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Homenajes Cazuza, el gran olvidado


Rock in Rio

A comienzos de los 80 lideró Barao Vermelho, una banda que renovó el parnaso de la música popular brasileña. Caetano lo llamó “el mejor poeta de su generación”. Músicos como Renato Russo, María Bethania, Gilberto Gil y Elis Regina profesaron una devoción religiosa por sus canciones. Cada uno de sus recitales desataba una ola de comentarios que recorría Brasil de punta a punta. Sin embargo, en julio de 1990 Cazuza murió víctima del sida y en medio de una feroz campaña política en su contra desatada por su peor pecado: haber escupido sobre la bandera brasileña. Radar rinde homenaje a un de los músicos más iluminados y olvidados de los últimos tiempos.

Por Javier Piedra

Amanece en Río. En lo alto de un morro, el Cristo de los brazos abiertos bendice la ciudad. Edinha camina cabizbaja, con las mejillas surcadas por lágrimas. Dice que Cazuza ha desmejorado notoriamente, que no orina y se niega a airearse la espalda y las nalgas. Joao escucha atento, mientras una mueca comienza a dibujarse en su rostro. Edinha vuelve al cuarto. Con pulso endeble transcribe la presión arterial: siete de máxima, cuatro de mínima. Verifica por enésima vez el suero, las sondas, prepara el oxígeno y ajusta el elástico de la máscara para efectuarle la primera de las cuatro nebulizaciones indicadas. Cazuza se resiste. Edinha le susurra al oído, le dice que son necesarias si por la noche quiere asistir al show de la Legión Urbana. Cazuza se arranca la máscara con furia, mientras sus labios ajados deslizan una leve sonrisa entre la súplica y la bronca. Era el 7 de julio de 1990. Cazuza tenía 32 años, pesaba 38 kilos y hacía tiempo que padecía sida.

NO SE QUIÉN SOY
Hijo único del matrimonio de Joao de Miranda Araujo, empresario de la discográfica Odeón y de Lucinha da Silva, una joven costurera oriunda de Vasouras, Cazuza nació el 4 de abril de 1958 y anotado con el nombre de Agenor debido a la insistencia de la abuela paterna en mantener viva la memoria de su esposo fallecido. En la escuela siempre fue difícil identificarlo. Nunca respondió al llamado de “Agenor”. No sabía que ése era su verdadero nombre.
A los cinco años, fue inscripto en el colegio jesuita San Inácio, uno de los más importantes y tradicionales de Río de Janeiro. Los requisitos: un examen de admisión cuya exigencia mínima era que el alumno supiera leer y escribir. Joao y Lucinha buscaban en Cazuza a “un niño prodigio”, un genio de raza. Entre más de mil candidatos alcanzó un puntaje final de 9.50 que decepcionó a su madre. Una relación especial con sus padres condicionaría su vida.
Desde muy temprana edad tuvo una prodigiosa imaginación: creaba historias de familias con destinos diferentes para cada uno de sus integrantes. Amores, desamores, tradiciones, muertes y bigamias formaban parte de las tramas. Después se deslumbró con la arquitectura y el urbanismo. Pasaba días enteros armando grandes ciudades con fósforos usados. Pero, a pesar de su creatividad (o precisamente debido a ella), el rendimiento escolar era pésimo. Del San Inácio fue expulsado por continuas fumatas de marihuana en los baños. Desde entonces el peregrinaje de escuela en escuela fue interminable.
La profesión de su padre Joao lo hizo crecer rodeado de músicos. Su casa era un cenáculo normalmente visitado por deidades como Caetano Veloso, Gilberto Gil, Gal Costa y Elis Regina. Pero aunque toda su pasión se concentrara en la figura de Rita Lee, Cazuza nunca tuvo mitos, precisamente porque convivía con ellos.
A los 12 años abandonó junto a sus padres el departamento de Copacabana, donde había nacido, por uno en el Bajo Leblón rodeado de restaurantes y bares con intensa vida nocturna. Un lugar más que apropiado para que despertara su curiosidad voraz, donde comenzaría a delinear esa personalidad que años después pasaría sin problemas de la seducción a bravuconada más desafiante, que lo llevaría de la timidez más obstinada a la impudicia de relatar a absolutos desconocidos sus experiencias enviciadas en ácidos y heroína.
Todavía adolescente, y después de pasear unos meses por Europa, viajó a los Estados Unidos, donde se anotó en un curso de fotografía y artes plásticas en la Universidad de Berkeley que nunca terminó. De vuelta en Brasil, consiguió un empleo como fotógrafo free-lance en la discográfica RGE y alquiló un departamento en Ipanema que al poco tiempo tuvo que abandonar debido a las reiteradas denuncias de los vecinos por “tráfico de cocaína”. Joao, que había oficiado como garante, no quería que su promisoria carrera en la discográfica quedase trunca por las locuras de su hijo. Estimulado por las videncia del astrólogo Bola (que le había profetizado: “Pronto habrá una transformación y tu lado más oculto va a brotar de forma casi inconsciente”), Agenor se matriculó en el curso de teatro que Perfeito Fortuna montó en Circo Voador. El trabajo final con el grupo Nossa Senhora Dos Navegantes consistió en una parodia de La novicia rebelde. Su rol consistía en cerrar el espectáculo con una canción. Cazuza estremeció a todos interpretando “Odara” de Caetano.

