![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
El General Villegas tiene quien le escriba Por Laura Isola Querido Manuel: Una vez más, como cada dos años, General Villegas se dispuso para un homenaje a tus novelas, a tu cine y a la fatalidad de tu nacimiento, con el nombre Puig en acción, entre el 18 y el 20 de octubre. Hace tanto que te fuiste de esas cuadras y esas casas bajas que no creo que te importe que empiece contando qué poco ha cambiado. Perdón, no hay justicia en estas palabras: el cine �Español�, que estuvo cerrado durante 25 años, está en proceso de remodelación y piensan que abrirá pronto. Tampoco es el mismo paisaje, aunque esto parecería nunca cambiar: unas severas inundaciones han hecho de la inmensidad verde y sembrada de la Pampa unas monumentales lagunas sin belleza, testimonios de la pérdida y la desgracia. Por último, para relativizar aún más el comentario sobre lo inmutable, este homenaje en tu pueblo natal ha hecho que las cosas se pongan patas para arriba. Creo que en orden de responsabilidades por la sacudida mayúscula que se le viene haciendo a la apacible ciudad de 17.000 habitantes, que vuelve a releer tus novelas y a discutir y señalar con el dedo quién es quién en Boquitas Pintadas o en La traición de Rita Hayworth, hay que mencionar a Patricia Bargero y Ana Méndez, las bibliotecarias organizadoras del encuentro. ¡Si vieras a estas dos mujeres! ¡Qué capacidad de trabajo y qué claridad de ideas al momento de invitar expositores, conseguir auspicios, organizar mesas y oficiar de anfitrionas! Vos, Manuel, conoces Villegas mejor que nadie y mejor que nadie sabrás valorar el esfuerzo. Ya paso a contarte quiénes estuvieron pero antes quiero que sepas que toda esta movida es muy sabia. No es que General Villegas se haya transformado en Coronel Vallejos y que todos los negocios, clubes y bibliotecas se llamen Boquitas Pintadas o Manuel Puig, como pasó con Aracataca, que es una sucursal de Cien años de soledad, y hay allí mariposas y Macondos por todos lados. Tampoco te creas que tenés tu monumento o que una calle lleva tu nombre. Quizá sea mejor así, si no fijate lo que le pasó al pobre Borges: le pusieron su nombre a una calle de la manzana del poema �Fundación mítica de Buenos Aires� y el resultado fue que la manzana esa ya no existe más. Todo comenzó el jueves por la tarde con las primeras ponencias a cargo de Elvio Gandolfo, Guillermo Saccomanno y Martín Malharro sobre el relato policial. La mesa fue muy sugerente, no tanto por el modo en que se discutieron tus incursiones en ese género sino por lo que surgió del público. Tendrías que haber visto a �tus mujeres de novela�, las verdaderas Nenés y Mabeles, aportando datos sobre los personajes �reales�. Fue muy divertido y todos empezamos a sospechar que Puig, en Villegas, se lee de otra manera. Acá sos, decididamente, un escritor realista o un cultor del roman a clèf. Tu hermano Carlos y tu primo Héctor no se perdieron ni una y le daban a la platea un inquietante aire de familia. La noche se cerró con la presentación de un grupo de títeres (Los fantasmas de Puig), �Las estratagemas de la araña� y �Escenas de Boquitas Pintadas�, performances de Fabián Pellegrini por el grupo Sin máscara de Bahía Blanca. El viernes amaneció soleado pero pronto se largó a llover. Esta jornada la comenzaron los críticos y se escucharon los trabajos de Guillermina Rosenkrantz, José Amícola y Julia Romero (cuyo trabajo fue leído por otro, ya que ella no pudo llegar). A continuación, una mesa de escritores en donde escuchamos un iluminador texto oral de Alan Pauls, que encuentra en tus novelas la imagen de la perfección totalmente heterogénea y al escritor más ajeno y distante a su propio estilo. Luego Saccomanno leyó un anticipo de la novela que está escribiendo, que promete ser muy interesante. Para cerrar, Elvio Gandolfo