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EL EXTRANJERO

CHOKE
Chuck Palahniuk
Doubleday
Nueva York, 2001
294 págs. U$S 24,95

De vez en cuando aparece uno de esos escritores dispuestos a convertirse -más allá de toda corrección política– en bestiales testigos de nuestros tiempos todavía más bestiales y parir libros que trascienden los límites de lo estrictamente literario para convertirse en artefactos culturales, mientras ellos crecen hasta la estatura de gurúes apocalípticos. Pasó con Vonnegut, pasó con Ballard, pasó con Easton Ellis. Ahora está pasando con Chuck Palahniuk, héroe de anarquistas y carne de varios sites en Internet. Orgulloso autor de una vida demasiado parecida a una de sus novelas, Palahniuk saltó a la fama con su primer libro –y gran película de David Fincher– titulado El club de la pelea. Casi enseguida siguieron Superviviente (como la anterior, editada en español en Muchnick) e Invisible Monsters y esta flamante Choke (serán editadas por Grijalbo-Mondadori) y que ya configuran una suerte de tetralogía en crecimiento donde luchadores subversivos, mesías mediáticos y top-models desfiguradas nos cuentan su visión de un mundo que, mal que nos pese, es el nuestro. El verdadero protagonista de sus libros, sin embargo –como ocurre con Vonnegut, Ballard y Easton Ellis–, no es otro que Palahniuk y el modo en que Palahniuk entiende nuestra realidad y nuestras irrealidades.
En Choke, la voz cantante la lleva un tal Victor Mancini, antihéroe cuya principal diversión es –¿cómo es que a Palahniuk se le ocurren semejantes ideas, ¿eh?– fingir que se atraganta en restaurantes para ser rescatado por desconocidos a cuyas vidas se pega como lapa y explota in aeternum por eso de “me salvaste la vida, mi vida te pertenece”. Mancini –mientras no se está atragantando-. trabaja en un parque temático, visita a su monstruosa madre italiana con Alzheimer, tiene relaciones con ninfomaníacas en baños y, ah, Mancini tal vez sea descendiente directo de Jesucristo porque su madre asegura que fue “fecundada por la santa reliquia del prepucio del hijo de Dios”. Toda esta transgresión matizada por momentos de profundidad filosófica rozando lo demencial, golpeando lo racional. La novela –en la actualidad entre las diez más vendidas de Estados Unidos– se lee en unas tres horas adictivas durante las cuales se las arregla para hacer convivir la náusea como la carcajada. Después uno queda un poco más idiota, un poco más sabio, un poco con síndrome de abstinencia. Palahniuk es, sí, un viaje de ida y no nos une a él el amor sino el espanto. Será por eso que lo queremos tanto, ¿no?

Rodrigo Fresán

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