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Nota de tapa Durante cuatro años, el periodista Charles Cross realizó más de 400 entrevistas y tuvo acceso al diario íntimo y a las numerosas cartas que Kurt Cobain solía escribir pero nunca enviaba. Lejos de los análisis sociológicos y del embelesamiento con la figura del rock star, Heavier than Heaven, la biografía que acaba de publicar, reconstruye minuciosamente la vida de la última estrella que dio el rock: su infancia entre rifles y porros; su adolescencia en la calle; la vez que vendió armas para comprar amplificadores; su crónico dolor de estómago y su adicción a la heroína para aliviarlo; el origen de sus musas; y la certeza que tenía desde los catorce años: llegar a la cima del rock y morir en la gloria.

Por Mariana Enriquez

La historia es la de una lenta agonía. También es una tragedia americana, pero no una tragedia épica de grandes espacios y rutas infinitas, sino la de un pueblo pequeño y prejuicioso, la tragedia doméstica del adolescente suburbano atrapado por la mediocridad. Heavier than Heaven puede ser la biografía definitiva sobre Kurt Cobain: mientras otros y numerosos libros se detienen en Cobain como símbolo y artista, el periodista Charles Cross prefirió ignorar las horas de grabaciones, las cifras de ventas y la mirada de crítico de rock para adentrarse en Kurt Cobain hombre. Heavier than Heaven es angustiante: es una letanía de drogas, intentos de suicidio y el sufrimiento de un hombre que transformaba en canciones su dolor. Cross, que fue editor de The Rocket, la revista de Seattle que le dio su primera tapa a Nirvana investigó durante cuatro años, hizo 400 entrevistas y tuvo acceso al diario íntimo y las numerosas cartas que Kurt Cobain solía escribir pero nunca enviaba. “Hubo momentos de gran felicidad”, escribe en la introducción, “como cuando escuché un tema inédito llamado ‘You Know You’re Right’, que creo es la mejor composición de Kurt. Pero por cada descubrimiento maravilloso hubo momentos de insoportable pena, como cuando tuve la nota suicida de Kurt entre mis manos: Courtney la guarda en una caja con forma de corazón, junto a un mechón de su cabello”.

PUEBLO CHICO
Kurt Cobain nació en una pequeña ciudad de Washington, Aberdeen. Cuando pudo gritárselo al mundo, Cobain afirmó que ese lugar era el infierno y que lo despreciaba: la quintaesencia del pueblo pequeño americano y puritano, el paraíso de la “basura blanca”, con profusión de trailers, alcohólicos y desempleados, material humano para Jerry Springer. En una biografía para Nirvana que escribió cuando buscaba sello discográfico (y que nunca fue publicada), lo describía así: “El vocalista de Nirvana nació en Aberdeen, cuya población consiste en rednecks prejuiciosos que comen y matan ciervos, les disparan a putos y drogadictos y no les gustan los raritos ni los modernos”. Pero el propio Cobain confesó que su infancia fue bastante feliz: su padre, Don, trabajaba en una maderera, su madre Wendy estaba en casa. La familia era pobre: sus abuelos paternos, Iris y Leland, vivían en un trailer, y a los Cobain jóvenes les costaba pagar el alquiler. La felicidad duró hasta que Kurt cumplió los ocho años, cuando sus padres se divorciaron.
