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Cine Se estrena un extraordinario documental sobre Dino Saluzzi

Che bandoneón

Este jueves se estrena en Buenos Aires Saluzzi. Ensayo para Bandoneón y Tres Hermanos. Escrita, filmada y distribuida por Daniel Rosenfeld, la película sigue al bandoneonista por cuatro ciudades europeas y de vuelta a su pueblo natal en Salta, donde ensaya con sus hermanos mientras la madre dice a cámara que “ya no hay música”.

Por Diego Fischerman

El relato de Dino Saluzzi es errático. La voz de su madre, también. Y es que el viaje, el estar siempre en otra parte de donde se querría estar, resulta esencial en el notable documental –ensayo, prefiere llamarlo su guionista y director– sobre el bandoneonista que se estrenará este jueves en el complejo Village Recoleta de Buenos Aires. Ensayo, en todo caso, sobre la voz (sobre el ritmo de la voz) y ensayo en un sentido literal, cuando ese tema que ha sobrevolado en retazos durante toda la película se instala en el ensayo real de Saluzzi y sus hermanos en la casa familiar de Camposanto, en la provincia de Salta. El camino de ese ensayo es el que va del tarareo al lápiz sobrevolando la hoja sin tocarla y, luego, del pentagrama a los tres hermanos tocando juntos, mientras una televisión habla de vaya a saberse qué cosa y la madre dice, a menos de dos metros, que “ya no hay música”. El tema, unas pocas notas que saltan del grave al agudo, también erran, como las sombras a las que se canta al principio de la película (“A veces viene delante, a veces viene detrás”) y como el propio Saluzzi, hamacado a la velocidad de sus pensamientos en una góndola que recorre una luminosa Venecia en blanco y negro.
La película que Daniel Rosenfeld inventó, filmó y distribuyó (el estreno comercial en esta ciudad se debe exclusivamente a su propia gestión) se parece a la música de Saluzzi. Una música puntuada sobre todo por tres fragmentos: ese tema que va formándose a lo largo del film; “Mi Buenos Aires Querido” (el tema enmascarado, sin aparecer nunca del todo); y uno de los más bellos standards del jazz, aquí con un significado imprevisto por Wood y Mellin, sus autores. “My One and Only Love”, igual que los inserts en color, parece estar hablando de Salta o, más precisamente, de ese pueblo en el que los hermanos, parados en el terreno de la que fue su casa, hablan de los pacarás, los árboles del lugar, y usan sus semillas como maracas. Antes, el bandoneonista bromeaba: “Este es el instrumento para los que se van al cielo”, decía señalando un arpa en una vidriera de una casa de música europea. “Y éste, el bandoneón, es para los que se van abajo”.
En el comienzo de la versión de Bergman de La Flauta Mágica, la cámara se detenía, durante la obertura, en las caras del público. Saluzzi. Ensayo para Bandoneón y Tres Hermanos recurre al mismo procedimiento. Primerísimos planos de la mano en la botonera del instrumento, del fuelle hinchándose y contrayéndose, de la cara del músico, de sus ojos cerrados, se alternan con las expresiones maravilladas de los europeos que rodean el escenario. Y allí se dibuja, ya, uno de los atractivos mayores del documental. Una suerte de polifonía cultural, de voz hecha de muchas voces. Entre las caras europeas están las de varios negros que miran, sobre el escenario, a otras caras de pieles oscuras. “El negro”, dice Dino Saluzzi refiriéndose a uno de sus hermanos. Y la música de ese negro nada tiene que ver, en su origen, con la del negro que escucha y al que sin embargo –o tal vez por eso mismo– deslumbra. La música de Saluzzi es una música sin fronteras precisas, en las que un standard de jazz puede imbricarse con un tango y, ambos, estar hablando en realidad de esa distancia que ya estaba inscripta en la historia fundante: un bandoneonista salteño tocando tangos en Buenos Aires, en la orquesta de Gobbi. Hay otro tema, fugaz (primero Saluzzi dice no recordarlo, dice no saber tocar nada de Piazzolla) y es “Adiós Nonino”, rescatado del instrumento nota por nota.
La figura del doble resulta fundamental para el Romanticismo. Y algunos músicos como Beethoven, conscientes o no de hacerlo, trabajaron con esa misma idea en el plano sonoro. Repeticiones que no son tales. Exposiciones que parecen completas y autosuficientes hasta que aparece una segunda parte que les confiere un significado totalmente distinto. La estructura de Ensayo para Bandoneón y Tres Hermanos parece abrevar en la misma fuente. Dos secciones claramente diferenciadas marcan el derrotero de Saluzzi. El blanco y negro para la gira europea, para el trío con su hijo José en guitarra y el contrabajista Marc Johnson (un ex integrante del trío de Bill Evans) y para la presentación en vivo de Cité de la Musique. El color para las escenas en Camposanto. En una y otra sección (y en la mente del bandoneonista, que la película juega a adivinar), sin embargo, aparecen las invasiones. Una y otra se entrometen y, en el final del documental, en el medio del color salteño, vuelve el blanco y negro en un plano cenital de Saluzzi caminando. La historia es casi cíclica pero “casi”, en este caso, es la palabra más importante. Porque la historia no se cierra, el círculo se abre y, como en el viaje veneciano o en el tema que Saluzzi va componiendo, puede tomarse el canal más impensado. Al fin y al cabo, todos son desvíos.
La música de Saluzzi es derivativa y la idea de la deriva no es extraña al film de Rosenfeld. Las corrientes aceleran o frenan de golpe, llevan al viajero hacia donde no pensaba ir; lo detienen o lo impulsan; lo engañan y seducen; le revelan, también, sus secretos. Con los títulos finales suena Saluzzi y esta vez es junto a un cuarteto de cuerdas alemán, el Rosamunde, en una obra en la que no hay improvisación, en que cada sonido de la deriva fue previsto, escrito y ensayado. Antes, en una fiesta en la que Saluzzi primero toca el bombo, acompañando a un cantante de magnífica voz grave (a lo Falú) y luego el bandoneón, en una chacarera, con un fondo de campo y construcciones precarias, un hombre y una mujer (ella de vestido negro, él de riguroso traje gauchesco) bailan agitando sus pañuelos. La mirada de Rosenfeld, tan extranjera (y maravillada) en Salta como en Europa, registra ese momento con la frescura del descubrimiento. Es que, tal vez, el secreto de la belleza de este film esté en su falta de impostura. El director no intenta hacer creer que lo sabía todo de antemano. Se deleita en ir descubriendo cosas a medida que filma. Su devenir es el mismo del bandoneonista. Seguir el camino de esas notas que poco a poco conforman un motivo, luego un tema y más tarde una obra, es seguir la propia deriva. Es intentar fijar, aunque sea por un momento, el mapa de la creación.

