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Teatro Orquesta de señoritas contraataca

Las chicas no sólo quieren divertirse

Después de una ya mítica primera versión dirigida por Jorge Petraglia, Manuel González Gil decidió reponer Orquesta de señoritas. Para eso convocó a un plantel bastante poco femenino: Fontova, Goity, Garzón y Casanovas. El resultado es una puesta donde los muchachos conjugan la comedia que cualquiera podría suponer con un dramatismo inusitado. Todo, frente a una platea de señoras mayores que vuelven una y otra vez a verlos llorar con peluca y tacos.

POR LAURA ISOLA

Si bien Orquesta de señoritas es una obra escrita para ser representada por mujeres, conoció su éxito el día que unos señores (entre ellos Hugo Caprera y Paco Fernández de Rosa, dirigidos por Jorge Petraglia), decidieron subirse a unos tacos y calzarse la peluca. Además del impacto, eran otras épocas y otras las costumbres masculinas (“En una época que no había tanto travesti por la calle”, dice Garzón), esa puesta logró fundar una tradición en la forma de representación. Desde ese entonces, las señoritas son señores actores. Así sigue sucediendo en esta nueva adaptación de Manuel González Gil del texto de Jean Anouilh, si se advierte que el elenco de Orquesta de señoritas está integrado por Horacio Fontova, Gabriel Goity, Gustavo Garzón, Jean François Casanovas, Norberto Gonzalo, Jorge Paccini y Héctor Presa. Pero esta advertencia, llena de nombres tan fuertes, sirve para una segunda apreciación que permita despejar equívocos: ni Fontova hace de Sonia Braguetti, ni Goity es un personaje de “Señoras y señores”, ni Garzón es el dubitativo de “Vulnerables”, ni Gonzalo y Paccini, que son los dos históricos participantes de la puesta anterior, están haciendo Orquesta de señoritas II. Tampoco la presencia de Jean François Casanovas resultó definitiva. Más claro: teniendo en cuenta su experiencia en las lides de tacos y pelucas y su magnífica creación de Caviar, se podría suponer que él iba a marcar la tendencia. En cambio no es así y éste es, quizá, uno de los tantos puntos a favor de Orquesta de señoritas. Para todos, que sean hombres haciendo de mujeres es parte de encanto; Casanovas sintetiza: “No creo que se pierda nada de esta manera. Al contrario, se gana: son los sentimientos femeninos en un cuerpo de varón.”

¿SON O SE HACEN?
Las señoritas en cuestión son integrantes de una orquesta que tocan, noche a noche, en un bailongo llamado El Olmo. La directora, interpretada por Goity, está tan preocupada por la calidad musical como porque el patrón no las raje de una patada. Son tiempos de crisis y de posguerra, y hay que cuidar el trabajo. En cuanto a las demás, poco les importa su estabilidad laboral, sobre todo cuando tienen que hablar sobre sus amantes, su soledad, sus maridos desconsiderados, madres enfermas y recetas de cocina. El acordeón y el contrabajo (Casanovas y Presa) discuten sobre tareas domésticas y las experiencias con hombres de la primera frente a la carencia total de la segunda. Las flautistas (Gonzalo y Paccini) se debaten por las penurias matrimoniales, mientras que la violinista (Garzón) sufre y sufre por haberle dado su amor y su virginidad al pianista casado. Todo con mucho ritmo y humor, al compás de la orquesta que sigue tocando. Este es otro gran acierto de la obra: el mecanismo de relojería por el cual se pasa de la función musical a la intimidad de las protagonistas y se vuelve a escena sin haberse corrido un centímetro de atrás de las partituras.
Hay algunas otras cosas que Gabriel Goity dice haber tenido que pulir para interpretar a esa alemana y tremenda directora de orquesta: “De movida soy un hombre de 90 kilos con un vozarrón vestido de mujer, maquillado y con peluca, que canta y baila. Por lo tanto es imposible que acentúe más el grotesco. No me interesó construir el personaje como un empleado que se disfraza de mina para la fiesta de fin de año. No hago más cosas porque no me dejan, pero si fuera por mí estoy listo para zapatear y hacer piruetas”. Con toda esta técnica de control, Goity concluye: “¡Qué difícil es ser mina!”. Para Garzón hubo algo más difícil que andar por encima del escenario con corpiño: “Mi personaje no tiene chistes y es el que desencadena el final, por eso no quise caer en la trampa de ser gracioso por estar vestido de mujer. Ya había hecho de mujer, pero era una comedieta y el personaje era paródico. Eso de ponerse una peluca y hablar con voz finita. Acá es diferente: por lo pronto no cambiamos la voz y no parodiamos a las mujeres. Me costó tomar distancia del personaje para que el histérico y desgraciado no fuera yo. Yo no soy un buen actor dramático y soy mejor como actor comediante. Soy del estilo de actor introvertido,por lo cual vestirme de mujer me da mucha soltura y pierdo la vergüenza. Pierdo impunidad y hasta me hicieron creer que puedo cantar”.
“El que tuvo que aprender fui yo”, dice con gran disposición Casanovas. “Vestirse de mujer es fácil, pero es la primera vez que tengo que actuar y me han ayudado mucho.” En tren de colaboraciones, casi todos acuerdan que subirse a los tacos
sin Casanovas hubiera sido mucho más difícil. Goity, por su parte, envidia la capacidad de deslizarse sobre esos malditos 10 centímetros de su compañero de elenco: “¿Viste cómo camina por el escenario? Casi en el aire”. Con algunos trucos y mucha práctica, el Puma ha logrado,
según Casanovas, parecerse a un hipopótamo bailarín. “No lo digo despectivamente: se parece a los dibujitos animados de Walt Disney, como en la película
Fantasía.”

