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Memorias de un
chico de la calle

Vivía de lo que conseguía en las calles de Catamarca hasta que fue a dar a un reformatorio. Ahí, le pidió a la Virgen que le permitiera cantar. Y en eso estaba cuando Rodrigo lo escuchó en un boliche catamarqueño y lo convirtió en su discípulo. A un año de la muerte de su tutor, con sólo 19 años, Walter Olmos vende millares de discos, tiene más de un manager, fans en todo el país y está a punto de llenar el Luna Park para convertirse en la nueva pasión de multitudes.

POR CLAUDIO ZEIGER

La de Walter Olmos es una de las historias más llamativas de las que hoy en día circulan por la Argentina. Porque hay historias de caídas, de ascensos, de marginalidad y exclusión furiosa; hay historias de triunfos mediáticos e historias barriales de bandas de pibes que empecinadamente se siguen juntando en un garage para formar una banda. Pero hay pocas historias que terminan bien. La historia de Walter –19 años, nacido en plena guerra de Malvinas, el 21 de abril de 1982, casi en el extremo opuesto del escenario de la guerra, en Catamarca– tiene algunos ingredientes de todo eso, pero a la vez es diferente, corrida para un extremo. Tiene algo de cuento de hadas: el pibe que de la nada tiene la chance de llegar a lo alto. Pero con unos tintes sombríos que no se disuelven. Hay un ídolo que lo apadrinó –Rodrigo–, pero que también lo “abandonó” involuntariamente apenas comenzaba a andar. Hay una deuda que lo mantiene atado (muy orgullosamente, ése es el mensaje que da) a su pasado muy reciente como chico de la calle. Habrá quienes acepten la historia y se emocionen con ella, y quienes se encojan de hombros con escepticismo, como diciendo: otro ídolo fabricado. ¿Un morochito que hasta hace no mucho era un busca de la calle está a punto de hacer dos Luna Park, tiene un representante para el interior y otro para Capital, club de fans, y vendió 120 mil discos en unos meses? ¿En un programa de TV el premio que ganó la televidente era ir a cenar con Walter Olmos, que muchas veces, confiesa, había cenado recortes de pizza de los restaurantes? Y todo, cuarteteando.
Hay tensiones de clase que –se habrán fijado ustedes– se suelen expresar con virulencia cuando se habla de música y sobre todo de músicas sin grandes pretensiones, hechas para bailar y divertirse expresando sentimientos, como esencialmente son la cumbia o el cuarteto. Cuando alguien emerge de allí y la pega, inmediatamente hay sospechas de que se trata de uno de los efectos de la pasión tropical que se expandió por el país a fines de los 80 al calor de las bailantas. Pasó con Riki Maravilla, Alcides y, para hablar del cuarteto, con Sebastián y obviamente con La Mona Jiménez. Y con Rodrigo, ayer nomás. Pero, ¡atención! Pasa el tiempo y la Mona bien puede ser “aceptado” y salir en la tapa de una revista de rock, como probablemente hubiera pasado más adelante con Rodrigo de haber sobrevivido (y lo que pasó después de su muerte, desde luego, demuestra que había allí mucho más que un “producto”).
En el último año, a Walter Olmos le dicen “el heredero de Rodrigo”, de quien el 24 de junio se va a cumplir un año de su muerte. El 8 y 9 de junio, Walter Olmos va al Luna Park. A Walter también le dicen “el elegido”, como si alguien lo hubiera señalado con el dedo o la mano de Dios. Y aquí termina la primera parte de la historia de Walter, a la que cada uno le asignará el valor que quiera: ¿astuto marketing? ¿Cuento de hadas (Rodrigo escuchó a Walter cantando en un ignoto boliche de Catamarca, preguntó ¿quién es este pibe que no es la Mona pero parece? y se lo llevó con él de gira y lo puso bajo su protección) que termina mucho antes de llegar el momento del final? Empieza entonces la segunda parte de la historia.
Walter Olmos pone cara de saber qué se dice y qué se espera de él y de otros como él (lo primero que hay que decir: Walter Olmos es recontra consciente de que hay muchos como él en gateras, a punto tal que acepta que en su medio un representante es más importante que el artista, porque sabe que potenciales artistas hay muchos) y entonces se resiste a hablar de todo esto. Plantea que solamente se hable del show del Luna Park. Se empaca. Después –charla mediante– se va ablandando y acepta hablar de todo lo que se le pide hablar que, en definitiva, no es más que su propia historia de vida contada por él. Va a hablar entonces de su vida en Catamarca, de la calle, de cómo conoció a Rodrigo, de la música cuartetera, de cómo es un show en vivo y de lo que él percibe de la gente desde un escenario. Habla con sencillez, descarnadamente. Hay momentos, sobre todo cuando cuenta su historia con sus propias palabras y suspropias creencias, en los que da a entender que él no está hablando solo o solamente por sí mismo: está hablando en nombre de los chicos de la calle. “Los chicos de la calle están iluminados para llegar a donde quieran”, va a decir en uno de esos momentos, y la frase, que queda resonando en la cabeza tiempo después de ser dicha, va a empezar a revelarse como lo que es: una expresión de fuerza, de algo indomable, mezcla de una voluntad de hierro y una gran dosis de azar. Estar abajo y llegar arriba. ¿Y arriba? Ahí todavía no se sabe lo que puede pasar. Pero siempre reivindicando lo de abajo. Cuando se le pregunta en qué momento exactamente salió de la calle, Walter contesta corto: “En el momento justo”. Ahora, citando una publicidad de telefonía, es “el momento Walter”. A los 19 años, el chico de la calle se va a subir al escenario del Palacio de los Deportes.
Walter empieza a escribir las memorias de un chico de la calle.

