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La forja de un
REBELDE

Personajes Anunciado como “el libro que Christopher Hitchens nació para escribir”, acaba de publicarse Letters To a Young Contrarian (“Cartas a un joven contrera”), un breviario de estímulo a la resistencia para jóvenes inquietos del siglo XXI. Reformulando a su polémica manera las Cartas a un joven poeta de Rilke, el ensayista británico destila lo mejor de su espíritu iconoclasta en la difícil tarea de ser estimulante evitando ser “edificante”, con la esperanza de alzar las masas de individualistas dispersos en el mundo, en nombre de la desconfianza a la ceguera de masas.

POR JUAN FORN

Adlai Stevenson, lo más parecido a una esperanza progresista en el mundo de la política norteamericana, le dijo alguna vez a Richard Nixon: “Cuando usted deje de decir mentiras sobre mí, yo dejaré de decir verdades sobre usted”. Christopher Hitchens lamenta no poder decirle lo mismo a Henry Kissinger, a quien lo unen dos causas judiciales por injurias: una de Kissinger contra él (originada por el libro de Hitchens The trial of Henry K) y otra de él contra Kissinger (providencialmente causada por los dichos del ex canciller en un programa televisivo, donde descalificó a Hitchens por “antisemita y negador del Holocausto”). Ambas causas servirán, según el ensayista británico, para exhibir a los ojos del mundo el ejercicio impenitente de falsedad que caracteriza a Míster K: Hitchens sostiene que será más fácil demostrar en las cortes neoyorquinas la culpabilidad de Kissinger en el asesinato de Allende en Chile y en el boicot a las negociaciones de paz en Vietnam en 1968, que la acalorada descalificación (devenida fatal faux pas) de Kissinger, por la sencilla razón de que Kissinger miente en sus dichos y él no. Que Hitchens se mueve a sus anchas en aguas turbulentas como éstas, salta a la vista. Pero basta seguir la peripecia de sus libros devenidos causas célebres (contra la Madre Teresa, Bill Clinton y la monarquía británica, además de Kissinger) para entender cuál es el verdadero objetivo de su pluma iconoclasta: no el escándalo per se sino el que produce la revelación de ciertas verdades “convenientemente” ocultas bajo la proliferación de información que caracteriza nuestra época.
La reciente publicación de Letters to a Young Contrarian, un breviario de estímulo a la resistencia y la beligerancia para jóvenes inconformistas del siglo XXI (siguiendo el modelo de las Cartas a un joven poeta de Rilke), coloca a Hitchens en una posición incómoda como pocas para su estilo: ser estimulante evitando ser “edificante”; celebrar el espíritu de los grandes “tábanos” de la Historia sin reducirlos al bronce inofensivo de los hechos consumados; quebrar el cliché que iguala idealismo con juvenilia y escepticismo con fatalismo o indiferencia; alzar las masas de individualistas dispersos, en nombre precisamente de la desconfianza a la ceguera de masas.

