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Recordando tu expresión

A los 17 años, después de terminar el colegio pupilo de los hermanos maristas, se vino de Junín a Buenos Aires. Y en sólo seis años se convirtió en el emblema del under porteño. Fue de los primeros en subir la poesía a los escenarios, se enfrentó públicamente a la Iglesia, sus incursiones televisivas marcaron el desembarco de una generación de actores en la pantalla chica y sus obras junto a Urdapilleta y Tortonese refundaron el teatro argentino. A diez años de la muerte de Batato Barea, Fernando Noy finalmente publica Te lo juro por Batato, la exhaustiva biografía oral en la que trabajó durante años y de la que a continuación se reproducen algunos de sus grandes momentos.

POR FERNANDO NOY

Marcelo Villa tenía su casa en el barrio de Barracas. Casi cincuenta metros cuadrados para taller y vivienda. En el patio del fondo me alquiló para vivir dos cuartos de madera. B. apareció allí junto a un grupo de artistas muy pintorescos que recién empezaban: “Los Peinados Yoli”, del que formaba parte. En el enorme garaje cubierto de aserrín ellos también habían recibido el apoyo del incondicional Villa, muy amigo de Patricia Gatti, otra de las integrantes del grupo, rebautizada Doris Night. Fue a ella a quien le pregunté por el pelirrojo vestido todo de blanco al que ya había descubierto, sin querer, espiándome. O buscando, según él, una canilla para refrescarse. Doris me dijo su primer seudónimo: Billy Boedo. Pronto supe de su doble vida. Era un conocido taxi-boy que trotaba por Lavalle y Santa Fe llegando a posar para una propaganda de pantalones Oxford hechos en corderoy y al mismo tiempo integrante de este grupo “Los Yoli” donde se mezclaban varieté, desparpajo y music-hall con seudónimos desopilantes como Tino Tinto, Divina Gloria, Peter Pirello, Ronnie Arias y La China Panulo.
Cuando Katja Alemann y Omar Chabán inauguraron Cemento, la fiesta nos tuvo como invitados. Sin querer monté mi propio espectáculo junto al grupo Speed del B. Ode Lescano, que me llevaron hasta la reunión en un jeep con gran cortejo de “punks”.
Jorgelina había diseñado un peto de cuero que me dejaba semidesnudo y provocó mucho escándalo.
Al terminar la inauguración alguien se acercó hipnotizado a abrazarme. Era Billy, a quien ya había conocido la semana anterior. Me dejaba un panfleto con dibujos, poemas y su número de teléfono. Desde ese día no pasaba uno sin que nos conectáramos. Todavía seguimos haciéndolo. Ahora, de este modo. Evocándolo. Descubriendo otra vez que la melancolía no existe si alguien sigue vivo dentro tuyo. Como él.

TINO TINTO: La primera vez que lo vi fue en 1983 durante uno de los interminables ensayos de Calígula. Empezaban a las seis de la tarde y terminaban a las dos de la mañana. Había un descanso de media hora, ahí Walter entró, con un jogging amarillo y el pelo rubio, para hablar con Cibrián. Lo convenció de ser su asistente y se quedó con nosotros. Después, paralelamente a Calígula, nacieron Los Peinados Yoli.
Con Los Peinados Yoli actuamos en El Depósito, Taxi Concert, Area, Cemento y no sé cuántos boliches más. Enseguida me di cuenta de que le gustaba coquetear. Le encantaba terminar la función y salir a plena Corrientes buscando chongos que estuvieran tomando cerveza o jugando al bowling. Era una payasa lírica en celo.

