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ANIVERSARIOS
Mamá
cumple cien años
Más
allá de las controversias que su línea editorial podría suscitar, los
cien años del Times Literary Supplement deben celebrarse como un indiscutible
acontecimiento literario. Radarlibros estuvo en la fiesta organizada con
motivo del centenario del más prestigioso periódico cultural del mundo
anglosajón.
POR
MARTIN SCHIFFINO,
Desde Londres
La cifra es redonda
y contiene los anillos concéntricos de una sólida trayectoria:
100 son los años que pronto cumplirá el Times Literary Supplement.
Se trata sin duda del tiempo de la Historia, pero pocas historias están
tan vivas como la del TLS, una publicación que ha sido y sigue
siendo el barómetro más renombrado de la atmósfera
cultural anglosajona. Sencillamente, si uno quiere saber qué se
está discutiendo, quiénes están discutiendo, o qué
se está leyendo en el mundo de habla inglesa, basta con abrir el
TLS para obtener por ósmosis la información. Casi todas
las humanidades encuentran lugar en las páginas del suplemento;
el ejemplo al azar de un número reciente ofrece reseñas
sobre temas como la cristianización de Islandia, la historia de
Amnesty International, la biografía de Bob Dylan y los últimos
poemas de Wendy Cope. Y si lo que a uno le interesa es la ficción,
ensayos sobre los cuentos de Walter de la Mare y sobre las últimas
novelas de Salman Rushdie, Beryl Bainbridge, Jim Crace, Andrew Miller
y Orhan Pamuk, entre otros.
Frente a nombres así, puede pensarse que cubrir la actualidad es
una de las prioridades del TLS; pero éste no privilegia menos el
modo en que la historia de las ideas o las ideas históricas reverberan
en el presente. Así, en los últimos años, con brío
y exactitud, ha comentado las nuevas traducciones al inglés de
Proust y Borges, las biografías de Virginia Woolf y Jane Austen
(dos deportes ingleses), las ediciones de los papeles de James Joyce,
el rol del nuevo historicismo en las universidades, las obras de teatro
de Voltaire o la peleada relevancia del canon de Occidente. Desde luego
estas menciones aisladas y deliberadamente sonoras no capturan
la cuidada arquitectura intelectual que las contenía en su momento,
pero sí ejemplifican las discusiones centrales del TLS. Ferdinand
Mount, su editor actual, habla de una hospitalidad ecléctica
a los diversos temas y a los diversos focos de un debate, lo que no sólo
suena bien sino, mucho más al punto, indudablemente cierto.
La celebración del inminente centenario tuvo lugar en el National
Portrait Gallery de Londres, acompañada por una soberbia muestra
de fotografías y retratos titulada Reviewers Reviewed, cuyo tema
es precisamente los colaboradores del TLS, una lista apabullante y casi
idéntica con la nómina de las grandes figuras literarias
de habla inglesa del siglo XX: desde Virginia Woolf, Somerset Maugham
y T.S. Eliot, pasando por W.H. Auden, Anthony Burgess y Anthony Powell,
hasta llegar a Martin Amis, Ian McEwan y Julian Barnes. Complementariamente
con la muestra se presentó Critical Times. The History of The Times
Literary Supplement de Derwent May. Voluminosa historia abarrotada de
datos y marginalia, Critical Times cartografía las etapas del TLS
de acuerdo con los cargos de sus ocho editores: Bruce Richmond (1903-37),
D.L. Murray (1937-45), Stanley Morrison (1945-47), Alan Pryce-Jones (1948-58),
Arthur Cook (1959-73), John Gross (1974-82), Jeremy Treglown (1982-90)
y Ferdinand Mount (1990 a la fecha).
Mount, como correspondía, fue el anfitrión de la noche.
Habló brevemente con un encanto muy británico, agradeció
al National Portrait Gallery e hizo un par de chistes sobre la muestra
Reviewers Reviewed, notando que uno podía mirar las fotos y poco
después buscar al escritor en cuestión entre los presentes
para medir el paso del tiempo, no siempre benevolente. Enseguida
llegó el momento de presentar Critical Times y a su autor, Derwent
May, novelista, ensayista, poeta, colaborador del TLS y, lo que
no es menos importante, ornitólogo; en definitiva, el historiador
ideal de una publicación inclasificable. May, un hombre pequeño,
situacionalmente tartamudo, tomó entonces el micrófono.
Agradeció, para empezar, a los miles de colaboradores del TLS,
la mayoría muertos (en ese momento todos nos reímos
como para asegurar que no lo estábamos), que habían hecho
posible los cien años de crítica. Recordó a editores
ilustres en particular a uno de sus héroes personales, el
fundador del TLS, Bruce Richmond, tartamudeó un poco, hizo
un par de chistes, contó cómo pese a ser un encargo el libro
le pertenecía (con todos sus errores) y se perdió en menciones
de los archivistas, tipógrafos, editores, ex colaboradores, etc.,
que le habían facilitado la tarea. Cuando en el final levantó
su copa para brindar por los próximos cien años del TLS,
todos levantamos las nuestras.
Aunque el libro de May es un logro en su género, otra manera de
explorar la historia una manera más favorable al frisson
es recorriendo los flamantes archivos electrónicos del TLS. Como
parte del proyecto centenario, acaba de terminar de digitalizarse
la totalidad de los números de la revista, desde el presente hasta
1902. Y entre las 250 mil y pico de reseñas se ocultan verdaderas
perlas. Por ejemplo, una reseña admirablemente lúcida de
En busca del tiempo perdido contemporánea de la aparición
del libro, o gran parte de la carrera crítica de Virginia Woolf,
por no mencionar incontables primeras reseñas de novelas que se
han convertido en clásicos o que, al contrario, han envejecido
de modo irrevocable con los años. Uno no deja de asombrarse de
lo capital que ha sido el TLS para la historia cultural del último
siglo.
La revista sufrió altibajos en cuanto su circulación (49
mil fue el número más alto, alcanzado en los años
cincuenta; actualmente es de unos 35 mil), pero la calidad no decayó
en ninguna de sus sucesivas encarnaciones. Ya T.S. Eliot, un artista del
verso como de la prosa, notaba que escribir para el TLS era el máximo
honor posible en el mundo de la crítica literaria; pese a
que entretanto han surgido publicaciones afines como el New York Review
of Books o el London Review of Books, hoy no sería una exageración
afirmar lo mismo. El TLS ha defendido siempre los más altos niveles
de erudición, pensamiento autónomo y exactitud argumentativa.
Y es de esta manera que, siempre relevante para un público amplio,
sigue irradiando las humanidades, según las palabras
de su fundador Bruce Richmond. Uno no puede sino desear, con toda sinceridad,
que dure otros cien años.
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