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Jueves 10 de Mayo de 2001

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Depeche Mode y The Orb, como si nada hubiera pasado

Guardia Vieja

La edición de Exciter, el nuevo disco de DM, y la primera visita de The Orb (junto con la aparición de Cydonia, también), coinciden en la misma semana porteña. Ideal para pensar cómo se las arreglan, veteranos y bien curtidos, para ser los “viejitos piolas” del tecno perdido. O superado, que parece la forma más correcta de entender este momento que viven.

POR PABLO PLOTKIN

En 1986, cuando Depeche Mode editaba su primer gran disco (Black Celebration), Alex Paterson instalaba sus bandejas y máquinas en las noches de acid house que Paul Oakenfoald organizaba en la infernal Heaven de Londres. Durante esos días en que Dave Gahan, Martin Gore y el resto inventaban el tecno de estadios, el autodenominado “Doctor” Paterson tramaba The Orb y conjuraba la fundación del ambient house. Pasaron quince años desde entonces, DM y Orb pueden contarse sin complejos entre los artistas más decisivos de la música electrónica de las últimas dos décadas, y aquí vienen de nuevo con dos discos preocupantemente aburridos y de un conservadurismo estético asombroso.
El Exciter de Depeche parece diseñado para perfeccionar a Gore en el oficio de compositor adulto de sobrias baladas electrónicas, con la voz de Dave haciendo todo lo posible por remontar la cosa a mejores tiempos. Pero las canciones están a varias galaxias de los días de elegante euforia de 101 (el doble en vivo de 1989) y no llegan ni a las rodillas del oscurantismo anímico de Songs of Faith and Devotion, aquel disco de 1993 grabado antes de que todo se fuera al carajo y un Dave Gahan hiperdrogado se cortara la venas en una habitación del hotel Sunset Marquis, justo a mitad de camino del Viper Room –en cuya puerta River Phoenix murió de una sobredosis– y el Chateau Marmont, donde John Belushi había hecho algo parecido algún tiempo atrás. Ah, Los Angeles...
“Lo que el espíritu busca/ la mente procurará./ Cuando el cuerpo habla/ todo lo demás es vacío”, escribe Gore y canta Gahan en “When the body speaks”, una de las declaraciones orgánicas más solemnes de esta nueva música new age, todo adornado con cuerdas en medio de una lírica que, traducida al castellano, resulta un poco embarazosa. Los climas orgánicos también se repiten en Cydonia, el primer disco nuevo de The Orb en cuatro años (entretanto se editó el recomendable compilado.acceso-inmediato U.F. Off). Aquí el problema tal vez no sea de Alex Paterson y sus escurridizos colaboradores (esta vez están el coproductor Andy Hughes, el remixer Jimi Cauty, la cantante japonesa Aki –ex Freaky Realistic– y la también cantante Nina Walsh) sino de todo el tiempo que pasó desde principios de los ‘90 y la multitud de clones que jugaron a ser el Brian Eno de la cuadra en una especie de absurdo concurso de aburrimiento. Tal vez por eso Cydonia suene lánguido y algo intrascendente: porque la imagen de Paterson se reflejó (distorsionada) tantas veces y en tantos lugares (incluyendo en Buenos Aires), que a esta altura el mundo parece esperar la segunda invención de Alex. Pero no. Al menos por ahora, Paterson prefiere recostarse en los samples y dejar que su música viaje a la velocidad de la brisa, inyectándoles sonidos selváticos a bases robóticas que funcionarían como banda de sonido de lujo en cualquier especial de Animal Planet.

