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La cárcel del lenguaje

El pasado 2 de septiembre, Jorge Barón Biza publicó en La Voz del Interior �El canto de la lejana libertad�, una larga nota sobre la poesía que podía leerse en las abandonadas paredes de la cárcel de Córdoba. Ofrecemos a continuación los fragmentos más significativos.

Por Jorge Barón Biza
El pasillo es tan estrecho que las puertas abiertas de las celdas enfrentadas casi se tocan. Es tan alto y sombrío que el techo se pierde en la penumbra que entra por unas ventanitas desde lo alto, tan arriba de las puertas que ni con zancos se podría ver el exterior a través de ellas.
El guardia tiene más de 60 años, más de 30 años en el Servicio Penitenciario. Está de vuelta de todo. Mientras dura su turno es el único ser viviente en todo el edificio. No es muy impresionable. Nadie que haya sobrevivido allí es muy impresionable, no importa del lado que esté. En sus rondas nocturnas, cuando pasa por los lugares más oscuros, asegura que lo saluda un tranquilo: “Buen día, maestro”. Pero es siempre de noche. No puede reconocer la voz. Los gemidos y los rumores de pasos lo tienen ya sin cuidado. Por supuesto, es un lugar muy cargado: “Estas paredes han sido testigos de gran número de muertes”, dice.
Las paredes de las celdas tienen por lo general una misma disposición para los ojos: una banda inferior destinada a fotos y leyendas, y una pared entera o un espacio superior en el que señorea una imagen grande, un escudo vinculado con la identidad del grupo y que no se repite en ninguna otra celda. Puede ser un austero Che delineado a plantilla, sin colores; un colorido corazón de Boca atravesado por una rosa; una cara ingenua de mujer delineada a mano alzada muy torpemente y sombreada con lápiz, con las enormes pestañas que le cruzan casi toda la frente de un gris ahumado, el pelo gris, los ojos grises; no le han dibujado el mentón, pero la boca y la perilla son rojas intensas. En otra celda, una imagen del Corazón de Jesús tiene también rasgos descoloridos pero el corazón en llamas es intensamente rojo. En lugar de santos, lo acompañan coches cuidadosamente recortados en cada rueda, en cada faro protuberante, coches para picar libres en las carreteras por esos caminos de Dios. En otra, el opuesto, una cara demoníaca con cuernos que ponen el mundo entre paréntesis, nariz de boxeador, cejas negrísimas que tapan los ojos y una boca abierta que parece llorar en un grito.
La atención del visitante ha buscado al principio las leyendas e imágenes más impactantes. Pero en una segunda mirada, aparece otra lírica, otros sentimientos más profundos, más importantes.

“Viste como corre el agua cuando para de llover
así corren mis lágrimas cuando no te puedo ver.”

“Hijo mío perdóname si me extrañás
tú me necesitas, que Dios te proteja.”

“En mi vida sólo importas tú
porque desde que te vi
algo dentro mío está cambiando.
El mundo me parece un lugar mejor
donde se puede ser feliz.
El sol parece brillar más.
El corazón parece latir con más fuerza.”

“Estoy pensando en ti
estoy pensando en mí
estoy perdiendo el tiempo
sin que sepas que estoy pensando en ti.”

“El sol tiene calor
la luna tiene amorcariño mío tu cuerpo me da calor
debes saber que no puedo vivir sin tu amor
porque la soledad es fría como el invierno
y oscura como la noche sin luz.
Ven aquí a mi lado.
No me dejes así solo abandonado.”

Finalmente, hay un género especial, un arte hermético ante el cual uno se pregunta qué quiso decir el autor. Imágenes que parecen salidas de ninguna parte, sin modelo, sin objetivo: sombreros inverosímiles junto a sables del siglo pasado, animales que no son de este mundo, figuras abstractas o quizá inacabadas. Los textos no son menos misteriosos:

“Saltarlo no es muy difícil
lo difícil es encontrar quien lo haga.”

“Si vivir es perderte,
prefiero morir y no tenerte.”

“Amor, libérame de las razones por las que tú prefieres llorar y yo prefiero volar.”

¿Literatura del verdadero límite? ¿Literatura del otro lado del límite? Aquí nadie jugó al surrealismo ni al dadaísmo. El contrasentido, el absurdo, lo incomprensible tuvieron aquí un valor existencial que hace que nos riamos de todos los experimentos de la ciencia literaria. Estos textos ponen también a los que los leen en el límite, sobre todo si se los lee aquí, en las celdas abandonadas para siempre, evacuadas sector por sector.
Estos pocos textos ambiguos y herméticos resumen los otros, los de odio, amor o salvación. Estos son los textos del misterio. No se trata de misterios policiales, sino de un misterio que anidó en lo más profundo de unas vidas destruidas y que sin embargo conservaron y recibieron la fuerza para tratar de rehacerse y también la fuerza del amor. No son textos que tengan una finalidad segura: no lloran, no bendicen, desconciertan. Y ése es quizá el último derecho de las experiencias de este lugar: el derecho al misterio, el derecho a no mostrarse enteramente a pesar del hacinamiento, del panóptico vigilador, de las requisas. El derecho de proclamar que, después de todo, las víctimas conservan ese rincón al que no ha llegado nadie y que, quizá, explicaría todo, que en el misterio del hombre reside el amor y su redención.

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