SILVIA VENNECIALE: Walter no era como nosotros, un montón de chicos de la escuela. A los diecisiete años ya detestaba toda la estupidez de pueblo que hay aquí, en San Miguel, eso de salir a dar una vuelta, tomarse un helado y punto. Él adoraba el centro.
El padre, la escuela, el barrio, todo tenía un carácter violento, demasiado fuerte, en cambio Walter era manso. Al padre le tenía pánico. Cuando a veces iba al centro, por ejemplo, al Teatro San Martín, tenía que volver corriendo porque si llegaba tarde se armaba. Venía transformado, contento por una semana. Hablaba de Lorca, de Tennessee Williams, anotaba los nombres de los actores, de los autores en sus inseparables cuadernos. Cuando murió, comprendí que su vida había sido una hazaña. Nunca pensé que se volvería tan famoso. Podía haberse quedado en San Miguel reprimido, poner un negocito, pero al fin había logrado hacer lo que quería, ni más ni menos. Y ahora estamos casi todos con nuestros diplomas bastante insatisfechos.

MARÍA ELENA WALSH: Me llamó por teléfono para invitarme a ver su espectáculo. Mucha gente ya me había hablado de él y a mí, en lo que había visto por los medios, realmente me causaba gracia su humor. Nos conocimosdurante una fiesta en lo de Ruth Benzacar. Estaba mirando a los invitados que entraban y de pronto veo aparecer una espalda rosada y enorme y digo en voz alta: “Ay, esa chica, qué calor inmenso debe tener para andar así escotada”.
Era B., que llevaba un vestido color naranja muy ajustado, chico para él. En solfa, le comenté al acercarse: “No hay que descubrirse tanto”. Su mirada, al volverse, en verdad me traspasó por completo. Era exactamente como yo lo imaginaba. Hilarante pero además tierno.
A lo largo de mi vida conocí algunos muy pocos personajes así. Incluso dos eran curas: el padre Elizalde de Ciudadela y un párroco de San Nicolás, muy flaco y alto con quien una vez, sólo una vez y ya no sé por qué causa, tuve una charla. Al volver a mi casa me dije: “Éste es un santo”, como una impresión que surge naturalmente, tal vez del conocimiento por lo que te dice. Algo transmitido más allá de las palabras. A estos seres además les di el rango de ángeles. Es como poder conservar a través de alguien tu propia inocencia.
Al mismo tiempo, me sorprendía ese modo valiente que tenía de plantarse ante todo, su desparpajo, la chispa insolente. Era de verdad muy humilde. Parecía alguien que al final jamás te iría a arrollar, ni a tratar de imponerse ni querer enseñarte alguna cosa. El ni sabía quién era.
Siempre lo vi despertando la sonrisa de un modo casi involuntario. Quizás tenía todo un trabajo anterior, pero, si había escuela o conservatorio, eso no se notaba. Poseía el toque secreto que tienen sólo algunos.

OLKAR RAMÍREZ: En una publicidad, juntos, hicimos de miembros de una orquesta filmada en cámara rápida. Él tocaba la batería, Gerardo Baamonde el bajo y yo, el piano. Todo se cortaba porque de pronto aparecía el turrón Namur y había que comerlo. Era una publicidad para ganar plata. La última que le vi fue la de Echo en el Balde, vestido de marinero.

HERNÁN GENÉ: Era 1984 y B. asistía a todos los talleres de Cristina Moreira, la única maestra que revelaba un medio de expresión distinto. Ella volvía de Francia y a muchos nos cambió la vida. Yo andaba metido en hacer cine, fotonovelas, esas cosas, se me venía una carrera convencional, pero todo cambió después de formar juntos El Clú del Claun. A B. lo había conocido en las clases de acrobacia, era el ‘82, y no quería por nada ir a las Malvinas. Clase ‘61. Igual estuvo acuartelado un corto tiempo, lo suficiente como para verlo vestido de soldado.

Batato con Vivi Tellas en La mujer y el perro.

