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RESEÑAS

¿Acaso no sueñan los corderos con elefantes eléctricos?

Corderos y elefantes.
La sacralidad y la risa en la
modernidad clásica
José Emilio Burucúa
Miño y Dávila
Buenos Aires, 2001
652 págs. $ 25

Por Daniel Mundo
El último libro de Gastón Burucúa, Corderos y elefantes, se teje sobre dos grandes conflictos: por un lado el que se entabla entre la erudición y el manejo de una bibliografía ilimitada, y la pasión que mueve o debería mover a un historiador cuando lee o a un pensador cuando piensa; por otro lado, el que se traba entre la seriedad de una prosa académica y la risa gozosa de la que esa prosa se alimenta y a la vez suscita. Burucúa no se propone resolver estos conflictos y, justamente por eso, porque no se lo propone, los resuelve. El lector, así, aprende historia, por supuesto, pero antes aprende a deleitarse y disfrutar estudiando y aprendiendo historia.
El cuerpo central del libro se estructura en tres capítulos. En el primero, Burucúa muestra de qué modo la visión paulina de la esencia amorosa del cristianismo nutre la simpleza propia de los corderos renacentistas. Burucúa se aboca a presentar y construir la manera en que tanto los intelectuales relegados como muchos de los elefantes más eruditos del Renacimiento reniegan con sornas y burlas de una ciencia erudita (la metafísica y la teología racional, afirma Burucúa) a la que entre muchos otros adjetivos le adjudican el de soberbia, arrogante, charlatana, servil. El capítulo intenta mostrar que buena parte de los límites disciplinares tal como los conoció la modernidad se deben, antes que a los afanes positivistas de los científicos, a la caridad simple y robusta definida por San Pablo y cuidada por algunos intelectuales que escucharon la voz de la cultura popular.
En el segundo capítulo se intenta iluminar el papel fundamental que lo cómico-popular tuvo en el núcleo del humanismo renacentista. Este humanismo, como es de sospechar, estaba integrado, en su inmensa mayoría, por elefantes. La manada ilimitada de elefantes que pasea con comodidad por las páginas del libro da testimonio, precisamente, de aquello otro que las historias oficiales no cuentan: el saber modesto y pleno de los corderos.
Burucúa no se contenta con dar la definición o las definiciones de la risa que conoció el Renacimiento. Su trabajo principal consiste en un análisis de obras que pertenecen a autores renombrados (Petrarca, Bruno, Galileo, Brunelleschi, Maquiavelo, para nombrar unos pocos) y a escritores, poetas, historiadores que tan sólo puede conocer un especialista minucioso del Renacimiento que se ha preocupado por el legado completo de su mundo. Así, una de las tantas cosas que se descubren leyendo el libro de Burucúa es que la risa no tiene sólo la función de revertir el orden vigente, o de oponérsele: la risa, el sarcasmo, la burla constituían más bien estilos de escritura que los elefantes utilizaban para polemizar, y cuyo origen provenía en buena medida de la cultura popular de los corderos.
En el tercer capítulo se rastrean dos cuestiones alrededor del lugar central que tuvo la mujer tanto en la ópera como en la comedia moderna. A partir de los trabajos de Ruth Padel sobre lo femenino como insania en la tragedia clásica, Burucúa elabora la forma que asume la mujer en el género operístico que nace en el Renacimiento tardío y que alcanza a la contemporaneidad: se ocupa tanto de la trama literaria como de la musical. A continuación, se intenta mostrar cómo “el eros jocoso femenino” de lacomedia sirve de contrapeso reparador a la desmesura en la que solemos incurrir los hombres.
El lector fatigado que termina de recorrer las seiscientas y pico de páginas constata que al lugar histórico construido por Burucúa no se puede acceder con facilidad. Por ello, cuando se arriba a algún claro en la espesura de nombres, de citas, de sinopsis, el lector debe entregarse al solaz de la diversión, y agradecerle al escritor por el gozo que le permitió compartir.


Alteraciones

Utopía y desencanto
Historias, esperanzas e ilusiones de la modernidad
Traducción de J. A. González Sainz
Claudio Magris
Anagrama
Barcelona, 2001
364 págs. $ 15