ELOGIO DEL CONTRERAS
Bien pensado, el proyecto parece pergeñado por el más sibilino de los enemigos de Hitchens, con el propósito de hacerlo pisar el palito y mostrar su lado más flaco. Ya desde la solapa (“éste es el libro que Hitchens nació para escribir”, se anuncia con maquiavélica sintáctica) y el modelo elegido (recordar el antisemitismo de Rilke y su fascinación con Mussolini, a quien conoció a través de Marinetti y D’Annunzio, además de su poesía extraordinaria y el inolvidable eje de sus cartas al aspirante a poeta: “¿Morirías si te prohibieran escribir? Hazte esa pregunta en la hora más silenciosa de la noche. Si la respuesta es afirmativa, construye tu vida acorde con esta necesidad”), se ponen sobre el tapete los riesgos de esta clase de iniciativas: “¿Tengo algo que decir a los jóvenes inquietos que les sirva para evitar la desilusión?”, se pregunta Hitchens en la introducción. Para empezar, continúa, no deben tomarlo como modelo. Y procede a explicar por qué dice contrarian (“contreras”) en lugar de rebelde, radical, disidente (“un título que debe ganarse antes de ostentarlo”), iconoclasta, buscapleitos, bala perdida o librepensador (la definición que más le gusta, “a pesar de su tinte sectario”): porque se trata de evitar la épica fácil y poner el acento en la aspereza de lo que significa una vida en disenso. “En la antigüedad se decía que el coraje no es en sí una de las virtudes primarias, sino la cualidad que hace posible el ejercicio de esas virtudes”, escribe Hitchens. “Sería de lo más estimulante creer que el bautismo de un futuro disidente, la reacción inicial de resistencia a una autoridad arbitraria, es innata más que inculcada, porque así podríamos creer que seguiránsuscitándose, con independencia de buenos ejemplos o fábulas con moraleja”.
Una vez definida la metodología (el ejercicio del cuestionamiento como arma de conocimiento), procede a roer las bases del paradigma de lo “positivo”: el consenso como bien social mayor. “La idea de que aspiramos naturalmente a un nirvana narcótico donde nuestras facultades críticas sean ociosamente descartables conjura, para mí, un mundo de conformismo, nulidad y tedio aterradores. Si hay en nuestro interior un testigo invisible de todos nuestros actos y pensamientos, su existencia no garantiza nada, al menos hasta que dejamos de ser escuchas pasivos de esa voz para convertirnos en su vocero o interlocutor. En cuanto a la idea de paraíso (que, sugestivamente, en todas las religiones mayoritarias es menos convincente que la idea de infierno), baste decir que no hay texto religioso que mencione el concepto de felicidad sin precederlo de la palabra búsqueda o incluso persecución. Lo que me lleva al incómodo terreno de los consejos: atención al lenguaje en que se enuncian las cosas. Siempre”. En otro gran momento del libro, Hitchens se irrita con el uso de la palabra discriminación cuando se habla de racismo: “La capacidad de discriminar es una facultad más que preciada del ser pensante; al considerar a todos los miembros de una raza como una sola cosa, el racista muestra precisamente su incapacidad para discriminar”. A propósito de los eufemismos y de los riesgos de la retórica (ya que el rol paradojal del intelectual, según Hitchens, consiste en combatir el reduccionismo y las simplificaciones argumentando que, bueno, las cosas son más complicadas en realidad), rescata un texto extraordinario de 1908, la Microcosmographia Academica de F. M. Cornford, que sostenía: “Hay un solo argumento para hacer algo; los demás son argumentos para no hacer nada” (entre los múltiples principios para la inacción, Cornford menciona el delicioso axioma de los Tiempos Prematuros, que sostiene que la gente no debería hacer en el presente lo que considera correcto, porque el momento que consideran correcto no ha llegado aún).

EL REY ESTA DESNUDO
Por si cabe alguna duda de que Hitchens considera el mejor de los elogios que lo comparen con el pibito de la fábula que gritaba “¡El rey está desnudo!”, aconseja un método según él invencible para combatir la atrofia mental y la rutina: mirar todas las mañanas el lema que encabeza la primera plana del New York Times (“All the News That’s Fit to Print”, “Todas las noticias que hay que publicar”), confirmar que siguen poniéndolo y preguntarse por qué insultan a los lectores de esa manera, por quién los toman y qué carajo se supone que signifique, además de la evidente y presuntuosa autocensura que parece implicar. A propósito de “la opinión pública” y sus ventrílocuos (es decir, de la acusación de elitista que conlleva oponerse a las supuestas mayorías, a la hora de elegir un presidente, por ejemplo), recomienda no temer nunca criticar a aquellos que apuntan al mínimo común denominador de la gente, especialmente cuando hacen blanco en él. Por lo general, a los disidentes se los suele acusar de autoerigirse en críticos: con qué derecho, en nombre de quién, es el reclamo que suele hacerles el poder. “Autoerigido me va fenómeno”, se autocontesta Hitchens. “Nadie me lo pidió y no sería lo mismo si me lo hubieran pedido. Nadie me puede despedir ni promover. Si digo estupideces o dejo flancos débiles, soy el primero en sufrir las consecuencias. A la pregunta quién me creo que soy, contesto con otra pregunta: quién quiere saberlo”. Es el preámbulo de otro de los grandes momentos del libro: su propio itinerario en la izquierda y los lazos subterráneos entre las grandes batallas de los 60 y las de hoy (desde la oposición a la pena de muerte y el antiimperialismo a la defensa de los derechos humanos y la militancia antinuclear). “A mediados de los 70 conocí en Polonia a Adam Michnik, quien me enseñó a ver que ladiferencia crucial entre sistemas ya no es ideológica, sino entre quienes creen que el individuo es propiedad del Estado y quienes se resisten a aceptarlo. Al movimiento socialista debemos el sufragio universal, la imposición de límites a la explotación y al imperialismo y al militarismo. Ya conocemos de sobra la otra lista, que marca la degeneración de la Primera y Segunda Internacional en la Tercera, y algunos románticos y dogmáticos (acepto que se me incluya en ambas categorías en este punto) sabemos cómo incidió todo eso en la Cuarta Internacional. El materialismo histórico aplicado a asuntos sociales y éticos demostró cuánta infelicidad, injusticia e irracionalidad fue causada (y tolerada) por el hombre. Occidente sigue sin aceptar del todo el descubrimiento. Insisto en el lenguaje: cada vez que oigas a alguien usar la primera persona del plural, ten bien claro a qué nosotros se está refiriendo”.

