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TREKKING
La Ciénaga, Tafí del Valle, Tucumán

Los valles ofrecen paisajes impactantes, sencillos, lejanísimos.

Otro camino de los Incas

Los Valles Calchaquíes son escenario de una particular experiencia de trekking de alta montaña: una caminata que se cruza con procesiones religiosas, que toca los senderos quechuas precolombinos, que ofrece partidos de fútbol a 2500 metros de altura, ruinas centenarias y personajes perdidos entre valles aislados.

Textos: Mariano Blejman
Fotos: Jorge Larrosa

“Adonde vamos se llama La Ciénaga”, asegura Martín Silva, que es director de deportes de Tafí del Valle pero solía vivir en medio de los montes tucumanos. Señala para arriba, donde hay un puñado de nubes espesas, donde también hay sol y un sendero viboreante que se pierde en el lodo.
La mochila de Martín parece sacada del barrio del Once. Tiene una tirita, azul, que no le anda, que se le corre, que se le sale. Lleva dos botellas, una de agua, una de gaseosa, y ha dejado que Turismo/12 cargue el resto de la comida para la caminata. Fiambre recién comprado en un supermercado. La idea era realizar un trekking de altura a 2500 metros y entre ruinas quechuas. Pero la caminata se convierte inesperadamente en compañía de una procesión con el mismo destino, La Ciénaga.
Los japoneses dicen que todo gran viaje comienza con un paso. Silva da el primer paso, sobre unos peldaños de barro. “Ayer ha llovido mucho”, cuenta. A diferencia de lo que sucede en otras partes de los Valles Calchaquíes, en Tafí del Valle la temperatura, aun en verano, no sube de los 30 grados.
–¿Viste la imagen que cruzamos cuando veníamos para acá? –pregunta Martín–, bueno, ésos van hacia La Ciénaga. Parece que hoy hay fiesta también. Fiesta y cumpleaños...
Esos “que vienen para acá” son un grupo de pobladores que han bajado un día antes de La Ciénaga para hacer acto de presencia en la misa de Tafí del Valle y ahora vuelven a su puesto, en el medio de los cerros. A los 20 minutos de caminata se sienten los primeros calores. La ropa desaparece del cuerpo y se va escondiendo en la mochila que transpira la espalda. Martín ofrece agua. Pero antes, dice, “nunca deben olvidarse de ella”. Y esparce en la tierra los primeros sorbos para la Pachamama.
El camino sigue su vida, serpenteando. Los mejores tramos, y los más cómodos para subir, son los sectores donde hay pasto. Aunque sea húmedo es más fácil para adherirse al piso. La tierra resbala.
–Somos apenitas cinco, señor –explica una mujer que pasa a caballo por el mismo lugar donde se encuentra la expedición de Turismo/12. Vamos para San Julián.
–¿Es muy lejos?
–Lejos, sí. Unas 8 horas a caballo de aquí.
–¿Y a qué van?
–Pues allí vivimos, señor, de allí somos. Allí se vamos...
Los dientes de la mujer se presentan en forma aleatoria. Un niño le cuelga, mal acomodado, entre los brazos y otros chicos van a pie, al costado del caballo.
–¿Ha visto la imagen? –pregunta ella–. ¿La ha visto pasar?
La imagen es la Virgen del Valle, que pisa los talones de la expedición, pero todavía no se ve.
–La hemos visto pasar abajo, en la calle –dice Martín.
Cuando la mujer se aleja, Martín cuenta que, en verdad, a donde va ella es muy, pero muy lejos y que han bajado hasta el pueblo de Tafí del Valle a hacer algunas compras y vender sus productos: lana, queso, artesanías. No mucho. Que ya casi nadie quiere quedarse a vivir por ahí, que los productos no valen nada y que por eso su familia abandonó los montes cuando él tenía seis años.

La procesión de la Virgen, un pago de promesas hechas en la Capital.