trajo una delicia de texto sobre los ómnibus y los viajes en ómnibus, entrega de ajustadas descripciones y pintorescas reflexiones sobre ese objeto y esa actividad tan terrenal. Pauls hizo doblete y se volvió a presentar en una mesa sobre cine junto a María Mancuso y al actor Osvaldo Tesser, que recordó su nominación al Molière por El beso de la mujer araña, la obra de teatro. Como verás, fueron largas sesiones de intercambio de ideas y buenas intervenciones. La noche nos tenía preparados dos espectáculos: una obra de teatro y murga. �El misterio del ramo de rosas� �que, te digo, no es de lo mejorcito de lo tuyo�, con Roxana Randón y Ana Padilla. Luego, en el cine Rex, la murga trágica interpretada por �Escrachados de la trucha� y dirigida por Coco Romero logró el grande finale de un segundo día satisfactorio. El sábado salió el sol y las caras de los parroquianos se distendieron un poco, porque la lluvia para las zonas agrarias inundadas significa catástrofe. En la primera mesa de este día se presentaron Graciela Speranza, Adriana Bocchino y Alberto Giordano. Speranza comenzó su exposición con la proyección del final de Fatalidad de Joseph Von Stemberg y volvimos a ver, como tantas veces habrás visto vos, a la increíble Marlene pintándose los labios y arreglándose las medias frente al pelotón de fusilamiento. Giordano eligió nuevamente su libro preferido entre los tuyos. Para esta oportunidad, y después de haber escrito un libro sobre tu obra, Manuel Puig, la conversación infinita, prefirió Cae la noche tropical. A la mesa siguiente se sentaron Jorge Dorio y Marcelo Schapces. Este último para hablar de Puig y el cine. El primero, no quedó tan claro. Quiso armar una polémica o un �debate�, palabra tan cara a su situación actual que no prosperó. Tal vez porque no haya encontrado polemistas a su altura o porque no haya estado a la altura de las circunstancias. Igual estuvo bien y siempre es bueno un poco de sacudida, cuando las aguas se empiezan a estancar en tranquilizadores homenajes. Siguiendo brevemente con esto, te cuento, que en el espectro de trabajos ninguno se metió con temas incómodos ni estudios queer ni hipocresías pueblerinas. Para una próxima vez, quizá. Promediando la tarde, se esperaba la conferencia de César Aira, que se presentó de riguroso negro y comenzó a leer un trabajo con sus medios tonos tan sugerentes y cautivadores. Su exposición fue brillante, entre la sutileza del concepto �Puig o el ingenuo�, al comentario deliciosamente inteligente. El público escuchó en medio de un silencio activo, disfrutando cada palabra, como si estuviera en un concierto. Esto fue lo que dijo Alan Pauls, cuando terminó, y era una descripción perfecta de lo acontecido. Aira recibió muchos elogios con una cierta incomodidad. Tal vez nadie le dijo el que secretamente esperaba o el único que alguna vez creyó que se merecía: ¡Qué actor! El final de las jornadas tuvo un cierre doble: la presentación de los libros de Alberto Giordano, ese que te dije más arriba, por César Aira, ahora en papel de presentador y Querida familia: cartas de Manuel Puig, una edición anotada a cargo de Graciela Goldchluk. La agenda tan apretada no nos dio tiempo para un descanso y del Club Eclipse, donde tuvieron lugar todas las mesas, nos fuimos a la Vieja Usina. Sí, justito en la cuadra de tu casa. Ahora es un teatro-fábrica que se nota que tiene interesantes posibilidades. La obra que se puso fue Puig...95% de humedad, con dirección y puesta en escena de Mausi Martínez. No te voy a aburrir con una crítica del espectáculo pero ha tenido mucho éxito y repitió funciones terminado el evento que le daba el marco. Como verás, fueron tres días agotadores e intensos. A lo que se le suma el hecho de estar allí, donde todos dicen que te conocen y tienen algo para contar sobre tu vida. Que si un primo fue con vos a la