LA VIRGEN DE LOS MILAGROS
“Me crié en la calle porque así vinieron las cosas, y de pronto, aunque te hagas duro y aprendas que hay muchas cosas malas en la calle, vos no le ganás a la calle. La calle te gana a vos. Yo tuve la suerte y la fuerza de decir basta de calle. Igual, aunque no falte mucho para los shows, todavía no me veo arriba del escenario del Luna Park, y todavía no pisé el estadio. Para mí el Luna tiene que ser como cualquier otro escenario, pero en el fondo sabés que no es así. Se le tiene un respeto especial”, dice Walter.
Desde los cuatro años, Walter empezó a pedir plata en la calle y con el tiempo se fue haciendo un poco más avezado en pequeños delitos. Unos pesos acá, algo de comer manoteado de un negocio por allá. Un raterito o un busca, según del lado de la ley que se lo mire. A los trece años entró a un Hogar Tutelar de Menores (un reformatorio, bah) y, mientras tanto, se había dado cuenta de que le gustaba cantar, mucho más que jugar al fútbol, para lo que no se considera precisamente tocado por la Mano de Dios.
“Uno no se fuma o chorea por hobby, por gusto. Yo por lo menos no lo hice. Pero tenía nueve hermanos. Ahora mismo lo digo: si a mí se me acaba lo del canto y, siendo el mayor de los hermanos, veo que no tienen nada de comer, yo salgo a robar de vuelta. Ese es mi pensamiento. Uno por comer hace cualquier cosa. Y después están los que empiezan para comer y después ya no paran, eso también es así. Y sí, tenía muchas entradas. Comía a la noche en las comisarías. Y a los trece años entré al hogar de chicos carenciados. A esos hogares van pibes de familias numerosas que no pueden mantener a todos los hijos. En mi caso somos nueve. Yo le había hecho una promesa a la Virgen: Si me hacés cantar, yo te doy diez pesos. Yo cumplí la promesa y bueno, aquí estoy. Igual nunca me voy a olvidar de la calle. Yo soy Walter Olmos, el chico de la calle. Yo hago de cuenta de que, más allá de cantar y de la música, lo mío es la calle. Eso está adentro mío. Lo primero que hago cuando vuelvo a Catamarca es irme a la calle, perderme un poco por ahí. Tengo familia, tengo mis hermanos, pero después de estar con ellos me voy a la calle. Ahora, por las giras, hace bastante tiempo que no estoy en mi casa tranquilo, y cuando vuelvo trato de comerme un asadito, tomarme mis vinitos, estar un poco con mi vieja. Salir un poco también, los sábados a la noche, no a bailar porque no me gusta, pero sí a tomar algo con la gente amiga. Tampoco es que sea tan fácil: todo el tiempo se me vienen encima ahora que me reconocen. A veces me enojo porque no se puede estar comiendo tranquilo. Trato de hacerles entender que uno tiene su momento para estar solo o para dormir, porque al estar cantando siempre de noche en los boliches, de día dormís. El músico tiene que tener su tiempo para la familia, para el fan, o para tener un momento especial, ¿no? A veces se pone un poco difícil porque hay gente que no lo entiende. Pero bueno... Al final, ¿quién me mandó a cantar?”
Ahora bien: la historia de la Virgen tampoco terminó así nomás.
“Empecé a cantar cuando salí del Hogar Tutelar, a los dieciséis. Había hecho esa promesa que te dije porque, la verdad, quería ser famoso. Peroantes pasó algo y yo no pude cumplir la promesa con la Virgen. Había empezado a cantar en una banda chiquita. El tipo que la armaba tenía carnicería y verdulería, y yo lo que quería era que me diera para comer, para poder llevar algo a mi casa. Pasó el tiempo, pero el tipo no me daba nada, nada de nada, ni para hacer un estofado. Y no le pude pagar a la Virgen lo que le prometí. Parece como si la Virgen me hubiera bajado el dedo para recordarme que había una promesa, y además es la Virgencita del Valle. Es milagrosa en serio. Bueno, las cosas quedaron así por un tiempo y al final pude entrar a la banda Los Bingos, que es una banda catamarqueña que hace cuarteto desde hace treinta años. Pude tener la chance de cantar con ellos y ahí sí ya le pagué a la Virgen los famosos diez pesos.”

