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Yo me pregunto

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Mi nombre es Kirk y necesito ayuda
Si el espacio, como recitaba el presentador de Viaje a las estrellas, es la última frontera, los fundadores de Federation Township han demostrado ser verdaderamente fronterizos. Federation Township el nombre con el que un grupo de trekkies (esa forma “simpática” en que se han dado en llamar los fanáticos más peligrosos de las aventuras del Dr. Spock y el Capitán Kirk) decidió bautizar a “la ciudad” en la que festejan su pertenencia al culto vistiéndose como tripulantes de la Enterprise y comportándose como verdaderos exploradores espaciales. Pero la cuestión es que esto que al principio era una actividad de fin de semana, hoy en día se ha transformado en una actividad de veinticuatro horas al día, siete días a la semana. “Nuestros primeros lugares de encuentro eran estructuras temporales”, señala una mujer de mediana edad y orejas puntiagudas. “Pero a medida que fue creciendo nuestra comunidad, resultó lógico que levantáramos nuestros espacios propios.” Al parecer, los que verdaderamente dan miedo son los fanáticos más pequeños, como un tal Zachary Vaughn, quien, con sus nada cándidos trece años, contesta a la típica pregunta ¿Qué vas a ser cuando seas grande? con un: “Oficial de la Flota Espacial y Xenobotánico”. Algunos residentes de la Federation Township ruegan a los periodistas que se acercan a registrar el “fenómeno” que no divulguen la ubicación de la ciudad. Lo que probablemente sea para bien del resto de la población. Y que nadie se atreva a tomárselos en Yoda.

Pobres los que no tienen pobres
El espíritu del director de ¡Qué bello es vivir! está bien y vive en el pueblo de Canena, Jaén, España. Allí, los 2 mil habitantes viven días de alboroto al leerse el testamento del terrateniente local Antonio Bautista –viudo y sin hijos– donde se dejan tres interesantes fincas a “las tres personas más pobres del pueblo”. El problema surgió cuando se supo que en Canena... no hay pobres. Puede haber “gente necesitada” pero no es lo mismo porque ahí se apuntan todos. A partir de esto, gran batalla dialéctica y gente que ha sacado la ropa más vieja de sus armarios a ver si califica y dónde están James Stewart y Gary Cooper cuando más los necesitamos. Cualquier cosa, si en Canena no se consigue, nosotros les podemos mandar carne argentina en cuanto lo dispongan.

El gran camarada
Tenía que ocurrir y ocurrió nomás: la versión rusa de Gran Hermano –con el chejoviano título Za steklom (“Tras el cristal”)– enloquece al 45 por ciento de los ciudadanos de Moscú. En realidad, la cosa es más gulag que dacha: los seis concursantes están encerrados en una jaula de cristal, a la vista de todos, cerca de la tumba de Lenin. El premio es un departamento de un solo ambiente que los seis han decido vender –gane quien gane– para repartirse los rublos. El que se opuso fue eliminado. Y la cosa está complicada: no supieron administrar su dinero y ahora se mueren de hambre y sacaron a remate su ropa on-line. Pronto estarán desnudos. Mientras tanto, se distraen con las pruebas que deben pasar y que consisten en representaciones de pequeñas estampas históricas con títulos como “La Revolución” o “La velada literaria en tiempos de Pushkin” donde recitan poemas y probablemente lloren un poco.

He visto el futuro, y no se los pienso contar
En otro orden de cosas –pero en la misma tónica– el programa de Televisión Española Operación Triunfo (una suerte de Popstars cruzado con Fama) arrasa los ratings y la conciencia española. Pero lo más interesante del ciclo no es el desarrollo de las habilidades musicales y coreográficas de los participantes, sino una concursante que asegura “ver el futuro” y saber quién va a ganar, información que le permite, por supuesto, psicopatear a diestra y siniestra al resto de sus compañeritos. El premio a tanto desgaste tanto físico como psíquico es representar a España en el próximo festival cancionero de Eurovisión de donde salieron luminarias como ABBA y algún otro.

Una cosa que empieza con A

La Nación sigue entregando semana a semana los títulos de su Biblioteca Argentina, aunque no con toda la fortuna con que desearían. Por lo menos eso pareció el domingo pasado, cuando el diario anunció con bombos y platillos, en sus propias páginas, la llegada a los quioscos de “una novela deliberadamente herética”: El Evangelio según Van Hutten de... Alberto Castillo. ¿La novela inédita del cantor de los 100 barrios porteños, reconocido en las diversas latitudes por su célebre “Siga el baile, siga el baile, al compás del tamboril”, en un feliz descubrimiento del diario para intriga y regocijo de sus lectores? No. La última novela de Abelardo Castillo, autor de El que tiene sed, Crónica de un iniciado, Cuentos crueles, Las maquinarias de la noche, entre otros. A lo mejor están por largar una colección de compacts y se mezclaron las cosas. O, como cantaba Castillo (Alberto): “¿Qué saben ustedes los pitucos, lamidos y shushetas?”.

 

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