THAILANDIA
Crónica de un viaje por las islas del sur
El Mar de Andamán

Desde
Krabi, una excursión en barco por las cristalinas aguas color de jade
del Mar de Andamán, en el sudoeste de Thailandia. Islas, islotes, playas
de arenas blanquísimas entre acantilados y riscos cubiertos de selva.
Cavernas místicas y pueblos nómades en la fabulosa belleza del Lejano
Oriente.
Texto
y fotos:
Florencia Podesta
Thailandia
es un país de contrastes, en todos los aspectos. En el norte,
donde limita con China, aparece como nuestra imagen arquetípica
del Lejano Oriente: las montañas cubiertas de bosque y bruma,
aquí y allá los monasterios del budismo más profundo
y místico, el espíritu grave y circunspecto que parecen
compartir todas las gentes de montaña. Bangkok es un reino aparte.
Y el sur, el lejano sur que se adentra en Malasia y se descompone en
cientos de islas e islitas, es la visión más cercana a
los diversos paraísos que la imaginación gestó
a lo largo de los tiempos: mares azules de fábula, las Islas
Bienaventuradas, las Hespérides, la edénica isla Serendib
del marino Simbad. El Mar de Andamán, al sudoeste de la península
de Thailandia, ciertamente es real y también su naturaleza lujuriosa,
sus islas y costas de nombres sonoros y evocadores como Krabi, Similan,
Laem Phra Nang, Ko Phi Phi, y sus gentes de espíritu alegre y
vida que late con el pulso del mar.
Krabi
y la bahia Phang Nga Krabi es una ciudad vivaz y pescadora que mira
hacia una de las bahías más espectaculares del mundo,
la bahía de Phang Nga. Nuestro longilíneo bote (songthew)
de madera zarpa. Del espigón de proa penden las cintas de colores
y guirnaldas de flores naturales que, como es costumbre aquí,
se ponen para atraer la buena suerte y apaciguar a los malos espíritus.
El barco se interna en la Bahía de Phang Nga, y el más
bizarro panorama comienza a dejarse ver. Sobre el mar de un color jade
profundo se levantan promontorios rocosos altísimos como torres
góticas semiderrumbadas, y la memoria encuentra una extraña
semejanza con los paisajes más alucinados del pintor Max Ernst.
Los islotes son incontables, se repiten como espejismos hasta el horizonte
brumoso. Entre ellos, como pájaros frágiles, circulan
las embarcaciones de madera de los lugareños.
Atracamos en Laem Phra Nang, una península selvática circundada
de playas (debido a lo accidentado del terreno que la une al continente,
solo es accesible por mar). Sobre la playa Ao Phra Nang se alinean otras
chalupas como la nuestra. A causa del paisaje surrealista de la bahía
y sus cientos de islas-torre, la arena dorada y el mar color esmeralda,
se dice que esta es la playa más bella de Thailandia, y puede
que sea verdad.

