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ITALIA
En el Valle D�Aosta

El paisaje sublime

 

En la frontera entre Italia y Francia, la región del Valle D�Aosta es acaso la más fascinante de los Alpes y un arquetipo del paisaje romántico: Bajo las luces y sombras del Monte Bianco, la cumbre más alta de Europa, se alzan ruinas romanas y castillos medievales, testimonios de una historia que se remonta a los misteriosos tiempos de los pueblos celtas.

Texto y fotos: Florencia Podestá

La ruta se encaja en el valle estrecho que gana altura progresivamente, un corredor entre acantilados grandiosos. Montañas escarpadas, muros verticales de granito brillan como brasas entre el follaje verdísimo, casi selvático, de la “bassa valle”. Cada pueblo que dejamos atrás es un racimo de casitas grises y capillas con altas y gráciles torres románicas; estas construcciones con muros y techo de piedra datan de la Edad Media, y algunas son incluso más antiguas.
Tal vez sea por la luz del crepúsculo que transforma todo lo que toca en fuego, o tal vez por esa densidad de la luz que se acumula en los lugares donde naturaleza e historia humana son muy, muy antiguas, lo cierto es que ante nuestros ojos se encarna un arquetipo de la imaginación romántica del siglo XIX: el paisaje sublime. Todo en el Valle D’Aosta parece un ideal brotado de la mente de Byron, de Rilke o de Leopardi: el Monte Bianco/Mont Blanc con sus cumbres y agujas de granito envueltas siempre en nubes, ruinas romanas y castillos medievales semiderruidos inmersos en el paisaje áspero y montuoso. De hecho, fueron los viajeros británicos del siglo pasado quienes “descubrieron” y divulgaron la belleza del valle: para el espíritu romántico de la época éstas eran las visiones más pintorescas y a la moda, y desde un punto de vista menos frívolo, aquellas que encarnaban la esencia de lo sublime kantiano, uno de los conceptos fundamentales del romanticismo. Uno de los pintores de lo sublime por excelencia, el romántico inglés Joseph Mallord William Turner, viajó mucho por la región; algunas de sus obras más hermosas tienen por sujeto escenas del Valle D’Aosta y, sobre todo, las luces y sombras del Monte Bianco.

Si es fontina, es valdostano En una naturaleza que hoy vemos bellísima La curiosa fachada de la iglesia de Aosta.pero que en otro tiempo era también avara e inhóspita, los valdostanos vivieron durante miles de años. Una historia testimoniada por la arquitectura: las aldeas se hicieron compactas para ahorrar la poca tierra cultivable, y todo en la comunidad era concebido para ser autosuficientes durante el aislamiento invernal. Aquí, las costumbres medievales prevalecieron hasta hace unas décadas. Durante los veranos, todo el pueblo se organizaba para ir a segar el heno para el invierno. Lo hacían a mano, con la hoz, lo ponían en carretas y lo guardaban en unos depósitos comunes. También en cada pueblo había un horno comunal, en donde toda la gente, pagando muy poco, podía usarlo para hornear su pan. Pero ahora todo eso cambió; al heno lo siegan unas máquinas que parecen escarabajos gigantes: lo tragan por un lado y lo escupen por el otro, en forma de cilindro, listo para empaquetar y trasladar. Los hornos comunales fueron reemplazados por panaderías, aunque todavía queda uno en Morgex. Y puede decirse que algunas panaderías conservan la receta tradicional del pan de centeno molido con molino de piedra, sin levadura. Lo que todavía se realiza en el seno de cada familia igual que en el pasado son los quesos. La fontina es “el” queso valdostano. Cualquier valdostano se ríe incrédulo cuando decimos que en nuestro país se fabrica el queso fontina. “Es imposible”, dicen sin la más mínima duda, “la fontina es sólo valdostana, porque para que adquiera las características exactas de una fontina, y no de cualquier otro queso, precisa la leche de las vacas valdostanas, que comen la hierba valdostana, y para fermentar y estacionarse precisa del aire valdostano, de este clima particular, de esta altitud y esta sequedad, y estos gérmenes”. ¿Fontina argentina? No, imposible”, y despiden el asunto con una sonrisa irrefutable.

