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HISTORIA DE UN LIBRO

El desierto crece

Por estos días llega a las librerías la edición corregida por el autor de La astucia de la razón, la novela que casi le cuesta la vida a Feinmann. A continuación, la historia de una escritura que no cesa.

por José Pablo Feinmann La astucia de la razón fue escrita a lo largo del año 1989. Tenía un programa muy marcado: quería hacer una novela filosófica. O, al menos, una novela ensayística. Hasta el momento había hecho ensayos (digamos: Filosofía y nación) y novelas (digamos: Ultimos días de la víctima, Ni el tiro del final o El ejército de ceniza). Me pareció un programa interesante, nuevo, unir mi costado ensayístico con el narrativo. De este modo, La astucia de la razón surge como la novela destinada a unir esas dos puntas.
A lo largo de su escritura voy planteando una relación entre estilo y temática. La novela gira en torno al quiebre de un sujeto, de una conciencia, la del protagonista, Pablo Epstein. Esta conciencia pierde su sustancialidad, su certeza de ser el fundamento último de la realidad. Un filósofo hegeliano que se vuelve loco. Un filósofo al que la dureza excepcional de la realidad hunde en una neurosis obsesiva, compulsiva, repetitiva. De aquí el estilo. Tiene el desarrollo de la dialéctica hegeliana. Las repeticiones de la compulsión obsesiva. Y recurre (acaso de un modo intolerable) a la reiteración del sujeto a causa de tratarse la novela del extravío de esa instancia filosófica que se creía fundante.
Se llama La astucia de la razón porque asume el sentido del concepto hegeliano que concibe a los individuos como medios de realización (sufrientes, pasionales y sacrificados) de la totalidad. Es lo particular lo que queda sacrificado, dice Hegel. Aquí lo particular es un individuo, Pablo Epstein, y también se adivina que serán sus restantes amigos, ya que los vemos prepararse ideológicamente para entrar en el vértigo de los años ‘70.
Dediqué a La astucia de la razón nueve o diez meses, enteramente consagrado a esa escritura. Hice muy pocas cosas además de escribir la novela, de modo que esa escritura implicó un sacrificio para quienes me rodeaban en ese momento. Pero -.en verdad– la “cocina” de esta novela estuvo instalada en la nada, o en el afuera o en la irrealidad. El autor no existía para el mundo real ni para los seres reales. Jamás repetí esa experiencia ni creo que pueda hacerlo. Ante todo, por el alto precio que pagué. Llegué agotado al final y eso imposibilitó cualquier posibilidad de corrección o revisión del texto. En diciembre de 1989 se lo entregué a Juan Martini, que acababa de ser nombrado editor de Alfaguara. “Qué trabajo de corrección te espera”, me dijo, ya que había leído la novela desde sus comienzos. “Editala así”, le dije. Fue la novela que abrió la colección Alfaguara Literaturas.
Hubo una reimpresión en 1993 y recién ahora (en estos tiempos livianos pero impulsada por la obstinación de Leonora Djament por los textos no livianos) se reedita. Era la oportunidad de hacer la corrección que, agotado, no había logrado emprender una década atrás. No sé si fue una corrección o una revisión minuciosa. No añadí nada nuevo, acaso un texto autorreferencial sobre el estilo. Taché excesos que siempre me molestaron: “Quien, él, Pablo, dijo: `Sugiero’, sugirió”. Qué sé yo, demasiado manierismo, tanta hojarasca.
Sin embargo, no taché mucho. Por decirlo claramente: la novela sigue siendo tan intolerable como siempre lo fue. Harry Potter o Paulo Coelho o cualquiera de los libros que hoy se instalan en las listas de best-sellers será más recomendable para la buena salud del lector. La razón es simple y no se agota en las complejidades de la escritura: La astucia de la razón es una novela de la modernidad, está atravesada por la historia, por la subjetividad moderna (por su quiebre traducido como locura), por la somática del cuerpo, por la impotencia de la razón, por su soberbia humillada, por la grandeza conmovedora pero patética de los discursos ideológicos.
Sin embargo, sigo creyendo que es mi mejor novela, tal vez mi mejor libro. Ahora escribo su continuidad. No su segunda parte ni sucontinuación. Se llama La crítica de las armas, pero supongo que el título definitivo se acercará más al nihilismo nietzscheano: El desierto crece. Que es lo que muchos sentimos durante los días que corren.

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