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EXPERIENCIA

11 de septiembre de 2001, 16 hs.

Paul Auster

Nuestra hija de 16 años salió hoy temprano rumbo a la escuela. Por primera vez en su vida viajaba sola en subterráneo desde Brooklyn hasta Manhattan. Menos de una hora después de que pasara bajo el World Trade Center en dirección al colegio se derrumbaron las dos gigantescas torres. Esta noche no va a volver a casa. El subte ha interrumpido sus servicios. Mi mujer y yo arreglamos que se quedara a dormir en casa de amigos, en el Upper Westside de Nueva York.
Desde los pisos altos de nuestra casa en Brooklyn vimos, sobre el East River, cómo las nubes de humo oscurecían el cielo sobre la ciudad. El viento soplaba en nuestra dirección y el olor del fuego se instaló en todas las habitaciones. Es un olor espantoso de plásticos, maderas y materiales aislantes quemados.
La hermana de mi mujer, que vive en Tribeca, apenas unas cuadras al norte de donde se alzaba el World Trade Center, nos llamó por teléfono y nos hizo oír un grito horrible en la calle, y entonces se vino abajo la primera torre. Otros amigos, que viven en la John Street, nos contaron que la policía los sacó de sus casas después de que la onda expansiva hundió la puerta de calle hacia adentro. Se fueron rumbo al norte, a través de escombros y restos de cuerpos humanos.
Después de haber estado toda la mañana sentados delante del televisor, mi mujer y yo salimos de casa. En la calle, la gente llevaba pañuelos sobre la cara. Otros llevaban barbijos de pintores y cirujanos. Me quedé parado conversando con el hombre que me corta el pelo. Se lo veía desesperado. Su vecina, que tenía al lado de su peluquería una tienda de antigüedades, había hablado por teléfono pocas horas antes con su yerno, atrapado en el piso 107 del World Trade Center. Una hora después, la torre se desplomó.
A lo largo de toda la tarde, mientras el televisor transmitía y yo miraba el humo que pasaba delante de mi ventana, me obligué a pensar en mi amigo, el equilibrista Philippe Petit, que en agosto de 1974 se balanceó sobre un alambre tendido entre las dos torres del World Trade Center, poco antes de que finalizara su construcción. Un hombre pequeño sobre un alambre, a mil seiscientos metros del suelo: una visión de inolvidable belleza.
Hoy ése es el lugar de los muertos. Sólo imaginarme la muerte de tantas personas me da miedo.
Todos sabíamos que algo así podía pasar y durante años lo habíamos hablado. Pero ahora que la tragedia nos alcanzó es mucho peor de lo que cualquiera podía haber imaginado. El último ataque en suelo americano sucedió en 1812. Para lo que hoy pasó no teníamos ningún antecedente. Las consecuencias de este ataque serán sin duda horribles. Más violencia, más muertes, más pena para todos.
Hoy comenzó el siglo XXI.

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