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Las buenas
compañías

Hasta el 25 de marzo, la Fundación Proa ofrece en su sede de la Boca una muestra tan ecléctica como insólita: siete reconocidos pintores argentinos muestran parte de sus “colecciones” particulares. Si bien todos ellos se definen como “no coleccionistas” (salvo García Uriburu), las piezas seleccionadas por Benedit, Macció, Noé, Robirosa, Prior y Polesello proponen al espectador una lógica tan obsesiva como la de los coleccionistas, pero con el eje puesto en “las buenas compañías”.

Por Fabián Lebenglik

El coleccionismo se relaciona con el traslado y la acumulación controlada; es decir, con lo disperso, lo seriado y lo reunido. Cada pieza que se suma a una colección pierde parte de la función que tenía para fusionarse en una nueva identidad colectiva, dada por el conjunto y la personalidad del coleccionista. Claro que toda colección suele ser incompleta; de hecho, la incompletud es la paranoia de los coleccionistas, que nunca paran de llenar ese vacío. Pero en toda colección que se precie hay un valor agregado: precisamente el de pertenecer a ese nuevo ordenamiento de la cultura que va sumando “obras de arte” del pasado, del presente o, paradójicamente, del futuro, en el caso de los coleccionistas que se juegan por lo que creen que va a tener valor en el porvenir.
Todas las piezas de una colección, a partir su incorporación a la misma, nacen de nuevo, por eso las colecciones son “bautizadas” con los nombres de sus propietarios o de las instituciones a las que pertenecen. En ese vaivén que va de la colección al coleccionista, algo del ojo del propietario se cuela en la obra, como si tratara de combinar los ecos de una creatividad compartida, un tipo especial de complicidad: como si el carácter artístico se contagiara del artista al coleccionista. Huelga decir que toda colección implica un fuerte gesto cultural, estético e ideológico: una política del arte. La acumulación de capital simbólico que significa una colección artística se comprueba con ese viaje en el tiempo que implica la incorporación de obras del pasado, el presente y el futuro: se trata de fijar, en la batalla de los sentidos (del poder simbólico como correlato del poder real), una secuencia, un panorama, un recorridodeterminado, a partir de lo que entra y de lo que no entra a formar parte del conjunto.
Todos los coleccionistas se debaten entre el precio y el valor de las obras: desde la perspectiva del “mercado”, el arte forma sus precios con un cuota altísima de subjetividad. En este sentido decía Oscar Wilde que hay quienes conocen el precio de todas las cosas, pero el valor de ninguna. De todos modos, coleccionar no es sólo una cuestión de dinero: todo coleccionista sabe que los Médici de Florencia no pasaron a la historia por haber sido banqueros, sino por haber sido mecenas.

Coleccionar y colectar
En la Fundación Proa se inauguró el 3 de marzo una muestra sobre las colecciones particulares de siete artistas consagrados: Luis Benedit, Nicolás García Uriburu, Rómulo Macció, Luis Felipe Noé, Rogelio Polesello, Alfredo Prior y Josefina Robirosa. No se trata de colecciones en el sentido tradicional, sino de obras que –a través de canjes, regalos o compras– fueron acumulando estos artistas a lo largo de sus vidas: es decir, esa zona intermedia entre coleccionar y colectar. Lo que propone Proa con esta muestra (apertura de la temporada de arte porteña) es un ángulo completamente distinto, pocas veces explorado, del mundo del arte en Buenos Aires: ver, detrás de cada pieza expuesta, el relato iluminador sobre el modo y el momento en que esa obra pasó a la intimidad de la casa o el taller. Todos los artistas convocados para esta muestra se autodefinen como “no coleccionistas”, salvo García Uriburu que sí es un coleccionista tradicional: ha ido sumando, a lo largo de cuarenta años, un enorme conjunto de piezas precolombinas argentinas, para el cual está a punto de abrir un edificio en el que hará pública la colección y, a través de una estructura de fundación, promoverá investigaciones y ediciones relacionadas con la arqueología (vale agregar que García Uriburu también fundó un museo en Maldonado, Uruguay, con escultura uruguaya del período 1880-1945, que también fue comprando a lo largo de muchos años, en una antigua escuela ubicada al lado de la Catedral, que fue donada durante la presidencia de Julio Sanguinetti).