Gitanos
y musulmanes El mar diluye las fronteras y mezcla las culturas.
En estas costas del Andamán veremos ir y venir a un pueblo muy
particular: los chao ley (gente de agua), llamados los gitanos
de mar (probablemente originarios de Indonesia). Son pescadores nómades
de religión animista que se desplazan por el archipiélago
en pos de la buena pesca. Cada día arriesgan sus vidas buceando
sin ningún equipo a gran profundidad en busca de perlas y nácar.
También el Islam forma parte de este sur. El barco atraviesa
la bahía entre las agujas de piedra. A lo lejos, una extraña
visión: junto a una isla, inabordable por ser puro risco, una
pequeña aldea musulmana llamada Ko Panyi flota en el mar, las
casas totalmente edificadas sobre balsas. Desembarcamos y nos internamos
entre los hogares por caminos flotantes de madera; calles,
botes, casas, se mecen con el oleaje mínimo. Por supuesto, todo
lo que se puede comer aquí salió del agua hace instantes.
Lo que más nos desconcierta es ver a mujeres de rasgos inequívocamente
orientales vestidas según manda el Corán, con la cabeza,
el cuello y los hombros cubiertos por un chedor blanco. Son tímidas
pero amables, aun cuando la comunicación se reduce a gestos y
sonrisas, ya que sólo conocen su lengua natal: no la lengua thai,
sino un dialecto derivado del malayo. Ellas y los hombres, de túnicas
largas y blancas, se reúnen alrededor de la diminuta mezquita,
a la que no falta su minarete.
La
playa de Di Caprio Un poco más al sur las islas se multiplican,
pero hay una que sobresale sobre las demás como el diamante del
collar. Riscos dramáticos cubiertos de selva, el mar turquesa
cristalino y perfectasplayas de arena blanquísima. Es Ko Phi
Phi, dueña de una geografía tan deslumbrante que en 1999
fue elegida por Danny Boyle, el director de Trainspotting, para filmar
su película The Beach. Todavía quedan vestigios del paso
de Leonardo Di Caprio en los ojos de algunas niñas.
Una maravilla natural única distingue a Ko Phi Phi: en realidad
habría dos islas si no fuera por la tenue franja de arena y palmeras
(de 2 km de largo y 200 m de ancho) que conecta dos masas de montañas
escarpadas. Así, desde este delgado istmo se abren dos bahías,
en espejo: Loh Dalum y Ton Sai. Lo fantástico es que con solo
caminar unos metros uno puede cruzar de una bahía a la otra,
y lograr lo imposible: casi sin moverse de sitio, ver amanecer y atardecer
sobre el mar.
Cuando anochece, en la bahía de Loh Dalum el nivel del agua baja
medio kilómetro. El mar se ha ido y los songthew yacen ladeados
sobre la arena. En ese momento los lugareños se adentran sobre
el lecho desnudo del mar, todavía acuoso, y se alejan hasta hacerse
pequeños; desentierran caracoles para la cena. En la penumbra
rosada parecen hombres fantasmagóricos caminando sobre el agua.
Ya en el pueblo los olores de la comida thai, preparada en el instante
con alimentos frescos y con muchas hierbas, llenan la noche. En Ko Phi
Phi, hogar de pescadores, abundan los frutos de mar grillados, ofrecidos
al peso, desde langosta y langostinos hasta pez espada y
atún. Sin embargo, cuando nos asomamos al menú, cualquier
plato de la cocina thai tradicional hace parecer escasa de imaginación
a nuestra cocina occidental: pollo al curry verde o rojo, o amarillo
con lemongrass y leche de coco, croquetas de tofu, arroz con camarones
al ajo, pat thai de verduras saltadas con coriandro y castañas
de cajú. Un cocinero explica a un grupo de farangs (extranjeros)
que en las comidas la costumbre thailandesa es elegir tantos platos
diferentes como personas haya en la mesa (y a veces uno de más),
y compartirlos entre todos los comensales.
La hermana menor de Ko Phi Phi es Phi Phi Leh, completamente
deshabitada: toda la isla consiste en inquietantes riscos altísimos,
con paredes de roca que caen verticalmente en el mar y se cierran formando
lagunas de agua turquesa, llenas de vida marina (estas islas, por la
claridad del agua y por la variedad y belleza de corales y peces, son
consideradas internacionalmente como uno de los mejores sitios del mundo
para practicar buceo).
Phi Phi Leh es muy preciada entre los locales por ser el hogar de millares
de golondrinas marinas que cada año regresan a anidar en sus
cavernas. Sus nidos son una mercancía muy valiosa en Asia. Se
exportan con precios muy altos a los restoranes de Taiwán,
Hong Kong y Singapur, y a restoranes chinos alrededor del mundo, para
preparar la famosa sopa de nido de golondrina, un manjar
con cualidades afrodisíacas, según dicen.
El bote atraca junto a un acantilado donde se abre la entrada a una
caverna. Es gigantesca y está moldeado por estalactitas y estalagmitas
de color ocre. Cañas de bambú del grosor de una pierna
humana atraviesan el espacio desde el suelo hasta el techo. El panorama
tiene una atmósfera misteriosa, casi onírica, en la penumbra.
Otra vez, aquí los protagonistas de las tareas más temerarias
son los intrépidos chao ley: ellos se ocupan de escalar el bambú
hasta la bóveda oscura, a cientos de metros de altura, para raspar
los sutiles nidos de la roca. El riesgo es tan grande que los chao ley
buscan protección espiritual haciendo ofrendas al espíritu
de la cueva y del risco.
De vuelta en Ko Phi Phi, por la noche algunos nos quedamos en la oscuridad,
hablando de lo que vimos o no vimos en este país:
los paraísos, las prostitutas, los monasterios, los tiburones
ballena, la esencia del budismo. Será por la soledad y el silencio,
será por la lejanía o el tiempo pasado bajo el agua, que
la charla se torna cada vez más existencial, y se prolonga hasta
la madrugada. Junto al barco yatraídos por la luz del farol,
un cardumen de peces encandilados esperan un pedazo de pan.

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DATOS
UTILES
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Cómo
llegar: A Bangkok los vuelos más directos son por Qantas,
Malaysia Airlines, South African, Varig y Lufthansa. Desde la
capital de Tailandia a Krabi la distancia es de 1000 km. Hay vuelos
regulares y también se puede llegar en ómnibus (tres
categorías: común, con aire acondicionado y Vip).
Una alternativa es viajar en avión a la ciudad de Phuket,
un centro de distribución turística, y desde allí
por carretera (180 km) hasta Krabi, donde hay docenas de agencias
de turismo para reservar hoteles y contratar las excursiones a
las islas del Mar de Andamán.
Qué comprar: Sugerencias en artesanías tailandesas:
artesanía en laca, artesanías del norte, sarongs
de seda o de algodón, ropa hilada en algodón, cerámica,
particularmente los becharong de cinco colores.
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LA
MORADA DE LOS DIOSES
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Los
acantilados cercanos a la playa Ao Phra Nang ocultan cavernas
marinas horadadas por el mar durante miles de años. En
un extremo de la playa, una caverna alberga la imagen de la Diosa
del Mar y de la Buena Pesca, quien, según los pescadores,
vive en esta bahía. Brilla entre flores y velas encendidas,
rodeada de todo tipo de objetos depositados a manera de ofrenda:
desde rouge y esmalte para uñas hasta remedios, frutas
y pañuelos. Las ofrendas más llamativas para el
occidental desprevenido son unos gigantescos falos de madera adornados
con cinta.
En Thailandia las cuevas son lugares sagrados equivalentes a un
templo. En los tiempos antiguos de Asia, antes de que la religión
moviera a edificar grandes templos, los espacios naturales destinados
a la oración y a la veneración eran las cavernas;
por esta razón la arquitectura religiosa posterior, a pesar
de su arte tan elaborado, intentó reproducir los rasgos
esenciales de una caverna en el diseño de los templos:
un solo portal, techo alto en bóveda, frescura del aire,
penumbra.
Precisamente en las montañas de Krabi existe una caverna
célebre por la belleza de sus colores y formaciones geológicas,
y también porque es el Wat Tham Seua, Templo Cueva
del Tigre, perteneciente a un monasterio dedicado a la meditación
Vipassana. Allí los monjes se sientan a meditar en la semioscuridad
junto a la estatua gigantesca y dorada del Buda Recostado (su
representación al entrar en el Nirvana).
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