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Jueves 4 de Abril de 2001

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Federico Gil Solá vuelve al ruedo con su primer disco solista

¿Batero cabeza,YO?

Quien fuera la tercera parte de una etapa gloriosa de Divididos emerge del ostracismo con un disco, “Leaving Las Vergas” y varias cosas para decir. Aquí se saca las ganas y habla de todo. Mal y bien, basta leer para comprobarlo.

POR PABLO PLOTKIN

Hurlingham está lejos de aquí, el verdadero lugar en el mundo de Federico Gil Solá desde sus últimos días en Divididos. Ciudad de la Paz no es más que el nombre de la calle en que se asfixia el departamento de su madre, a sólo dos cuadras de la esquina de las tentaciones Cabildo y Juramento, pero dentro de la habitación hay un aire acondicionado que funciona con eficacia polar, un vino tinto bastante bueno y un minicomponente con un disco del mejor Bad Company. Todo de negro, Federico no parece necesitar mucho más que eso y la pelopincho que se llena en el balcón terraza. Seis años después del fin de su estadía en el rock de las masas, cuando el estallido de La Era de la Boludez aturdió a él y a sus ex compañeros, Gil Solá tiene listo su primer álbum solista. “Suena tan a solo eso de solista”, dice él, agitando ligeramente la copa de vino. “Empezar a componer solo fue difícil. En Divididos éramos tres haciendo música y letras, y de hecho yo me había metido en el rock como un camino de relación social. Pero bueno, Celeste (Carballo), mi primo Mariano, una amiga y Pablo Guerra me convencieron de que me mandara. Les hice caso. Son canciones que no pensaba editar. Si lo hubiera sabido, creo que nunca me habría tomado las libertades que me tomé”.
Las libertades que se tomó Federico empiezan revelándose con un título de desarraigo: Leaving Las Vergas. Si bien no parece más que un juego de palabras inspirado en una película protagonizada por un Nicholas Cage borrachín, el chiste tiene un significado más bien serio: dejar definitivamente atrás algunas cosas. ¿Qué cosas? “En un momento pensé que me despedía del país y resultó ser un disco mucho más argentino de lo que me propuse”, asegura. “También se refiere a abandonar una posición en la que estoy encajado acá”.
–¿Qué posición?
–La del batero cabeza.
–¿Vos?
–No sé... Hay muchos bateristas que ni siquiera intentan expresarse más allá del instrumento. O en muchos casos tienen que ver directamente con el proceso creativo, pero eso sólo se ve en la sala de ensayos. Para mí esto es como salir del arco.
Abandonar “las vergas” para Gil Solá requirió de un par de temporadas de autoanálisis y abstinencia instrumental. “Estuve como dos años sin tocar. Tenía la batería armada en un cuarto, por las dudas. Entraba, la miraba, pero no la tocaba. Ahí fue cuando me puse a componer, yo solo”. Compuestas de modo desordenado, las canciones de Leaving Las Vergas son desesperanzadas, impiadosas y corrosivas. “Tomás no toma más” podría ser una versión de los Cowboys Junkies. “Llegué tarde” empieza como un talkin’ blues al estilo Tom Waits y avanza hasta convertirse en una especie de rap rioplatense. Hay chacarera, una polca, un principio de baguala titulado “La cuenta”, rock’n’roll feroz y un registro vocal que lo conecta con el Palo Pandolfo de la última etapa Don Cornelio y la primera de Los Visitantes.
Con Palo, Federico lleva adelante una sociedad artística a través de la cual comparten músicos, colaboran mutuamente en sus discos y organizaron un ciclo como el que tiene lugar los sábados de marzo en el Club del Vino. “Los dos tenemos viva esa cosa rioplatense”, explica Gil Solá. Curioso (o no) en un hombre que sólo vivió en Argentina hasta los 11 años, pasó los siguientes quince en Estados Unidos, y volvió en 1990 para integrarse a Divididos. “Estar lejos me hizo apreciar algunas cosas. Yo vine aquí y lo primero que hice fue comprar un bombo legüero. No sabía tocarlo, pero tuve el culo de encontrarme con dos tipos que sí sabían. Si lo tocaba yo hubiera sido una cagada, pero la idea fue mía. Yo tenía algo en la cabeza de lo que me parecía que había que hacer, y no había nadie haciéndolo. Hubo un momento clave acá, que fue en un festival de la Rock & Pop en Obras, en el ‘91. A nosotros no nos junaba nadie. También tocaban