Un ensayo sobre la deriva

Por D.F.

“No quería hacer una película didáctica ni una biografía ni algo ilustrativo. Estaba claro, desde el principio, que no se trataría de algo como Un Día en la Vida de Dino Saluzzi ni nada por el estilo. Tal vez, en el comienzo, estaba más seguro de lo que no quería hacer que de la forma definitiva que tendría el film”, cuenta Daniel Rosenfeld, creador de Saluzzi. Ensayo para Bandoneón y Tres Hermanos. “La forma de la película”, dice con el proyecto terminado, “trata de imitar por momentos la propia música de Saluzzi, eso que él mismo dice acerca de los caminos que dicta la intuición”.
Este film, que se exhibió con un éxito notable en los Festivales de Berlín, de Cine Independiente de Buenos Aires, Nyon (Suiza), Toulouse, San Sebastián, Dinamarca, Chicago, Amsterdam y La Habana, también fue elegido para inaugurar el New York Documentary Film Festival. Ganador del concurso del Fondo Nacional de las Artes, fue auspiciado por la Cancillería argentina, por el Gobierno de Salta y la Secretaría de Cultura de la Nación y fue declarado de interés especial por el Instituto Nacional del Cine. “No sé si la palabra documental es adecuada, yo prefiero llamarlo ensayo”, reflexiona su director. “No quería darle nombre a las cosas,porque la creación es intangible y privada. Por eso la película no pretende dar certezas acerca de desde dónde viene la música”.
Rosenfeld, que estudió montaje y puesta en escena y fue becado por el Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI) para realizar documentales en Televisión Española, asegura que, junto con el plan inicial de filmación, lo que se fue transformando fue su propia visión del personaje: un músico al cual admiraba pero al que fue descubriendo a medida que transcurría la filmación. “Me deslumbraba tener frente a mí a una persona que intentaba ser honesta y verdadera todo el tiempo”. De las secuencias en Salta, el director rescata el relato de la madre de Dino Saluzzi, esa voz “de la que se entienden muy pocas palabras y sin embargo de la que se sabe con certeza de qué está hablando. Eso está en el corazón de la película”.

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