primaria, que si la señora de la esquina era, verdaderamente, la que dejaba entrar hombres a escondidas a su casa. Al final, poco queda de �Villegas contra Puig�, como reza un artículo periodístico aparecido en el diario del pueblo en el que se te acusa de difamar el buen nombre y honor de las familias villeguenses y en el que el mismo intendente sale a decir que si te dieran el Premio Nobel ellos contemplarían tu situación. Eso resulta tan lejano. Es cosa de viejos, porque Manuel Puig en Villegas es cosa de jóvenes que te tienen como una suerte de icono de rebeldía y desparpajo, en una especie de lectura punk y contestataria que se hace de tu obra. Así están las cosas, Manuel, hijo dilecto de Villegas (si se me permite la humorada). Nada más por ahora, salvo decirte que el encuentro sirvió para extrañarte y que (como se despedía Juan Carlos) te beso hasta que digas basta.
Manuel Puig, yo mismo Por Guillermo Saccomanno En el invierno de 1968 yo tenía casi veinte años. Y citando a Paul Nizan, �no permitiré que nadie jamás diga que ésa es la edad más hermosa de la vida�. Ese invierno el editor y librero Jorge Alvarez publicó La traición de Rita Hayworth, la primera novela de Manuel Puig. En los colectivos y subtes en los que viajaba de ida y vuelta del trabajo, la devoré hasta desencuadernarla. Por entonces había dos escritores que me tiraban: Arlt y Faulkner. En Puig sentí el sonido y la furia de una traición, en el sentido sartreano que Oscar Masotta, por entonces, aplicaba a la lectura de Arlt. Tenía veinte años y, cada tanto, espiaba esa librería de la calle Talcahuano donde se reunían los escritores que participaban de la movida intelectual progresista. En esa época, �progre� no se usaba, era un insulto. Se era de izquierda. Creo, una tarde, haber visto a Puig en esa librería. En esa época quizá la literatura me parecía inaccesible. En consecuencia, al idealizarla, no me animaba a encarar a un escritor y pedirle que me firmara un ejemplar. Quién me creía yo que era. Hace unos días, cuando me invitaron a General Villegas con motivo de un homenaje a Puig , volví a leer La traición.... Me acordaba no tanto de la novela en sí (la trama, su estructura) como de lo que había significado para mí. Ahora, al releerla, indagaba quién era yo cuando leía a Puig, qué leía el yo que era entonces. En Puig escuchaba las voces de mi abuela, mi madre y sus primas. Escuchaba cómo se reproducía, en la familia, todo un sistema de autoritarismo y represión. Esas eran las voces de una violencia contenida y no tanto. Desde esta idea de la violencia, se me ocurre, se habilita una estrategia de lectura de Puig. Una lectura política. La traición... debe leerse entre el París del �68 y el Cordobazo de acá, un año más tarde, representando la insurgencia obrera y estudiantil. Entonces, la cultura se dividía en dos bandos: La Nación/Sur (Borges, todo un símbolo) versus la coqueta avant garde de Primera Plana y las revistas literarias de izquierda. Puig viene prestigiado desde este lado. En su consagración inmediata participaba el rescate en boga de los géneros marginales (el pop, el kitsch, el camp, el comic) propiciado por el Di Tella. Dwight McDonald, Abraham Moles, Gillo Dorfles, Umberto Eco y Roland Barthes eran, entre otros, los teóricos que se proponían en el debate. Pero Puig era, es, más que la incorporación de signos populares (cursis, triviales, esquemáticos) ajenos a la literatura culta. Puig es la violencia que esas escrituras representan. No es desatinado considerar la operación de Puig (no digo que fuera consciente, pero estaba en el aire) como un equivalente del entrismo de la izquierda en el peronismo. Puig adopta el discurso del poder que las víctimas creen suyo. Y lo des-dice. El discurso de las víctimas. En este punto, Puig es a la violencia doméstica lo que Walsh a la social. Si se considera la