Esta finito Otro paso más y van... Vaya idea del japonés, esa la de empezar a caminar. El primer descanso se produce en un descampado. En el medio, una inmensa torre de luz eléctrica recorta el paisaje. La imagen, la virgen, todavía no aparece. Pero ya son varios los que han pasado a caballo hacia arriba, hacia la fiesta. Ya van casi dos horas de caminata, cuando Luis, un muchacho de otro puesto, pasa con una campera descolgada de los hombros. Su paso es firme y sereno.
–Hola, Martín... –saluda–, ¿vas a jugar al fútbol?
Ahora, en el medio del camino, Martín se entera de que no sólo se trata de una promesa y un cumpleaños, sino que también hay un partido de fútbol.
Y uno se pregunta: ¿adónde? Si para arriba no se ve más que un sendero escarpado y laderas de montañas, con algo de pasto. Pero debe ser cierto. Algo grande va a pasar entre los cerros hoy día. Luis se encoge de hombros para acomodarse la campera, que le cuelga incómoda, cuando se encuentra con otro compañero de equipo.
–Bueno, dice Martín. Podemos ir a jugar entonces.
La caminata sigue. Pasando el mediodía Martín sube, con envión, los últimos riscos antes de abrirse paso hacia una meseta verde.
–Desde aquí se ve mi casa –explica, y señala lejísimo, del otro lado de una cuenca profunda, un puestito abandonado–. Ahora tengo un proyecto de turismo aventura. Quiero poner allí un parador para traer gente.
Allí sentados, en la salida hacia la meseta, Martín destapa una gaseosa y los sanguchitos se suceden uno tras otro. Son ya unos 20 los que han pasado rumbo a la fiesta, algunos caminando, la mayoría a caballo. De pronto un cóndor comienza a dar vueltas alrededor del picnic.
–Por suerte es uno sólo, vamos a estar bien –dice Martín.
–¿Por qué?
–Porque si los cóndores aparecen impares es buena suerte y si aparecen pares es mala. Si son siete es lo mejor que nos puede pasar...
–Pero, ¿por qué?
–...
Martín acomoda su mochilita. La tirita se sale y jode. Sigue caminando y no contesta la segunda pregunta. La meseta se abre a los 2600 metros de altura. El cielo ha comenzado a cerrarse. Son las dos de la tarde. La hora del fulbito. Ahora el camino ha dejado de subir y se resuelve costeando los cerros. Aparecen, entonces, las primeras ruinas quechuas, a mano izquierda del camino. Un grupo de piedras amontonadas que no llamarían demasiado la atención de no ser porque Martín cuenta que llevan así algo más de 700 años. O mil, no sé bien, en verdad. Cada vez hay más humedad en el ambiente. Entonces Martín comienza a recular.
–Tal vez sería mejor pegar la vuelta –dice–. Si nos agarra la noche con lluvia nos va a costar bastante salir.
El grupo descansa en paz. Hay que tomar una decisión que puede dejarnos sin fulbito, ni virgencita.
–Bueno, seguimos. Tal vez podamos pasar la noche en lo de Roberto –explica Martín.
Roberto es el enfermero que se ocupa del puesto hacia donde va la imagen, a metros de La Ciénaga. Un poco antes está la cancha. Un par de arcos profesionales han sido cuidadosamente colocados en el único recodo horizontal que se presta para el once contra once. El detalle: la cancha queda a 15 kilómetros de la primera ruta, y sus jugadores llegan a caballo o caminando desde los puestos cercanos. Muchos desde Tafí del Valle, otros desde más arriba.
–¿Puede poner un peso para jugar? –le pregunta alguien que organiza los encuentros.
–No hay problema –dice Martín.
Entonces aparecen los botines, las camisetas (unas de River y las otras azules, indefinidas), las medias profesionales y los pantalones negros para cada equipo.
–¿Para qué el peso?
–Es que queremos comprar las redes de los arcos, porque después hay que ir a buscar la pelota hasta el río. Y si se va por la quebrada tardamos un buen rato en traerla.
En realidad, tienen dos balones, que van a rodar y parecen mantenerse en el aire en forma interminable. Afuera esperan los demás. Han ocultado sus pertenencias debajo de las monturas de los caballos, acomodadas en el césped. Ya llegará su turno. Durante toda la tarde van a jugar 4 partidos de 30 minutos. Dos horas netas. Casi tres en total.
Acaba de empezar el segundo partido. Jorge corre la pelota que se fue hasta el río, pero no vuelve más. Todos comprenden. De repente, la línea de la meseta comienza a pintarse de siluetas en procesión. En el horizonte se divisa, al fin, la imagen de la virgen acompañada de hombres y mujeres que vienen caminando, vienen a caballo, vienen como pueden, llevando en los hombros la imagen de la semejanza, hacia la cancha.