CAZUZA EN BANDA
Corría el año 1981 cuando se presentó en un garaje de Praça Del Vecchio, en Rio Comprido, ante un grupo de jóvenes que buscaban un vocalista para una banda de rock. Hasta ese día, Roberto Frejat en guitarra, Mauricio Barros en teclados, Dé en bajo y Guto Goffi en batería conformaban las partes de Barao Vermelho. Cazuza llegaba para darle vida.
La presentación oficial de la banda se realizó en un cancha de Barra de Tijuca, ante unos pocos conocidos que escucharon atónitos a un adolescente excitado, con la bragueta abierta y los dedos enredados en sus genitales. “Enfrentar el escenario para mí es todo un asunto sensual medio incontrolable. A veces entro con una erección. Siento el sexo aflorando, miro a las personas y siento que tienen también una cosa que vuelve en respuesta. Es mucho placer: yo y el público teniendo sexo.”
Desde entonces desfilaron por todos los escenarios disponibles de Río y poco a poco desplazaron de la escena carioca a los mitos ya consagrados que Cazuza conocía de su infancia. En noviembre de 1982 salió a la calle el primer LP del grupo: Barao Vermelho. El trabajo contó con el beneplácito inmediato de la crítica especializada: “A partir de ahora están dinamitadas las fronteras que separan lo elemental de lo profesional. Barao prueba eso, en un escenario musical repleto de artistas maduros cayéndose de podridos”.
A pesar de las pocos discos vendidos, el lanzamiento oficial del disco se realizó a sala llena sobre las tablas del Circo Voador. Caetano dijo: “Escuché ‘Carta Azul’ y lloré y lloré. Y quedé apasionado, maravillado. Cazuza es un romántico auténtico”. Un año después, el mismo Caetano, en la presentación de su disco Uns, cantó un clásico de Barao: “Todo el amor que existe en esta vida”. Al finalizar, elogió a Cazuza llamándolo “el mejor poeta de la nueva generación”. Barao crecía a la velocidad de los escándalos. Cazuza provocaba arriba y abajo del escenario. Se exponía frente a cada micrófono: se definía apólogo de los excesos y destacaba abiertamente su ambigüedad sexual: “Yo no soy ni una cosa ni otra, porque nada es definitivo en la vida. Ustedes pueden decir que yo soy bisexual. Es verdad. Un día me puede gustar un hombre como otro día una mujer. Cojo con todos, sin nostalgias de un romance. El hombre tiene sexo por placer. Cuando aparece el deseo, ¡vale todo!”. Sus reflexiones, por supuesto, erizan la piel de los censores que promueven una persecución constante, que casi siempre concluye con la detención de la banda y la posterior libertad condicionada de sus integrantes. El eco de los escándalos cruza Brasil de punta a punta. Cada show depara nuevas sorpresas a una multitud delirante bajo el efecto de un soberbio cóctel de rock, alcohol y drogas.

