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Cine la película de Julian Schnabel sobre el libro de Reinaldo Arenas

Cae la noche tropical

Se anunciaba como el plato fuerte en una temporada caracterizada por la medianía en las nominaciones al Oscar: el español Javier Bardem encarnando a Reinaldo Arenas, las presencias de Sean Penn, Johnny Depp y Héctor Babenco en papeles secundarios, y el pintor Julian Schnabel detrás de cámara para llevar al cine Antes que anochezca. Sepa por qué esta película filmada en México y hablada en inglés podrá agitar las aguas del debate sobre los derechos humanos en Cuba, pero no logra captar la desesperación desnuda del libro póstumo de Arenas.

POR CLAUDIO ZEIGER

“Yo no tenía ideas preconcebidas acerca de Fidel Castro. Así como el propio Arenas decía: no soy de derecha, no soy de izquierda, yo digo que no soy homosexual, no soy cubano. Sólo intenté contar la historia de Reinaldo.” Con esta suerte de anti-declaración de principios, el director Julian Schnabel encaró una tarea harto difícil para cualquier cineasta: la adaptación de Antes que anochezca. La autobiografía del escritor cubano Reinaldo Arenas es sin duda uno de los libros más duros y polémicos que dio la literatura latinoamericana cuando ya había quedado atrás la euforia del Boom, en gran medida por el reflujo político de aquello que en gran parte lo había sostenido: la irrupción de la Revolución Cubana y las encarnizadas discusiones y polémicas sobre el compromiso de los intelectuales en las que participaran prácticamente todos los escritores de los 60 y los 70.
A Arenas le tocó una mano más dura. Si bien fue, a su manera, un escritor del Boom –desde que su libro El mundo alucinante fue traducido y publicado en Francia poco después de la explosión que significó Cien años de soledad– no pudo entrar en la órbita internacional de los otros escritores, en gran parte porque nunca salió de Cuba hasta su exilio, en 1980. Sus comienzos literarios, cuando la Uneac (Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba) premió su primer libro, Celestino antes del alba, fueron muy auspiciosos pero ya cuando presentó a concurso El mundo alucinante estaba distanciado ferozmente del oficialismo literario de la isla y empezaban los primeros problemas por su disidencia sexual. En 1973 empezó un proceso en su contra y poco después fue encarcelado –la acusación: corrupción de menores– en una prisión siniestra llamada El Morro, viviendo en pésimas condiciones durante dos años. De allí en más su lucha principal fue por salir de Cuba, algo que consiguió en 1980 durante la célebre fuga de los marielitos, que comenzó con cientos de refugiados invadiendo la embajada de Perú y terminó con un contingente de exiliados en Miami, cuando Fidel Castro decidió dejar salir de la isla a los disidentes que quisieran hacerlo (o, según otras versiones, aprovechó la volada para “limpiar” la isla de deficientes mentales y gente con antecedentes penales, categoría que incluía a muchísimos homosexuales).
Arenas murió en 1990 cuando ya estaba gravemente enfermo de sida. Se suicidó inmediatamente después de haber puesto punto final a su autobiografía y tras dejar en orden gran parte de los manuscritos de novelas y piezas teatrales que estaban a medio terminar y que todavía hoy, diez años después, siguen saliendo a la luz (como sucedió dos años atrás con la feroz sátira anticastrista El color del verano). En un mensaje del que dejó copias a amigos personales, a su madre, al New York Times y al Miami Herald, y que se incluye en el final de su autobiografía bajo el título “Carta de Despedida”, redactó una furibunda declaración de principios con la que se da de narices el espíritu elegido por Schnabel para encarar su film. Escribió Arenas: “Queridos amigos: debido al estado precario de mi salud y a la terrible depresión sentimental que siento al no poder seguir escribiendo y luchando por la libertad de Cuba, pongo fin a mi vida voluntariamente porque no puedo seguir trabajando. Ninguna de las personas que me rodean está comprometida en esta decisión. Sólo hay un responsable: Fidel Castro. Los sufrimientos del exilio, las penas del destierro, la soledad y las enfermedades que haya podido contraer en el destierro seguramente no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país. Al pueblo cubano, tanto en el exilio como en la isla, los exhorto a que sigan luchando por la libertad. Mi mensaje no es un mensaje de derrota, sino de lucha y esperanza. Cuba será libre. Yo ya lo soy”.
DEFINA APATRIADO, POR FAVOR
Julian Schnabel no sólo es cineasta. Además, o principalmente, es artista plástico. Neoyorquino nacido en 1951, su obra se ha exhibido hasta en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, alcanzando cotizaciones siderales –y una sugestiva esterilidad creativa posterior– en los años 80. Estas razones y la amistad personal lo llevaron en 1996 afilmar la vida del artista Jean-Michel Basquiat en lo que era su única película (Basquiat) hasta Antes que anochezca. Cuando trató de explicar qué lo había llevado a filmar la vida de Reinaldo Arenas, después de la de Basquiat, Schnabel no hizo hincapié, como podría suponerse, en el aura maldito de ambos artistas (los dos murieron de sida, por otra parte, después de tener vidas agitadas y marcadas por la marginalidad) sino que recurrió a un hecho más bien incidental. “Descubrí a Reinaldo Arenas tres años después de su muerte, viendo el documental Habana, un recorrido oral por la historia de Cuba dirigido por Java Bokova. Allí le escuché decir que el Departamento de Estado lo había declarado apatriado, así que consideraba que legalmente no existía. Yo acababa de filmar Basquiat y no sabía si volvería a hacer otra película, pero en ese momento me dije que, si llegaba a intentarlo algún día, sería con la vida de él.”
La lectura de Antes que anochezca lo puso en contacto con algunas de las personas que habían conocido a Arenas en vida, entre ellos el pintor Jorge Camacho y su esposa Margarita (cubanos que se fueron a vivir a Europa en 1959) y Lázaro Gómez Carriles, un joven que había escapado de Cuba junto a Arenas y a quien éste llamaba “el portero” (hay una nouvelle de Arenas que se titula así) ya que ése fue su trabajo en Nueva York. Lázaro Gómez se incorporó al equipo de guionistas de Schnabel y seguramente a él se debe uno de los mejores tramos del film: el relato de la agonía del escritor, su muerte lenta y suave tomando whisky en pajita y tragando de a poco los tranquilizantes que va sacando de un sobre de papel.