GABRIEL CHAME BUENDÍA: El espectáculo que pusimos en El Depósito no funcionó, pero gracias a eso Walter se juntó con otros y formó El Clú del Claun. También montó algo con el ritual católico: una hostia gigante hecha con tapas de pizza que quería comer pero no le entraba. La gente aplaudía o se iba furiosa. Con este número logró conocer a Hebe de Bonafini, ya que el entonces director del Centro Cultural General San Martín trató de levantarlo el mismo día de su presentación. Ahí comenzaron las prohibiciones y las amenazas. Ahí nació, después, el vínculo entre Walter y las Madres que presionaron y consiguieron verlo en el escenario. Él mismo fue a buscarlas, pidiendo socorro.
Después vinieron las trasnoches del Parakultural y Walter, transformado en una gorda elefantiásica Doña Súspiro del Congo Belga, recitaba poemas. Y después metió a la gorda en su equipaje rumbo a Cuba. Se había teñido el pelo blanco y salía con los labios de rojo por La Habana. Un verdadero escándalo. Estaba completamente fuera del sistema. Se metía en quilombos con la policía, iba a hacer su propia revolución en Cuba. Incluso se enamoró del hijo de un jerarca castrista. Su amante cubano planeaba escaparse con él hacia Argentina. Pero no fue posible: los descubrieron.

JOSEFA (DE 104 AÑOS, EN EL GERIÁTRICO DE SAN MIGUEL): Como trabajaban día y noche en el Mercado, los padres de Walter y Ariel no podían cuidarlos. Entonces nos turnábamos entre nosotras. Cuando la familia llegó a San Miguel, Walter tenía siete años. Casi enseguida me empezó a decir abuela. Todos me dicen que estoy bárbara, pero en verdad no los escucho. Me parece que me quedé en los cincuenta años, tal vez los cuarenta pero ¿casi cien? No. Acá, si uno se cae, “tal vez” el otro lo levanta. Yo no me puedo quejar. Me coronaron la Reina de los Jubilados de General Sarmiento. Somos pocas, esas dos que están ahí sentadas, una tiene 96 y la otra 98. La más alta es ciega. B. hablaba mucho con ellas. Esa otra que va ahí es una chica joven, tendrá ochenta años, es lesbiana, no parece. En realidad aquí hay una mezcla de geriátrico, cabaret, café concert y manicomio. Por eso B. se divertía y venía tanto a visitarnos.

Hostias de pizza en la obra Los perros comen huesos. Homenaje a las Madres de Plaza de Mayo en el C.C. Gral. San Martín.

MARTA PAZ: Fui como una hermana de B. y Ariel. Somos de Junín. Ariel quiso ser siempre como su hermano. Se copiaba. Se veía reflejado y a veces yo oía decirle: “Para mí Walter no es mi hermano, es otro padre”. Era tanta la adoración que sentía por él. Pero Walter no le respondía. Estoy segura de que él no quería suicidarse. Le habían metido en la mente eso de que su madre no era su madre. Que era adoptado. Pero además tenía algunas amigas que lo inducían al suicidio porque ellas estaban todo el tiempo hablando de suicidio, estaban mal y querían cortar con todo y se lo decían a Ariel. Y eso provocó más ánimo para morir y menos ganas de seguir molestando. Tenía casi 17 años, ya estaba bastante crecido para seguir pensando en que el hermano alguna vez le hubiera dicho que era adoptivo. Pero no pudo sacarse esto de la cabeza. Mientras agonizaba, Nené lo miró absurdamente, creyendo que era un chiste. Fue ahí que le dijo que algún día también se llevaría a Walter. En ese momento tan terrible, le alcanzó a pedir perdón porque se equivocó. “Perdón, mamá, cómo dudé de que fueras mi madre. En doce años, volveré por B.”. Y eso pasó.

NENÉ: Walter cayó el domingo con un amigo poeta. Ibamos a comer. Ariel se bañó y le dije a Leticia, la última pareja del abuelo: “Tomá, alcanzale el pantalón”. “No, ya tengo pantalón”, escuché decir. Y se encerró. Enseguida el estrépito de un disparo hizo temblar la mesa recién puesta. Cuando la abuela, que venía de la cocina, escuchó el estallido gritó: “Es verdad, acaba de pegarse un tiro en la cabeza como me había dicho”.

