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ENCUENTROS

Resistencia y literatura

Se realizó en Trelew el XI Congreso de Literatura Argentina. Radarlibros participó del evento y cuenta la mayor parte de lo que allí se dijo.

Por Guillermo Saccomanno
Se suele decir que el oficio de escribir y el de distraer la muerte son el mismo. De esto parecen hablar las tumbas del cementerio de Trelew, junto a la capilla Moriah, donde el viento acaricia esas lápidas oscuras con epitafios de índole literaria. No demasiado lejos, en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, el 7, 8 y 9 de noviembre se desarrollaba el XI Congreso de Literatura Argentina. La actividad del encuentro fue tumultuosa. En esos contados tres días, con aulas repletas y desbordantes de concurrencia, el programa general de actividades ofreció un nutridísimo programa de exposiciones, talleres, seminarios, charlas y lecturas. Estudiantes, profesores, críticos, narradores y poetas se abocaron a una preocupación: la identidad, tal el tema del congreso. Nada casual entonces que el congreso estuviera dedicado a la memoria del escritor y documentalista Adrián Giménez Hutton. Como es sabido, Hutton fue el autor de La Patagonia de Chatwin, un preciso recorrido de la travesía del viajero inglés de los 70.
Desde Mar del Plata, docentes y alumnos chartearon un colectivo. Hubo delegaciones de Bahía Blanca, Rosario, Córdoba, San Juan y Comodoro Rivadavia. “Durante el último ajuste de Cavallo y sus secuaces”, arrancó Marcelo Eckhardt en el discurso inaugural del congreso, “pensamos que les sería muy difícil a los docentes y estudiantes de todo el país venir a Trelew. Pero pasó los contrario, se anotaron casi doscientos expositores pertenecientes a veintiséis universidades del país. Se redobló y se redobla así la apuesta frente a los que suponen que el miedo y la inseguridad laboral deben mantenernos quietos y derrotados”. Presentado como acto de resistencia, el congreso no fue simplemente una convergencia de diferentes universidades. La identidad, como eje, impuso que las ponencias presentadas se centraran rigurosamente en la revisión del pasado y presente de nuestra literatura. Cané, Holmberg y Lugones resultaron tan atractivos, en los análisis planteados, como los más recientes Rivera, Fogwill o Feinmann. En lo que se refiere a narraciones patagónicas recientes, se presentaron estudios sobre los “fueguinos” Sylvia Iparaguirre y Eduardo Belgrano Rawson. Por el lado de la teoría literaria y la crítica, participaron Nicolás Rosa (presidente honorario del congreso), Jorge Panesi, Graciela Speranza, María Coira, Oscar Blanco, Sylvia Saítta y Martín Kohan entre otros. En poesía, Arturo Carrera y Daniel Freidemberg. Entre los narradores Miguel Vitagliano, Eckhardt (coordinador impecable del encuentro), Esther Cross y quien suscribe.
El antagonismo entre los narradores y poetas y lo que se denomina “la academia” es de larga data. Pero esta discrepancia quedó restringida en esta oportunidad. En principio, la reunión de narradores y poetas con críticos y estudiosos transgredió esa cuestionable antinomia entre teoría y práctica. En este aspecto, en su doble accionar como ensayista y narrador, Vitagliano propuso ahondar en esta relación entre los dos bandos, que no tiene por qué reducirse a compartimentos estancos. El discurso de la crítica, y en este encuentro se hizo evidente, fue según Graciela Speranza menos hermético. Nicolás Rosa, por su parte, subrayó el alto nivel de las exposiciones y festejó como indispensable el diálogo entre escritores y críticos como dato enriquecedor para tener en cuenta en futuros encuentros. Trascendiendo el anecdotismo y lo folklórico, las temáticas desarrolladas, muchas influidas por los denominados estudios culturales y el relevamiento de lo colonial, el Congreso apuntó a la revisión de la literatura argentina poniendo el foco en las tensiones ideológicas y políticas. Si hubo un protagonismo en el encuentro, fue la labor militante de los poetas. En este aspecto, Anahí Mallol se mostró como cruzada eficacísima de las nuevas tendencias poéticas, desde el pop hasta la corriente chabona.
