Federico
Gil Solá vuelve al ruedo con su primer disco solista
¿Batero
cabeza,YO?
Quien
fuera la tercera parte de una etapa gloriosa de Divididos emerge del ostracismo
con un disco, “Leaving Las Vergas” y varias cosas para decir. Aquí se
saca las ganas y habla de todo. Mal y bien, basta leer para comprobarlo.
POR
PABLO PLOTKIN
Hurlingham
está lejos de aquí, el verdadero lugar en el mundo de Federico
Gil Solá desde sus últimos días en Divididos. Ciudad
de la Paz no es más que el nombre de la calle en que se asfixia
el departamento de su madre, a sólo dos cuadras de la esquina de
las tentaciones Cabildo y Juramento, pero dentro de la habitación
hay un aire acondicionado que funciona con eficacia polar, un vino tinto
bastante bueno y un minicomponente con un disco del mejor Bad Company.
Todo de negro, Federico no parece necesitar mucho más que eso y
la pelopincho que se llena en el balcón terraza. Seis años
después del fin de su estadía en el rock de las masas, cuando
el estallido de La Era de la Boludez aturdió a él y a sus
ex compañeros, Gil Solá tiene listo su primer álbum
solista. Suena tan a solo eso de solista, dice él,
agitando ligeramente la copa de vino. Empezar a componer solo fue
difícil. En Divididos éramos tres haciendo música
y letras, y de hecho yo me había metido en el rock como un camino
de relación social. Pero bueno, Celeste (Carballo), mi primo Mariano,
una amiga y Pablo Guerra me convencieron de que me mandara. Les hice caso.
Son canciones que no pensaba editar. Si lo hubiera sabido, creo que nunca
me habría tomado las libertades que me tomé.
Las libertades que se tomó Federico empiezan revelándose
con un título de desarraigo: Leaving Las Vergas. Si bien no parece
más que un juego de palabras inspirado en una película protagonizada
por un Nicholas Cage borrachín, el chiste tiene un significado
más bien serio: dejar definitivamente atrás algunas cosas.
¿Qué cosas? En un momento pensé que me despedía
del país y resultó ser un disco mucho más argentino
de lo que me propuse, asegura. También se refiere a
abandonar una posición en la que estoy encajado acá.
¿Qué posición?
La del batero cabeza.
¿Vos?
No sé... Hay muchos bateristas que ni siquiera intentan expresarse
más allá del instrumento. O en muchos casos tienen que ver
directamente con el proceso creativo, pero eso sólo se ve en la
sala de ensayos. Para mí esto es como salir del arco.
Abandonar las vergas para Gil Solá requirió
de un par de temporadas de autoanálisis y abstinencia instrumental.
Estuve como dos años sin tocar. Tenía la batería
armada en un cuarto, por las dudas. Entraba, la miraba, pero no la tocaba.
Ahí fue cuando me puse a componer, yo solo. Compuestas de
modo desordenado, las canciones de Leaving Las Vergas son desesperanzadas,
impiadosas y corrosivas. Tomás no toma más podría
ser una versión de los Cowboys Junkies. Llegué tarde
empieza como un talkin blues al estilo Tom Waits y avanza hasta
convertirse en una especie de rap rioplatense. Hay chacarera, una polca,
un principio de baguala titulado La cuenta, rocknroll
feroz y un registro vocal que lo conecta con el Palo Pandolfo de la última
etapa Don Cornelio y la primera de Los Visitantes.
Con Palo, Federico lleva adelante una sociedad artística a través
de la cual comparten músicos, colaboran mutuamente en sus discos
y organizaron un ciclo como el que tiene lugar los sábados de marzo
en el Club del Vino. Los dos tenemos viva esa cosa rioplatense,
explica Gil Solá. Curioso (o no) en un hombre que sólo vivió
en Argentina hasta los 11 años, pasó los siguientes quince
en Estados Unidos, y volvió en 1990 para integrarse a Divididos.
Estar lejos me hizo apreciar algunas cosas. Yo vine aquí
y lo primero que hice fue comprar un bombo legüero. No sabía
tocarlo, pero tuve el culo de encontrarme con dos tipos que sí
sabían. Si lo tocaba yo hubiera sido una cagada, pero la idea fue
mía. Yo tenía algo en la cabeza de lo que me parecía
que había que hacer, y no había nadie haciéndolo.