bibliografía existente sobre estos dos escritores, puede pensarse, de modo maniqueo, en un antagonismo. Puig encarnaría la experimentación sofisticada del lenguaje y Walsh, el compromiso político que, además del riesgo físico, implica un riesgo en el estilo. Nada de eso. La dicotomía limita. Puig es tan animal político como Walsh literario. Hay dos cuentos de Walsh, �Cartas� y �Fotos�, que prueban los vasos comunicantes entre ambos. Tanto Puig como Walsh proceden del interior. Ambos están implicados en la tensión centro-periferia, que se expresa en la elección de escrituras marginales (el folletín, el cine, la novela policial, el periodismo). Y sus literaturas resultan absolutamente complementarias. Es cierto que Puig desterritorializa textos todo el tiempo. Y así muestra, todo el tiempo, que todo es lenguaje, pero lo hace planteando: 1) los discursos no son sólo discursos; 2) los discursos se comprenden sólo en función de un contexto. Al adoptar el melodrama, Puig no sólo asume estar de parte de las víctimas. Elige sus voces, el cliché que los mecanismos de constricción ideológica les han impreso y resignifica lo que se dice. Los personajes de La traición... son pequeños propietarios contemporáneos a los de Arlt (la novela arranca en la Década Infame y termina con el primer gobierno de Perón). Sus voces, en oportunidades tan afectadas como las arltianas, suenan sin embargo más que reales. Es ese amaneramiento, justamente, como deformidad, el campo de irritación en donde Puig, como Arlt, vienen a reafirmar que la cultura es conflicto. La lucha de clases es también lucha de discursos. Cuando ahora vuelvo a leer esa primera novela de Puig, con los dibujos que hacen Mita y Toto, vuelvo a los dibujos que mi madre, cuando yo era chico, hacía de los artistas de cine. Me veo copiando esos dibujos que le admiraba. Hoy me pregunto qué dibujaba mi madre, qué copiaba yo. Esas caras eran la proyección de aspiraciones frustradas. De eso le hablaba Puig al que yo era cuando lo leía a los veinte pensando en hacerme escritor. En los primeros tiempos de la democracia se pasó por televisión un documental sobre Puig. La cámara preguntaba a pibas y pibes de General Villegas (Vallejos, Yoknapatawpha) qué idea tenían de Puig. No fueron pocos los que coincidieron en mencionar las miserias de pago chico para explicar su vida y su obra. Puig era diferente, destacó alguna chica. Con esa diferencia, la homosexualidad, pero no sólo la homosexualidad, Puig construyó, al denunciar los comportamientos de una clase, una traición. Que la universidad que, en su tiempo, regida por griegos y latines, despreciaba los géneros marginales lo reivindique ahora con una profusión aluvional de estudios y que hoy General Villegas lo celebre son síntomas de reparación póstuma. No obstante, dos buenas preguntas a tener en cuenta son: ¿A qué Manuel Puig ningunea hoy la universidad? ¿Qué Manuel Puig hoy estará pensando en huir y traicionar General Villegas? Se me dirá que la Universidad y General Villegas han cambiado. De acuerdo. Sin embargo, me cuesta pensar que toda canonización no tienda a neutralizar lo que de subversivo puede tener un autor, una obra. Ni arqueología ni regreso con gloria. Puig, por más reparaciones institucionales culposas que se hagan, sigue contando la misma historia entre polleras, sacando los trapitos al sol: violencia, humillación, resentimiento. Una ecuación simple: sexo-dinero-poder. Así me explico: el que yo era en aquel invierno del �68, cuando espiaba la librería de Jorge Alvarez, si no se animó entonces a pedirle a Puig que le firmara un ejemplar, seguramente estaba demasiado atemorizado por los efectos de esa represión. La literatura era algo fino, inalcanzable, como una estrella de cine, una posición en la vida, o simplemente, un barrio que no tuviera ni calles de tierra ni el olor de los mataderos. |