No fue un divorcio razonable. Fue una guerra. Las cartas que llegaban para Don a la antigua casa eran devueltas cubiertas con excrementos. La nueva pareja de Wendy era un hombre violento que llegó a romperle un brazo. Kurt escribió en la pared de su habitación: “Odio a mamá, odio a papá. Mamá y papá se odian. Estoy triste”. Ese mismo año Kurt tuvo que ser ingresado a un hospital: estaba desnutrido. Los dolores de estómago que iban a acompañarlo toda su vida acababan de hacer su aparición. Poco después quiso irse a vivir con su padre, y ambos se mudaron a un trailer, que instalaron frente al de sus abuelos. A partir de entonces, sugiere Cross, Kurt iba a quedar en medio de la batalla parental: yendo y viniendo de casa en casa, peleando con su padre que sólo sabía comunicarse con él mediante invitaciones a comer hamburguesas o jugar partidos de béisbol. Cuando fue lo suficientemente grande, comenzó a pedir asilo en casas de amigos, e incluso prefería vivir en la calle. De 1982 a 1986 pasó por diez casas distintas, huésped de diez familias diferentes. Estuvo preso varias veces, por escribir graffitis en las paredes del pueblo, por trepar techos borracho, por estar borracho y ser menor. Su principal actividad era intoxicarse con cualquier droga que tuviera a mano y tocar la guitarra que le había regalado su tío. Cuando tenía 17 años, su madre decidió que ya no sabía qué hacer con él, y lo echó de la casa. Eventualmente volvería a vivir con su padre, pero nunca volvió a tener una relación con él. Años después, en un collage que cubría dos páginas de su diario, escribió sobre la foto de su padre: “Papá: me hizo vender mi primera guitarra. Quería que fuera deportista”. En la canción “Serve the Servants” de In Utero le escribió “Traté de tener un padre/ pero tuve un papi”.

KURT REVISIONISTA
En “Something in the Way”, la canción que cerraba Nevermind, Kurt Cobain aseguraba que, después de haber sido echado de su casa, dormía bajo un puente, el Young Street Bridge. La verdad es, según narran todos sus amigos en las entrevistas concedidas a Charles Cross, Kurt jamás hizo tal cosa. “Hubiera sido imposible”, dice Krist Novoselic, bajista de Nirvana, que conoció a Kurt en la secundaria. “Iba ahí a fumar marihuana, pero nunca pasó una noche ahí. No era posible, con las orillas embarradas y la marea que subía hasta que no quedaba un lugar seco. Eso fue revisionismo.” La verdad, sin embargo, es igualmente desoladora: en sus meses sin hogar, Kurt durmió en una caja de cartón que alguna vez había envuelto una heladera, y más tarde eligió pasillos de departamentos que tenían calefacción central: escapaba por la mañana, antes de que los vecinos se levantaran. Cuando fue descubierto, Kurt decidió que lo mejor sería pasar las noches en la guardia del hospital de Grays Harbour, el mismo donde había nacido diecisiete años antes. Fingía ser pariente de algún enfermo, miraba TV hasta que se dormía, y ordenaba comida a habitaciones vacías para poder cenar.
No fue su única mentira. Kurt insistía en que la primera banda que vio en vivo fue Black Flag. En realidad, fue Van Halen, y le encantó al punto que se compró una remera y la estrenó en la escuela. Kurt solía contarle a cuanto periodista se le pusiera delante que compró su primera guitarra con el dinero que obtuvo de vender armas. Su madre tenía varios rifles, y planeaba usar uno de ellos para matar a su segundo marido, el padrastro de Kurt, que solía golpearla. Una vez, tras una tormentosa reconciliación, ella tiró las armas al río Wishkah, en compañía de su hija Kim. Al otro día, Kurt le pidió a su hermana que lo ayudara a encontrar las armas, y las vendió. Pero sólo se compró un amplificador, porque ya tenía una guitarra. Por qué decidió narrarlo así es fácil de entender: un punk suburbano, menor de edad, que cambiaba armas por su instrumento, es una historia mucho más mítica. Pero muchos creen que el libro de Cross desmitifica al Cobain sincero, crudo, en estado de pureza y lo convierte en un publicista preocupado por reescribir su historia y manipular o inventar su imagen pública. En fin, se lamentan porque convierte a Kurt en una estrella de rock, mucho más preocupado por la leyenda que se construye a su alrededor que por lo que realmente pasaba en su vida. Los fans son injustos: Kurt quería parecerse a lo que había soñado, y ésa es una forma mucho más compleja, pero también mucha más verdadera, de ser honesto.
