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Por Witold Gombrowicz

Viernes Las muecas de los extranjeros con respecto a Argentina, sus críticas altaneras, sus juicios sumarios, me parecen desprovistos de calidad. Argentina está llena de maravillas y de encantos, pero el encanto es discreto, arropado en una sonrisa que no quiere expresar demasiado. Hay aquí una buena “materia prima” aunque todavía no sea posible fabricar productos. No hay una Catedral de Notre-Dame ni un Louvre, en cambio a menudo se ven por la calle dentaduras deslumbrantes, magníficos ojos, cuerpos armoniosos y ágiles. Cuando de vez en cuando llegan de visita los cadetes de la marina francesa, Argentina se arrebata –es algo obvio e inevitable– de admiración, como si contemplara a la misma París, pero dice: “¡Lástima que no sean más apuestos!”. El aroma de París de las actrices francesas naturalmente embriaga a los argentinos, pero comentan: “No hay una sola que tenga todo en orden”. Este país, saturado de juventud, tiene una especie de perennidad aristocrática propia de los seres que no necesitan avergonzarse y pueden moverse con facilidad.
Hablo solamente de la juventud porque la característica de Argentina es una belleza joven y “baja”, próxima al suelo, y no se la encuentra en cantidades apreciables en las capas medias o superiores. Aquí únicamente el vulgo es distinguido. Sólo el pueblo es aristócrata. Unicamente la juventud es infalible. Es un país al revés, donde el pillo vendedor de una revista literaria tiene más estilo que todos los colaboradores de esa revista, donde los salones –plutocráticos o intelectuales– espantan por su insipidez, donde al límite de la treintena ocurre la catástrofe, la total transformación de la juventud en una madurez por lo general poco interesante. Argentina, junto con toda América, es joven porque muere joven. Pero su juventud es también, a pesar de todo, inefectiva. En las fiestas de aquí es posible ver cómo al sonido de la música mecánica un obrero de veinte años, que es en sí una melodía de Mozart, se aproxima a una muchacha que es un vaso de Benvenuto Cellini, pero de esta aproximación de dos obras maestras no resulta nada... Es un país, pues, donde no se realiza la poesía, pero donde con fuerza inmensa se siente su presencia detrás del telón, terriblemente silenciosa.
Es mejor no hablar de obras maestras porque esa palabra en Argentina carece de sentido... aquí no existen obras maestras, sino solamente obras, aquí la belleza no es nada anormal sino que constituye precisamente la materialización de una salud ordinaria y de un desarrollo mediocre, es el triunfo de la materia y no una revelación de Dios. Y esta belleza ordinaria sabe que no es nada extraordinario y por eso no se tiene el menor aprecio; una belleza absolutamente profana, desprovista de gracia... y sin embargo, por su esencia misma parece estar fundida con la gracia y la divinidad, resulta fascinante por aparecérsenos como una renunciación.
Y ahora:
Lo que ocurre con la belleza física sucede también con la forma... Argentina es un país de forma precoz y fácil. No es posible ver aquí esos dolores, caídas, suciedades, torturas que son el acompañamiento de una forma que van perfeccionándose con lentitud y esfuerzo. Es raro que alguien meta la pata. La timidez es una excepción. La tontería manifiesta no es frecuente y estos hombres no caen en el melodrama, el sentimentalismo o el patetismo y la bufonería, al menos nunca por completo. Pero, consecuencia de esta forma que madura precoz y llanamente (gracias a la cual el niño se mueve con la desenvoltura del adulto), que facilita, que pule, en este país no se ha formado una jerarquía de valores en el concepto europeo y es eso tal vez lo que más me atrae de la Argentina. No sienten repugnancia... no se indignan... no condenan... ni se avergüenzan en la misma medida que nosotros. Ellos no han vivido la forma, no han experimentado su drama. El pecado en Argentina es menospecaminoso, la santidad menos santa, la repugnancia menos repugnante y no sólo la belleza del cuerpo, sino en general cada virtud, es aquí menos señera, está dispuesta a comer en el mismo plato que el pecado. Aquí surge algo en el aire que nos desarma. El argentino no cree en sus propias jerarquías o las considera como algo impuesto. La expresión del espíritu en Argentina no es convincente; ellos lo saben mejor que nadie; existen aquí dos idiomas distintos, uno público, que sirve al espíritu: ritual y retórico; otro privado, por medio del cual los hombres se comunican a espaldas de los demás. Entre esos dos idiomas, no existe la menor relación y el argentino oprime el botón que lo traslada a la grandilocuencia para después oprimir lo que lo devuelve a la vida cotidiana.
