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COWBOY EN LLAMAS

Música Los Rolling Stones le dedicaron �Wild Horses� por haberles revelado los misterios que los llevaron a componer �Honky Tonk Women�. U2 grabó en su honor The Joshua Tree. Los Byrds nunca van a terminar de agradecerles que los reinventara. Bob Dylan le siguió cada paso. En el medio, Gram Parsons grabó un puñado de discos con los que inventó un nuevo género musical para definir a su país: el country rock o alt.country. Una flamante antología y algunas cintas ocultas sirven como excusa para resucitar al cowboy que hace 27 años moría a los 27 años, un par de días antes de que su cadáver terminara secuestrado e incendiado alrededor del único árbol en el desierto de California.

POR RODRIGO FRESAN

Hay tantos y tan atendibles motivos que, de entrada, uno odia con fervor la música country. Uno viene del rock y del pop, claro. Uno llega de territorios fecundos y ocurrentes y donde todos se preocupan por ser diferentes al otro y ser más raros que el otro y dejar de ser ese otro que fue uno el año pasado. Así que uno entra en el country y se encuentra con esos vaqueros mustios, con chicas pecosas de falda con flecos y voz aguda, con ese solo de violín, con esa slide-guitar que se arrastra borracha por los rincones, con ese ritmo trotecito o ese andar lánguido, con canciones que hablan de paisajes que se extrañan, mujeres que se han ido y pa y ma que se murieron. Todo ello y todos ellos girando alrededor del territorio sacro y casi talibán de una ciudad llamada Nashville donde hay que portarse bien y respetar al género. De vez en cuando, claro, llega alguien y patea el tablero y revoluciona el asunto y, de golpe, no cuesta nada entender por qué nos gusta el country. Ese alguien pudo haberse llamado Hank Williams o puede llamarse Lyle Lovett o Lambchop o Shelby Lynne o The Jayhawks o Steve Earle o Gillian Welch o Wilco o Steve Forbert o Whiskeytown. No importa el nombre. Importa la actitud, las ganas de cambiar las cosas sin por eso sacrificar la potencia del sentimiento y el nudo en la garganta y las lágrimas en la cerveza. Una cosa es fija: a todo aquel que patea el tablero y las calles de Nashville en busca de una oportunidad para sus canciones tristes, seguro, le gusta Gram Parsons. Le gusta mucho.

BUENA MADERA
Hay artistas que acaso presienten que no tendrán un contrato muy largo en este mundo y entonces su breve obra es, desde el vamos, una suerte de antología instantánea, el destilado de un perfume perfecto, lo más exquisito en el envase más pequeño, se sabe. Pocas personas hicieron tanto en tan poco tiempo como Gram Parsons y una muestra considerable del producto total ha sido ahora compilada en la cajita-compact doble con soberbio librito de rigor recién editada por la siempre sabia y revisionista discográfica Rhino bajo el título de Sacred Hearts & Fallen Angels: The Gram Parsons Anthology. Cuarenta y seis canciones en orden cronológico. Canciones que siguen la cabalgata alucinada del cowboy urbano Parsons por las bandas The International Submarine Band, The Byrds, The Flying Burrito Brothers. Cuarenta y seis canciones que lo alcanzan solista errante y ya legendario aunque casi desconocido a la altura más alta y final de sus dos álbumes junto a su socia-musa Emmylou Harris (quien todavía hoy canta aquello de “Seré la guardiana de tu llama / Hasta que todas las almas oigan lo que tu alma decía” y hace un par de años le organizó fiestita en sublime compact-homenaje, Return of the Grievious Angel, al que asistieron Elvis Costello, Chrissie Hynde, Sheryl Crow y Beck entre otros) y tocando en vivo donde se pudiera con sus Fallen Angels justo antes de que se le quemaran las alas por haber volado demasiado cerca de sí mismo. El lanzamiento de esta –de esta otra y desde ya la más exhaustiva– antología se potencia con el reciente descubrimiento y difusión de sesiones nocturnas y perdidas en Gram Parsons: Another Side of this Life / The Lost Recordings 1965-1966 y la excelente salud del alternative country en general donde tipos como Ryan Adams –el alumno que ya parece haber superado al maestro– reconocen a Gram Parsons como el Padrino de la mafia, el tipo que un día llegó para cambiar las reglas del juego. Y, ya se dijo, patear el tablero con la punta aguda de una de esas botas llenas de adornitos mientras ahí afuera aúllan los coyotes de siempre.

