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NOTA DE TAPA 2 ¿Sabía usted que durante la guerra de Malvinas la televisión argentina pasaba películas como Su venganza era matar, La tumba de acero o El gran combate? ¿O que para el aniversario de la muerte de Perón se dio Tumba para un forajido? ¿O que para el fin de semana pasado estaban programadas películas sobre terrorismo que nunca se emitieron? Alfredo García investiga las arteras formas en que la programación televisiva se adapta a la realidad.

Por Alfredo García

“La guerra es básicamente show business.” En Mentiras que matan, Robert De Niro y Dustin Hoffman personifican a un oscuro hombre del gobierno y un exitoso productor de Hollywood que tienen que salvar a un presidente de un apuro inventando una guerra. En 1997 esta película de Barry Levinson fue toda una profecía, ya que, mientras se estaba por estrenar, Bill Clinton se veía mezclado en el hiperpublicitado affair Monica Lewinsky, del mismo modo que el presidente del film. Pero hoy, Mentiras que matan se vuelve doblemente profética, ya que los diálogos incisivos que el guionista David Mamet pone en boca de Hoffman y De Niro parecen pensados para alguna de las situaciones que se vieron estas dos semanas en los televisores de todo el mundo:
–Todo el mundo vio la imagen de una chimenea explotando por los ataques a Irak de la guerra del Golfo... Lo produje yo en un estudio de cuatro por cuatro, con una maqueta en escala...
–En serio...
–No te lo voy a decir, pero perfectamente podría haberlo hecho.
El miércoles pasado la Red O Globo denunció que las imágenes de una docena de niños palestinos festejando el ataque terrorista más grande de la historia estaban tomadas de un viejo archivo de principios de los ‘90. Igual que el confuso ataque a Kabul que el martes 11 de setiembre por la tarde apareció en las pantallas de todos los noticieros, para luego ser desmentidas por el Pentágono. La Red O Globo insistió en que esas imágenes son tomas de archivos de la guerra del gobierno del presidente Bush padre, y no un contraataque del presidente Bush junior.
No hacía falta ser Marshall McLuhan ni Umberto Eco para darse cuenta de que esas tomas de la docena de niños palestinos eran las únicas imágenes de los irritantes festejos del mundo musulmán. Las tomas en cuestión fueron repetidas una y otra vez durante todo el martes 11 y los días posteriores, y a pesar de lo burdo del recurso ningún noticiero ni programa periodístico dejó de darse el gusto de mandarlas una vez más al aire.
Realizada la denuncia de la cadena brasileña, la CNN se limitó a decir que para ellos todo era cierto, algo entendible ya que nunca se vio ningún envío de Nuevediario en el que José de Zer reconociera que en el cerro Uritorco no habían aterrizado platos voladores, y que en realidad todo era un cuento chino.
En todo caso no sólo los ataques con misiles de los presidentes padre e hijo lucen similares en la TV: los nombres de sus operaciones punitivas también parecen salidas del mismo cuño: Tormenta del Desierto parece digno de un título de película de Jean-Claude Van Damme, mientras que la flamante Justicia Infinita propuesta por Bush Junior mientras rodea a Afganistán de bombarderos y portaaviones bien podría ser el nombre de un nuevo film con Steven Seagal.

ACCION VS. CONSPIRACION
Las imágenes de las Torres Gemelas embestidas por aviones de pasajeros trajeron en las redacciones de diarios y noticieros de todo el mundo la noción de que había que comparar el hecho con una producción hollywoodense de súper-acción, precisamente ese tipo de películas que suelen protagonizar Van Damme, Seagal, Arnold Schwarzenegger, Bruce Willis o Sylvester Stallone. Grave error: cualquier conocedor del género sabe que el ataque terrorista del martes 11 no tiene mucho que ver con eso. Más bien, es todo lo contrario. En cualquier film de acción con Schwarzenegger, por ejemplo Mentiras verdaderas, de James Cameron, hay villanos terroristas, si es posible fundamentalistas musulmanes, que amenazan con volar importantes edificios de ciudades estadounidenses. Claro que siempre estánahí Arnold, o Stallone o el supuesto ex agente de la CIA Steven Seagal. Para evitar que los villanos perpetren el atentado anunciado desde el comienzo de la trama. Mucho antes, dos o tres décadas atrás, un villano podía salirse con la suya. Uno de los mejores y más famosos films de la serie James Bond 007, Goldfinger, mostraba al archicriminal del título robando las reservas de oro de Fort Knoxx, y Bond apenas llegaba a tiempo para arruinarle los planes. Pero los guionistas de este tipo de entretenimientos cinematográficos abandonaron estos giros malévolos hace tiempo, y a lo largo de los ‘90 es muy poco común que un terrorista lleve a cabo su golpe final (aun cuando se les permita ocasionalmente dar terribles advertencias promediando el argumento, como la explosión de un avión de pasajeros en Duro de matar 2, de Renny Harlin, o la explosión nuclear sin víctimas hacia la mitad de la ya mencionada Mentiras verdaderas de Cameron).