DEFINA DIDACTICO, POR FAVOR
Schnabel tuvo la intención declarada de hacer una película didáctica sobre la vida de Reinaldo Arenas basando su fuerza de verdad en el rigor documental y subrayando con climas poéticos (que no desdeñan ciertos desbordes mágicos, inevitables cuando los norteamericanos se asoman al trópico latinoamericano) los momentos de la infancia y la adolescencia del escritor. Incluyó escenas de archivo de la llegada de los barbudos a La Habana y –desde México– buscó reconstruir La Habana de los años 60, a la que Reinaldo llegó siendo un joven campesino para sumarse a las filas revolucionarias. Contó con el apoyo de notables para hacer pequeños papeles, actores-amigos solidarios con el proyecto: Sean Penn (en una aparición relámpago e injustificada), Johnny Depp (en el doble rol de un teniente supermacho y un travesti encarcelado), la esposa de Schnabel Olatz López Garmendia (como madre de Reinaldo) y hasta puede verse al cineasta Héctor Babenco (en la piel del escritor Virgilio Piñera). Schnabel quiso filmar la película en Cuba pero al parecer ninguna promesa de corrección política pudo convencer a las autoridades y el rodaje terminó por hacerse en distintos escenarios de Veracruz y Mérida. Javier Bardem, el protagonista del film, fue uno de los que respiró aliviado al enterarse de la noticia: “Hubiera sido muy complicado rodarla allí”, declaró.

BARDEM BARDEM
En las últimas semanas, el español Javier Bardem se convirtió en el centro de atracción máxima del film ya que está candidateado al Oscar como mejor actor protagónico. Mientras los norteamericanos lo comparan con Antonio Banderas, los periodistas españoles lo asediaron en una conferencia de prensa en la que –aseguran– hubo más cámaras que en la conferencia que dio Almodóvar después de recibir su Oscar el año pasado. Bardem dijo estar alucinado por tanta exposición, un poco cohibido y un poco aturdido, y sinceramente no cree que pueda batir a Tom Hanks (candidateado por su actuación en Náufrago) en la contienda. Parte de la tensión se debe, seguramente, a que Bardem ha tenido una relación tirante con el proyecto didáctico-cinematográfico de Schnabel y no lo oculta. A fines del año pasado, cuando Antes que anochezca compitió en el Festival de Venecia y ganó el premio del Gran Jurado, el actor de Jamón, jamón, Perdita Durango y Carne trémula había confesado que cuando Schnabel le ofreció el papel, primero le dijo que no.Adujo reparos políticos: el hecho de que la película fuera una crítica explícita al gobierno de Cuba. Igualmente la curiosidad lo llevó a leer el libro de Arenas. “Después de terminar el libro me fui a La Habana, que yo no conocía, y hablé con varias personas. Entonces me di cuenta de que en aquella época ocurrió casi textualmente lo que contaba el libro y que además eso le había ocurrido a mucha gente, no a una persona aislada.” La lectura y el viaje cambiaron ese no inicial por un sí. Una vez autoconvencido, Bardem se entregó de cuerpo y alma al papel de Arenas y el resultado de su trabajo, puede decirse sin ningún reparo, es memorable. No sin razón Schnabel afirmó: “No van a encontrar una actuación mejor que la de Bardem en todas las películas nominadas”. Lo curioso del caso es que el trabajo de Bardem crece en contraposición con la medianía bienintencionada de la película. Si alguien supo captar el fondo más salvaje y desesperado de Antes que anochezca, desde la primera escena de Arenas tímido, ilusionado y un poco ingenuo frente a una mesa de examen que elogia su sensibilidad artística hasta la agonía del final, ése fue Bardem. Intuitivamente o no –ya casi no importa–, Bardem encarna la dimensión de la sexualidad en Reinaldo Arenas, asumiéndola a partir de su poderosa presencia corporal (la remanida expresión “poner el cuerpo” es absolutamente certera para usarla aquí), mimetizándose con el personaje a tal punto que no puede discernirse si Bardem se parece tanto físicamente a Arenas porque la naturaleza lo quiso así o porque el parecido es resultado de su esfuerzo actoral.