BENDITO TU ERES
En el caso de Fontova, no sólo no se parece a la cachonda mucama de “Peor es nada” sino que es el único macho: “No el único, también está el presentador (Juan Bautista Carreras). Pero es verdad que soy el único macho entre tanta mina. Mi personaje es un fricachón total. Soy el pianista de la orquesta, el amante de la violinista y el que no quiere dejar a su mujer inválida. Es un tipo oscuro y bastante de mierda. Había visto el original, y como lo pinta la obra es un pusilánime con un mundo oscuro a punto de reventar. El personaje es bien de época y bien chaplinesco. Me pareció una buena idea de González Gil no querer repetir en el escenario lo que ya había hecho en tele. Los nuevos caminos son los más ricos”. Efectivamente, Horacio Fontova acepta los desafíos de la misma manera que eligió cambiar cosas de su vida: “Siempre tuve la imagen de reventado. Y yo hice bastante para construirla. Ahora que estoy en una etapa más tranquila y suave, sólo me queda el buen recuerdo de esas épocas de sustancias. Sin embargo, nunca hice bardo con el laburo, aunque me imagino que muchos no se arriesgaron a llamarme pensando que con el Negro iban a tener problemas”. Estas épocas más prolijas han dado sus frutos y trabajar con Les Luthiers fue una experiencia inmejorable: “Cuando me llamaron, no pude decir que no, a pesar de que estaba en otro proyecto”. Influenciado por el título, más por orquesta que por señorita, él mismo es el hombre orquesta y está embarcado en varios proyectos de diferentes géneros: “Estoy haciendo música con Fontovarios, un dúo que me permite volver a mis orígenes, que no es el hiperlatinaje que se cree. Hacemos una mezcla de ritmos con letras muy provocativas y gran cuidado musical. También la tele. Empecé a grabar una tira con Pol–ka. Se llama ‘El 22’ y hago de cana retirado, padre de Nancy Dupláa. Igualitos, ¿no? Lo que pasa es que la nena me salió parecida a la madre, que debe ser Maru Botana”. Actuar no es cosa nueva para Fontova, en cambio hacerlo en el teatro sí: “Es la tercera vez que hago teatro. La primera fue intrascendente: Malos hábitos, una obra con Javier Portales, que hicimos en el teatro La Salle. Por el contenido, siempre insistí que teníamos que hacerla en Ave Porco. Eran dos curas corruptos que se dedicaban a instruir a seminaristas en cómo conocer y punir los pecados de la carne. Después se los terminaban garchando. Yo era una especie de Rasputín degenerado y representaba todos los papeles: de pajero, de prostituta. Fue un fracaso total porque en ese teatro careta se levantaban de a diez personas espantadas. Después vino Porteños, donde ya trabajé con el Puma y otros, y fue genial. Y ahora Orquesta de señoritas”.