¿Qué es la Argentina? ¿Es acaso una masa que no llega todavía a ser pastel, es sencillamente algo que no ha logrado cuajar del todo o es una protesta contra la mecanización del espíritu, un gesto desdeñoso e irritado del hombre que rechaza la acumulación demasiado automática, la inteligencia demasiado inteligente, la belleza demasiado bella, la modalidad demasiado moral? En este clima, en esta constelación, podría surgir una protesta verdadera y creadora contra Europa... Si la blandura encontrase algún camino para convertirse en dureza... Si la indefinición pudiera convertirse en programa, es decir en definición.

Martes El argentino medianamente culto sabe bien que en lo referente a la creación las cosas andan mal.
“No tenemos una gran literatura. ¿Por qué? ¿Por qué en nuestro país hay escasez de genio? Anemia en la música, la filosofía y la plástica, falta de ideas, de hombres. ¿Por qué? ¿Por qué? Hastío, morosidad, ¿por qué? Aridez y pasividad, ¿por qué? ¿Por qué?...” –y he aquí que las soluciones comienzan a multiplicarse–. “Vivimos con una luz prestada de Europa, ésa es la causa. Tenemos que romper con Europa, volver a encontrar al indio de hace cuatrocientos años que duerme en nuestro interior... ¡Ahí está nuestro origen!” Pero la mera ideal del nacionalismo produce náusea a otra facción. “¿Qué, el indio? ¡Jamás! ¡Nuestra impotencia proviene de habernos alejado demasiado de la Madre Patria España y de la Madre Iglesia Católica!” Pero en este punto el ateísmo progresista-izquierdista sufre un ataque de fiebre: “¡España, claro, puf!, oscurantismo, oligarquía; estudia a Marx, ¡te volverás creador!...” Mientras tanto un joven “fino” del centro de Buenos Aires regresa de un té en casa de Victoria Ocampo y lleva bajo el brazo una revue y un poema chino ilustrado con bellos grabados.
Píldoras contra la impotencia: algo ridículo; asombra un poco el hecho de que esta discusión se desarrolle ceremoniosamente desde hace decenios e incluso se haya transformado en la controversia principal de la intelectualidad latinoamericana. Es el tema de innumerables conferencias y ensayos. Ten fe en el Ser Supremo y en Isabel la Católica: ¡serás creador! Introduce la dictadura del proletariado y el culto al indio: ¡sentirás la mejoría! Pero este gimoteo no es de ninguna manera serio; necesitan de genios como si fueran a formar un equipo de fútbol: para ganar el partido con el extranjero. Lo que los pierde es precisamente el deseo de mostrarse ante el mundo, de igualar. El problema principal para estos artistas no es expresar su pasión y construir un mundo, sino escribir una novela de “nivel europeo” para que Argentina, para que América del Sur, logre al fin su papel representativo. Tratan al arte como si fuera una competencia deportiva internacional y pasan horas cavilando en las causas por las que tan raras veces el equipo argentino logra meter un gol.
¿Por qué ocurre tan raras veces el gol? ¿Será acaso culpable de ello el “nosotros”, la palabreja “nosotros”? (a la que le tengo tanta desconfianza que llegaría a prohibir su uso). Mientras el argentino habla en la primera persona del singular, es humano, flexible, real... y quizás en ciertos aspectos supera al europeo. Menos lastre, menos peso heredado: lahistoria, la tradición, las costumbres. Mayor libertad entonces de movimiento y mayores posibilidades de elección: mayor facilidad de mantenerse al paso con la historia. Y esa superioridad sería aplastante si la vida sudamericana no fuera tan fácil, si no desacostumbrara al esfuerzo y a la valentía, al riesgo y a la obcecación, a las decisiones categóricas, al drama y a la lucha, si no desacostumbrara al extremismo que es la zona par excellence “creadora”. La vida fácil ablanda (¿para qué ser duro?)... todo se derrite... Pero a pesar de la falta de tensión, el argentino mientras se expresa en primera persona es un individuo nada tonto, abierto al mundo y consciente... yo aprendí poco a poco a quererlos y apreciarlos. Muchas veces no carecen de gracia, de elegancia, de estilo.
