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Música Laurie Anderson en caja

CANCIONES PARA MIRAR

Acaba de aparecer Talk Normal, una antología de dos compacts más un libro que recorren su camaleónica carrera. El lanzamiento no es casual: Laurie Anderson cambió de sello; está por sacar Songs and Stories from Moby Dick, registro de su espectáculo basado en la novela de Melville, y se apresta a componer una obra sinfónica sobre la aviadora Amelia Earhart. A los 54 años, la señora que para algunos es como la María Elena Walsh de esos chicos que hoy son delincuentes informáticos o mesías digitales está más inquieta que nunca.

Por RODRIGO FRESAN

Decir la palabra “performance” equivale a sentir un escalofrío. Bajo sus letras, se sabe, todo está permitido y en su nombre suelen cometerse actos innombrables, peligrosos, insalubres. La idea de la “performance” –su concepto de múltiples interpretaciones, su naturaleza volátil– equivale, casi siempre, a eso que antaño solía estar confinado a cumpleaños de tíos y tías con niño brillante y recitador y que ahora aparece elevado a categoría de bella arte. Todo vale en una performance y la performance es un viaje de ida. De ahí que las tan raras como ocasionales muestras nobles del especimen en cuestión despierten primero nuestra curiosidad y enseguida nuestra admiración. Lo que, por suerte, nos conduce a Laurie Anderson.

CANCIONES PARA JUNTAR
“La artista que llevó el performance-art al gran público y la cultura pop al avant-garde”, anuncia orgullosa la etiquetita en la funda de la reciente Talk Normal: The Laurie Anderson Anthology, cajita compacta de dos discs más libro donde –funcionando como un grandes éxitos fantasma– aparecen treinta y cinco tracks extraídos de los álbumes Big Science (clásico de 1982), Mister Heartbreak (1984), United States Live (también de 1984), el soundtrack del film-live Home of the Brave (1986), Strange Angels (1989), Brigth Red (1994) y The Ugly One with the Jewels and Other Stories (1995). La maniobra no es casual –Laurie Anderson acaba de firmar con la discográfica Nonesuch Records para editar su nuevo y leviatánico proyecto luego de grabar toda una vida para la Warner– pero sí feliz y bienvenida: pocos artistas, creo, se benefician como la Anderson de un paquete antológico. Aquí está todo lo que hay que tener: la majestad iniciática del célebre “O Superman”, el pynchoniano “Gravity’s Angel”, el dueto con Peter Gabriel “Excellent Birds”, los aires cyber-tropicales de “Smoke Rings”, la mutación pop del mejor tema que jamás compusieron los Talking Heads –“Sharkey’s Day”–, la faceta de Phil Collins autómata en “Babydoll” y la Enya replicante en “Strange Angels”, donde canta aquello de “Dicen que el cielo es como la televisión”. Lo que hay que tener y sintonizar. Nuestros progamas favoritos de Laurie T.V., 24 horas de programación ininterrumpida.

CANCIONES PARA EDUCAR
La voz de Laurie Anderson. Esa dicción de institutriz loca de cuerpo eléctrico. La voz con que Laurie Anderson cuenta canciones y canta cuentos. “The Night Flight to Houston”, por ejemplo, donde se nos narra el primer viaje en avión de una Pasajera X que, en el aire, mirando hacia abajo, confunde las luces de las ciudades con las de estrellas y constelaciones. A menudo, las canciones de Laurie Anderson nos hacen sentir un poco así: como instalados en el rincón más extraño de la rutina y quién dijo que es normal eso de subirse a un aparato y viajar por los cielos. Hay algo inteligentemente infantil –de sabiduría primaria– en el modo en que Laurie Anderson contempla las cosas y nos las cuenta. Algo así como la mirada limpia y flamante de alguien que pasó varias décadas en coma y despierta para ver cómo fue la cosa. Pensar en Laurie Anderson como en la María Elena Walsh que escucharon durante los primeros años 80 todos esos niños que ahora son delincuentes informáticos o mesías digitales.

CANCIONES PARA ENCHUFAR
La máquina y Laurie Anderson. No se sabe dónde empieza una y termina la otra. Laurie Anderson –ubiquémosla desde el vamos en los territorios de la mejor ciencia-ficción– se parece bastante al Robot María en la Metrópolis de Fritz Lang: alguien que seduce con elegancia. Olvidémonos, por favor, de aullidos japoneses e islandeses de Yoko y Björk, gente que no puede vivir sin que la miren y la amen. Laurie Anderson, por lo contrario, parece disfrutar desapareciendo detrás de sus textos. Su actitud es fundamentalmente funcional, electrodoméstica. Laurie Anderson se convierte en contestador automático en “O Superman” o en azafata de avión en picada en “From the Air”. Laurie Anderson llegó a nuestras vidas para mejorarlas y para contarnos cómo es nuestra propia vida desde el otro lado de las cosas justo antes del fin del mundo, antes de que sea demasiado tarde. Laurie Anderson, entonces, como profeta que se quedó dormida y llega corriendo para decirnos que se acabó lo que se daba justo cuando empieza a acabarse, cuando el ON muta a OFF, ¿se entiende?