Hubo un momento clave acá, que fue en un festival de la Rock &
Pop en Obras, en el 91. A nosotros no nos junaba nadie. También
tocaban Rata Blanca, que eran regrossos en ese momento, los Ratones, Los
Guarros,Attaque 77. En joda, en la heavy nosotros habíamos
hecho una versión de La Balsa con bombo legüero,
onda baguala. Nos gustó y decidimos abrir el show con eso, entre
Los Guarros y Rata Blanca. Yo, que no tenía nada que perder porque
era nuevo en el ambiente, fui por los camarines e invité a todas
las bandas a que subieran con nosotros a cantar. Nadie se animó,
salvo Ciro (Pertusi) y otro de los pibes de Attaque. Terminamos el tema
y hubo un silencio total, 5 mil personas totalmente atónitas. No
nos tiraron un botellazo por la cabeza ni nos aplaudieron, pero algo pasó.
Mucha gente se pregunta qué estuviste haciendo todos estos
años.
Yo también. Ja... Quedé desencajado después
de la separación. Pensé que me iban a llamar por teléfono
y arreglar la vida. Vení a tocar. Y no me llamó
nadie. Bah, me llamaron pero... Me di cuenta de que no había muchos
grupos con los que quería tocar. Al mismo tiempo, acababa de comprarme
una casa en Hurlingham, me establecía definitivamente en la Argentina
después de 15 años de vivir en Estados Unidos, y justo se
armó todo el quilombo. Bah, el quilombo se armó antes, pero
se desencadenó en ese momento. Y bueno, decidí quedarme
ahí, en el Jardín.
¿Por qué te fuiste?
No me fui; me fueron. O sea, fue muy raro: nunca me echaron y nunca
me fui. Lo que pasó fue que, en los primeros días de enero
del 95, Mollo apareció y dijo me voy del grupo.
¿Por qué? Porque no me banco más al Flaco.
Diego (Arnedo) y yo lo pensamos un par de días y nos dimos cuenta
de que era ridículo, que no había grupo sin Mollo. En un
momento hasta pensamos en hacer un disco sin él, pero después
nos dimos cuenta de que era absurdo. Lo llamé a Mollo y le dije
me voy yo, boludo. Lo que hizo fue un golpe de Estado. El
me había tratado de echar antes, pero no lo dejaban. Arnedo, los
managers y los plomos le decían no, no, el Flaco se queda.
Entonces probó con sacarles el trabajo a todos los demás,
y ahí quedé afuera. Pero fue un proceso largo, un desgaste
que empezó con La Era de la Boludez. Básicamente, cuando
empezamos a ganar guita... No estábamos preparados para lo que
pasó. Me acuerdo cuando estábamos en Los Angeles, habíamos
grabado El Arriero, lo escuchamos y le dije al oído
al Gordo: Che, se va a armar quilombo con esto. Pero no estábamos
preparados para lo que pasó. Cada uno, a su manera, se hizo mierda
por su lado. En lugar de juntarnos, cada uno se encerró en su cuarto
y no se hizo cargo. Se perdió el sentido del humor, dejamos de
pasarla bien.
¿Y te dolió?
Sí, muchísimo. Me sigue doliendo. A ellos también.
Se nota. Yo me mudé acá específicamente para tocar
en Divididos. No era solamente mi grupo: era mi familia, mi mundo. Una
familia que estaba para la mierda al final, pero era lo que yo conocía.
Y musicalmente, si hubiéramos podido arreglar los quilombos, daba
para sacarle un poco más de jugo. Pero me fui en un buen momento.
Si hubiéramos seguido, se habría emputecido todo mucho más.
¿Extrañás la masividad?
No, no me interesa. No me interesa la masividad de por sí,
ni nunca me interesó. Es más: fue una de las razones por
las que nos fuimos tanto a la mierda. Yo sabía que nos iba a ir
bien, pero no tanto. Lo que sí quiero es trabajar de músico,
pero no hace falta la masividad para eso. Hay gente que es inmortal y
no vendió un puto disco.
¿Volverías a ser el baterista de un grupo?
Es que yo nunca fui el baterista. Por ahí había gente
que se confundía y me veía así, pero de hecho yo
siempre tuve mucho que decir y una visión conceptual de las cosas.
Desde la batería podés ser un artista tan activo como desde
cualquier otro lado, aunque pocos lo hagan. Pero yo nunca fui de ese tipo
de bateristas. Por eso hay gente que me tiene miedo y no me llama para
tocar: tengo una personalidad demasiado fuerte. Lo que quieren es alguien
que toque y se calle la boca. Que podría serlo, según las
circunstancias. Si me llama Iggy Pop, no tengo ningún problema
en callarme la boca y tocar la bata. Pero Iggy Pop hay uno solo.
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Tiempos
de vino y rosas con Arnedo y Mollo, justo antes del lanzamiento del
insuperable La era de la boludez. Han pasado casi ocho años de aquel
estallido y un poco menos de la separación definitiva. |
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