Por Diego Bentivegna
Los textos de Claudio Magris son la obsesión por escribir un territorio. Su escritura es una travesía por una zona heteróclita, resultado de la descomposición del imperio austrohúngaro y sus estribaciones balcánicas; una zona fragmentada y conflictiva en la que se ha configurado un modo peculiar de concebir y de practicar Europa como multiplicidad y que tiene su límite fluctuante e impreciso en el Danubio, el río que da nombre al más conocido de los libros de Magris.
Para la mirada occidental, esa tierra imprecisa comienza en Trieste, la ciudad en la que Magris nació en 1939, sólo veinte años más tarde de su primera anexión a Italia. Por razones históricas, en Trieste la identidad se piensa, siempre, como conflicto, como un ejercicio de distanciamiento, de autoironía.
Entre 1945 y 1954 Trieste (cuya relación con la literatura del siglo XX es estrecha: en ella nacieron Italo Svevo y Umberto Saba; Joyce pasó un período allí; Kafka trabajó un tiempo para una compañía de seguros triestina) fue un territorio autónomo. Sólo luego de un plebiscito en el que los votantes debían optar por la anexión a Italia o a Yugoslavia, se fijaron los límites entre las dos naciones, límites que se encuentran literalmente en las afueras de la ciudad, donde hoy comienza el territorio esloveno. Cada día, llegan a Trieste miles de inmigrantes eslavos, albaneses, kurdos y palestinos, ávidos por ingresar al desarrollado Nord. “Desde el otro lado” es el nombre del ensayo que Magris dedica íntegramente a Trieste y al problema de la frontera. En la medida en que Magris (como Joyce desde Dublín o Borges desde Buenos Aires) lee el corpus de la literatura de Occidente desde este margen de Europa, los productos de ese acto de lectura se presentan como el objeto de miradas descentradas. Como alteraciones.
Si la lectura es un descentramiento, la escritura equivale a un viaje. En este sentido, para Magris, la Odisea es el texto constitutivo de la literatura occidental. A su manera, la gran literatura de Occidente, y sobre todo la del siglo XX, no hace sino reescribir ese texto, ya en la odisea circular de Joyce, ya en la odisea lineal, direccionada a la disolución y a la nada, de Musil. Es esa misma idea de desplazamiento la que articula el mecanismo de lectura que Magris aplica a un corpus amplio y heterogéneo que va desde la tradición oral de los lapones y la literatura del Nobel yugoslavo Ivo Andric hasta sus amadísimos Goethe, Hermann Hesse y Thomas Mann (no olvidemos que Magris es, sobre todo, un eruditísimo profesor de literaturas germánicas en las universidades de Turín y de Trieste). El artículo que dedica a los ensayos del autor de Los Buddenbrook (que los lectores argentinos ya conocíamos en una traducción publicada en el número octavo de la revista Confines), donde se pone el acento en la tensión productiva entre la Kultur germánica y la Zivilisation afrancesada –que es también una tensión formal entre novela y ensayo– es sin ninguna duda de lo mejor que se haya escrito acerca del autor alemán. Su sola inserción en esta serie de ensayos (junto con el artículo dedicado a trabajar los sutiles límites entre el kitsch y lo sublime en la correspondencia entre Martin Heidegger y Hanna Arendt) essuficiente como para obviar ciertas flojedades en las que caen, a veces, algunas intervenciones de Magris.
La mayor parte de estos ensayos han sido escritos luego del descongelamiento de los flujos históricos que Magris encuentra en los acontecimientos del ‘89, a lo largo de los años en los que los Balcanes volvían, otra vez, a disgregarse (Sarajevo, el asedio de Duvrovnik –que los italianos insisten en llamar Ragusa–, las masacres en Bosnia y en el Kosovo, las bombas sobre Belgrado). Han sido escritos bajo el signo de la fragmentación y del ocaso, otra vez, de un modelo de Europa que implica, al mismo tiempo, un nuevo principio de construcción. Han sido escritos, también, contra las formas más superficiales de pensar, o mejor, de propagar el nihilismo y la desesperación. Contra estas formas actuales del lloriqueo, Magris trata de descifrar (sobre todo a partir de una lectura política del superhombre de Nietzsche como conjunto de átomos en flujo) nuevas e imprevisibles configuraciones que sólo la literatura está en condiciones de percibir. Quizá sea está tensión entre lo que muere y lo que todavía no puede nacer del todo lo que asegure la lectura apasionada de estos ensayos de Magris en nuestras crueles provincias.


Los nuevos monstruos

Invasores de Marte
Javier Calvo (comp.)
Mondadori
Barcelona, 2001
245 págs. $ 18

por Walter Cassara
Éste es un Almanaque orientado a los cultores del cine bizarro y las historias de ciencia ficción. Sin más aspiraciones que el hedonismo accidental que puede vincular ambos géneros, los textos aquí reunidos intentan abordar el horror desde la literatura, aunque bajo los diligentes efluvios de Hollywood y el cine gore de los ochenta, aquél de las rubias oxigenadas y ahítas de heroína como Cristina Ricci o Drew Barrymore, los chicos dark a lo Tim Burton, las fiestas retro (aquellas que terminaban al atardecer, en una inevitable catástrofe), los remozados maquillajes góticos y la proliferación de psicópatas en celuloide berreta.
Si bien el criterio de la selección es bastante evidente (con un prefacio o billete para el infierno del recopilador y un epílogo de Eloy Fernández Porta que se adentra en las mesetas misteriosas del avant-pop), el efecto conjunto de los textos queda un tanto apagado por el escándalo que los patrocina. Escándalo que, naturalmente, es condición necesaria del aquelarre al que convidan cada uno de estos cuentos, desplegando un exuberante bazar de necrofilia, historias de fantasmas y muertos vivos.
La edición (a cargo de Javier Calvo) reúne un material narrativo heterogéneo, pero que acuerda bien –ya sea por su excentricidad, su constante humorística o su trabajo sobre la parodia– con las normas y el espíritu del género. Hay que destacar el hecho de que estas mismas normas se vuelven ostensibles en el lenguaje, a través de expresiones como “las ambulancias, vistas desde afuera, son muy diferentes a cuando uno las contempla desde adentro” o “con el trazado de la ruta in mente, surcó el
barrizal del pasillo haciendo un notable esfuerzo por no perder la vertical y eludir a un tiempo a los zombies”; aunque queda por indagar si pertenecen a la órbita de un naturalismo lacónico y extremo, proferido por un apuntador de quirófano, o si nada más siguen la estela de los arabescos trazados por Poe y Baudelaire.
Autores raros, de circulación escasa o heterodoxa, en su mayoría latinoamericanos nacidos entre los 50 y los 60 (Roberto Bolaño, Guillermo Martínez, Naief Yehya, Lázaro Covadlo, Rodrigo Fresán y César Aira, entre otros) son los curadores de esta simpática exhibición de atrocidades que homenajea al bizarro, esa exacerbación de estilos que un afamado maestro freak definió como “un relato bíblico contado en formato de western spaghetti, con un énfasis lisérgico y sangre por todas partes”. Género que no es tan fácil de circunscribir en literatura, pero que acecha en sus bajos fondos desde siempre, como una bisagra, un agujero negro por donde se cuelan los viejos mitos innominables y el humor oportuno de los martes 13.

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