ROBERTO JÁUREGUI: B. fue una revolución. Salir a la calle vestido de esa manera, ir a la verdulería de la esquina a comprar bananas. Se pudo vivir así, a partir de él y eso tendrán que reconocérselo.
Durante tres años trabajamos en Eroticón protagonizando fotonovelas muy puercas. Casi nadie se animaba y eso de algún modo duplicaba el atractivo. Había una que contaba la historia de dos mujeres que salían a pasear por Santa Fe y levantaban tipos. Nosotros aprovechábamos de lo lindo, la pasamos mejor que nunca. Los chongos se entregaban como chorlitos.
Otra vez en Belgrano se levantó un milico de civil. Arreglaron la guita, el tipo pagaba para ir a su departamento y quería disciplina. Cuero, cadenas, ropas negras. Después de algunas peripecias, el tipo lo penetró con un revólver cargado. Dios sabe cómo consiguió zafarse. Pero pudo escapar medio desnudo y según él, lo peor es que hacía mucho frío.
No por nada, hace poco, en Babilonia, se remataron prendas de famosos y el suyo fue el vestido más caro, tres veces más que el slip de Gerardo Romano.

DIANA BAXTER: Compartimos noches inolvidables e increíbles en el Café Einstein de Chabán. Él jamás consumía drogas, pero estaba siempre volando. El delirio le venía naturalmente desde adentro. Como era habitual, una noche cayó la cana. B. me avisó y sugirió que me escondiera. Pero dónde, si el lugar estaba plagado de policías. Salimos corriendo hacia los baños.Lo perdí de vista y desapareció. Los tipos revolvieron todo e igual no lo encontraron. A mí sí lograron atraparme y meterme en un patrullero. Después, en la celda de la 19 comencé a pensar si B. no se había esfumado en el aire. A la semana supe que se había disfrazado de cafetero y salido con la bandeja en alto llena de vasos en medio de todos como un mozo del bar.

OMAR CHABÁN: Después empezó solo, acá, en Cemento. Cada semana imaginaba algo nuevo. Rifaba sombreros, hacía leer poemas inventados en una maquinita, se ponía walkmans con otra persona y bailaban juntos su propia música. Regalaba papelitos con poemas, frases y su número telefónico. Eran cosas simples pero de mucha acción. Él era quien más pegaba entre los jóvenes. Otras veces hacía pis en escena y se instalaba en una cama y le decía secretos a los que se metían. Todo tenía que resultar divertido y lo conseguía.

GUILLERMO KUITCA: A B. le encantaban las camitas que dibujé en esa época y me hablaba de lo identificado que se sentía al verlas. Una noche me invitó a Cemento, donde me recibió acostado justamente sobre una gran cama. Sentado en un extremo me leía un cuento y, alcanzándome lápices y papeles, reclamaba que le hiciera al menos un dibujito. Acto seguido meó adentro de una bacinilla. Todos podían verlo. Y era una mezcla de risa histérica y asombro impresionado. Había cierto silencio muy raro para una discoteca. Dibujé una camita sobre una de las paredes. Enseguida me comentó que a partir de ese momento ése sería su dormitorio para siempre.

VIVI TELLAS: Me acuerdo de que hacíamos La Mujer y su perro. Simplemente se trataba de una mujer que sacaba a pasear el perro. Tenía una música diferente para cada momento y no había nada de texto. Ella –yo– se sentaba con una revista y le daba juguetes. En un momento el perro –B.– se ponía pesado, la agarraba de la pierna, se la quería coger y ella lo sacaba, pero el animal insistía tanto que al final acababa chupándole la concha. La resolución del vestuario que B. había hecho era simple y genial: con mi viejo tapado de llama, amarillo, parecía un afgano y llevaba media de lana del mismo color. Era im-pre-sio-nan-te. A veces sentía que estaba realmente con un perro. Una noche en Cemento, alguien le comentó a Omar Chabán: “Ahí está Vivi, haciendo porquerías con su perro”. Llegaba a ser escandaloso y eso que se trataba apenas de un actor con un tapado hecho andrajos, pero cómo se movía, qué raza, qué furia, qué celo.
Muchos años después lo convoqué para debatir sobre el tema “¿Por qué el teatro se repite? ¿Por qué el teatro insiste en hacer funciones, lo que es realmente contrario a la performance?”. Yo sabía que B. odiaba los ensayos, repetir y repetir sin ton ni son y estaba en esa de que todo se hace por primera vez y punto. La noche del debate en el ICI dijo: Yo nunca me repito y como no lo hago... Ahí, ya sabemos, mostró las tetas, de pie. Todo está registrado en la videoteca del ICI. Cualquiera puede pedir que se lo pasen. Fue tan impresionante porque no se vieron solamente las tetas, también los restos de la reciente operación.

