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MEMORIAS
El
lugar sin límites
Fuera
de Lugar, las memorias de Edward Said, que Grijalbo acaba de distribuir,
permiten comprender las tensiones que llevaron a uno de los más
lúcidos intelectuales de las últimas décadas a definir
su campo de intervención y su punto de vista, sobre todo en lo
que se refiere a las difíciles relaciones entre identidades culturales,
imperialismo y guerra.
Por Ariel Schettini
Ultimamente, el nombre de Edward Said se ha vuelto ineludible para
discutir las relaciones entre Oriente y Occidente. Sobre todo después
de los atentados a las torres de Nueva York y al Pentágono, no
ha cesado de escribir artículos y aceptar entrevistas en las que
trata de aclarar el que, desde la perspectiva de los occidentales, parece
ser el enmarañado mundo del Islam, su religión y su cultura.
Que Said sea un punto de referencia es casi una paradoja, puesto que él
mismo se había burlado de las interpretaciones y traducciones que
el mundo oriental (esa invención) había sufrido por parte
de los occidentales (que, en realidad, no existen). Hasta el punto que,
de acuerdo con su libro Orientalismo, el mero concepto de Oriente y Occidente
no es más que un efecto de la colonización, el prejuicio
y la ignorancia que provoca que se puedan unir bajo la misma palabra cosas
tan dispares como la cultura de Japón con la de la India o la de
los turcos de un lado y los ingleses, ecuatorianos y griegos del otro.
La sola mención de la palabra Oriente nos permite descubrir hasta
qué punto es ideológica (es decir verdadera y falsa simultáneamente)
la versión que tenemos de las culturas extranjeras.
Pero la carrera de Said comenzó mucho antes como crítico
literario y teórico de la literatura. Mientras escribía
sus textos sobre las culturas de Oriente pensadas desde Occidente, también
elaboró formas de trabajar sobre textos literarios que le permitían
elaborar nuevos modelos de análisis.
En su libro El mundo, el texto y el crítico, Said propuso análisis
de los textos de Swift y Conrad en los que postulaba la mirada del extranjero
como parte fundamental de la construcción de la identidad a la
vez que atacaba el excesivo formalismo al que estaban atadas
las lecturas literarias de la academia por entonces (los años ochenta).
Es posible que su libro Cultura e Imperialismo sea su texto fundamental,
ineludible para pensar los efectos culturales de los procesos de colonización
y descolonización en los siglos XIX y XX. Pero también es
un libro básico para analizar los nuevos modos de pensar el término
cultura en los últimos años. Allí se
pueden encontrar los nuevos significados de palabras tan comunes y al
mismo tiempo tan erráticas como tradición, historia, identidad,
etc. Es en ese mismo libro donde Said elabora aportes fundamentales para
construir un nuevo modo de pensar la cultura que pueda ser al mismo tiempo
discutido, refutado, repensado y sobre todo que no cargue con la rigidez
marmórea que la palabra venía soportando hasta hace tiempo.
Para ello no sólo lleva a cabo brillantes análisis de textos
sino también de constelaciones políticas o piezas de ópera,
porque la música es otro de sus intereses artísticos.
En otro aspecto de su vida intelectual, se lo conoce como uno de los pocos
intelectuales académicos norteamericanos que critica abiertamente
los abusos del estado de Israel hacia los palestinos, la connivencia de
los Estados Unidos en la ocupación israelita de los territorios
palestinos y que, al mismo tiempo, reconoce la necesidad de transformación
de los estados árabes para zanjar la guerra que lleva casi medio
siglo en Oriente Medio. Said escribió, entre otros libros dedicados
exclusivamente al conflicto árabe-israelí, Representaciones
de los intelectuales (1994) donde investiga y reflexiona sobre el papel
de los faros de Occidente (Sartre, Virginia Wolf, Wilde, Fanon
o Malcolm X) en la constitución de las naciones durante el siglo
XX.
Su último libro traducido al español son estas memorias,
Fuera de lugar, donde todo ese volumen de intereses confluye en su propia
vida.
El libro, como casi todas las memorias, fue motivado por la inminencia
de la muerte. A principios de los años noventa Said comenzó
a luchar contra una leucemia que entonces le diagnosticaron y esa enfermedad
lo llevó a buscar el origen de sus intereses como intelectual y
político. El libro exhibe, de algún modo, las razones de
la diversidad de sus conocimientos, tanto como la necesidad que tuvo de
generar nuevos conceptos de cultura que se adecuaran a su propio devenir.
Said es un árabe, hijo de un americano de origen palestino y una
mujer palestina, ambos protestantes, que nació en Jerusalén,
pero se educó en El Cairo en colegios ingleses destinados a la
burguesía, que finalmente emigró a los Estados Unidos, para
estudiar en Princeton y Harvard.
Esa mezcla de orígenes, etnias, religiones y ciudades en las que
vivió le dio el marco fundamental para que su vida estuviera plagada
de preguntas conflictivas en relación con su propia identidad.
El título del libro hace referencia a la incomodidad pertinaz de
la definición de sí mismo y a las artimañas para
zanjarla. La mezcla no es todo (y el hibridismo tampoco).
Con más de sesenta años de edad, Said participó como
testigo de los momentos más graves de la ocupación de los
territorios palestinos. Él y su familia vivieron el destierro;
él participó de los grupos de ayuda de las familias exiliadas
y finalmente colaboró y colabora en las discusiones que tratan
de buscar salidas a la vida desolada de los palestinos.
Que un hombre como él se haya dedicado después a pensar
las relaciones entre el territorio, el pensamiento, los esquemas simbólicos
de apropiación de tradiciones y los procesos de colonización,
a la luz de este libro, aparece como una simple necesidad de supervivencia.
Tampoco es extraño que a partir del planteo específico del
drama de la cultura de los palestinos se haya convertido en un intelectual
global que puede echar luz sobre todos los fenómenos de la resistencia
política en el mundo. Porque, proviniendo de la rica burguesía
de los países árabes, no se conformó con explicar
los fenómenos de imperialismo en términos de mera transculturación
o de pérdida de la identidad (como sería el caso paradigmático
de Arguedas en la Latinoamérica de los años sesenta). Le
fue necesario conciliar un modo de pensar que, al mismo tiempo que impugnara
los avasallamientos culturales del imperio, rescatara las formas del progreso
y modernización al que se somete a los pueblos para remodelar totalmente
la cultura en sus expectativas, sus propósitos y el planteo de
sus conflictos.
El estilo de pensamiento de Said nació, como dice efectivamente
en Fuera de lugar, de un sufrimiento personal, es verdad. Su valor consiste
en que pudo darle a ese sufrimiento el lugar de un conflicto político
y cultural. Y acaso ésa sea su aporte mayor: hacer de cada conflicto
un problema exterior y social. Allí reside el encanto de leer sus
memorias, ver el origen y el efecto íntimo de una cultura y su
modo de lidiar con ella.
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