Tiempos viejos
En la primera mitad de los ‘80, los Depeche Mode usaban peinados graciosos, se maquillaban sutilmente, salían en las revistas para chicas y cantaban “People are people” en el programa de televisión “Top of the Pops”. En los primeros años de los ‘90, The Orb también tuvo su momento “Top of the Pops”; pero Paterson y sus compañeros de laboratorio salieron vestidos con trajes espaciales blancos, activaron la máquina y –en vivo y en directo– se pusieron a... jugar al ajedrez. A mediados de los ‘80, DM se convertía en gigante transatlántico gracias a hits fría y magistralmente calculados como “Strangelove” y “Just can’t get enough”, piezas de relojería tecnopop que cobran sentido profético con el título Music for the Masses (de 1987, año en que Depeche confirma la perfecta autonoción de su plan maestro). “Bueno, pienso que está bien decir que Depeche Mode salió de una combinación de grupos de finales de los ‘70, junto con una ética punk. Y por eso creó este híbrido de canciones pop con abordaje electrónico y casi anti-rock”, explicó el entonces tecladista Alan Wilder en tiempos de Ultra (1997), el disco que documentó la supervivencia de Gahan.
Los singles de The Orb siempre tuvieron menos aptitudes radiales que los de DM. En 1992, mientras el efecto Violator todavía hacía volar al grupo de Basildon, Paterson provocó un pequeño acto de terrorismo en la música pop: logró colarse en el top ten británico con el tema “Blue Room”, cuya versión original duraba 39 minutos y 59 segundos. Un segundo menos del límite de duración de singles dispuesto por vaya a saber qué ente regulador de ese tipo de cosas. “Con Blue Lines, Massive Attack le hizo al hip hop precisamente lo mismo que The Orb le estaba haciendo al acid house y lo que Screamadelica (de Primal Scream) estaba a punto de hacerle al rock’n’roll”, escribió el periodista Desmond K. Hill. Así es como Depeche y The Orb se ganaron dos lugares bien distintos en el cielo de la música moderna: traductores populares tecno, y transformadores del ritmo electrónico más importante de la última década y media (el house).
Alguna vez, Gore confesó avergonzarse de los primeros años de DM. Con la conversión de los ‘90 (un sonido más rockero), los discos sombríos y el estado de melancolía permanente, la banda recibió con altura los años de madurez pero, en el caso de Exciter, las canciones no tienen el encanto suficiente para acomodarse en la categoría de clásicos. Algo parecido sucede con Cydonia, que es un disco ideal para poner de fondo, mucho menos empalagoso que Exciter y con pasajes de buena y sencilla psicodelia, pero naturalmente incapaz de emocionarte. Aunque la cuestión no sea irreversible, en el 2001 DM y The Orb no parecen tener más fundamentos que sus nociones estéticas patentadas. Podría ser un modo de exoneración artística, pero –tratándose de músicos cuya máxima virtud siempre fue cierta propensión revolucionaria– la repetición de las viejas ideas, debilitadas por el paso del tiempo, parece ser la peor decisión posible.

The Orb y Richard Fearless serán los invitados extranjeros de lujo en el Otoño Hot Festival, que se concretará este sábado a partir de las 15 en el Club Hípico Argentino (Figueroa Alcorta 7285). Los horarios nocturnos son: Willy Crook (20.15), Turf (20.45), Babasónicos (21.15), The Orb (22.15), Fearless (0.30), Jeff K (1.45), Urban Groove (2.45), Germán Rovira (3) y Romina Cohn (4). Antes estarán Juana Molina, Sergio Pángaro & Baccarat, DDT, A Tirador Láser, Diego Ro-K, Carla Tintoré y Dr. Trincado.



Ricardo sin miedo

“Nació en Zambia, colecciona juguetes de plástico berreta y una vez jugó al golf a medianoche en Clapham Common sin más iluminación que el foco de un casco de minero que lo guiaba. No ayudó. Perdió 48 bolas.” Así empieza la biografía oficial de Richard Fearless según el lujoso sitio de un fan de Death in Vegas. Lo que Fearless viene a hacer al Otoño Hot Festival no le es en absoluto extraño: durante años fue discjockey residente en la disco inglesa Heavenly Social, y en cada receso de la banda aprovecha para viajar por el mundo y pinchar discos como lo hará este sábado en el Club Hípico. Richard diseñó la imagen (trabaja en el arte de tapa de sus álbumes y hasta en los afiches de promoción) y el sonido de la criatura: breakbeat, dub, la cultura pop norteamericana de los ‘60, hip hop, la fragmentación, la avant garde neoyorquina... Todo quedó claro en Dead Elvis, el debut del dúo (Fearless y su ex mano derecha Steve Hillier), editado a principios de 1997. Dos años después, con la incorporación de Tim Holmes en reemplazo de Hillier y las estrellas invitadas Iggy Pop, Bobby Gillespie (Primal Scream) y Jim Reid (ex Jesus & Mary Chain), Fearless grabó The Contino Sessions, un disco de sonido claustrofóbico, sensible y paranoico (acorde con la naturaleza del cerebro responsable) que está bien lejos de sus sets como Dj. Holmes habla de su compañero y su relación con las bandejas: “Rich puede hacer un set de tecno de Detroit o electro o dub o lo que sea. Y no hay razón para que la banda suene parecida a la música que él pasa”.