a partir de los dictados de su voz interior, “no eres una asesina, sino ejecutora de sentencias inapelables, la mano del más alto juez”.
Escrita de espaldas a cualquier moda histórica, sin próceres ni personajes conocidos de la historia ni chismecitos de panteón, el libro de Cristina Bajo plantea, junto al entretenimiento como objetivo, una apabullante seriedad a la hora de enfrentar la tarea literaria que la aleja del deseo de ser, simplemente, amena. Hay mucho más allá del entretenimiento en este trabajo de una escritora silenciosa que por causas también bastante novelescas se convirtió en un best seller: cree en lo que hace y lo hace sin ninguna mezquindad, controlando la pasión mediante el rigor, y atemperando el rigor con el deleite por el lenguaje, los detalles artesanales y las lecturas que la llevaron a lo largo de los años (tardó como treinta en empezar a publicar) a ser una escritora.


La oncena

Escrituras interferidas: Singularidad, resonancias, propagación
Gregorio Kaminsky
Paidós
Buenos Aires, 2000
236 págs. $ 16

por Sergio Di Nucci Con una reflexión sobre los números capicúas se abre el primero de los once textos (once reescrituras) que integran Escrituras interferidas. No en vano lleva como insignia “Elixires del olvido”. Pero los lectores sí buscarán en vano, en este reflexionar, la “elegancia matemática”, en el sentido técnico y en el ornamental, de un filósofo analítico, de un virtuoso comentarista de Alicia en el país de las maravillas. Es que la reflexión sobreviene por el súbito hallazgo de un boleto 77477 entre las páginas de Más allá del bien y del mal. Su objeto, como para el filólogo Nietzsche, es también post-liminal y meta-ético: es “nuestro holocausto”, “la guerra sucia declarada a la sociedad civil con los medios más oprobiosos del terrorismo de Estado”. Interferir, podemos leer, es inter-herir. La experiencia así vulnerada, según el filósofo y analista institucional Gregorio Kaminsky, está plagada de vidas que son desapariciones, de “memorias colmadas de otras memorias que son de olvido”.
A veces es posible indagar en esta reunión de textos reescritos (A Gathering of Fugitives, había llamado Lionel Trilling a uno de los suyos) por una comunidad de preocupación. A veces, como se hace en una reseña, es posible analizarlos, ofreciendo resúmenes traicioneros: la noción, con sus ecos de Arendt y de Blanchot, de desastre, en el mundo y en la filosofía -y lo uno, imbricadamente, por lo otro–; la inaprensible aprensión, tesis tras tesis, de lo jurídico-judicial; el escándalo de Nietzsche en las ciencias sociales (como el apóstol Pablo hablaba del escándalo de la cristiana Cruz para los griegos) y la presencia (¿también escandalosa?) de Nietzsche en Deleuze; la peligrosidad del intelectual, a propósito de Spinoza, filósofo diamantino, judío excomunicado por judíos, un exilio adentro del exilio adentro del exilio; el sueño cartesiano y el nomadismo deleuziano; el alma y la forma lukacsiana del ensayo. En otro de los textos, “Una sola voz que se multiplica”, Kaminsky ensaya una condensación, que imprime con las itálicas de lo que se sabe congelado y, por eso mismo, provisorio: “Grupuscularidad, corpuscularidad de la escritura que proferida, resuena y se sabe inmediatamente interferida”.
Las referencias de Escrituras interferidas revelan la lectura y relectura, con mano diurna y nocturna, de autores franceses, y de las preferencias de éstos. Pero cualquier automatismo y encasillamiento fracasaría. Así lo demuestra el ensayo de Kaminsky sobre el ensayo que sobre el ensayo escribió el húngaro Georg Lukács, la “Carta a Leo Popper” que abre El alma y las formas (1911, edición alemana). Afortunadamente, de la Argentina a Japón, cada mañana de la década de 1990 se despierta a quien tal vez haya sido el mayor filósofo marxista del siglo XX del sueño sin sueños a que lo obliga a dormir el alma romántica de la Alemania unificada. Pasados están los tiempos a los que se refería el germanista Cesare Cases, cuando los interesados aprendían el húngaro en pocas semanas y corrían a Budapest para ganar al regreso el diploma de especialistas. El ensayo de Kaminsky lee, sin teleologías, este texto de Lukács anterior a su “conversión” –para decirlo con el lenguaje más inadecuado, el religioso– al marxismo.
“Yo autor, usted lector”, dice Kaminsky, que no nos tutea, en las introductorias “Algunas palabras”. Acaso la distancia sea mejor para estepensamiento interferido, propagado, poblado de resonancias que son “otras tantas experiencias en cuerpos vividos”.
Con Escrituras interferidas crece “Espacios del Saber”, la colección de Paidós que llegó así a su título décimo tercero. Ha hallado una coherencia y consistencias que no le son exteriores, sino propias: tanto más sustanciales.

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