La primera producción de Dreamworks, el estudio de Spielberg, fue El pacificador de Mimi Leder. El tono de thriller político con cierto rigor y credibilidad iba desviándose poco a poco hacia la acción más pueril, hasta que en un desenlace previsible George Clooney evitaba una detonación nuclear en Manhattan. Como en toda película de acción, la amenaza nunca se cumple, ya que si el acto terrorista tuviera lugar, el público dejaría de comer pop corn para enfrentarse a un oscuro drama apocalíptico.
Es decir, el tipo de película que le gusta hacer a Oliver Stone, el hombre que le enseñó al pueblo americano que a John Fitzgerald Kennedy no lo mató Oswald, sino una complicada conspiración de servicios gubernamentales (sin la participación de palestinos, talibanes ni fundamentalistas musulmanes conocidos). El 15 de setiembre pasado, cuatro días después del golpe al World Trade Center y el Pentágono, el director de Pelotón y Wall Street cumplió 55 años, y sin duda debe haberse pasado el día elucubrando alguna nueva teoría conspirativa sobre un atentado que aún guarda muchos puntos oscuros, y sobre un gobierno que antes de resolver estos puntos ya está preparando su Operación Justicia Infinita.
Si bien la realidad siempre supera a la ficción, al menos en términos cinematográficos un tópico tan creíble que se terminó convirtiendo en lugar común es el del enemigo interno: no hay mes que no se estrene en cine o en video algún thriller en el que la CIA o algún otro organismo de seguridad real o ficticio comete autoatentados en los que mueren o podrían morir cientos de civiles inocentes. Sin ir más lejos, en Swordfish, el megahit con John Travolta actualmente en cartel en Buenos Aires, el actor de Tiempos violentos encarna a un terrorista obsesivo que no duda en liquidar a quien se le ponga delante, con el padrinazgo de un senador norteamericano y todo para “defender el mundo libre”. En films como Intriga en la Calle Arlington (excelente thriller pesimista con Tim Robbins y Jeff Bridges) o en la menos inteligente Complot con Mel Gibson y Julia Roberts, la imaginería hollywoodense siempre logra que el espectador acepte sin problemas la noción de que en lo más profundo del gobierno federal estadounidense hay horribles enemigos ocultos capaces de sacrificar a sus propios compatriotas con tal de potenciar algún nuevo enemigo del american way of life.

LOS MENSAJES SATANICOS DE LA SUPER ACCION
Precisamente el fin de semana posterior al atentado los canales de cable tenían programadas películas como Intriga en la Calle Arlington (el viernes a la noche) o Contra el enemigo (de Edward Zwick, con Denzel Washington y Bruce Willis), mediocre film de tono confuso y fascista en el que la captura de un terrorista árabe conduce a una grave ola de atentados en Manhattan que llevan a declarar la ley marcial. En este caso el film fue levantado del aire, del mismo modo que en las últimas semanas los estudios hollywoodenses decidieron atrasar todos los estrenos de films de terror, fantasías demasiado violentas (como el esperado Spiderman de Sam Raimi) o escenas sobre actos terroristas o chistes sobre la CIA o el FBI(como en Bad Company, una comedia con Anthony Hopkins y Chris Rock que estaba llena de gags de este tipo).