OYE, CHICO, COME HERE
Lo primero que llama la atención, apenas comienza la película, es que esté hablada en inglés. Si fue rodada en México y su principal protagonista es español, bien podría estar hablada en castellano. Schnabel justificó esta decisión diciendo que así puede llegar al gran público (norteamericano, se entiende) que jamás se tomaría la molestia de ir a ver una película subtitulada. Allá ellos. Para nosotros, latinos acostumbrados a leer subtítulos, el desconcierto crece cuando en ciertas escenas el inglés vira a un injustificado spanglish con acento mexicano, o a parrafadas enteras vertidas en español (hay que agregar que, salvo Bardem, nadie se esforzó demasiado por dotar de acento cubano a estas parrafadas). El resultado final no es tan grave en el orden lingüístico –al fin y al cabo, el film es norteamericano– pero termina de hacer evidente una de las grandes falencias del director: por decirlo con un término caro a Lezama Lima, la película carece por completo de “habanidad”. Schnabel cree que no es así, por el hecho de haber reconstruido escenarios locales en ciudades mexicanas o por haber encontrado un malecón símil La Habana. El pecado mayor es, sin embargo, otro, y de orden más profundo que los escenarios y las escenografías: el no haber tenido en cuenta el tono irreverente, el odio desbordado pero siempre cómico (Arenas afirmó que su obra “es mi venganza contra casi todo el género humano”) del libro, para reemplazarlo por una elocuente falta de humor, y también de ímpetu rebelde. La consecuencia es que, en el film, despojado de su rebeldía esencial y primitiva, Arenas va en línea recta a convertirse en un mártir de las circunstancias. En sus mejores momentos, Bardem logró convertir la rebeldía que el guión le escatima todo el tiempo en, al menos, una desesperada impotencia. Su logro tiene mucho mérito, pero está muy solo en la batalla.

NO SOMOS NADA
Quien haya leído el libro seguramente se sorprenderá por la escasez de peripecias sexuales de la película. Sin tapujos, el escritor dedicó muchísimas páginas a describir sus aventuras con “bellos adolescentes erotizados” (convertidos en la película en “la maravillosa juventud de La Habana”), no como una mera cuestión anécdotica (y menos como pornografía gay) sino buscando demostrar que esas relaciones (casi siempre desafortunadas) eran uno de los centros vitales de su vida cotidiana en medio de las persecuciones que sufría. La película expurgó allibro de esas escenas y en general eludió dar cuenta de la vida subterránea de frenesí sexual que retrata la primera parte de Antes que anochezca. Sugestivamente, en ningún momento de la película se dice que Arenas estaba enfermo de sida, dato que el autor no sólo no ocultó sino que resaltó, ya que en las páginas finales de Antes que anochezca hay una amarga reflexión sobre la enfermedad a la que Arenas presentía más como un castigo humano que divino (en la película, en cambio, apenas un gesto de Reinaldo, que al cortarse una mano con un vaso se exaspera cuando su amigo Lázaro quiere ir a asistirlo, sugiere que la sangre es peligrosa).
No hacía falta, quiere uno creer, que Schnabel se declarara homosexual, anticastrista, cubano, de izquierda o de derecha para llevar a la pantalla la vida de Reinaldo Arenas, pero también hay que decir que tanta neutralidad lo dejó desarmado para captar la complejidad del artista al que quiso homenajear.

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