DICEN QUE SOY ABURRIDO
Como su amigo Martin Amis, Hitchens suele calificar de exentos de humor precisamente a aquellos a quienes quiere impugnar por poco serios. La táctica, sutilmente británica, apunta a que todo disenso crítico es humanista o no es; así nomás. “El humor es fácilmente definible como un arma de crítica y subversión, pero suele reducirse a mera técnica de supervivencia. Los antiguos reyes lo sabían de sobra; por eso toleraban la presencia de bufones en la corte. Lo único que puede decirse del humor es que, si uno se preocupa de haber ido demasiado lejos, significa sin duda que no ha ido lo suficientemente lejos”, dice Hitchens. Y sigue: “Pero vale la pena tener presente, en toda causa seria y profunda que nos preocupe, que debemos estar preparados a aburrir. A ser soporíferos con nuestra insistencia. En especial cuando el enemigo adopta una cara banal, o falsamente neutral”. En ese sentido, la vida del disidente se parece raramente a la vida del soldado en el frente, sostiene Hitchens, y ofrece una definición de la guerra que le dio su padre marino: la guerra consiste de largos períodos de tedio puntuados por breves momentos de terror. “No todos los días se toma la Bastilla. Hay un arte y una ciencia, en este aspecto: el arte consiste en improvisar modos inventivos de quebrar el silencio y la ciencia consiste en hacer tolerables esos períodos de silencio. Teniendo en cuenta siempre que, si estamos hechos de tal manera que somos víctimas perennes del descontento, no es posible inmunizar a la gente de la esperanza de cambios extraordinarios. En suma, deberíamos luchar para combinar el máximo de impaciencia con el máximo de escepticismo con el máximo de odio a la injusticia y la irracionalidad con el máximo de autocrítica irónica. Eso implicaría una decisión real de aprender de la Historia en lugar de invocarla y sloganizarla. A lo largo de mi vida he sido testigo y partícipe de maravillosos momentos de rebelión. Sé que hay pocas cosas más tediosas que los recuerdos del frente de un radical de los 60, de manera que me limitaré a decir que no existen tiempos propicios para el disenso, pero me niego a caer en el error opuesto: aquél que dice que no se puede cambiar la naturaleza humana. Nada me impide pensar que la civilización puede aumentar la tentación de comportarse en forma civilizada”.

ESO ES TENER TUPÉ
Hasta ahí el libro. Ahora sí, unos breves apuntes biográficos sobre Hitchens, para situar el libro en un contexto sin subordinar las ideas al “personaje”. Las malas lenguas dicen que Tom Wolfe se basó mayormente en Hitchens como modelo del periodista Peter Fallows en La hoguera de las vanidades. Sus fugaces apariciones televisivas han sido tan comentadas que, cuando CNN decidió poner en el aire el programa Fuego cruzado, se pensó en él como la cara políticamente incorrecta del programa (Hitchens los mandó a freír churros). En un diálogo en vivo con el facho de Charlton Heston durante la Guerra del Golfo, Hitchens interrumpió su perorata belicista para exigirle que dijera qué países limitaban con Irak(cuando Heston se negó a contestar argumentando que el valioso tiempo televisivo para el debate no debía malgastarse en lecciones básicas de geografía, Hitchens le contestó al actor de legendario peluquín: “Eso es lo que yo llamo tener tupé”). Nacido en 1949 en la ciudad naval de Portsmouth, en un hogar de clase media baja (“Nos convertimos en clase media cuando mi padre entró en la marina. O, mejor dicho, cuando yo entré en la universidad, el primero de toda mi familia en acceder a tal privilegio”), fue una suerte de testigo presencial del derrumbe del Imperio después de la Segunda Guerra a través de las conversaciones que oía en su casa (los amigos marinos de su padre lamentando cada colonia que se emancipaba, desde Malta a Suez y Chipre). La lectura de Arthur Koestler lo orientó en la primera de sus militancias: contra la pena de muerte, a los quince años. En 1966 participó de la primera marcha contra el desarme. Un año después entró al Balliol Collage de Oxford, donde integró un grupo minúsculo de Socialistas Internacionales que, a principios de 1968, aumentó en forma fulminante sus filas. Hitchens estaba en Cuba a punto de viajar a Checoslovaquia cuando los tanques soviéticos entraron en Praga. Cuando logró publicar en forma de libro su tesis de graduación sobre Marx y la Comuna de París, partió a Londres dispuesto a convertirse en escritor. En el suplemento literario del New Statesman frecuentó a Martin Amis, Ian McEwan y Julian Barnes y comprendió que tenía escaso futuro como novelista con “rivales” de esa categoría. El afán de ver de cerca el movimiento de derechos civiles en el Sur norteamericano y la militancia contra Vietnam lo llevaron a Estados Unidos, donde empezó a publicar en la revista de izquierda The Nation, planteando la miopía en las relaciones angloamericanas. “En lugar de admirar la monarquía, los Estados Unidos harían bien en emular el sistema de salud pública inglés o el sistema de tutorías universitarias o los parámetros de exigencia de la BBC. Y a los británicos les convendría más plagiar el Freedom of Information Act (la ley que dispone que los documentos públicos son de libre acceso a los particulares) que las actividades de la CIA, o la defensa de los derechos en lugar de las tradiciones”, escribiría en su libro Blood, Class and Nostalgia: Angloamerican Ironies. Sus pasos siguientes son más conocidos, y los títulos de sus libros son lo suficientemente elocuentes: The Monarchy (el libro sobre la familia real, cuyo subtítulo es “Una crítica del fetiche favorito británico”), Blaming the Victims (“Culpar a las víctimas”, con Edward Said), Prepared for the Worst y For the Sake of Argument (“Preparado para lo peor” y “Por el gusto de discutir”, dos recopilaciones de sus ensayos literarios y políticos de The Nation), No One Left to Lie To (“Nadie más a quien mentirle”, el libro sobre Clinton y Hillary, subtitulado “Los valores de la peor familia”) o el ya mencionado The Missionary Position (en pícara alusión a una de las posiciones del Kamasutra) sobre la Madre Teresa, además del libro sobre Kissinger (en rigor, hay otro libro de Hitchens que incluye al inefable Henry K: Hostage to History, o “Rehén de la historia”, una historia de Chipre desde los otomanos hasta Kissinger).