Se hace verdaderamente complicado resumir en el espacio de esta crónica los ensayos presentados en este congreso. Se vuelve imposible reflejar enpocas líneas la apasionada disertación magistral de Nicolás Rosa sobre el poeta Néstor Perlongher, así como también el lúcido y humorístico ensayo de Jorge Panesi sobre José Ingenieros. Merecen un detenimiento que excede este espacio las ideas de María Sonia Cristoff sobre la literatura de los viajeros. Igualmente, la lectura rigurosa que de Saer hizo María Coira. O Speranza de Fogwill. También es difícil reproducir acá la belleza del texto escrito especialmente por el poeta Arturo Carrera, una meditación acerca del arte del payaso y el arte del poeta.
Y, como siempre suele ocurrir en estos eventos, hubo instantes en que pareció que la diversión estaba en los alrededores. Por ejemplo, en las mesas del Touring Club, ese bar de hotel tan vetusto como cómplice, o en la sobremesa del coqueto restaurante El Viejo Molino. Un mediodía, acompañando el café, Nicolás Rosa, más narrador que crítico ahora, propuso con picardía una historia sexual de la literatura argentina, historia que debería tener en cuenta los pasajes y desplazamientos de escritoras y escritores por alcobas y lechos. Si fulana, al pasar por mengano, cambió su prosa. O si perengano, al juntarse con zutana, modificó su indumentaria. Los nombres se reservaban pudorosamente, pero todos, quien más quien menos, podían identificar a los involucrados. Entonces alguien comentó la relación entre cómplice y diplomática que unió a Bioy Casares con Silvina Ocampo. Una sospecha generalizada acordó que tal vez ella era más escritora que él, quien en buena medida recelaba de ese talento femenino confinado a una reserva esencial. Una de esas noches, entonado, Daniel Freidemberg, orgulloso de los dieciséis años de Diario de poesía, empezó a evocar historias de su niñez. Mientras bebía una Pepsi, Freidemberg pormenorizó la incidencia del alcohol en las infancias de antes, como el huevo batido con oporto para ir al colegio. La infancia, territorio habitual de la poesía de Carrera, le dio al vate para detallar el misterioso erotismo que representaban la cánula y el irrigador de las enemas siempre colgados en el baño de su casa familiar.
El congreso se clausuró con una asamblea de balance y discusión acerca de su próxima entrega. Para Eckardt y Alejandro de Oto (además de delegado académico, autor de un interesantísimo ensayo sobre Richard Burton y Africa), el resultado del congreso fue brillante. “El balance que hacemos es muy positivo en términos particulares de nuestra carrera”, declaró Eckhardt. “Además de pensar seriamente la excelencia académica, acá se trató también de una puesta al día de nuestra literatura. En el amplio abanico de las posibilidades de estudio, investigación y ensayo, se detectó una gama variada de acercamientos a la literatura de viajeros y también a escritores jóvenes”.
En estos días de noviembre en Trelew no se estuvo discutiendo únicamente de literatura. La marca de David Viñas como lector de las conexiones entre literatura y realidad política pesó en no pocos trabajos. A propósito de las relaciones entre literatura y realidad política, Eckardt supo señalar que este congreso fue pensado como “un proyecto de cambio. Creemos que tenemos que ser dignos de esa actitud y definirnos como docentes, estudiantes y escritores que siguen pensando en una Argentina sencillamente más democrática”.
En la mañana del sábado, en una mesa larga del Touring, lugareños descendientes de galeses, compartiendo cervezas, se juntaban frente a la tele: Los Pumas contra Gales. En otras mesas, algo más intelectuales, los efectos del congreso se prolongaban. No faltó quien añorase que no se hubieran producido polémicas en el congreso. Ni quien, con sorna, sugirió que estas polémicas, veladas, asoman en cruces para entendidos en los suplementos culturales.