Rata Blanca, que eran regrossos en ese momento, los Ratones, Los Guarros,Attaque 77. En joda, en la “heavy” nosotros habíamos hecho una versión de “La Balsa” con bombo legüero, onda baguala. Nos gustó y decidimos abrir el show con eso, entre Los Guarros y Rata Blanca. Yo, que no tenía nada que perder porque era nuevo en el ambiente, fui por los camarines e invité a todas las bandas a que subieran con nosotros a cantar. Nadie se animó, salvo Ciro (Pertusi) y otro de los pibes de Attaque. Terminamos el tema y hubo un silencio total, 5 mil personas totalmente atónitas. No nos tiraron un botellazo por la cabeza ni nos aplaudieron, pero algo pasó.”
–Mucha gente se pregunta qué estuviste haciendo todos estos años.
–Yo también. Ja... Quedé desencajado después de la separación. Pensé que me iban a llamar por teléfono y arreglar la vida. “Vení a tocar”. Y no me llamó nadie. Bah, me llamaron pero... Me di cuenta de que no había muchos grupos con los que quería tocar. Al mismo tiempo, acababa de comprarme una casa en Hurlingham, me establecía definitivamente en la Argentina después de 15 años de vivir en Estados Unidos, y justo se armó todo el quilombo. Bah, el quilombo se armó antes, pero se desencadenó en ese momento. Y bueno, decidí quedarme ahí, en el Jardín.
–¿Por qué te fuiste?
–No me fui; me fueron. O sea, fue muy raro: nunca me echaron y nunca me fui. Lo que pasó fue que, en los primeros días de enero del ‘95, Mollo apareció y dijo “me voy del grupo”. ¿Por qué? “Porque no me banco más al Flaco”. Diego (Arnedo) y yo lo pensamos un par de días y nos dimos cuenta de que era ridículo, que no había grupo sin Mollo. En un momento hasta pensamos en hacer un disco sin él, pero después nos dimos cuenta de que era absurdo. Lo llamé a Mollo y le dije “me voy yo, boludo”. Lo que hizo fue un golpe de Estado. El me había tratado de echar antes, pero no lo dejaban. Arnedo, los managers y los plomos le decían “no, no, el Flaco se queda”. Entonces probó con sacarles el trabajo a todos los demás, y ahí quedé afuera. Pero fue un proceso largo, un desgaste que empezó con La Era de la Boludez. Básicamente, cuando empezamos a ganar guita... No estábamos preparados para lo que pasó. Me acuerdo cuando estábamos en Los Angeles, habíamos grabado “El Arriero”, lo escuchamos y le dije al oído al Gordo: “Che, se va a armar quilombo con esto”. Pero no estábamos preparados para lo que pasó. Cada uno, a su manera, se hizo mierda por su lado. En lugar de juntarnos, cada uno se encerró en su cuarto y no se hizo cargo. Se perdió el sentido del humor, dejamos de pasarla bien.
–¿Y te dolió?
–Sí, muchísimo. Me sigue doliendo. A ellos también. Se nota. Yo me mudé acá específicamente para tocar en Divididos. No era solamente mi grupo: era mi familia, mi mundo. Una familia que estaba para la mierda al final, pero era lo que yo conocía. Y musicalmente, si hubiéramos podido arreglar los quilombos, daba para sacarle un poco más de jugo. Pero me fui en un buen momento. Si hubiéramos seguido, se habría emputecido todo mucho más.
–¿Extrañás la masividad?
–No, no me interesa. No me interesa la masividad de por sí, ni nunca me interesó. Es más: fue una de las razones por las que nos fuimos tanto a la mierda. Yo sabía que nos iba a ir bien, pero no tanto. Lo que sí quiero es trabajar de músico, pero no hace falta la masividad para eso. Hay gente que es inmortal y no vendió un puto disco.
–¿Volverías a ser el baterista de un grupo?
–Es que yo nunca fui el baterista. Por ahí había gente que se confundía y me veía así, pero de hecho yo siempre tuve mucho que decir y una visión conceptual de las cosas. Desde la batería podés ser un artista tan activo como desde cualquier otro lado, aunque pocos lo hagan. Pero yo nunca fui de ese tipo de bateristas. Por eso hay gente que me tiene miedo y no me llama para tocar: tengo una personalidad demasiado fuerte. Lo que quieren es alguien que toque y se calle la boca. Que podría serlo, según las circunstancias. Si me llama Iggy Pop, no tengo ningún problema en callarme la boca y tocar la bata. Pero Iggy Pop hay uno solo.

Tiempos de vino y rosas con Arnedo y Mollo, justo antes del lanzamiento del insuperable La era de la boludez. Han pasado casi ocho años de aquel estallido y un poco menos de la separación definitiva.