Es curioso cómo elementos del show business, y sobre todo la programación televisiva pueden funcionar como extraños comentarios sobre la realidad. Diego Curubeto y Fernando Martín Peña, dos críticos de cine enfrascados en la tarea de escribir una crónica sobre la historia del cine clásico y de culto en la TV argentina –se llama Cine de Súper Acción y llegará a las librerías el 1º de octubre, publicado por Norma-Kapelusz– terminaron convertidos en dos expertos en lo que denominan irónicamente “los mensajes satánicos de la Súper Acción”. A medida que fueron reconstruyendo un cuarto de siglo de programación televisiva, Curubeto y Peña empezaron a entender que la elección de una película para un determinado momento político o social a veces lucía demasiado casual. “Uno podría esperar que en el mismo momento en el que empiezan las acciones violentas durante la guerra de Malvinas, los programadores de la TV argentina optasen por cine argentino, o alguna película en la que los ingleses son los villanos, como el Sandokan filmado en Italia”, explica Fernando Martín Peña. “Sin embargo los títulos anunciados en el primer fin de semana de mayo son sorprendentes: Su venganza era matar, La tumba de acero, El gran combate y hasta películas ultraviolentas y totalmente enervantes como Harry el Sucio y Los pájaros de Hitchcock”.
Según Diego Curubeto, las coincidencias eran tan increíbles que todo el libro cambió de tal manera que cada capítulo tuviera el nombre del título de un film que hiciera referencia al asunto a tratar: “Por ejemplo, a la prehistoria del cine en nuestra TV le pusimos Un millón de años antes de Cristo, y al cine de los años de la dictadura militar lo llamamos El día que paralizaron la Tierra. Teníamos algunas dudas con la parte correspondiente al gobierno de Isabelita Perón... Arde bruja arde o Me casé con una bruja no nos convencían, nos parecían poco sutil. Entonces recurrimos a un film prototípico del cine emitido por viejo Teleonce: La dama y el fantasma. Lo increíble es que una vez decidido esto, comenzamos a revisar material de archivo para ilustrar el capítulo y nos encontramos con que, el primer 17 de octubre luego de la muerte de Perón, la revista TV Guía publicaba una información sobre la televisación del acto oficial con la presidenta y, como quien no quiere la cosa, al lado se leía que también se había programado La dama y el fantasma, junto con un montón de otras películas de títulos más que sospechosos: Tumba para un forajido, Una mujer de la calle, José vendido por sus hermanos y El Trueno entre las hojas con Isabel... Sarli”.
Claro que todo esto no dejaba de ser tomado como una curiosa casualidad. Al menos hasta que la programación de un sábado de súper acción del mes de febrero de 1976 puso las cosas en su lugar. “En ese momento Bernardo Neustadt pide desde ‘Tiempo Nuevo’ la renuncia de Isabel Perón”, explica Fernando Martín Peña. “En el acto le prohíben el programa. El sábado siguiente Cine de Súper Acción de Teleonce daba estas tres películas: La Rubia Fenómeno, Bernadette y Faltan hombres.”
Este tipo de cosas les dio la pauta que había chistes de doble sentido en toda la programación de películas de la TV argentina. “Algunas, con connotaciones proféticas hasta lo perturbador”, continúa Curubeto. “El sábado de marzo del ‘76 posterior al miércoles del golpe de Videla la televisión argentina programó todas películas de nombre muy significativo. ¿Algunos títulos? Bombardeo, Llegan los paracaidistas y Confesiones de un espía nazi.”
Para Fernando Martín Peña, estas extrañas coincidencias venían muchas veces de la total impunidad con la que los programadores de aquellos tiempos hacían su trabajo: “Para ellos, el cine en TV era siempre algo menor, aun a pesar del buen rating, y salvo la posible excepción de un film muy prestigioso de ‘El Mundo del Espectáculo’ o de ‘Hollywood enCastellano’, se mandaban sus chistes de doble sentido sin problema. Esto no quita que a veces la programación de films en TV formara parte de un plan general: por algo en la época de Isabelita y López Rega, poco después que la Triple A tomara por asalto Canal 11, se empezaran a programar películas como Ninotchka (con Greta Garbo como una comunista seducida por el capitalismo) o la increíble película de culto Me casé con un comunista, con Robert Ryan comprendiendo en carne propia el slogan Better dead than red (‘Mejor muerto que rojo’)”.