La tesis en el universo de mitología Nirvana indica que Kurt fue destruido por una fama que nunca buscó, que lo convirtió en algo que no quería ser, que lo aterraba la idea de convertirse en un producto corporativo que traicionaba sus raíces punk. Lo trágico, dice Cross, es que Kurt en realidad buscó la fama casi desesperadamente, quizá para aliviar su soledad, su sensación de fracaso, su abandono. Y que cuando la tuvo, la fama y el amor incondicional de los adolescentes no le sirvió para nada.
Su deseo de fama siempre fue evidente, y Charles Cross se encarga de demostrarlo. A los 17 años, cuando paraba en casa de su amigo Jesse, descubrió que un conocido de la familia era agente de prensa de Capitol Records. “Siempre insistía en que se lo presentara, porque Kurt ya escribía canciones y creía que nuestro amigo podía catapultar su carrera.” En esa época, Kurt ya conocía a gente del ambiente punk (era amigo de la banda The Melvins) y se cuidaba de ocultarles esto. Cuando el sello Sub Pop de Seattle editó el primer simple de Nirvana, “Love Buzz”, Kurt le llevó una copia a la radio del college de Olympia, donde vivía en ese momento. Dos horas después, como la radio aún no la había puesto al aire, él mismo llamó por teléfono para pedirla. En el verano de 1990 Kurt empezó a enviar casetes de demos a sellos, pero no a sellos independientes: los enviaba a Warner Brothers y Columbia Records. Finalmente fue Geffen Records quien les firmó contrato y editó el histórico Nevermind y convirtió a “Smells like Teen Spirit” en un himno. Un himno que, revela Charles Cross, surgió de un graffiti y un desodorante: Kathleen Hannah, líder del grupo Bikini Kill, escribió en el baño de Kurt: Cobain huele a “Teen Spirit”. Con comillas, porque “Teen Spirit” era la marca del desodorante que usaba su novia de entonces, Tobi Vail, y que impregnaba al enamorado Kurt.

EL SINDROME COBAIN
Es fácil adivinar que Kurt Cobain estaba obsesionado con el cuerpo, con lo físico. Y que lo estaba en un sentido escatológico y claramente médico: el video de “Heart Shaped-Box” está poblado de imágenes de pesadilla, de fetos que cuelgan de ramas de árboles, como macabros adornos navideños, de mujeres obesas desolladas. Otro feto flota en un suero que se conecta al brazo de un Jesús anciano y moribundo. La canción estaba llena de metáforas médicas: “Me gustaría comer tu cáncer cuando te ennegrezcas” o “Lánzame tu cordón umbilical para que pueda trepar por él”. El arte de tapa del disco In Utero muestra a una mujer con alas y sin piel, y en la contratapa se entrelazan fetos, como en una fantasía de H. G. Giger. Pocos saben que Cobain era, además de músico, artista plástico: nunca expuso sus dibujos, pinturas ni esculturas (pensar en Cobain como artista multimedia es casi risible) pero todos los que alguna vez vieron su trabajo coinciden en que era realmente bueno, realmente original y espantosamente raro. Cross se detiene largamente a describir su trabajo plástico, y remarca cuánto se relacionaba con sus obsesiones cárnicas, sobre todo durante sus años en Olympia, pueblo cercano a Seattle donde se formó Nirvana: “Un dibujo mostraba a un alien de piel semidesprendida. En otro, una mujer con un sombrero de Ku Klux Klan se levanta la pollera para mostrar la vagina. Otro representaba a un hombre acuchillando a una mujer con su afilado pene”. En sus notas sobre posibles próximos dibujos podía escribir cosas como ésta: “Disfrutar pateando las piernas de una anciana porque sus tobillos están rellenados con una botella de orina. De esas botellas sale un tubo que asoma finalmente por su vieja y arruinada vagina. Y cuando la pateas en las piernas el pis se desparrama por todos lados”. Una entrada de su diario describía a un personaje imaginado: “Chef Boyardee es más malo y más fuerte y menos susceptible a las enfermedades y más dominante que un gorila macho. Viene a mí por la noche. Abre los postigos y tuerce las barras de mi ventana que me habían costado fortunas. Entra a mi habitación. Desnudo, afeitado y aceitado. Tiene el cuerpo y los brazos cubiertos de pelo oscuro e hirsuto. Está parado en un charco de grasa de pizza. Estornuda harina. Entra en mis pulmones. Toso. Él se ríe. Monta sobre mí. Me gustaría patear su culo macho caliente y apestante”.