Esta fiestero Seguimos la caminata hacia el puesto. Pasamos La Ciénaga, una cuenca devastada y ampliada por el agua, rodeada de ruinas, rezagos de los indios calchaquíes. Entre la cancha y el puesto que atiende Roberto hay unos 15 minutos. El enfermero espera con un tecito de muña muña, una hierba que deja al viagra chiquito, según asegura Roberto. La virgencita acaba de llegar y ha sido colocada en una de las habitaciones del puesto, que tiene techo de paja, paredes de adobe y un pequeño toldo entre dos habitaciones. En lo que parece ser el comedor, una tanda de caminantes come y cuenta historias de duendes verdes, del Yastai, Dios protector de los animales, y de luces malas. Incluso alguien asegura que el tema “El Arriero”, de Atahualpa Yupanqui, lo creó el maestro rural que da clases en la escuela detrás del río. Y que “don Ata” lo grabó con su nombre.
Al fin, luego de preguntar y preguntar, Turismo/12 se entera del motivo de la procesión. María ha sido operada de peritonitis hace unos días en un hospital de Buenos Aires. Es empleada doméstica en una casa de la Capital Federal y ha salvado milagrosamente su vida, luego de un ataque de apendicitis. La promesa es que si se salvaba iba a llevar a la Virgen del Valle desde su puesto, el de su tío, en verdad, hasta Tafí del Valle y traerlo de vuelta caminando. Hace sólo 30 días que ha salido del hospital, pero ha hecho coincidir su promesa con el cumpleaños del hermano.

Está fierito Son las 7 de la tarde y la fiesta comienza de a poco. Sin embargo, la posibilidad de pasar la noche se diluye como el aguafiestas que amenaza con mojar el cumpleaños. Entonces Martín acierta en la decisión de volver, aunque más no sea llegando de noche. Entre los que despiden está Federico, un misionero cordobés que anda de puesto en puesto evangelizando. Se ha enterado de la peregrinación, y se ha quedado al cumpleaños.
–Aquí hay una mezcla rara –dice– entre cultura quechua y religión católica. Fijate que la virgencita tiene una forma triangular, como si fuera una montaña.
Es cierto, nadie lo había notado. Pero la virgen tiene forma de montaña. Los incas adoraban a las montañas. Y no a las vírgenes.
La vuelta comienza tarde y apurada, porque no hay linterna. Perderse en la noche, en la niebla en medio de los montes no era el objetivo. Martín silba y deshace lo andado con una rapidez sorprendente. Lo que ha sido subido en unas cinco horas de caminata se desanda en dos. Al final, cerca de las 9 de la noche, la niebla ocupa todo el contorno y ya no se ven ni las puntas de las manos. El camino está bien marcado, pero hay riesgo de caer en el lodo. Media hora de noche adivinando el camino, con los ojos acostumbrados a cortajear la niebla para ver, al menos, la punta de las manos.

Martín, con su mochila rota, subiendo los cerros rumbo a La Ciénaga. En el camino se cruzará con una procesión.

DATOS UTILES

Información turística 0381-4217634. En todo el país 0800-5558828. Email: [email protected].
Sitio web:www.tucuman.com
- Tafí del Valle está en el fondo de una vasta hoyada de 150 km2. Al oriente se encuentran las cumbres de Mala Mala y Tafí, que alcanzan los 3500 m de altura, y al occidente el cerro Muñoz, de 4437, al borde de la cadena del Aconquija. Entre estos cordones se producen pasos o abras de distintas alturas, y es el paso para el Abra del Infiernillo, que se comunica con Yokavil. En el centro de Tafí del Valle se pueden conseguir interesantes artesanías, sobre todo en lo de Roger Hamburguer, la casa de un extraño personaje suizo que ha decidido pasar el resto de sus días allí, junto a su mujer tucumana.
- Parque de los menhires: los menhires fueron revalorizados e investigados por el arqueólogo naturalista italiano Juan B. Ambrosetti, en 1897. El general Bussi, tal vez aduciendo el pensamiento militar, trasladó en tiempos de la dictadura los menhires de su posición original (Casas Viejas, la Sala, falda de los cerros Ñuñorco y Pelao) y los ordenó a todos en Loma Redonda, frente al lago Angostura. Lo cual ha hecho el paseo más cómodo, pero perdió para siempre su significado.
- Daniel Carranza ([email protected]) organiza viajes en camiones militares Unimog por los cerros cercanos. El dique de la Angostura ofrece pesca de pejerrey, percas y truchas, así como deportes náuticos. La estancia Las Carreras, a 15 kilómetros del pueblo, ofrece una visita a sus viejos edificios. Se destaca la fábrica de quesos, inaugurada en 1779.