LA POCHOCHA: Una noche me encontré con un tipo de unos veinticinco años, sudado, que venía de jugar al rugby. Yo iba caminando muy sexy y escotada, casi sin darme cuenta de que el portento me estaba siguiendo. Yo me hacía la tonta. De pronto él, hambriento de placer, me abordó. Quería ir a la cama enseguida. Como no podía llevarlo hasta mi casa, donde también vivía mi madre, le dije que tenía un lugar pero en lo de un amigo, a la vuelta.
Cuando B. abrió, al verlo, no lo podía creer. Era un despelote el rugbier. Y además simpatiquísimo. Me cedió el dormitorio y se refugió en su cocina. Yo fui a buscar un vaso de agua, B. me preguntó excitadísima cómo lo había conseguido. Le dije, mostrándoles mi par de tetas recién producidas: “Así, moviendo un poco el pecho”. Eso lo encandiló y enseguidame dijo que iba a hacerse lo mismo: Ahora entiendo, sólo con un par de tetas uno entra en otra dimensión. El juego se da vuelta. De cazadora a presa. Es bárbaro.
La llevé para hacerse el tratamiento a lo de Lorena. Yo le sostenía la mano porque en verdad los pinchazos son muy dolorosos. No gritaba como otras, pero era evidente que le dolía. Hacía gestos de espanto y me apretaba fuerte los dedos. La otra mano se la sostenía Darío, que después se llamaría Carmen y también se sometió al mismo proceso. Las tres veíamos cómo era el asunto. Venía Lorena con una enorme jeringa, llena de un líquido parecido a la grasa derretida, y les iba inflando los pechos muy lentamente. En menos de dos horas ya estaba listo. Después tapó los orificios con una venda que debía dejarse una semana hasta que se le coagularan y formaran los senos. Pasado ese calvario vendría tanto placer, felicidad y alegría de sentirse deseada. La acompañé hasta su casa en un taxi con La Carmen. Tenía que pasar esos días de reposo y dormir siempre sentada para que solidificara algo que alguna gente comentaba era industrial, siliconas para máquinas. Enseguida empezó a llamar a sus amigos por teléfono y la frase repetida era: Estoy inflada, estoy inflada. A la semana, B. y Carmen ya eran mujeres. B. eligió el nombre Sandra, como uno de los personajes que había interpretado.
Al tiempo, B. vino corriendo a verme en medio de una crisis de nervios. Había leído el informe del cura Lombardero quien lisa y llanamente decía: “Hay que matar a los putos”. Yo soy cristiana e incluso voy a la iglesia. Estoy mucho más cerca de Dios que este señor, repetía señalándolo en una revista que leía en voz alta. Se calmaba unos segundos y después decía: Yo le voy a contestar públicamente. Le dije que contara conmigo como abogada porque este señor estaba haciendo una apología del crimen, invitando a matar seres humanos. El Código Penal reprime severamente este delito.
Decidimos iniciar una querella. Yo misma se la firmé con mi sello, pero debido a los grandes poderes que posee la Iglesia en nuestro país, el expediente jamás prosperó. A los tres días este señor ni siquiera tuvo la suficiente valentía como para mantener sus declaraciones. El caso salió en todo el mundo por la CNN y esas cadenas internacionales que vinieron a entrevistar a B. para denunciar el abuso proveniente nada menos que de un sacerdote.

