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CORDOBA
Las estancias jesuiticas y la manzana de las luces

Bajo el signo de la cruz

La Manzana de las Luces de la capital de Córdoba y cinco de las estancias que explotaron los jesuitas en el interior de la provincia acaban de ser declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Un recorrido por los antiguos cascos que sirvieron para solventar la obra edilicia y cultural que impulsó la Compañía de Jesús hasta su expulsión en el año 1767.

Por Julián Varsavsky

Ante la insistencia del rey Felipe II, preocupado por dar respuestas contra la Reforma luterana, la Compañía de Jesús fundada por Ignacio de Loyola se instaló en Córdoba hacia 1599. Se establecieron durante ciento sesenta y ocho años –hasta el momento de su expulsión del continente–, tiempo en el que prefiguraron de manera irreversible el contorno cultural, religioso, social y económico de toda la provincia.
Los jesuitas demostraron un interés por la ciencia y por el arte poco común para la época –gracias a ellos la ciudad pasó a ser conocida como La Docta– y evangelizaron al indígena con métodos más persuasivos que violentos (aunque sin descartar estos últimos). Claro que todo esto requería financiamiento, y para ello adquirieron una serie de estancias dedicadas a la explotación agrícola-ganadera donde trabajaban esclavos negros e indios.

Estancia Santa Catalina, una joya barroca de estilo alemán. Se terminó de construir en 1754.

Monasterio medieval Una de las estancias mejor conservadas hasta hoy es la de Jesús María, 48 kilómetros al norte de la capital. Tras una curva en el camino, aparece la estancia y el campanario de su iglesia, con una rústica fachada de piedra sin labrar, frente a un agradable lago rodeado de un césped perfecto. En la entrada al viejo casco nos topamos con un portal y una gran reja negra de hierro, forjada con el enigmático anagrama de la Compañía de Jesús: IHS (Jesús Salvador de los Hombres).
Antes que el casco de una estancia, Jesús María se asemeja a un monasterio medieval fortificado tal como aquel donde transcurre El nombre de la Rosa, la novela histórico-policial de Umberto Eco. Un elevado muro de piedra muy grueso encierra las instalaciones, y sobre un techo se observa un particular sillón de piedra ubicado estratégicamente para controlar el asedio de los comechingones. En el patio interior –rodeado de galerías con arcadas blancas–, florecen rosadas hortensias que contrastan con el ocre de las paredes, el aljibe y un tinajón de barro. Las salas interiores resguardan una completa colección arqueológica con piezas de las culturas ciénaga, condorhuasi y danagasta (sobresale un extraño tamboril hecho con dos cráneos humanos pegados por la parte del parietal, que perteneció al cacique araucano Llanquihué).
En otra sala se exponen las tecnologías utilizadas para hacer vino (la estancia tenía 48.000 cepas de viña), cuya fama llegó hasta la mesa de los Borbones –el Lagrimilla de Oro–, uno de los preferidos de Felipe V. Pero la exposición más interesante es la de arte sacro, ubicada en la planta superior, adonde se llega por una escalera de piedra. Entre las piezas hay una imagen de La Dolorosa tallada en madera, una corona imperial de plata repujada del siglo XIX, una serie de ornamentos sagrados como casullas, estolas, cubre cálices, y un deslumbrante frontal de altar mayor hecho de tul de Flandes con bordados de oro y seda.

Santa Catalina Esta es una de las estancias clave del circuito jesuita, ubicada a 12 kilómetros de Ascochinga. Se llega por un camino de tierra flanqueado por la típica flora serrana: algarrobos, talas e infinidad de arbustos medianos. A lo lejos, tras la vegetación, aparecen las dos torres con cruces de hierro de la iglesia de la estancia Santa Catalina, una verdadera joya barroca de estilo alemán que data de 1754, rodeada de grandes parques con araucarias. A un costado de la iglesia está La Ranchería –los cuartos de ladrillos al desnudo en que se alojaban los esclavos–, donde hoy funciona una pulpería atendida por Sonia Díaz, quien suele relatar a los visitantes la historia de la estancia. Santa Catalina es actualmente una propiedad privada, ya que en 1774 fue adquirida por Francisco Díaz, y luego pasó a manos de sus herederos.

Casa de Caroya Esta fue la primera de las tres estancias que los jesuitas compraron en el norte de Córdoba, mucho más sencilla y austera que las demás. Un caserón con dos palmeras gigantes al frente se recuesta en las estribaciones de las Sierras Chicas. Los jardines están poblados de olmosy naranjos, y en los salones se expone una colección de sables, espadas antiguas y carabinas de guerra Remington 1879 y Charleville 1850. Por aquí pasaron durante las luchas de la independencia San Martín, Lavalle y un Belgrano enfermo buscando reposo. En 1876, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, la estancia se convirtió en una casa para inmigrantes italianos del Friuli, que impulsaron el desarrollo de la ciudad de Colonia Caroya.

La estancia jesuítica de Alta Gracia que dio origen a la ciudad cordobesa.

