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RESEÑAS

Peligro: Virilio suelto en la ruta

El procedimiento silencio
Paul Virilio
trad. Jorge Fondebrider
Paidós
Buenos Aires, 2001
112 págs.

por Diego Bentivegna
Muchas veces, el cine ha producido reflexiones acerca de sí mismo, de los medios y de la comunicación de masas que se asemejan en más de un punto a algunas intervenciones de la crítica. Los textos de Virilio, por ejemplo, recuerdan las estereotipadas admoniciones del protagonista de “Las tentaciones del doctor Antonio” (episodio de Fellini en Boccaccio 70). Allí, don Antonio (Peppino De Filippo) arremete contra un cartel más bien impúdico en el que Anita Ekberg promociona, obvio, productos lácteos. Ante el cartel (una obra de arte total que incluye la difusión de la melodía de una conocida publicidad de la época, “Bevete più latte” y un interesante juego de luces), el discurso de don Antonio resulta ineficaz y arcaico. Los esfuerzos desmesurados del protagonista no hacen sino conducir a éste al delirio y a la incomprensión de las masas: la carnosa muchacha wagneriana, bajo la que se juntan niños, negros y prostitutas (lo que dura, recordemos; lo que funda la poesía), termina prevaleciendo. Es el triunfo del mal y el pecado.
En El procedimiento silencio, formado por dos apocalípticos ensayos precedidos de un extenso y documentado prólogo de Andrea Giunta, el punto de partida de Virilio es la fatigada pregunta de Adorno acerca de la posibilidad de la poesía después de Auschwitz, o lo que es lo mismo, la posibilidad del arte una vez que el mal absoluto ha tenido lugar. A partir de esta pregunta, Virilio desenrolla una confusa constelación de conceptos (“representación”, “presentación”, “información”, “crimen”, “accidente”) con los que intenta (sin éxito) pensar ciertas zonas que marcarían un non plus ultra del arte.
Como al dottor Antonio (autor de un ensayo sobre “Lo obsceno en el arte”), a Virilio lo obsesionan los límites del arte y la publicidad. Para Virilio (que, como don Antonio, es un católico militante), el arte moderno es un arte despiadado, tensionado entre la celebración del mal y de la destrucción (desde las Fleurs baudelerianas hasta la “guerra higiene del mundo” del Manifiesto Futurista) y la anticipación del terror político (Mussolini “el futurista”, los Stukas del führer bombardeando Varsovia al ritmo de la cabalgata de las Walkirias, la arquitectura stalinista).
Escritos al calor de la guerra de los Balcanes y del triunfo electoral de la extrema derecha xenófoba y antisemita en Austria, estos textos claman por la imposición de un límite de lo decible y de lo mostrable en arte y política, un límite que es a la vez estético, técnico y político: el asesinato.
El asesinato –como producto de la inmanencia absoluta en el que las diferencias dejan de ser tales, en el que ya no hay nada distinto del arte– es el extremo que, según Virilio, se toca en Manheim, Alemania, en 1998, cuando el anatomista Günther Von Hagens (es raro, pero Virilio no hace ni una referencia a los ecos tan obviamente Götterdämmerung de este nombre) presenta la muestra “Los mundos del cuerpo”, integrada por más de 200 cadáveres humanos sometidos a un nuevo método de conservación que supera por mucho el arte de la momificación y que posibilita que sean esculpidos. Para Virilio, las formas del arte del que la muestra es sólo un emergente no constituirían un hecho novedoso, sino más bien la reiteración de la “fábrica de muerte” puesta a funcionar en los campos de exterminio. Contundente, Virilio pone en relación estas exploraciones del arte con la afirmación de Goebbels de que hacer política es “hacer posible lo que parece imposible” y con los experimentos de Mengele.
Con este arte, y caídas las torres de la soberbia Babilonia (no olvidemos que Virilio, como Umberto Eco, reniega de los rascacielos), sólo faltan agregar los cuatro jinetes, un buen San Juan masticando el libro del Angel y tendremos un Apocalipsis perfecto.