ANTONIO GASALLA: Estábamos preparando junto a Enrique Pinti, a un año de la democracia, nuestra propia versión de Alicia en el país de las Maravillas. La prueba de actores fue una de las más largas que recuerdo. En un grupo apareció B., muy rígido, durito. Se veía que era más clown que otra cosa. Tenía una voz casi gutural. Parecía un payaso rojo, más pelirrojo que nunca. Tuvimos un diálogo sin palabras. En él había un caldo de cultivo de rebeldía que junto a Urdapilleta y Tortonese encontró la combinación perfecta. Cierta noche me llevó a un rincón del Parakultural para mostrarme que se había hecho las tetas. Tuve miedo. Sabía de gente muerta a causa de ese tipo de silicona, industrial. Se lo dije, quise alertarlo, me sorprendió su indiferencia. También recibía datos de él por Osvaldo Fructuoso. Cuando B. me informó que viajaría a la isla, entre otras direcciones que le di para contactarse con mis amigos estaba la de Fructuoso. Se hicieron íntimos. Fructuoso me contó lo que fue la llegada de B. a Cuba: sin más rodeos, paseaba por La Habana de tacos altos y pantalones anchos floreados. Con ese humor tan peculiar, siempre al borde de lo ingenuo y lo poético. También se había colocado extensiones de pelo, rojizas, pero ya no sólo para actuar. Yo me visto de mujer en lo que hago, pero no siento ninguna necesidad de salir así por la calle. Recién me di cuenta de que B. estaba mal el día que B., Urdapilleta y Tortonese vinieron a mi programa. Iban a recitar un poema cada uno. Cuando le tocó a él, casi no pudo. Pronunció algo raro, transpiraba mucho y lo más extraño era verlo nervioso. Como la primera vez, de nuevo sentí que volvíamos a hablar sin necesidad de palabras.

FERNANDO NOY: B., Humberto y Alejandro eran guerrilleras del panfleto. Se columpiaban locas de alegría por la trasnoche de Corrientes. “Pasan los putos”, decían algunos, pero esta vez con simpatía, sin la indiferencia asesina y delatora a la que hubieran estado expuestos apenas diez años antes. Como los hippies del 60 o los punk del 80, se atrevían a entrar en el bar La Paz vestidas de mujer, protegidas por la impunidad que da el coraje. Una marcha de divas para atraer el público hacia Mediomundo Varieté. Cuando no actuaba, B. eligió llamarse Sandra. Después de cada función corría a su casa a atender los llamados. Había que ganar plata de algún modo. Ponía avisos en el rubro de acompañantes. Sandra era una vikinga del deseo, bárbara como un mongol, muerta de risa por el insólito destino que la había traído a Buenos Aires, esta ciudad con los hombres más deliciosos del mundo. Ser prostituta, para ella, era, según decía, unir lo útil con lo agradable.

EDUARDO CUTULI: Después de que cerró el Parakultural nos encontramos haciendo noches de varieté en Mediomundo. Cada noche venía mayor cantidad de gente y nosotros cobrábamos menos. Sospechando que nos curraban guita de las entradas, pensamos cómo hacer para descubrirlos in fraganti. De pronto, eureka, se nos ocurrió comprar una botella de sidra entra B., Klaudia con K y yo. Fuimos a realizar nuestro “Banquete Teatral”, como si nada. De pronto avisamos a los dueños del lugar que íbamos a hacer una rifa con la botella de sidra y necesitábamos que además de la entrada le dieran al público un numerito, tratando de que no se avivaran que ésa sería una manera de controlar el acceso. B. enseguida salió a la calle y regresó con grupos de personas que, al entrar, reclamaban su número para el sorteo.
Empezamos la función. Hasta que llegó el momento de anunciar el sorteo de la sidra. Al toque, mucha gente comenzó a protestar: “¡Eh! ¡Eh! ¡Eh! Yo también saqué la entrada y no me dieron ningún número”. Otro grupo saltó desde el fondo reclamando lo mismo. La cara de B. al escucharlos era algo inolvidable. Bronca y asombro, pero igual gozaba y se reía como un justiciero a la hora de consumar su venganza. Mientras me decía, con la boca entrecerrada, para disimular: Viste, viste. No les dieron sus números. Desde el escenario enseguida comenzamos a preguntarles a los de la boletería: “Pero cómo ¿y ellos? También tienen derecho a ser premiados”. Se armó un quilombo total. Había más de cien personas y sólo declaraban treinta.