Lo que además revela el libro de Cross es una relación de Cobain con el cuerpo que remite tanto al abuso como al dolor físico, a un permanente péndulo entre el alivio y el sufrimiento, ambos inevitables y buscados. En su diario, Cobain detallaba sus problemas gastrointestinales, que sufría desde la adolescencia y que jamás fueron adecuadamente diagnosticados (se trataba, probablemente, de un desorden psicosomático): “Por favor Dios: que se vayan a la mierda los discos exitosos. Lo único que quiero es que esta misteriosa e inexplicable enfermedad lleve mi nombre. Y el título de nuestro nuevo álbum doble será El Síndrome Cobain. Una ópera-rock acerca de vomitar jugo gástrico, acerca de ser casi un anoréxico, un chico grunge de Auschwitz. Y va estar acompañado con un video de mi última endoscopia”. Kurt Cobain vomitaba. Vomitaba sangre, bilis, muy seguido. Vomitaba cuando estaba nervioso: vomitó durante casi toda su relación con Tobi Vail, una chica punk militante feminista a la que nunca logró enamorar (la musa del 80 por ciento de las canciones de Nevermind); vomitó al punto de dedicarle en una canción (“Aneurysm”) la frase “Te amo tanto que me dan náuseas”.
Para aliviar su dolor estomacal Kurt Cobain decidió convertirse en un adicto a la heroína. Así lo explicaba en su diario: “Cuando volví de la segunda gira europea con Sonic Youth decidí empezar a usar la droga para aliviar el dolor que venía sufriendo desde hacía más de cinco años, y que me había llevado a desear suicidarme. Durante cinco años, cada día, cada vez que tragaba, experimentaba un espantoso ardor, un dolor en la parte superior del estómago. El dolor se hacía más frecuente y peor en las giras, por falta de una dieta ordenada. Desde el principio de esta enfermedad tuve más de diez tratamientos invasivos en mis intestinos, que sólo lo encontraban irritado. Consulté 15 médicos y 50 tipos de medicamentos antiulcerosos. Lo único que funcionó fueron los opiáceos. Hubo muchos momentos en los que me encontré incapacitado literalmente, en cama, vomitando, muriéndome de hambre. Entonces me dije: si ya me siento como un yonqui, por qué no ser uno”. Así, la heroína empezó como un paliativo a su sufrimiento físico y emocional, pero acabó convirtiéndose en otra enfermedad que, de ser suprimida, sólo intensificaría la original. El círculo vicioso parecía no tenía salida.
Heavier than Heaven describe el mundo de los yonquis con crudeza: Kurt Cobain podía ser la estrella de rock más famosa del mundo, pero sólo una semana antes de su suicidio, un dealer lo echó de su departamento cuando tuvo una sobredosis. Pasó esa noche en un auto. Ninguno de sus amigos o familiares sabía donde estaba: Cobain, como lo había hecho tantas veces antes cuando su esposa le prohibió usar heroína en su casa, se inyectaba solo en habitaciones de motel, llamando a dealers desde teléfonos públicos, en el mayor anonimato. Entre los yonquis y los dealers, Kurt Cobain no era el ídolo adolescente más amado desde John Lennon: era un par o un cliente, capaz de asustar al drogadicto más experimentado con su audacia y las enormes dosis que era capaz de soportar. La noche en que se negó a entrar a un nuevo programa de desintoxicación, días antes de su muerte, su esposa y familiares lo dejaron solo, frustrados y enojados. El único que lo acompañó fue una dealer. Kurt estuvo hasta la madrugada preguntándole: “¿Dónde están mis amigos cuando los necesito?”.