Para Curubeto, “esto obviamente se nota mucho más en la época de la dictadura, donde además de películas de este tipo aparecían programas especiales como Operativo Hércules, con la fuerza aérea llevando folKloristas a El Chocón, o ciclos de ‘ciencia’ dedicados a explicarles a los jóvenes los peligros de las enfermedades venéreas, o cómo el aborto necesariamente conducía a la esterilidad. Pero desde el momento en el que la Compañía de Jesús, principal accionaria del primer Teleonce, puso el énfasis en la emisión de cine hollywoodense, había una intención de darle algún tipo de mensaje al televidente. Para el libro entrevistamos al padre Héctor Grandinetti, no sólo fundador del Canal 11 sino uno de los principales responsables de la licitación de los canales privados argentinos, y él explicó perfectamente que, a diferencia de muchos programas tontos de producción nacional, una buena película siempre incluía un contenido pensante, aun si era de aventuras, un policial o una de terror. Una de las primeras películas programadas en Teleonce, en julio de 1961, fue el clásico contra la intolerancia de Elia Kazan La luz es para todos, con Gregory Peck simulando ser judío para revelar el antisemitismo en la clase alta norteamericana. La gente que trabajaba en el canal nos contó que desde entonces hasta fines de los ‘70 hubo siempre un cura jesuita en la filmoteca del canal controlando las películas que se pasaban. No me extraña que yo, a los 6 años, el 1º de mayo de 1971 cerca de las 14 horas, haya podido ver una de las películas de terror más fuertes de todos los tiempos, Domingo negro, de Mario Bava. En ese entonces, y hasta unos diez años después, esa misma película estaba prohibida en los cines ingleses por su truculencia, y acá un chico la podía ver en la TV a la tarde. Me pregunto qué habrán dado en los otros canales, sobre todo teniendo en cuenta que era un 1º de mayo, pero de todos modos no puedo dejar de agradecerle a estos ‘padres chequeadores’ (así los llamaban en el canal) que me hayan permitido ver una de las mejores películas de terror de la historia del cine. Y hay que aclarar que los que erradicaron para siempre a los curas de la filmoteca del canal fueron precisamente los militares, que impusieron códigos de censura totalmente diferentes: prohibían la violencia de la ficción en TV, como si así pudieran disimular la violencia que imponían en el mundo real”.
Luego de hacer una investigación tan exhaustiva sobre la programación televisiva, tanto Curubeto como Peña coinciden en que, si se observan los programas con atención, no es difícil diferenciar una TV controlada coherentemente –por más espantosa que sea, como por ejemplo la estadounidense de estas últimas semanas– de un descontrol generalizado como el que aprecia en la pantalla chica argentina.
“Teniendo en cuenta que la libertad de expresión siempre fue un baluarte de la sociedad norteamericana, ver cómo no hay nadie que pueda opinar distinto en la pantalla chica estadounidense es alarmante”, explica Curubeto. “Hasta Bill Maher, el conductor de ‘Políticamente incorrecto’ de la cadena ABC, tuvo que arrepentirse públicamente luego de decir que consideraba que los ataques con misiles a Afganistán del ‘96 habían sido cobardes. Y a pesar de verse obligado a hacer esa autocrítica, perdió varios de sus sponsors más importantes, y luego tuvo que decir que pensaba cambiar la línea general del programa hacia un tono más serio. El sábado anterior al ataque terrorista, el New York Times publicaba en primeraplana un artículo preocupante sobre la intención de Bush de eliminar dos leyes que en los últimos 40 años fueron fundamentales para mantener a raya a los grandes monopolios de comunicación. El diario dejaba claro que en una era donde a la radio, los diarios, revistas y la TV se agrega la Web, y la ya existente TV digital, eliminar esas leyes era algo impensable. Si ahora casi nadie puede opinar distinto que la CNN, da la sensación de que en un futuro cercano, con TV digital interactiva manejada por uno o dos monopolios monstruosos, el 1984 de Orwell va a lucir más inocente que el mundo de Oz.”
Para los autores de “Cine de Súper Acción”, el ataque terrorista del martes 11 dejó claro que en la actualidad nuestra televisión no tiene la más mínima preparación para tocar un tema tan grave. “Los programas de la TV argentina no sabían qué hacer con el tema”, asegura Fernando Martín Peña. “Los talk shows y ciclos de chismes sobre bataclanas, cantantes cuarteteros y rumores de los reality shows se enfrentaron de golpe a hablar de política exterior. Básicamente repitieron sin parar las imágenes de los canales estadounidenses, pero intercalándolas con detalles locales de lo más pintorescos. Uno de los más bochornosos fue en un magazaine femenino de la tarde, cuando un extra de debates tipo ‘Mi novia se llama Osvaldo Rubén’ aseguraba estar desolado por la pérdida de su hermano en la explosión de las Torres Gemelas”, cuenta Curubeto. “Pero resulta que al día siguiente, Susana Romero lo desenmascara en un programa de chismes diciendo que conoce a ese tipo y que no tiene ningún hermano. Poco serio.”

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