CUARTETO NOT DEAD
Walter cuenta que cuando escucha sonar “un parche y una viola” eso le tira, sobre todo “porque me saca de lo mío”. Lo suyo, obviamente, es el cuarteto. Lo que escucha sonar: el rock. Le gusta Rata Blanca, dice, y Charly García como músico y como personaje.
“Yo había escuchado cuarteto desde chico, pero hasta ahora nunca se caracterizó un cuartetero de Catamarca. Siempre se escuchó el que venía de afuera, excepto Los Bingos, pero que no tuvieron demasiada trascendencia. Yo pienso que el cuarteto en el interior y el cuarteto en Buenos Aires en el fondo es lo mismo. Lo que cambia es la gente. En el interior hay menos gente, y por eso del interior te querés venir acá, donde hay mucho más público.”
El desembarco de Walter, en rigor, se empezó a concretar combinando la presentación en bailantas, boliches y clubes de todo el interior y la salida del disco A pura sangre que, siguiendo la tradición del género, se grabó en vivo, en Tucumán. Ahora, y dando fuertes señales de que lo suyo viene muy fuerte, acaba de juntar unas 15 mil personas en dos presentaciones en La Vieja Usina de Córdoba, una plaza más que difícil para los cuarteteros no cordobeses. En vivo Walter usa algunos códigos de comunicación y gestos de la Mona (dice “arriba las palmitas”, la mano que va al corazón en un momento de entrega); nombra los lugares y los clubes de fútbol que identifican a la gente; tiene carisma, pero diferente del “ángel” de Rodrigo; Walter es duro y compacto; es acelerado para cantar y muy disciplinado para moverse arriba del escenario. Sus mejores temas son, sin duda, aquellos que giran alrededor de esos entreveros afectivos donde los que son infieles, sin embargo, no se divierten; al contrario, sufren como locos (eso tan bien resumido por Rodrigo cuando cantaba: “¿Cómo le digo a mi mujer que ya no la quiero más?”). Walter Olmos levanta a la platea con el hit que La Mona cantaba desde mediados de los 80, “Por lo que yo te quiero”, y también con uno de sus temas más sentidos, “Amor fugitivo” (“Ella sabe que se hace tarde y me tengo que ir/ que en mi casa me espera mi otro amor/ que nuestro amor es secreto y prohibido/ sólo el momento de gozo y placer/ que nuestro amor es amor fugitivo”). Otro punto alto es el hit transgresor, el que habla del romance entre una chica de 12 y un chico de 16, “Amor adolescente” (“Cuando la tuvo en la cama/ él no lo podía creer/ porque él ha sido el primero que le hizo el amor/ y la hizo mujer”). La emotividad llega, por supuesto, cuando canta el tema “Chico de la calle”, donde dice entre otras cosas que “mi escuela fue la calle”. Más allá de versiones (apenas) “tropicalizadas”, el disco es una masa continúa de cuarteto energético, que casi no para.
“El cuarteto es lo que alegra a la gente. La gente quiere divertirse y no le vayas a poner un tema lento porque no va”, cree Walter. “Y yo entiendo: si te estás muriendo de hambre y encima escuchás un lento, te pegás un tiro en la cabeza. Querés fiesta, energía, pasarla bien. En el escenario podés manejar un poco el asunto parando, comunicándote con la gente. Yo bromeo con las hinchadas de fútbol, mando saludos, les doy las gracias por estar donde estoy. En el escenario tenemos muy en claro lo quehay que hacer, podemos hacer que los músicos cambien de instrumento, que el que toca el piano cante, a veces improvisamos, para darle algo más, o pegamos partes de varios temas. Nosotros no vamos a hacer un show corto, porque a veces pasa que la gente va a pagar una entrada y hacer una cola para después escuchar muy poco a su banda, no más de quince minutos. Nosotros tratamos de hacer shows más largos, de más de media hora. Yo sostengo que la gente va a escuchar la música, no va a ver la cara de un negro fiero. Hoy en día, el cuarteto ya no es de Córdoba solamente. Hay muchos cuarteteros que habían tocado en Buenos Aires antes de Rodrigo, como Sebastián. En su momento estuvo Rodrigo y abrió puertas, como antes vino la Mona. El cuarteto va a seguir porque atrás de uno hay doscientos más que lo hacen.”