ME ODIO Y QUIERO MORIR
En 1981, Kurt Cobain tenía 14 años. Sus padres le regalaron una cámara Super 8, y empezó a rodar sus propias películas. Un año después filmó un corto casero al que tituló “Kurt Comete Puto Suicidio”. Él mismo lo protagonizaba: pretendía cortarse las venas con una lata de gaseosa destrozada. Después de desangrarse, Kurt actuaba la escena de su muerte dramáticamente, como un actor de cine mudo. Fue su primer ensayo suicida, y el único ficcional. Ese mismo año, cuando volvía de la escuela con su amigo John Fields, le reveló a sus amigos qué planeaba exactamente para su futuro. “Voy a ser una estrella de rock, rica y famosa, y después me voy a suicidar en el momento de mi mayor gloria. Como Jimi Hendrix.”
Lo notable Heavier than Heaven es que estas dos escenas, en cada capítulo, parecen repetirse una y otra vez, hasta el hartazgo. A esa edad, sus amigos y familia creían que se trataba de fantasías suicidas de adolescente, pero en un crescendo espantoso, Cobain y la muerte parecen, hacia el final, convertirse en una misma entidad. A los 16 escribía en su diario: “Necesito acostarme con una chica. Este mes fue el epítome del abuso psíquico por parte de mi madre. El porro ya no me ayuda a escaparme de mis problemas. Acabo de decidir que el mes que viene ya no voy a sentarme en el techo pensando en tirarme, sino que voy a saltar. Y no voy a abandonar este mundo sin saber lo que es coger”. No lo supo inmediatamente: en su desesperación, Kurt emborrachó a una vecina, una chica retrasada mental, pero cuando ella se desnudó, Kurt sintió asco de sí mismo, de lo que estaba haciendo, y de ella. “Me asqueó el olor de su vagina y su sudor, y me escapé”, escribió. Más tarde, se torturaría hasta el infinito por tratar de aprovecharse de una chica discapacitada. Era un paso más en su intenso deseo de odiarse a sí mismo. Alguna vez titularía una canción con la rabiosa línea “Me odio y quiero morir”. Cuando consiguió su primera casa, a los 19 años (en rigor, se trataba de una choza con techo de madera podrida) le dijo a su amigo Ryan Aigner: “No me importa lo que me pase después de los 30, porque no voy a llegar. No quiero ser viejo”. Ese mismo año consiguió trabajo alfombrando casas, pero lo abandonó cuando se cortó un dedo. Le dijo a una amiga: “Si me lastimo tanto como para no poder tocar la guitarra nunca más, me mato”.
Pero fue en 1992, la noche en que se convirtió en una estrella de rock, cuando Kurt decidió terminar realmente con su vida por primera vez. La noche del 12 de enero debía haber sido gloriosa: ese día Nirvana se presentó en “Saturday Night Live” y Nevermind llegó al Nº 1 de Billboard sacando de esa posición a Dangerous de Michael Jackson. Cualquier otro músico que hubiera soñado con ese éxito durante tantos años debería haber, por lo menos, salido a festejar. Kurt Cobain se fue a dormir con su esposa y se inyectó una dosis letal de heroína. Courtney Love se despertó, lo encontró tirado al lado de la cama, con la piel azulada. Había dejado de respirar. Ella comenzó entonces una rutina que poco después se convirtió en algo demasiado habitual: rociarlo con agua helada y golpearle el pecho para obligar a respirar y a que su corazón latiera otra vez. “No era sólo una sobredosis”, le cuenta Love a Charles Cross. “Estaba muerto”.