Ser o no ser coleccionista
En el catálogo de la exhibición, Benedit apunta: “Una colección está organizada con un punto de vista, desde una perspectiva. Para el coleccionista, la procedencia de la obra, la documentación, su reproducción, toda la historia de la obra es algo muy importante. Esta exigencia es muy entendible, porque una colección debe estar documentada, y hay mucha obra falsa que circula y no es tan fácil descubrirla. Yo no creo tener una colección de pintura. Cuando me gusta la imagen de alguien, no es que quiero tener varias obras, me alcanza con una, independientemente de la fecha en que fue pintada y de su valor. Una actitud muy distinta a la que tiene, o debe tener, un coleccionista”.
Macció, por su parte, explica: “Lo que me gusta es tener cuadros que estimulen a pintar. Y éstos tienen mucha energía, son de grandes artistas, y a mí me estimulan. Es mejor tener siempre al lado buena pintura. Si pudiera, sería un gran coleccionista: sé mirar. Y compraría, pero no tengo con qué. Tendría que vender para comprar. Aunque he comprado varias cosas... algunas que ya no conservo. Si hubiese tenido recursos, me habría comprado un Leonardo. No es fácil de encontrar, pero algo hay y no es un imposible: increíblemente, es más barato que muchos contemporáneos”.
Noé explica que tampoco la suya es una colección: “Es otra cosa. Una colección es lo que se arma alrededor de una idea. Éstas son... huellas de la vida. Cosas que me han acompañado, que he recibido en distintas situaciones. Mis amigos, los que han sido compañeros de taller, colegas, alumnos, me han regalado obra. Algunas veces he cambiado. Pero jamás compré”. Polesello, en cambio, se define como un coleccionista frustrado: “El coleccionista toma una determinación y va a buscarla, y con esadeterminación forma una colección. Hay algunos que son verdaderos visionarios. Y tener una colección no es un problema de plata. Porque no es lo mismo comprar obra de arte consagrado que ir comprando a medida que sucede; ahí tenés la intuición de que lo que estás haciendo es algo importante y que va a quedar. Y esa actitud la tiene tanto el artista como el comprador”.
Prior confiesa: “Yo no tengo espíritu de coleccionista, ni de poseer nada. En lo que puedo coincidir con un coleccionista es en la pasión por el arte. Pero creo que el coleccionista debe tener un plus, que es la necesidad de posesión de la obra y que considero una idea bastante obsesiva. No sigo intercambiando, no quiero tener demasiados objetos. Me pasa con todas las cosas. No quiero discos, no quiero libros; sin embargo uno siempre se tienta con algo. Pero agregar algo, sobre todo una obra, agrega un plus a tu vida, en las paredes y en la cabeza. Y yo prefiero despojar”. A Josefina Robirosa, pensarse como coleccionista le da risa y vértigo a la vez: “Porque si tuviera mucha plata compraría sin parar”.

Miradas alternativas
Estas Colecciones de artistas presentan un espacio del arte -.el de la intimidad de los talleres y las casas-. que se es precisamente lo opuesto al museo: eso que escapa a las reglas de exhibición y a la disposición tradicional y académica. Los lazos que unen una obra con otra, en las salas dedicadas a cada artista/coleccionista, son caprichosos y eluden tanto el guión expositivo, como el ensayo y la “propuesta curatorial”. La ideología estética de la exposición concibe el espacio privado del artista como una lectura alternativa a la académica, una guía de ojos expertos que miran desde la práctica y el poder creativo que implica la mirada artística: pseudo-colecciones formadas por cuestiones accidentales, intercambios, historias privadas, amores y desamores, que abren al espectador nuevos accesos al mundo del arte y a miradas y relaciones alternativas. Detrás de estos conjuntos de obras hay homenajes, conquistas, sueños y –como no podía ser de otro modo– un profundo narcicisimo, ya que todos se exhiben también a sí mismos, a través de obras de autoría propia de las que no han querido o no han podido desprenderse. García Uriburu, por ejemplo, lo hace de un modo más planificado y museístico. Robirosa, de un modo más nostálgico (muestra obra de hace casi cincuenta años, produciendo un interesante efecto con el que se confirma que todos vivimos, a lo largo de nuestras vidas, otras vidas). La pasión de Noé por el caos y por sí mismo queda una vez más explícita: es el que más obras juntó, el más “desordenado” para colgar y la mayor parte de lo que muestra son retratos que le han pintado. En su selección se cruza el ego como motor, la familia (obras de sus dos hijos e imágenes de la familia). A su vez, es el más arriesgado: no todo lo que seleccionó es “buena obra”. Su narcisismo le permite definir, fuera de cualquier estándar y de cualquier moda, qué es buena pintura y qué no.
En los sucesivos bloques, se presenta el arte como ordenamiento y disposición del mundo. ya se sabe que ordenar y disponer no son neutrales respecto del mundo que se presenta, del mismo modo que la descripción tampoco lo es en el plano narrativo. Se trata de un mecanismo de presentación que se cubre de la apariencia de la neutralidad para reflexionar, evocar, citar, teorizar y proponer un punto de vista. En suma, estas colecciones están fuera de cualquier coleccionismo tradicional y muy lejos de lo especulativo (esa actitud del coleccionista que reproduce el gesto capitalista de la acumulación económica). En todo caso, lo que se ve aquí es un coleccionismo casual, loco y, a su modo, también obsesivo, ya que su lógica se basa en el valor del afecto y del gusto de estos artistas.

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