Sin embargo el problema es que este “yo” funciona ahí solamente en los niveles inferiores de la existencia. No saben introducirlo en el nivel superior: en el de la cultura, el arte, la religión, la moral, la filosofía. En ese nivel pasan siempre al “nosotros”. ¡Y ese “nosotros” es un abuso! Si el individuo está por decir “yo”, entonces ese “nosotros” turbio, abstracto y arbitrario le quita lo concreto o sea la sangre, destruye lo directo, por poco lo derriba y lo sitúa en una nebulosa. El argentino empieza a razonar, por ejemplo, que “nosotros” necesitamos tener una historia, porque “nosotros” sin la historia no podemos competir con otras naciones, más cargadas de historia... y empezará a fabricarse esa historia a la fuerza, plantando en cada esquina monumentos de innumerables héroes nacionales, celebrando cada semana otro aniversario, pronunciando discursos, pomposos a veces, y convenciéndose a sí mismo de su gran pasado. La fabricación de la historia es en toda América del Sur una empresa que consume cantidades colosales de tiempo y esfuerzo. Si es escritor, ese argentino comenzará a meditar sobre qué es específicamente la Argentina, para deducir por ende cómo debe comportarse para ser buen argentino... y cómo tienen que ser sus obras para resultar suficientemente propias, nacionales, continentales, criollas. Esos análisis no lo llevan a producir por fuerza una novela relacionada con la literatura gauchesca, puede surgir igualmente una obra realmente refinada, pero también escrita bajo programa. En una palabra, este argentino educado creará una literatura correcta, una poesía, una música, una concepción del mundo correctas, principios morales correctos, una fe correcta... para que todo se ajuste, bien colocado, en su correcta Argentina.
Mientras tanto ¿cómo es esa Argentina?, ¿cuál es ese “nosotros”? Nadie lo sabe. Si un inglés o un francés dicen “nosotros”, bueno, eso a veces puede significar algo, porque allí desde hace siglos se sabe más o menos qué es Francia o Inglaterra. ¿Pero en la Argentina? Mezcla de razas y de herencias, de breve historia, de carácter no formado, de instituciones, ideales, principios, reacciones no determinadas, maravilloso país, es verdad, rico en porvenir, pero todavía no hecho. ¿Es ante todo la Argentina lo autóctono, quienes se asentaron allí hace tiempo? ¿O es sobre todo la inmigración transformadora y constructora? ¿O quizás Argentina es precisamente una combinación, un cóctel, una mezcla y una fermentación? ¿Es Argentina lo indefinido? En estas condiciones el cuestionario entero del argentino: ¿quiénes somos?, ¿cuál es nuestra verdad?, ¿hacia dónde debemos marchar?, tiene que ir al fracaso. Porque no es en los análisis intelectuales sino en la acción –acción apoyada sólidamente en la primera persona del singular– donde se esconde la respuesta.
¿Quieres saber quién eres? No preguntes. Actúa. La acción te definirá y determinará. Por tus acciones lo sabrás. Pero tienes que actuar como “yo”, como individuo, porque sólo puedes estar seguro de tus propias necesidades, aficciones, pasiones, exigencias. Sólo una acción directa es un verdadero escape del caos, es autocreación. El resto –¿acaso no es retórica, cumplimiento de esquemas, bagatela, mamarrachada?
No hay nada más fácil que permitirse aquí un puñado de paradojas animadas por el realismo más despojado. Por ejemplo: el argentino auténtico nacerá cuando se olvide de que es argentino y sobre todo de quequiere ser argentino; la literatura argentina nacerá cuando los escritores se olviden de Argentina... de América; se van a separar de Europa cuando Europa deje de serles problema, cuando la pierdan de vista; su esencia se les revelará cuando dejen de buscarla.
La idea de realizar la nacionalidad bajo un programa es absurda; tiene aquella, por el contrario, que ser imprevista. Así como la personalidad a escala individual. Ser alguien es estar continuamente informándose sobre quién se es y no saberlo ya de antemano. La creación no se deja seducir de lo que previamente existe, ella no es una consecuencia...

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