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La lección
a los desposeídos
Por
Alfredo Grieco y Bavio
El
filósofo-rey de la socialdemocracia alemana y campeón de
la comunicación y la esfera pública difícilmente
podría haber encontrado un momento mejor publicitado que el actual
para iniciar su gira por China. Hay que decir que Jürgen Habermas
no lo buscó. Pero la crisis entre Pekín y Washington por
el avión espía es un ensayo general, para espectadores cansados,
de lo que pueda traer una nueva Guerra Fría. Como siempre en la
filosofía germana, a Habermas le sería posible hacer gestos
hacia una tradición patria, la de su tierra de pensadores y poetas,
su país sin revolución. Ya Leibniz escribió y aun
teorizó sobre China. Es conocido el interés de Georg Simmel
por el arte y el de Max Weber por la socialidad de la nación hoy
anfitriona. Pocos años antes de que el adolescente Habermas militara
en la Juventud Hitleriana, Oswald Spengler concedía al chino el
título de pueblo más civilizado, aunque no más culto,
del planeta.
Las diferencias triunfan sobre las semejanzas si se compara la gira de
conferencias de Habermas por Pekín y Shanghai con la que Sigmund
Freud cumplió nueve décadas atrás por Massachusetts.
Pero ambas recuerdan, salvando las distancias insalvables, las de los
filósofos griegos, incluso los cínicos, por la Roma imperial:
los cultos ilustrando, pero también divirtiendo, a civilizados
que se muestran complacidos de organizar esas recepciones que sólo
les hacen honor.
El martes, en su conferencia inaugural en la Academia de Ciencias Sociales
en Pekín, Habermas explicó a los asistentes la necesidad
de respetar los derechos humanos. Lo hizo en términos que podían
parecer cínicos: los derechos humanos son buen negocio, toda modernización
económica fracasará sin ellos. Contra los conflictos
y las tensiones que una acelerada modernización genera sólo
ayuda una juridicidad democrática de la política,
resumió, reiterando una fórmula básica de su filosofía.
El miércoles, en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Pekín,
es seguro que la misión militar norteamericana liderada por el
subsecretario de Defensa Peter Verga repetía fórmulas no
excesivamente desemejantes aunque acaso más amenazadoras, con la
esperanza de forzar que los chinos devuelvan pronto el avión espía
que sigue retenido en la isla de Hainan. Del más idealista al más
pragmático, todo énfasis occidental sobre los valores democráticos
invita a los chinos a una cosmética, a un maquillaje de derechos
humanos para exportación al que cada vez se muestran menos renuentes.
En la Escuela Superior del Partido Comunista, la disertación de
Habermas se titula El Estado nacional bajo la presión de
la globalización. Tras la represión sangrienta en
la plaza de Tiananmen en 1989, Habermas había declarado no
estar seguro de visitar China. Pero si el rey-filósofo de
la Casa Blanca, Bill Clinton, no dudó en fotografiarse sobre ese
fondo, el filósofo-rey de la bávara Starnberg tampoco. Su
visita ya es un triunfo para las autoridades comunistas, una versión
más limitada del objetivo de convertirse en sede olímpica.
La prensa china llamó a Habermas, sin vacilaciones ni restricciones,
uno de los más grandes pensadores contemporáneos.
En otro sentido, la filosofía habermasiana enfrenta problemas más
acuciantes bajo las miradas de Oriente. En 1986, Habermas hizo famosa
la expresión Patriotismo de la Constitución
como alternativa al nacionalismo étnico. En los comunicados y comentarios
oficiales y semioficiales que pudieron leerse en las últimas dos
semanas por la crisis del avión, se descubría la expresión
todas las etnias que forman la nación china. La sola
inclusión de este giro, con su énfasis sobre la unidad de
reacción y propósitos, revela la ansiedad por una nación
que fue unificada en tiempos muy recientes. Su separación, si se
disolviera o quebrara la autocracia del Partido Comunista, generaría
conflictos cuyos movimientos de masas, no es necesario insistir, serían
superiores a los de la ex-Yugoslavia. Habermas, preguntado por el diario
español La Vanguardia, rehusó cualquier derecho de autodeterminación
política a catalanes y vascos. Por torcida que sea la interpretación
de Pekín, y por democrática que sea la posición del
mentor filosófico del vicecanciller verde Joschka Fischer en su
defensa de la Unión Europea postnacional, estas declaraciones no
pueden disgustar a quienes preocupa el separatismo musulmán en
Sinkiang y el budista en el Tibet. En esta estación, cuando el
premio Nobel de Literatura es chino, Habermas disiente con el anterior,
su compatriota Gunter Grass. A diferencia del novelista, el filósofo
es un abogado de la unificación y de la República de Berlín.
Es cierto que su versión de Deutschland über alles en el Cuarto
Reich de gobierno rosi-verde se parece así a la del Segundo y nada
a la del Tercero. Pero no sin coincidir con el Made in Germany
del milagro exportador alemán, de la vieja, eficiente República
de Bonn que lo vio llegar a la fama.
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