FUEGO ALTO
The Rolling Stones le dedicaron “Wild Horses” en agradecimiento por haberles revelado y compartido los misterios campestres que los llevaron a componer “Honky Tonk Women” y, ya que estamos, su infinita capacidad para la joda loca. The Byrds lo invitaron a tocar a ver quépasaba y ahí nomás el recién llegado los reinventó como vaqueros lisérgicos para su magistral Sweetheart of the Rodeo de 1968. Bob Dylan lo miraba de reojo y dicen que sin sus idas y vueltas a nadie se le hubiera ocurrido todo eso del country-rock o como quieran llamarlo. En cualquier caso, Gram Parsons odiaba la etiqueta en cuestión y ofrecía una alternativa propia a la hora de explicar lo que él escribía y cantaba. Lo suyo era “Cosmic American Music” y al que no le gustara que agarrara su caballo y se fuera a otra parte. Música donde convivía el pelo largo con la rienda corta, el purasangre con la Harley-Davidson, el lado curtido del Marlboro Man con buena puntería a la hora de las hembras junto con el “lado femenino” de un tipo sin miedo a mostrarse quebrado en dos, en tres, en cuatro. Música que funcionaba tan bien en una cantina de El Paso como en el CBGB Club de Nueva York. Música para derribar las paredes entre el rock’n’roll, el rythm’n’blues y el country’n’western. “Siempre pensé que sólo hay dos clases de música: la buena y la mala”, le escribió entonces a un amigo. Gram Parsons aspiraba a definir su país en un nuevo género musical que le servía para reformar canciones ajenas –como el “To Love Somebody” de The Bee Gees o las melodías épico-románticas de Boudleaux Bryant como “Love Hurts”– y convertirlas en algo inmediatamente propio o, mejor todavía, hacer que sus propias canciones sonaran como standards instantáneos al minuto de haber sido paridas, como si hubieran estado sonando ahí desde siempre y el que no me crea que oiga “Brass Buttons” o “Hot Burrito N.1” o “Sin City” o “She” o “$ 1000 Wedding” o “Hickory Wind” o “A Song for You” donde se escucha aquello de “Oh, mi tierra es como una oca salvaje, vagando por todos lados, en todas partes”. La tentación de mitificar la figura de Gram Parsons con sus orígenes dignos de obra de teatro de Tennessee Williams o novela de William Faulkner, su encandilante carrera de cometa fugaz y su final vikingo y prematuro a los 27 años hace 27 años –por ahí anda una excelente biografía del periodista de Rolling Stone Ben-Fong Torres– es, como toda tentación de las buenas, irresistible. Nacido y anotado en los registros con el portentoso y decididamente sureño nombre de Cecil Ingram Conner III. Padre: Cecil “Coon Dog” Connor, héroe de guerra y terrateniente rico y suicida bang-bang. Madre: Avis, alcohólica y muerta por cirrosis el día de la graduación de secundario de Gram, ya compulsivo comprador de discos y respetable imitador de El Rey. Padrastro terrible. Expulsiones de varias escuelas y, finalmente, aceptado en Harvard donde aguanta un año antes de salir al camino y conocer –en un vértigo de kilómetros– a los Rolling Stones, Elvis Presley, Merle Haggard, Peter Fonda, John y Michelle Philips, Fred Neil, David Crosby y la novia de David Crosby quien no demora en dejar que la monte. Enseguida, Gram Parsons reemplaza a Crosby en The Byrds –atrás quedan sus maduras iniciaciones en The Like, The Shilos y en The International Submarine Band– y ya Gram Parsons está en donde tiene que estar: en todas partes, previsible nada más en su imprevisibilidad. Se niega a acompañar a The Byrds a la Sudáfrica del apartheid prefiriendo quedarse organizando a lo que serían los efímeros, pero más que influyentes The Flying Burrito Brothers y grabar un disco –The Gilded Palace of Sin (1968)– considerado por el alt.country de hoy como el equivalente del primer disco de The Velvet Underground a la hora de vender poco pero contagiar en miles las ganas de salir en banda. Un año más y un disco más –Burrito Deluxe– y Gram Parsons vuelve a desarmar lo armado y a foja cero. Pasa dos años –por propia confesión– “perdiéndose” y adicto a todo lo que uno puede hacerse adicto incluyendo a los trajes de cowboy bordados con hojas de marihuana y cruces y llamaradas por diseño del célebre country-sastre Nudie. Se casa casi sin darse cuenta con una belleza californiana y encuentra a su definitiva segunda voz en Emmylou Harris y ahí empieza a componer canciones propias y a juntar canciones ajenas que, ya se dijo, hace propias. El resultado –los discos GP (1973)y Grievous Angel (1974)– son el equivalente a lo que hizo Sinatra para reinventarse en Songs for Swingin’ Lovers y Sings for Only the Lonely: discos para oír con las luces bajas y vaso alto con bourbon hasta los bordes. Otra vez, como siempre, éxito de crítica y fracaso comercial y, para cuando sale Grievous Angel, las cosas funcionan un poco mejor porque, es ciencia, artista maldito vende un poquito más si artista maldito está muerto.