APTA PARA TODO PUBLICO
La adaptación de Manuel González Gil es un logro y se verifica, una vez más, al poner en escena un humor blanco altamente efectivo. Son chiste simples, basados en repeticiones de muletillas, centrados en pequeñas mofas y debidamente salpicados durante la obra. Para algunos, este tipo de humor es nuevo. Para Fontova, más: “Nunca había hecho humor tan limpio, pero me gusta, a pesar de que cuando hacíamos ‘Peor es nada’ con el petiso Guinzburg nos decían Sexopa y Escato, respectivamente. A veces extraño poder zafarme, pero cuando veo al públicode señoras, me parece que no va. Tampoco se puede, en esta obra que está tan bien estructurada y tan marcada, salirse de libreto. Mientras estoy haciendo la obra, para compensar esa cosa tan compuesta, se me ocurren una sarta de guarangadas y las digo como comentarios entre nosotros: ‘Vení que te rompo el ojete’, y de ahí para abajo. Me gustaría que venga más gente joven porque estoy seguro de que les gustaría, como ya ha pasado. No es necesario decir guarradas para que los jóvenes se entretengan”. Para Gustavo Garzón tampoco es su clase de humor: “Hice muchas cosas de humor, pero más intelectual. Me gusta Fontanarrosa o Les Luthiers. En la obra me divierto mucho y además puedo apreciar los gags de mis compañeros, mientras sufro como una condenada”. Gabriel Goity es uno más de los que saben hacer reír de muchas maneras. Sus personajes en televisión y actualmente en el programa de Francella pasan del argentinazo al gay, muy sobrio por cierto, y divierten. En el teatro, es la inmensa y coqueta Hortensia: “El humor que hacemos parece fácil, pero estos chistes son los más difíciles. Ya de por sí es complicado hacer reír en estos tiempos, y más con rutinas que se basan en hacer caer al otro inocentemente y contestar con cierta malicia. Para mí es maravilloso que esta obra, con todo lo que tiene, funcione tan bien”.
Es verdad que la gente se engancha, en el sentido más literal del término. El público, en su mayoría señoras de edad avanzada, participa activamente. Pero primero lo primero y Fontova ensaya una razón para explicar el target de la platea: “No sé por qué se da así. Tal vez por una cuestión de la historia de la obra, el público tiene un olor a naftalina tremendo”. “Yo también creo que son personas que vieron antes la obra y vuelven a ver qué estamos haciendo. Aunque no con mala onda, para decir: ‘Qué lástima... con lo bien que estaba Caprera’. La gente grande no tiene maldad”, aporta Goity, con los pantalones bien puestos. Para recordar esa experiencia de sentirse verdaderamente acompañado por el público, se dejan oír otras voces. La de Garzón, por ejemplo: “Algunas señoras se adelantan al texto. En mi texto, repito varias veces: ‘León, vos te escuchás cuando hablás’. La última vez podría no hacerlo porque siempre hay una que lo dice antes que yo. Es como tener cientos de apuntadores”. “Hace quince días pasó algo por el estilo. Una señora no podía parar de reírse y en una parte de la obra la directora nos pide silencio. A continuación, se escucha desde las butacas: ‘Perdón, pero no puedo’”, refiere Casanovas. Fontova se llevó lo suyo por parte de la platea femenina: “El otro día una dijo a viva voz: ‘Miralo, parece un desgraciado’”.
La gracia terminó sin que el telón haya bajado. Garzón recalca: “Cuando vi la otra puesta, la comedia sepultaba a la tragedia. Prefiero que lo trágico tenga su lugar”. En esta versión es evidente y el final se abre paso entre sombras con un cambio de clima bien marcado. Estas mujeres, tan solas y tristes, que han arrancado las carcajadas del público, se ponen serias y lloran. Algo terrible ha pasado y se nota. Ya no son seis mujeres y un hombre sobre el escenario. La ausencia de la violinista tiene su explicación fatal, aunque la banda siga tocando.

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