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EL BEATLE
PEQUEÑO
George Harrison (1943-2001)
Por
Rodrigo Fresán
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A no confundirse: no es lo mismo decir El Pequeño
Beatle que El Beatle Pequeño. George Harrison
1943, menor de los Cuatro Fabulosos, hijo quinceañero de
un chofer de ómnibus de Liverpool, recomendado a John Lennon por
Paul McCartney para entrar en marzo de 1958 a lo que entonces se llamaba
The Quarrymen siempre fue, por ser el más joven de los cuatro,
el Beatle Pequeño, el hermano menor, la promesa constante, el eterno
postergado al que no se le admitían demasiadas canciones ni se
le daban demasiadas oportunidades.
Una teoría conspirativa tan funcional como la que sindica a Yoko
Ono como mujer dragón e instrumento de Lennon o a la propensión
de McCartney a sentirse el jefecito como la destructora de un equilibro
y una estructura perfectos es que finalmente ni Lennon ni
McCartney pudieron soportar la idea de un tercer hombre tan talentoso
como ellos dos. Tres son multitud. Así, Los Beatles se separan
en el instante preciso en que George Harrison deja de ser el Beatle Pequeño
para, sencillamente, ser uno más junto a los otros dos. Ringo,
como de costumbre, nunca tuvo la culpa de nada.
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A principios de este año, la reedición de All Things Must
Pass su disco triple de 1970 desencadenó una suerte
de reconsideración de la figura de George Harrison. Los más
exaltados (los que venían de la exaltación de la antología
1 arrasando en todos los rankings) no dudaron en calificarlo como el
mejor álbum beatle solista de todos los tiempos, superando al Plastic
Ono Band de Lennon y al Band on the Run de McCartney. Nadie mencionó
entonces al Ringo de Starr (que no tuvo la culpa de nada), pero no importa.
Es posible. Quién sabe. Qué importa. Los años pasan
y el tiempo demuestra cada vez más y mejor que Los Beatles eran
un equilibrado poker de ases: despreciar a uno de los ases es arriesgarse
a perder la partida. Mejor, entonces, no establecer comparaciones odiosas
y disfrutar de la bestia perfecta con cuatro cabezas: John era el espíritu
revolucionario (y en ocasiones demagógico); Paul era el músico
curioso e insaciable (y por momentos desconcertantemente mediocre); Ringo
era el bufón noble (y a veces decadente bon-vivant, pero no es
del todo su culpa) y George era la conciencia religiosa y zen a la que
a veces traicionaba, digan lo que digan así se le escapaba
en sus últimas entrevistas o en el documental Anthology,
un rencor de años de ser conocido como The Quiet Beatle (el beatle
tranquilo) y una insalvable insatifacción por descubrir que su
pub favorito había decidido cerrar por demolición justo
cuando él se había ganado el derecho y el placer de pagar
una ronda para todos. Algo así.
3
Tal vez por eso, en perspectiva, George Harrison hizo más a solas
que cualquiera de sus compañeros de banda. Había perdido
tiempo, tenía tiempo que ganar. Así, diseñó
el sonido new wave con I Need You y Taxman (una
especie de Psycho Killer impositivo) y una forma sutil y poderosa
de tocar la guitarra eléctrica. Importó el exotismo oriental
al imaginario pop de entonces. Los que saben le atribuyen buena parte
del boom hippie de la meditación trascendental, el yoga y el budismo
(George Harrison se había reservado el rol de Gandalf en una abortada
adaptación beatle de El señor de los anillos). También
tuvo tiempo de ir a investigar la cultura ácida al San Francisco
del Verano del Amor (volvió horrorizado); invitar a Eric Clapton
(quien le devolvió el favor robándole a su mujer) a ser
beatle por un día en While My Guitar Gently Weeps;
hacerse amigo y grabar junto a Bob Dylan; y como broche de oro,
luego de que Joe Cocker decidiera no grabarla y Lennon y McCartney se
rindieran ante la evidencia- conseguir su primer Lado A en un single beatle
con Something, según Frank Sinatra, en 1980, la
mejor canción de amor de Lennon y McCartney. Ya separado
se convirtió en el beatle más exitoso con el ya mencionado
triple All Things Must Pass y Living in the Material World; creó
la idea del rock benéfico con su Concert for Bangladesh; inventó
el concepto de World Music antes de que nadie pensara en eso; le regaló
a Ringo (quien nunca le hizo mal a nadie y a quien John y Paul sólo
le ofrecían canciones espantosas para sus discos) un gran hit como
Photograph; produjo la película La vida de Brian para
los Monty Phyton (seamos justos: también fue responsable del Shanghai
Surprise de Madonna y Sean Penn); volvió a los primeros puestos
de ventas en 1987 con Cloud Nine,; fue el autor intelectual de los Travelling
Wilburys (ese supergrupo/boutade que lo unió a Bob Dylan, Tom Petty,
Roy Orbison y Jeff Lynne) y afirmó sin problemas y con seguridad
para el libro Anthology que todo lo bueno en la música
de los últimos treinta años se lo han robado a Los Beatles.