CENIZAS CALIENTES
Los últimos días de la vida de Gram Parsons y los primeros días de la muerte de Gram Parsons son historia aparte y alcanzan para llenar varios libros, películas, lo que haya que llenar. Gram Parsons deja todo. Deja banda y amigos y esposa que ya no lo soporta y se va al desierto de South California, donde está ese árbol famoso y único en el medio de todas esas rocas y arena. El Joshua Tree. Gram Parsons solía ir ahí en busca de ovnis para acabar convirtiéndose él mismo en un objeto volador no identificado protagonista de fiestas de esas que duran varias noches con la puerta abierta y varios días con las persianas bajas. El 8 de setiembre de 1973 lo encuentran muerto por una sobredosis de tequila y morfina para sorpresa de todos aquellos que aseguraban que Gram Parsons estaba “limpio” desde hacía tiempo. Entra en escena el padrastro malvado dispuesto a llevarse rápido el cuerpo y enterrarlo en Nueva Orleans y establecer esa ciudad como lugar de residencia post mortem de Gram Parsons, lo que –por ley– lo convertiría en heredero automático de todas las regalías póstumas de su hijo adoptivo. Phil Kaufman –hermano de sangre, manager y conocedor de la última voluntad de su amigo– organiza operativo comando, toma el aeropuerto por asalto, secuestra el cuerpo de Gram Parsons y, con la policía y el padrastro pisándole los talones, lo lleva a Cap Rock, en el Joshua Tree National Park, y ahí mismo le prende fuego y lo mira arder como si nunca fuera apagarse todo ese fuego. Años después U2 pasó por ahí y se sacó una foto con sombreritos de cowboys turistas. ¡Yiiiiiiiiiiiiiiiipiiiiiiiiiiiiie!

AVE FÉNIX
Gram Parsons cada día canta mejor y ahí está, esperando, Sacred Hearts & Fallen Angels: The Gram Parson Anthology. Oportunidad ideal para la revisitación o el descubrimiento y descubrir y respondernos –como canta el escocés Lloyd Cole– “por qué nos gusta la música country”. Fácil y complicado al mismo tiempo: la música country –como el tango o el vals o la ranchera– es uno de esos sentimientos locales que, bajo condiciones e intérpretes ideales, puede volverse universal y sin fronteras. Equivocarse en la elección del portavoz puede resultar catastrófico, pero apostar a Gram Parsons es como hacer saltar la banca, robar el banco y salir cabalgando hacia el horizonte disparando al aire. Hay espacio de sobra para esconderse ahí y no es casual que campo y país se escriban en inglés con las mismas letras.
En el cielo las estrellas y en el country Gram Parsons.

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