LA GOTA QUE HORADA LA PIEDRA
Según Karl Popper, en un debate de dos antagonistas parejos es muy infrecuente que uno “convierta” al otro, pero es igual de infrecuente que ambos contendientes terminen la discusión en la exacta posición en que la empezaron. Entre mayo y junio de este año, poco antes de dar a imprenta su breviario para contreras, Hitchens pudo comprobar en qué posición quedaron él y varios de sus más célebres contendientes. Para empezar, nuestro hombre fue convocado al Vaticano para dar evidencia “opositora” ante un tribunal pontificio (léase un cuarto cerrado, una mesa con una Biblia y un grabador y un arzobispo y un diácono enfrente) en el proceso de canonización de la Madre Teresa. Según Hitchens, sus fundamentos documentales y opiniones fueron tratados allícon más “seriedad y ecuanimidad” que en la prensa que comentó su libro sobre la monja albanesa. En el taxi de vuelta del aeropuerto nomás llegar, oyó por radio los resultados de una encuesta sobre la moral de Clinton y la moral media norteamericana: el 80% contestó que los parámetros del ex presidente estaban por debajo de los suyos propios (Hitchens dice que en ese momento recordó los años en que no había reunión progre en donde lo hicieran callar o le pidieran que se fuese cuando empezaba a hablar de las hipocresías y engaños de Clinton). Una semana después, la televisión británica emitió un documental sobre Lady Di y la familia real donde por primera vez incluyeron su voz crítica. Y después de años y años de esperar que una editorial se interesara en su opus mágnum sobre su héroe intelectual, George Orwell, logró no sólo firmar contrato sino terminar el manuscrito largamente postergado y entregarlo a imprenta (se publicará a principios del 2002). Si la tendencia se mantiene, valdrá la pena mantenerse al tanto de lo que ocurra en los tribunales neoyorquinos en las causas Hitchens versus Kissinger y Kissinger versus Hitchens. Mientras tanto, crucemos los dedos para que alguna editorial se decida a publicar estas “cartas a un joven como el que fui yo” y que el virus hitchensiano siga propagándose por el mundo, tal como dice la inscripción en la estatua a Freud erigida en Viena: “La voz de la razón es pequeña, pero muy persistente”.

Textos de Hitchens aparecidos en Radar: sobre la pena de muerte (Nº 73, del 4/1/98), sobre la Madre Teresa (Nº 10 de Radarlibros, del 18/1/98), sobre la superpoblación (Nº 203, del 2/7/00), sobre Clinton (Nº 234, del 4/2/01). Además, en el cuerpo central del diario del 29/5/01 Eduardo Febbro lo entrevistó a propósito de sus acusaciones a Kissinger y el 7/10/01 se reprodujo un fragmento de su polémica con Noam Chomsky sobre los atentados a las Torres Gemelas.

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