En agosto de ese mismo año, Kurt Cobain y Courtney Love tuvieron a su única hija, Frances Bean. El embarazo había sido tenso: Courtney consumió heroína hasta el tercer mes, y Kurt, siempre obsesionado por las deformidades, se convenció de que el bebé nacería sin brazos. La bebé nació perfectamente sana, pero esa misma semana un perfil en Vanity Fair denunciaba los abusos de la pareja. Kurt temió, con motivo, que intervinieran asistentes sociales y le quitaran a la bebé, a pesar de que él mismo seguía un tratamiento de desintoxicación en el mismo hospital donde su mujer acababa de dar a luz. Cross narra así la desesperación de Kurt: “Escapó de su habitación, compró heroína, se inyectó y después volvió al hospital con una .38 cargada. Fue hasta la habitación de Courtney, y le recordó un juramento que se habían prometido: si por alguna razón perdían al bebé, los dos se suicidarían, en un pacto. Courtney estaba conmocionada por el artículo de Vanity Fair, pero no quería matarse. Trató de razonar con Kurt, pero él estaba loco de miedo... Finalmente logró darle el arma a Eric Erlandson, el guitarrista de Hole, el único amigo con el que podían contar por más sórdido que se volviera todo. Él hizo desaparecer la .38. Pero la desesperación de Kurt no menguó. Al día siguiente hizo entrar a un dealer al hospital y en una habitación lejos de la maternidad tuvo una sobredosis. Llamaron a una enfermera, y Kurt revivió, una vez más”.
El intento de suicidio anterior al definitivo, en Roma, el que lo llevó a 20 horas en estado de coma el 3 de marzo de 1994 llegó después de una noche romántica que salió mal. Courtney Love estaba demasiado cansada como para tener sexo con su marido (venía de una gira con su banda, Hole) y él interpretó el rechazo como una amenaza de divorcio. Tomó 60 Rohypnol y dejó una carta donde afirmaba que Courtney “ya no lo amaba” y donde decía que, como Hamlet, debía “elegir entre la vida y la muerte. Elijo la muerte. Prefiero morir que pasar por otro divorcio”. Courtney lo internó. En Heavier than Heaven asegura que si alguna vez amenazó con divorciarse, fue sólo para asustar a Kurt y obligarlo a dejar las drogas. Fue con ese espíritu que lo dejó solo un mes después, cuando se marchó a Los Angeles para desintoxicarse. Kurt finalmente entró en una clínica, pero escapó trepando una pared. El 8 de abril un electricista encontró su cuerpo en el invernadero de su casa de Seattle: no sólo se había disparado con un rifle, sino que se había inyectado, antes, una dosis letal de heroína. Su nota suicida decía: “Cuando estoy detrás del escenario y se apagan las luces y comienza el rugido del público, no me conmueve como le pasaba a Freddie Mercury, que parecía amar y satisfacerse con la adoración de la gente. Eso es algo que admiro y envidio. Pero no puedo engañarlos. No es justo para ustedes ni para mí. El peor crimen que se me ocurre esengañarlos haciéndoles creer que la estoy pasando bien. He tratado todo lo que está en mi poder para disfrutarlo, por Dios créanme que lo intenté, pero no es suficiente. Aprecio sin embargo el hecho de haber entretenido y conmovido a tanta gente... ¿Por qué no lo disfruto? No lo sé. Tengo una esposa que es una diosa y que transpira ambición y comprensión, y una hija que me recuerda demasiado al niño que una vez fui. Llena de amor y alegría, besando a cada persona que conoce porque cree que todos son buenos y no le harán daño. Y eso me aterra al punto que apenas puedo funcionar. No puedo soportar la idea de que Frances se convierta en este miserable, autodestructivo, moribundo rockero en que me convertí. Las cosas me salieron bien, muy bien, y estoy agradecido, pero desde que tengo siete años odio a los humanos en general... Gracias desde el fondo de mi ardiente y nauseabundo estómago por todas las cartas y la preocupación que me manifestaron durante estos años. Ya no tengo la pasión, así que recuerden: es mejor quemarse que desaparecer lentamente”.

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