Una Orden sin corona La madrugada del 12 de julio de 1767 los jesuitas fueron expulsados de Córdoba (y de todo el continente en pocos días), y todas sus propiedades fueron confiscadas y rematadas. La Orden de los Jesuitas había adquirido una autonomía económica y política muy fuerte, entrando en colisión con los intereses comerciales de la corona española que temía la formación de un estado jesuita, y consideraba excesivas las concesiones otorgadas a los indígenas. Muchas son las posturas ante el papel de esta orden en América, a la cual Leopoldo Lugones llamó “el imperio jesuita” (llegaron a tener tropas militares indígenas bajo mando sacerdotal). Por un lado, fueron una herramienta muy efectiva de evangelización del indio, al cual en un principio esclavizaron –junto con los negros– y luego ofrecieron un trato algo más amable. De hecho, uno de los conflictos con la corona era la oposición jesuita al sistema de las encomiendas, que muchas veces no se diferenciaba de la esclavitud (aunque siguieron aceptando el esclavismo con los negros). Otro de los argumentos a su favor resalta la vocación que tenían por el arte y la ciencia (introdujeron el pensamiento aristotélico y la matemática de Newton, e instalaron la primera imprenta del Virreinato del Río de la Plata), y el hecho de que hayan formado a muchos de los líderes de la independencia. Lo cierto es que más allá de los juicios de valor, el legado histórico de los jesuitas es indiscutible, y al visitar las firmes construcciones que perduran desde aquella época, nos asomamos a los últimos 400 años de la historia argentina.

DATOS UTILES

Manzana de las Luces. La Dirección de Promoción del Turismo de la capital organiza visitas guiadas gratuitas a la Manzana Jesuítica todos los días (hasta marzo) a las 10, 11.30, 17 y 18. Parten de la plazoleta de la Compañía de Jesús (Caseros y Obispo Trejo).
Estancia Casa Caroya: El circuito puede comenzar por esta estancia (48 kilómetros al norte de la capital). Se llega por la ruta 156, a metros del cruce con la ruta nacional 9. Abierto de martes de viernes de 9 a 18, sábados y domingos de 9 a 12 y de 15 a 18. Tel.: 03525-420129
Estancia Jesús María: Está cerca de la anterior. Se debe ir hasta la ciudad de Jesús María, y en las cercanías del anfiteatro donde se realiza el Festival de Doma y Folclore hay que cruzar un puente, y a los pocos metros está la estancia. Abierto de lunes a viernes de 8 a 19, sábados y domingos de 15 a 19. Tel.:0525-420126
Estancia Santa Catalina: Desde Casa Caroya hay que tomar el camino hasta Ascochinga, y una vez allí doblar a la derecha por un camino de tierra de 5 kilómetros (está señalizado). Tel.: 03525-15538957. Una alternativa es programar la visita para la hora del almuerzo y comer en la pulpería, entre los restos de casas derruidas y kilométricos parques arbolados. La iglesia se puede visitar de 10 a 13 y de 15.30 a 18.
Estancia La Candelaria: Está 150 kilómetros al oeste de la capital, y por la distancia se recomienda visitar esta estancia junto con la de Alta Gracia en una jornada aparte de las anteriores. Se llega por la ruta 20 que va a Carlos Paz. No tiene horarios preestablecidos de visita.
Alta Gracia: Está al sur de la capital y se llega por la ruta 5. Abierto de martes a viernes de 9 a 13 y de 16 a 20. Tel.: 0547-421303.
La agencia Stylo ofrece una excursión por las principales estancias. Tel.:0351-4246605 E-mail: stylo @ arnet.com.ar
Dónde alojarse: Hotel Panorama (4 estrellas), ubicado junto a la Cañada, en la calle Marcelo T. de Alvear 363. Tel.: 0351-420-3900. E-mail [email protected]
Sitio Web: www. hotelpanorama.com. Cuenta con business center, un moderno gimnasio, piscina, sauna y jacuzzi en el último piso. Precios: $ 130 la habitación doble y 160 la triple (con desayuno completo).

 

LA MANZANA JESUITICA

Córdoba fue el centro neurálgico de la llamada Provincia Jesuítica del Paraguay, que además de Argentina, abarcaba parte de Uruguay, el sur de Brasil, Paraguay y Chile. Desde 1599, todas las decisiones de peso se tomaban desde la Manzana Jesuítica –comprendida entre las calles Obispo Trejo, Vélez Sarsfield, Caseros y Duarte Quirós–, que se conserva intacta hasta hoy. El edificio más impactante del complejo es la Iglesia Compañía de Jesús, con forma de cruz latina, piso de mosaico valenciano y un deslumbrante retablo barroco. Su construcción comenzó en 1640 (es el templo más antiguo del país), y parte del diseño se debe a Phillipe Lemair, quien antes de vestir los hábitos había sido armador de barcos en Bélgica. Como en Córdoba no hay mar, el religioso plasmó su ingenio en el techo abovedado de la iglesia –construyéndolo al modo de la quilla invertida de un barco–, mediante un sistema de “costillas” sin clavos laminadas en oro. Están hechas con madera de cedro que se transportaba en grandes jangadas por el río Paraná desde las misiones del Paraguay.
A unos metros de la iglesia está la Capilla Doméstica, que funcionaba como centro privado de oración para los religiosos. Data de 1666 y su refinada decoración es una de las más admiradas del barroco americano, con el techo recubierto de cañas tacuara y cuero de vaca pintado. El retablo, de brillante madera labrada con ornamentos rococó, es una joya decorativa proyectada por el arquitecto italiano Brasanelli.
La recorrida –siempre dentro de la misma manzana– continúa por el rectorado de la Universidad de Córdoba, que data de 1613. Esta universidad es una de las más antiguas del continente, creada al impulso del Padre Diego de Torres bajo el nombre de Colegio Máximo. Allí se visita el Salón de Grados –con sus techos y paredes al estilo de los palacios europeosdel siglo XVIII, y una deslumbrante sillería de madera–, y un gran patio con la estatua del obispo Trejo.
Finalmente, el recorrido abarca las instalaciones del Colegio Monserrat (el mismo de la polémica por la prohibición del ingreso de señoritas), construido en 1782. En su gran patio interno reluce una fuente andaluza con cerámica mudéjar, y los pisos de ladrillo de las galerías son los originales del siglo XVIII, los mismos que pisaron próceres de la independencia formados aquí como Juan José Paso, el general José María Paz y Gregorio Funes.