BARAO ABANDONAO
A partir de la musicalización de la película Bete Balanco e Amor Amor (1983) de Lael Rodríguez, Barao se convirtió en top-ten en las radios y las revistas juveniles reflejaban el éxito: “Una banda en expansión que se va transformando en la voz de una generación anfetamínica”. El suceso era tal que el lanzamiento de su segundo disco (Barao Vermelho 2, 1983) en un teatro de Ipanema reunió a muchas de las máximas figuras de la música popular brasileña en la primera fila. Pero el gran reconocimiento llegó en 1985, durante las dos presentaciones en el megafestival Rock en Río compartiendo escenario, entre otros, con Nina Hagen, Kid Abelha, Yes, B52 y AC/DC. De esas dos noches quedó registrada una contundente demostración del rock frenético que desataba en el público una histeria desenfrenada. Aún se recuerda a Cazuza envuelto en unainmensa bandera brasileña comunicándole al público que Tancredo Neves era el presidente electo del Brasil y su despedida diciendo: “Que el día nazca lindo para todo el mundo, un Brasil nuevo”.
Pero a pesar de que Maior abandonado, el tercer disco de la banda, superó los 100 mil discos vendidos, Cazuza decidió seguir su propio camino. Solía decir que el grupo limitaba su composición: “En la banda está todo muy perfecto y yo no tengo nada que ver con eso. Me gustan las cosas para descolgar de las paredes, odio las instalaciones”. Obviamente, ser hijo único lo había convertido en dueño de su propio territorio y lo empujaba a no compartir decisiones, pero la idea de alejarse del grupo lo llenaba de inseguridad. Frejat todavía recuerda aquel final turbulento: “Faltaban cinco minutos para salir a escena y un muchacho, que yo ya había visto un par de veces antes, entró al baño de nuestro camarín. No era difícil imaginarse a quién venía a ver y para qué. Empecé a golpear la puerta. Cuando Cazuza me abrió, le pegué una trompada. Recuerdo que se tomaba la cara mientras en posición fetal dramatizaba: ¡Ay mi Dios, ustedes me odian, ustedes me odian! El espectáculo fue demorado por más de una hora y tuvieron que coserle el labio”. Desde ese día las presentaciones eran cada vez más problemáticas abajo del escenario y horrorosas sobre él. Finalmente, las extravagancias de Cazuza terminaron por incomodar al resto de la banda y la separación fue inevitable.

NI SIQUIERA LAS MADRES SON FELICES
Ya durante los últimos shows de Barao Cazuza sufría continuas fiebres que reducía a fuerza de aspirinas y vodka. Con el tiempo, los picos de temperatura se tornaron constantes. El primer estudio médico reveló mononucleosis. El segundo, una infección bacteriana que vagaba por los pulmones.
De entre el material compuesto para el cuarto disco de Barao, Cazuza seleccionó algunas canciones y lanzó Exagerado, su primer trabajo como solista, del que fue prohibida la difusión del tema “Sólo las madres son felices”, debido a su corrosiva composición: “¿Usted nunca soñó ser comida por animales, / no transó con cadáveres? / ¿Nunca traicionó a su mejor amigo, / no quiso cogerse a su madre? / Sólo las madres son felices”.
Al poco tiempo grabó Sólo si fuera de a dos bajo el sello Polygram. Un mes antes de iniciar la gira por Brasil, las gripes y las fiebres se transformaron en incontrolables. La ignorancia hizo que los antibióticos no dieran el resultado esperado. Los fantasmas del virus rondaban por su cabeza: “Cuando leí por primera vez un artículo hablando de la enfermedad, pensé que era exactamente eso lo que yo tenía”. Tras una sensación repentina y premonitoria, en 1985, solicitó hacerse un test para detectar el HIV. El diagnóstico lo embarcó en sucesivos viajes al Boston Medical Center de Estados Unidos, en busca de una droga experimental, que, al parecer, ofrecía mayores expectativas que el resto.