Babeloña

ENCICLOPEDIA DE LAS LENGUAS DE EUROPA
Glanville Price (dir.)
trad. Jorge Braga Riera
Gredos
Madrid, 2001
548 págs.,

POR DANIEL LINK
Muchas cosas sucedieron en 1973 como para que alguien anotara que ese año apareció publicada una edición a cargo de Ian Michael (1936), distinguidísimo medievalista británico, del Poema de Mio Cid en la colección Clásicos Castalia. No era la primera incursión triunfante de un inglés en el campo de la filología hispánica. Un año antes, el Prof. Colin Smith había editado en Oxford (nada menos que en Clarendon Press) su propia edición del poema fundacional de la lengua castellana. Aunque hacia el final de su brillante introducción Ian Michael se refería al gigante de la filología hispánica, Ramón Menéndez Pidal, citando dos versos de la Odisea (“Contados son los hijos que se parecen a sus padres;/ los más salen peores, y tan sólo unos pocos los aventajan”), lo cierto es que ese homenaje servía más bien como un epitafio. Con la desaparición de los grandes filólogos e historiadores de la lengua (Menéndez Pidal, el coloso Joan Corominas, Rafael Lapesa, etc.), España perdía definitivamente los privilegios sobre su propio patrimonio cultural. La edición de Smith y, sobre todo, la de Michael del Poema de Mio Cid son, todavía hoy, insuperables.
Incluso los estudios de dialectología, historia de la lengua y políticas lingüísticas llevan, en los últimos años, apellidos bien poco peninsulares, cosa que se nota en la excelente Enciclopedia de las lenguas de Europa que Gredos acaba de traducir (naturalmente, del inglés). De los sesenta especialistas reunidos por Glanville Price con un solo objetivo (dar cuenta del complejo y rico panorama idiomático de Europa), sólo diez trabajan en universidades fuera del mercado lingüístico anglosajón (3 en Padua, 2 en Córcega, 1 en Letonia, 1 en Leiden, 2 en Hull y 1 en Vilna) y ninguno, por supuesto, en universidades peninsulares (tampoco hay ningún colaborador que provenga del ámbito francófono, pero eso es problema de franceses y belgas, en todo caso). Lo curioso es que la Enciclopedia, lejos de presentar, por ese exceso de lingüistas británicos y norteamericanos, costados flacos o agujeros negros, es de una solidez apabullante, por lo menos en lo que se refiere a la descripción histórica y geopolítica de las lenguas y dialectos peninsulares (que es lo que aquí se puede evaluar).
Es como si a ochocientos años del Poema de Mio Cid –escrito entre 1201 y 1207 según las últimas investigaciones (británicas, claro)–, España se hubiera quedado sin mejor glotopolítica (así denominan los lingüistas precisamente a las políticas del lenguaje) que la defensa de la “ñ”.
Cualquier hispanista de cualquier lugar del mundo puede y debe hablar con solvencia de la lengua española o castellana. El problema de la denominación (castellano vs. español), de paso, es resuelto británicamente por la Enciclopedia. Tal vez los editores de Gredos podrían haber optado por referirse a ese problema teniendo en cuenta el propio ámbito idiomático, pero se limitaron a traducir prolijamente. Lo cierto es que los especialistas aquí reunidos resultan igualmente solventes al hablar del catalán, el vasco, el gallego, el valenciano y otras variedades peninsulares sin necesidad de recurrir a expertos de España ni, tan siquiera, de citar bibliografía española salvo contadas excepciones. No sucede lo mismo con algunas variedades “históricas” de la familia lingüística del turco, o con el corso, el holandés o determinadas lenguas escandinavas, para lo cual, prudentemente, Price convocó a expertos de esos ámbitos lingüísticos.
Particularmente reconfortante para los espíritus progresistas es verificar que, bajo el título “lenguas comunitarias”, pueden encontrarse someras referencias a las lenguas que históricamente no se consideran europeas pero que, por las políticas migratorias, cuentan con comunidades de hablantes bien consolidadas en los diferentes países de Europa (el chino, algunas lenguas africanas, etc.). Igualmente rica es la descripción de lenguas no estatales (el friulano, el idish, etc.), tanto en lo que se refiere a los aspectos propiamente genéticos como a las políticas actuales que en relación con ellas se verifican en cada comunidad.
Enciclopedia de las lenguas de Europa es uno de esos contados libros verdaderamente inevitables o imprescindibles, que ponen al alcance de todos un conjunto de investigaciones en un área determinada. Un verdadero tesoro prácticamente en todo sentido, salvo por el hecho de que hace treinta o cuarenta años se podría haber imaginado un proyecto semejante en el ámbito hispanoparlante. Hoy, con toda certeza, no.

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