El 22 de junio de 1961 fue coautor junto con Lennon del primer tema beatle
jamás grabado el instrumental Cry for a Shadow
incluido en Anthology 1 y el pasado 1 de octubre grabó su
última canción Horse to Water, en coautoría
con su hijo Dhani para un álbum de duetos. Disfrutaba desde
hacía años de un perfil bajo, de un matrimonio feliz y seguía
practicando la meditación y la macrobiótica por más
que ya no estuvieran de moda. Y, dicen, fumaba como todas las chimeneas
de Liverpool humeando al mismo tiempo.
4
George Harrison también tuvo sus días malos cuando The Chiffons
lo demandaron por plagio y le ganaron a la hora de probar
que su exitoso My Sweet Lord se parecía un poquito
demasiado a Hes So Fine; su sello discográfico
Dark Horse (antecedente directo del Real World de Peter Gabriel) nunca
funcionó bien; publicó una carísima y psicótica
autobiografía para coleccionistas titulada I Me Mine (en la que
apenas mencionaba a Lennon); y los Hermanos Oasis Gallagher
lo tildaron de viejo choto cuando Harrison tuvo la osadía
de afirmar que no eran tan buenos después de todo y que Wonderwall
era antes que nada el título de un soundtrack que él había
compuesto para una película rara de 1968. Y el loco de turno trató
de matarlo y llegó a regalarle un par de puñaladas
un par de años atrás. Pero las malas noticias en serio llegaron
rápido y se lo llevaron de a poco, sin prisa pero sin pausa: George
Harrison venía luchando desde hacía tiempo contra un cáncer
de garganta que se complicó con tumor cerebral y, al final, pulmones
que dijeron basta. Murió en Los Angeles, adonde había viajado
en busca de una última chance, de un milagro. Dicen que murió
todo lo contento que uno se puede morir, habiendo batido al enemigo y
sintiéndose, por fin y de una buena vez por todas, un gran beatle
a la hora de escuchar por radio su propia necrológica cuando días
atrás un disc-jockey neoyorquino difundió el rumor de su
muerte cuando todavía faltaba un rato. Los familiares y amigos
que lo acompañaban entonces dicen que se rió un poco, bastante.
Y que le gustó que todos y cada uno de los locutores puntualizaran
que él siempre fue tan importante como esos hermanos mayores que
no le dejaban grabar sus pequeñas canciones inmensas.
5
Un ejercicio interesante de poder ponerlo en práctica y dejarse
llevar por el instinto antes que por la razón es el de, a
la hora de una muerte anunciada o sorpresiva, atrapar el primer pensamiento
que dedicamos al que acaba de irse para no volver quedándose para
siempre. Yo pude hacerlo el viernes pasado y, de golpe, me acordé
de George Harrison en los primeros minutos del film A Hard Days
Nigth corriendo junto a sus tres compañeros por una estación
de tren mientras son perseguidos por una jauría de groupies mojadas
y en celo. En el momento en que sobreimprimen los títulos de la
película podría jurarlo, no tengo aquí ni el
video ni el DVD George Harrison, fuera de guión, tropieza
y cae ante las estupefactas carcajadas de Paul, George y Ringo. George
también se ríe George tenía una gran dentadura
y se levanta. Y sigue riendo. Y corriendo.
Hay una forma especial de la tristeza que es esa que sentimos cuando se
nos muere un beatle.
Gracias por todo, George Harrison.
Descansa en paz.
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