ES PARTE DE MI SHOW
Repuesto de las primeras dosis de AZT, renovó energías y buscó un modo diferente de pensar la vida. Paradójicamente, atrapado por un sentimiento de pérdida, tomó a la muerte como punto de partida. Escribe y compone compulsivamente. Le envía canciones a Joao Donato, a Fagner, a Joanna, a Lobao, a María Bethania. Una tregua del virus le permite grabar Ideología, en el que realiza devastadoras observaciones del Brasil de Sarney y retrata los síntomas de decadencia y soledad que presentan las generaciones posdictaduras: “Mis héroes murieron de sobredosis. / Mis enemigos están en el poder. / Ideología. Yo quiero una para vivir. / Mi placer ahora es riesgo de vida”.
Con Ideología encontró las fuerzas necesarias para enfrentar la encrucijada y se lanzó a la guerra contra la enfermedad con un inolvidable recital en el teatro Aeroanta de San Paulo. Desde que había abandonado Barao Vermelho, el cantante Ney Matogrosso soñaba con producirlo. La oportunidad surgió con este show: “Cuando me lo pidió presentí que sería nuestro último gran encuentro”. Ney se preocupó de todos los detalles:contrató enfermeras, alquiló tubos de oxígeno y dispuso de una ambulancia, que aguardaría en la puerta del teatro. “No hay nada más importante que tu historia y tu pensamiento. Nada debe preocuparte. Nada de bailar, ni de andar de aquí para allá. Trata de mantenerte parado y canta, canta.”
Con un conjunto de pantalón y blusa de seda blanca, y un turbante palestino sobre la cabeza se paró rígido en el vértice del escenario, como al borde de un acantilado, y durante más de dos horas su cuerpo menudo, frágil, casi invisible fue un destello sobre los infinitos rascacielos paulistas. Por momentos, de su boca florecieron palabras que estallaban de abstracción y fantasía: “Para qué usar tanta educación. / Para qué mostrar terceras intenciones desperdiciando la miel / despacio de flor en flor. / Entre mis enemigos, eres Picaflor. / Yo protegí tu nombre por amor / con un alias, Picaflor”. Otras eran filosas, de una crudeza nunca antes escuchada: “No me convidaron a esta fiesta pobre, que armaron para convencerme sin ver / toda esa porquería con la que me machacaron aún antes de nacer. / No me ofrecieron ni un cigarrillo. / Me quedé parado en la puerta, estacionando autos. / No me eligieron jefe de nada. / Y mi tarjeta de crédito es una navaja”.
Esa noche, Cazuza se desbordó de palabras de amor, de sufrimiento, de bronca y locura, provocando un inmenso desarreglo de todos los sentidos: “Las noches de frío mejor no nacer, las de calor se escoge matar o morir. / Y así nos hacemos brasileños. / Nos llaman ladrones, maricas, drogadictos, / y ellos hacen del país un puterío así ganan más dinero”.
Entre las bambalinas, Ney festejaba viendo a la multitud aullar. Todo salió como lo habían previsto. El final con “El tiempo no para” era una síntesis y una despedida perfectas. Pero a Cazuza no le alcanzaba. A paso lento volvió para el bis y arrodillado al borde del acantilado hizo pública su herida secreta: “Te busco en la escuela, te hincho las bolas, con todo mi amor. / Te llevo a la fiesta, testeo tu sexo con aires de profesor. / Te hago promesas relocas, tan cortas como un sueño bueno. / Si te escondo la verdad, nena, es para protegerte de la soledad”. El final con “Es parte de mi show” fue un retrato íntimo con el que firmó su testamento.
La crítica consagró Ideología como su mejor trabajo. El disco vendió 500 mil copias y obtuvo el Premio Binual Sharp. El tema “Brasil” se alzó con dos galardones a la mejor composición y a la mejor interpretación, esta última en la voz de Gal Costa, quien la incluyó en su repertorio, además de ser cortina de la popular telenovela Vale todo. También se llevó el premio Vinicius de Moraes como mejor cantante pop/rock y mejor música.
Ideología siguió sus presentaciones por todo Brasil. En Belem, Cazuza debió soportar la fiebre hasta casi el final de la función. Después de la última canción se desplomó sobre el escenario. “Yo no creo que haya vida después de la muerte. Así que si algo me pasa, que sea sobre el escenario”, dijo una vez trasladado de urgencia hasta un centro asistencial.