EL POTRO Y LOS BUITRES
En el tema llamado “Los buitres”, sin nombrarlo –como quien dice a buen entendedor pocas palabras–, Walter canta: “Dios mío ayúdalo/ no dejes que los buitres se alimenten con su carne/ que se llenen los bolsillos con su nombre y apellido/ que lo suelten de sus garras para que su alma descanse en paz”.
El mito de origen es: Rodrigo apadrinó a Walter y lo llevó de gira con él. Hacían juntos “Por lo que yo te quiero” (versión en vivo que quedó registrada en un disco de El Potro) y, puede conjeturarse, Rodrigo lo puso bajo su ala porque (una vez se lo vio y escuchó en TV, tomado de un video casero donde conversaba con otra gente en una habitación) estaba bastante obsesionado por el tema de los chicos abandonados, los chicos en los hospitales y en la calle. Walter, sin embargo, no estuvo en los recitales de Rodrigo en el Luna Park, ya que ese mes había vuelto a Catamarca.
“Rodrigo había ido a cantar a un boliche en Catamarca, y cuando terminó, bajó y se puso a esperar al otro grupo que iba a venir”, recuerda Walter. “Yo estaba sentado a la mesa de una radio que estaba transmitiendo desde adentro del boliche y justo pusieron un casete con un tema mío. Era ‘Por lo que yo te quiero’, pero lento. Y él preguntó quién era, porque era el tema que hace La Mona. Le dijeron que era Walter, un pibe de acá. Me felicitó por el tema y después me propuso que me fuera con él para hacer el tema juntos. Así empezó. Primero fuimos a Tucumán y después a Córdoba. Yo era la primera vez que salía de la provincia. Rodrigo era de Córdoba y en Córdoba hay miles de chicos que hacen cuarteto, y él fue a elegir justo a un pibe de Catamarca, de donde nunca se pensó que podía salir un
cuartetero. Pero fue así y por eso lo del Elegido. Pero nada de ser el sucesor ni el heredero, porque yo pienso que nadie es heredero de nadie. Rodrigo es único, la Mona es único y yo quiero ser único. Hay gente que lo piensa de otra manera
y yo lo sé, pero creo que el único heredero que tiene Rodrigo es el hijo.”

UN RECUERDO ME BROTO
En “Chico de la calle”, Walter dice que en la esquina de un semáforo su mirada se topó con unos ojos tiernos y entonces, dice, “un recuerdo me brotó/ el de andar con pies descalzos”.
Por estos días, incluso varias veces en un mismo día, Walter aparece por televisión promocionando los recitales del Luna, canta un poco y lo primero que dice es que a los cuatro años fue un chico de la calle. Un mes atrás estuvo en el programa de Nico, “Sábado Bus”, comiendo y charlando, para después hacer el numerito repetido de cantar “Por lo que yo te quiero”, que fue bailado por los demás invitados y las chicas de Repetto.
“Estuve muy tranquilo y muy orgulloso de poder demostrar lo que soy”, dice ahora. “Esa noche fui como un chico de la calle y no como Walter Olmos, el cantante. Todos los que van al programa de Nico son gente de plata. Esa noche, por ejemplo, estaba Pancho Dotto. Hay gente que tiene y de pronto no ayuda a los chicos de la calle o a la gente que necesita. Me sentí muy orgulloso de haber estado a la par de esa gente porque vos sabésque muchas veces a los que están en la calle los asocian con marginalidad, con robo, y no los sacan de ahí. Yo quería mostrarles cómo alguien que fue chico de la calle puede estar ahí tranquilo, comiendo, brindando. Lo hago porque creo que un chico de la calle puede estar iluminado para llegar a donde quiere llegar. Hay que ver que gente como Menem o Palito Ortega, que empezó vendiendo café y ahora está donde está, andan de vacaciones como si no le debieran nada a nadie. Yo, esa noche en lo de Nico, era un chico de la calle que estaba ahí tranquilo, sentado, hablando, comiéndose su guiso.”
Y un momento: la Virgencita ¿seguirá otorgando milagros si se los piden bien?
“Tengo algunos pedidos más a la Virgen”, dice Walter, “pero estaría bien que se me vayan cumpliendo de a poco”.

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