CANCIONES PARA ESCAPAR
Laurie Anderson (Chicago, 1947) empezó como maestra de historia. Dice que le encantaba eso de estar de espaldas a un pizarrón recitando data, señalando mapas y proyectando diapositivas. Su actividad no ha cambiado demasiado. Ya se dijo: dar lecciones o, por ejemplo, conducir una “sinfonía para autos” abriendo y cerrando puertas, bajando ventanillas y tocando bocinas. No es casual que la música de Laurie Anderson se aprecie mejor en movimiento, viajando de A a B pasando antes por Z, huyendo de alguien o de algo; no es tampoco azaroso que la música de Laurie Anderson suela salir a flote en publicidades televisivas de autos europeos. Canciones como road-movies o espaldas tatuadas de postales. Desde el principio, Laurie Anderson desprecia la modernidad como escena secreta y no tiene problemas en hacerse famosa al ser fichada por la Warner a partir del éxito underground de “O Superman”, extraña “canción” basada en un aria de la ópera Le Cid de Jules Massenet. Es entonces cuando sus amigos indies la acusan de vendida y traidora y de llegar al segundo puesto de ventas en Inglaterra. Es a partir de ahí cuando Laurie Anderson comienza a colaborar con otros nombres propios: Jonathan Demme, Philip Glass, Wim Wenders, Brian Eno, William Burroughs (de quien adoptó su slogan-mantra “El lenguaje es un virus del espacio exterior”) y su hoy pareja Lou Reed. “Fue un alivio dejar todo aquello, porque yo nunca estuve de acuerdo con esa moral económica del mundo del arte, donde todo lo que es pop y no es avant-garde no tiene valor alguno”, suspira ahora Laurie Anderson en el librito que acompaña a la antología Talk Normal. A partir de entonces, Laurie Anderson se convierte en la Dama del Violín, ya saben.

CANCIONES PARA ARPONEAR
La aparición de Talk Normal coincide con un momento de alta actividad sísmica en el país de Laurie Anderson. La edición del libro de luxe de la especialista en performance-art Laurie Goldberg y el relanzamiento del CD-Rom interactivo Puppet Motel es uno de los epicentros. El otro –el más fuerte– es la inminente aparición del postergado Songs and Stories from Moby Dick, registro en compact del espectáculo con que ha venido girando en los últimos tiempos por escenarios y mares del mundo la capitana Laurie Anderson. La Gran Performer Blanca se reencuentra con la novela de Herman Melville cuando se le solicita un texto para atraer a estudiantes secundarios a las grandes obras literarias y Laurie Anderson descubre que Moby Dick es el gran artefacto original performer y multimedia de la cultura norteamericana. High-Tech unplugged y siglo XIX: una novela-palimpsesto atomizada desbordando de voces que van de lo epifánico a lo blasfemo pasando, sí, por lo estrictamente didáctico y que conecta a lo largo de los años con Samuel Beckett y Thomas Pynchon y Don DeLillo. “El libro es totalmente musical. Las palabras son, para mí, los sonidos que deben ser leídos en voz alta para recién entonces ser comprendidos en su totalidad”. Moby Dick es, también, el primer gran manifiesto sobre el Gran Fracaso Norteamericano –el triunfalismo primario queda para el Huckleberry Finn de Mark Twain, la otra cara del doblón de oro clavado en el mástil del Pequod– y Laurie Anderson asume desde el vamos el “triunfo fracasado” de su show. Más de dos horas de collage sónico y barroco que fascinó a sus fans y enarcó las cejas de más de un crítico que puntualizó que la artista, por fin, había querido tragar más de lo que le permite el diámetro de sus mandíbulas. Por el camino, navegando en tour, Laurie Anderson como Ahab loca al frente de una tripulación de veinticinco músicos y técnicos y actores (cada uno con su talking-stick, micrófono arpón digital y deformador de voces diseñado por la misma Laurie Anderson) que la siguen a ciegas sin saber muy bien por qué mientras la capitana cambia escenas, escribe nuevas canciones, jura que falta menos para llegar a esa ballena blanca que significa todas las cosas de este mundo; a ese final donde –como en ciertas películas japonesas y radiactivas– es el monstruo el que gana. Siempre.

CANCIONES PARA ESPIAR
“Es tan difícil ser artista en estos días”, concluye Laurie Anderson el texto que acompaña a su antología. “Son muchas las razones que contribuyen a esa dificultad y no tiene que ver con la falta de fondos sino con que todo en este país se ha convertido en espectáculo. Y dentro de ese panorama cuesta discernir qué es arte y qué no lo es. Y qué es simplemente información. Todo parece venir junto adentro del mismo paquete multimediático. Pienso mucho en esto. ¿Para qué hago lo que hago? ¿Nada más que para conseguir algo hermoso e impresionante? La utilidad de lo artístico es parte importante de mi idea de lo que es y debe ser el arte. ¿Hay alguien que necesite lo que yo hago? Es una pregunta graciosa porque en realidad nadie necesita el arte. Pero, de golpe, cuando descubres una obra de arte que significa algo para ti te descubres pensando: Ah, yo andaba buscando algo así y no sabía lo que era. Resulta un poco pretencioso ir por ahí diciendo: Yo quiero hacer arte que la gente necesite. Pero yo me arriesgo a decirlo. Tal vez por eso siempre he sentido que mi verdadera profesión siempre ha sido la de espía”.
Lo próximo, lo que vendrá, sigue conectado con las preocupaciones de Laurie Anderson: Estados Unidos como paisaje mítico y ridículo al mismo tiempo. Ahora –abrocharse los cinturones y no fumar– una obra sinfónica sobre la aviadora Amelia Earhart. Otra vez, en el océano del aire y persiguiendo a otro monstruo sagrado. Otro monstruo que gana al final de la historia y –si se lo piensa un poco, si se mira fijo cualquier foto de Laurie Anderson– se asiste al momento preciso y fifty-fifty en que los rasgos de la monstruosa Ripley se funden con los rasgos del monstruo Alien. Y todos contentos. En el espacio nadie te oirá gritar; pero otra cosa es gritar hablando, cantando, contando.

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