COBAYO DE DIOS
Con un Brasil vapuleado por una hiperinflación del 900 por ciento y las secuelas del asesinato de Chico Mendes a flor de piel, grabó en vivo el disco El tiempo no para. Una selección de temas que despotrican contra un país decadente, rancio y terminal. Fue en uno de los shows de lanzamiento que tomó una bandera brasileña arrojada desde la platea y la escupió en dos oportunidades. Su actitud se transformó en escándalo nacional. Al día siguiente todos los medios publicaron opiniones en favor y en contra. Harto de la polémicas, escribió una carta defendiendo su postura: “Realmente escupí la bandera dos veces y no me arrepiento. Sabía muy bien lo que hacía. Entiendo que la bandera brasileña es la que simboliza nuestra historia. Pues muy bien, yo escupo en esa historia triste y patética”. Sus declaraciones no cayeron muy bien entre los distintos sectores políticos que a través de los principales diariosiniciaron una intensa campaña en su contra, acusándolo de antinacionalista.
Mientras tanto, los dosajes de AZT se tornaron brutales (doce por día), algo que, sumado al desmedido consumo de alcohol y drogas, lo atrapaba en irrefrenables raptos de locura. Bebía vodka desde la mañana, mientras desfilaba por los pasillos de la clínica con un turbante en la cabeza autoproclamándose príncipe árabe. Otras veces se dedicaba de lleno a la fotografía. Veinte rollos diarios no le resultaban suficientes para registrar todo lo que estaba a su alcance: pies, cabellos, puertas, enfermeras, médicos. También se había obsesionado con la higiene de sus manos: “Esto es maravilloso”, repetía mientras pasaba horas y horas enjabonándolas. Si no, deambulaba enropado en una tristeza endémica y casi siempre lo encontraban solo y pensativo en el banco de una patética plaza al final de Leblón, refugio de maloucos que escapan del sol.
Durante los shows entablaba tediosas discusiones con el público que, cada vez más seguido, se transformaban en agresiones. A sus asistentes les resultaba imposible dominarlo y menos controlar su lengua: “Cuando estaba ahí arriba me venía un sentimiento extraño. Todos los que estaban enfrente mío estaban ahí porque me amaban. Pero yo quería que las personas me odiaran, no quería que el mundo fuese bueno conmigo. Entonces comencé a hacer cosas para incomodar”.

VIDA LOCA, VIDA BREVE
Dos meses antes de cumplir los 31 años Cazuza le concedió un reportaje exclusivo al diario Folha de Sao Pablo. En un intervalo, los periodistas le preguntaron por qué no reconocía su enfermedad. De inmediato respondió con otra pregunta: “¿Tienen el coraje de beber de mi vaso? Escriban que tengo esa cosa maldita. ¿Acaso no es lo que todos ustedes querían saber? Pongan que tengo sida y no aguanto más”. Los periodistas asombrados registraban a un Cazuza que no paraba de hablar y beber. “Estoy con una salud óptima. De verdad. Es como si recién descubriera que soy portador del virus. Yo no voy a parar de beber por el sida. Bebo, fumo y hago lo que quiero. No voy a desaprovechar ni un segundo de mi vida. Además, el AZT con vino es una delicia.”
Después de reconocer públicamente la enfermedad, el consulado norteamericano no revalidó su visa, debiendo continuar el tratamiento en Brasil. El mismo día que recibió el alta transitoria de la clínica Sao Vicente llegó a las disquerías El tiempo no para, que en menos de una semana agotó las miles de copias distribuidas. Con 40 kilos, serias deficiencias cardiorrespiratorias y con un intenso tratamiento psiquiátrico se encerró a grabar Burguesía, un furioso repertorio de 20 canciones que reflejan su desesperada agonía: “Vida loca, vida breve, / ya que no te puedo llevar, / quiero que me lleves a mí. / Vida loca vida, vida inmensa. / Nadie va a perdonarnos, nuestro crimen no compensa”. Acosado por una euforia creativa, llegaba a los estudios en silla de ruedas y grababa tirado en un sofá, a veces en jornadas de 12 horas con 39 grados de fiebre. “Señores dioses, protéjanme de tanta magia. / Estoy pronto a ir a su encuentro. / No quiero, no voy, no quiero. / No quiero, no voy, no quiero”.
La prensa dijo que el disco no era bueno: “Como dice el propio Cazuza, su canto es el que lo mantiene vivo. Si él quiere continuar vivo tiene que esforzarse más. Su público espera más de él”, escribió André Forastieri para Folha de San Paulo.
A modo de promoción, decidió otorgarle una entrevista al semanario Veja, el más importante del poderoso grupo editorial Civita. La periodista Angela Abreu, vieja conocida de la familia, fue la encargada del reportaje tomando anticipadamente todos los recaudos necesarios para no incomodarlo. La tirada de 800 mil ejemplares apareció la mañana del 26 de abril de 1989 con una tapa arrasadora: el título “Una víctima del sida agoniza en plaza pública”, acompañada de una foto malintencionada de un Cazuza cadavérico. La tapa obligó a la periodista a renunciar a su trabajo e inmediatamentese sumó a una solicitada de protesta junto a Gal Costa, Chico Buarque, Caetano Veloso, Tim Maia, María Bethania y otros artistas por la mala fe de los directivos de la editorial.
Todo consuelo fue estéril. Cada una de las páginas, de las nueve asignadas a la nota, fueron golpes demoledores. Burlado y humillado lloró a chorros convulsivos, mientras sus defensas se desmoronaban día a día. El virus no tardó en lanzar su embestida final.