DAMIÁN DREIZIK Y
CARLOS BELLOSO (LOS MELLI):
Batato era capaz de chupar un hielito y la gente se reía como cómplice. Nadie podrá olvidar el homenaje a Niní Marshall. En la primera fila del teatro estaban Carlos Grosso, Julio Bárbaro, Cernadas Lamadrid, Horacio Salas, rodeando a Niní, además de mil personalidades y todos los medios. Había un clima de respeto, casi pesado. Actuaron primero Antonio Gasalla, Cecilia Rossetto, nosotros, hasta que entró Batato y todo el mundo del camarín salió a verlo. Al principio efectuó una danza suave y a la vez espasmódica. En un momento de su concentración comenzó como a centrifugar el escenario y hacía unos movimientos de danza ahora sí perfectos, pero de pronto cortó para decir que iba a recitar un poema escrito especialmente por Alejandro Urdapilleta: “Sombra de conchas”. Entonces comenzó a acalorarse el ambiente, los que estábamos con él no podíamos creer lo que escuchábamos: “Un aplauso para la concha de Tita Merello, que todavía ruge...” La cara de Carlos Grosso, que se iba hundiendo de a poco en su butaca. Niní Marshall parecía atónita, incluso deslumbrada cuando en un momento la señaló mientras recitaba: “Y a usted, concha famosa...”. Niní, por supuesto, se río a carcajadas.

FITO PÁEZ: Alejandro fue el primero que conocí, después vino Humberto y enseguida B. Encarnaba la parodia, el teatro de lo inmediato, el arte quese hace con lo que hay y por lo que hay. Transmitía la acrobacia de una nueva y deliciosa sexualidad. Lo que más me atraía en él era su forma de disponer y dominar las situaciones. En un momento podía leer un poema de Alejandra Pizarnik y hacerte bolsa, pero enseguida te recuperabas con su humor. Era una época en la que todo se volvía dantesco. B. lograba lo contrario. Con Alejandro y Humberto tenían pasta de auténticos improvisadores, incomparables humoristas. A pesar de su enfermedad nunca sintió miedo, ni siquiera al final cuando, sacudido de fiebre, salía a actuar suave, relajado, como si nada. Sin pudores estéticos ni límites preestablecidos. Era un fabuloso demistificador.
La última vez que nos encontramos con él en un bar de Palermo, ya se olfateaba su derrumbe. Con Cecilia nos pusimos a llorar. Se había operado. No había nada que decir, pero igual le comentamos: “¡Cómo te vas a soldar las siliconas con Poxiran! Dale, vamos a ver a un médico”. Él respondió con una carcajada y desapareció, apurado, entre las mesas.

CRISTINA MARTI: Cuando le pregunté cómo se le ocurrió ponerse tetas, encima estando tan enfermo, me volvió a hablar de la muerte. Ya que voy a morir quiero hacer todo lo que tenga ganas, pero la verdad es que estoy cansado. Es algo raro, siento que en las esquinas las tetas doblan antes que yo, y para colmo una me chorrea.

MORIA CASÁN: Cuando empecé el programa “A la cama con Moria” enseguida pedí que lo buscaran. Al verlo recibí un shock de ternura y me conmovió, además de la originalidad absoluta de su arte, la falta de contaminación. La cama que hice con él fue inolvidable. Fue el único que invité tres veces. Yo quería que el público se fuera acostumbrando a ver cosas zafadas en mi programa, pero esto era too much. Tenía esa chispa, esa dosis de verdad y locura que lo diferenciaba de otros artistas. Disfrutaba al verlo llegar con una banana en el bolsillo. El suyo era un grito telépata de muchas sonrisas arrancadas a contrapelo.

ALBERTO SEGADO: Me entusiasmó tanto María Julia La Carancha, una dama sin límites, con B., Humberto y Alejandro, que convencí a varios dinosaurios de la escena nacional para ir a verla. También a Alfredo Alcón, Elena Tasisto, Juanita Hidalgo y tantos otros amigos. Era un espectáculo que no tenía antecedentes. Estaban exponiendo un producto típico de la era menemista, no porque fueran seguidores de Menem, sino porque se servían de despojos. Los tres ahí arriba lograban crear a partir de retazos, cachos, cosas. A pesar de que ese presidente fue una catástrofe para nuestra cultura, yo veía que ellos, sobre las propias ruinas, igual seguían construyendo algo fundacional dentro del teatro. Unos construyen, pero casi todos destruyen. Y otros construyen sobre lo destruido. Como ellos. Se salvan porque no quieren salvarse. Ni más ni menos.

ANA TORREJÓN: Lo conocí arriba de un escenario, con una corona de perchas sobre la cabeza repitiendo sin parar Yo soy B., Yo soy B. Después nos fuimos encontrando siempre, cuando podíamos. Hasta que una vez, volví a mi casa tardísimo, había estado filmando toda la noche, creo que ya amanecía. Igual escuché el contestador. Uno de los últimos mensajes era de Sergio Avello: “Annet, estoy aquí en el hospital con B. Fijate si podés traerle un camisón de los tuyos.” Al oír eso, me senté temblando en el piso. Después seguí escuchando los mensajes restantes y el último era otra vez Sergio Avello: “Annet, no te preocupes, pero B. ya no está con nosotros”. Yo mentalmente ya había elegido un lindo camisón.

HUMBERTO TORTONESE: Batato forma parte de un cuento, una leyenda, por algo cuando hacen las notas ponen “el mítico”. Pero apenas lo pudieron conocer. Tenía 40 grados de fiebre y él continuaba, se lo veía transpirar y temblar a veces, pero igual seguía cada vez más y más brillante. Al mismo tiempono era una lucha de B. contra nadie en específico, su lucha era de él, por él y para él. Después de B. vino otra época. Ahora recuerdo ese apuro casi exagerado por meterse en todas partes. Era para que lo conozcan. Una noche estuvo en el programa de Badía y él lo presentó con el nombre equivocado, pero B. ni se inmutó, siguió hablando como diciendo Yo vine hasta aquí para contar esto y acá estoy diciéndolo, si me entendés o no, qué importa. Hablo de cualquier cosa y a ver quién puede callarme. Badía tal vez propuso a su equipo: “Traigan algo nuevo...” Aunque, definitivamente, hay gente que no puede meterse en ciertas cosas. Ahora también podrían decir, porque está muerto, “Qué bárbaro”. Chocolate por la noticia.

ALEJANDRO URDAPILLETA: Andábamos los tres en el mismo travelling eterno. A veces empezaban las peleas y teníamos duelos de horas por teléfono, pero siempre en el escenario venía la renovación, nos reíamos de todo lo pasado y así siempre B. renacía y yo renacía y Humberto renacía. Y eso es lo que más extraño ahora, el teatro de mostrar hasta los pliegues del culo. No la generalización, esa frivolidad de decir “B. era de tal o tal forma”. No se puede sólo decir la Diosa que era, simplemente, porque hay más.
Incluso los propios dioses tienen sus partes de barro, que se deshacen, el viento se las lleva. Madame Bovary dice en un momento: “Nunca toques a los ídolos porque te puede quedar dorado el dedo”. Hay un borde desde el que yo puedo hablar, pero hay que conocer la parte de atrás del mascarón de proa.
Ahora hay que seguir rompiéndole el culo a la gente, hay que rellenarle los agujeros con algo que valga la pena.

El próximo jueves 6 de diciembre, cuando se cumpla una década de la muerte de Batato, Fernando Noy presentará Te lo juro por Batato a las 20 hs. en el Centro Cultural Rojas (Corrientes 2038).

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