CAZUZA POR CAZUZA

Lo que más placer me da además de la música es el beso en la boca. En el beso comienza todo. En la boca comienza la relación: es la primera vez que se entra en una persona. Para mí es algo esencial. Soy capaz de tener una erección si beso a alguien.
Mis padres fueron muy comprensivos cuando les dije que era bisexual. Yo busco las respuestas a través de la vida. Cuando muera, nadie se va a acordar de ese costado mío. Sólo mi música va a quedar. Eso es lo único que el público se va a llevar de Cazuza.
Ser marginal fue una decisión poética, fue el único camino que tuve.
A veces me pongo triste, pero no consigo sentirme infeliz. Hay personas que se irritan porque digo que ellos agarran sus portafolios en el mismo momento en que yo me voy a dormir después de una noche agitada. Pero la oficina o el tipo de trabajo diario que ahí se hace no es algo poético: todo el mundo trabaja duro y a cada minuto es atropellado. Entonces, por qué no transformar ese tedio. Leí una vez que vives no sé cuántas miles de horas pero puedes resumir todo lo bueno en sólo cinco minutos. Lo demás es apenas “lo de todos los días”. Me parece que el aburrimiento es el sentimiento más moderno que existe, el que define nuestro tiempo.
No veo al infierno como algo malo o el cielo como algo bueno. El cielo puede ser muy aburrido y el infierno una cosa divertida. Además, las imágenes que tenemos del infierno son siempre aquellas donde colocamos al demonio, a las personas cogiendo y comiéndose. O sea que, si no entendí mal, el infierno es un baile de carnaval en el Monte Líbano.
Mis experiencias con las drogas fueron fantásticas. Las drogas, principalmente las lisérgicas, me ayudaron mucho en mi adolescencia. Me ayudaron a entender el mundo, a ser una persona más segura.
Yo le pagué al analista para nunca más saber quién soy.
Siempre fui muy destructivo, yo quise tener sida.
Existe una curiosidad un poco fuera de lo normal por parte del público con relación a mi enfermedad. Especialmente las personas de las primeras filas, que miran con espanto. Después aplauden y vibran, pero siempre miro el espanto de la primera fila. El resto, no quiero saber. No aguanto aquellos que van al camarín, que me esperan a la salida para abrazarme y susurrarme al oído: “Coraje Cazuza, coraje”, como yendo a un funeral.
La última vez que fui a la clínica, vi la cara de la muerte, entré en ella, y salí, no sé cómo. Es claro que no quiero morir, tampoco quiero sufrir. Ya pensé en el suicidio, pero no... Hablé con un médico y le dije: si algo me pasa no quiero ver. Que me dé morfina, mucha morfina, porque quiero irme dormido.
Antes de hacerme el análisis nunca había ido al médico y nunca había sentido nada. Entonces vi una señal que me avisaba que tenía que cuidarme, que tengo un cuerpo y que es preciso darle atención. Esa vez Jesús me llamó y yo no fui. Le dije que era temprano y que él podía esperar.
La canción “Sólo las madres son felices” es un homenaje a los poetas malditos. A esas personas que en cierta forma viven al lado de la vida, de los que prefieren cambiar el escritorio por la calle. Los que decidieron vivir y escribir la vida. Personas que son santos y demonios al mismo tiempo.

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