Hablando en “patois” Los valdostanos son gente orgullosa de sus Malvones en la antigua ventana de una casona de piedra.tradiciones y de su origen provenzal. Tanto es así que el bilingüismo italo-francés es obligatorio para trabajar. El dialecto valdostano, el patois, proviene de la famosa Langue D’Oc, un dialecto desaparecido que se hablaba en la Edad Media en el sur de Francia, tierra de juglares y cátaros. Su pasado registrado (después de los misteriosos celtas) se remonta al año 25 a.C., cuando el emperador Augusto fundó la ciudad Augusta Praetoria Salassorum, devenida Aústa y luego Aosta en los juegos del habla a través de los siglos. Esta ciudad custodiaba el valle, portal estratégico en los Alpes para la tierra de los galos recientemente conquistada. Cinco siglos de romanidad dejaron sus huellas en grandes empresas arquitectónicas, como la propia ciudad de Aosta, los fabulosos diecisiete puentes a lo largo de toda la Dora (el río que baja del Monte Bianco hasta la llanura) y sus afluentes, y el camino consular de la Galia, usado luego por los Cruzados. Luego, a comienzos del siglo X, la región ya formaba parte del reino de Savoya, una señoría que duró hasta el nacimiento del reino de Italia. Sin embargo siempre fue una provincia autónoma, con leyes, costumbres y autoridades aparte. El Medioevo dejó las huellas más espectaculares: Arvier, La Salle, Fénis, Verres, Issogne, Villeneuve, castillos y fuertes de piedra en las cimas rocosas, y también bellísimas iglesias y capillas tan pequeñas y preciosas como joyas románicas.
En otro tiempo mucho más misterioso, el valle era tierra de los celtas. De ellos sólo quedan algunos dólmenes en lugares estratégicos; por lo general, pasos altos de montaña entre Francia e Italia. Pero una materia mucho más sutil se filtró a través de los siglos: la creencia en las brujas, las hadas, los duendes, los seres mágicos de los bosques y la montaña. Hasta hace menos de un siglo la gente temía internarse en las zonas de alta montaña, cubiertas siempre de niebla, por miedo a los espíritus de la montaña. Incluso ahora, subterráneamente y por supuesto en la cara oculta de una doble vida, hay brujos y brujas que se dedican a contactarse con los espíritus de la naturaleza, que hoy se llaman “energías” de la Tierra.

Claustros medievales del convento de Sant Orso.

Datos útiles

Cómo llegar: Por tren o por ruta desde Turín (2 hs.), o desde Milán (3.30 hs.). Por aire, AirVallée vuela desde París y desde Roma hasta Aosta; el ticket vale entre U$S 100 y 150. El prefijo telefónico es 0039165.
Alojamiento: Courmayeur, Aosta y Gressoney-St-Jean son los sitios con más oferta hotelera, aunque cada pueblo del valle tiene sus bellas posadas. Courmayeur cuenta con varios pequeños albergues y posadas, y algunos hoteles 4 estrellas con “extras” como piscina interna y externa climatizada, y spa con hidromasaje, sauna, fitness center, etc.: Gallia Gran Baita (tel 844040, fax 844805); Grand Hôtel Royal & Golf, (tel 831611, fax 842092); Hôtel Pavillon (tel 846120, fax 846122); Auberge de la Maison (tel 869811, fax 869759).
Dónde comer: Es difícil no comer bien en Italia. Algunos restaurantes populares en Courmayeur: Pierre Alexis 1877, ya clásico, explora la veta francesa de la tradición valdostana; Le Vieux Pommier, su fuerte son las especialidades valdostanas como la raclette, bourguignonne y las varias clases de fonduta o fondue. Para socializar se recomienda el bar-pizzería Du Parc, y el Café del Guides, el tradicional punto de reunión de los “guide alpine” y fanáticos afines.

 

Fin de semana en el campo

Luciana es una joven argentina que vive y trabaja desde hace ocho años en el refugio de montaña La Maison Vieille. Nos habla un poco de su experiencia europea: “La gente de aquí trabaja todos los días en la ciudad (en Aosta, o en Turín), pero después los fines de semana van a trabajar a los campos, las viñas o a los cultivos de frutales. Es muy lindo cuando termina el verano, casi toda la gente joven va en masa a recoger manzanas y peras de las huertas. La fruta de acá es buenísima, sobre todo los frutti di bosco”. Tiene razón; hay que decir que aquí probamos la fruta más rara y sabrosa del mundo, los rives, unas especies de bolitas púrpura que crecen en racimo, de sabor muy ácido parecido a las pepitas de granada.

 

Para esquiar, escalar y caminar

Con casi 5000 metros de altura, el Monte Bianco/Mont Blanc es la cumbre más alta de Europa, y uno de los centros de esquí y de alpinismo más antiguos del continente. La ciudad base para las excursiones de escalada y esquí es Courmayeur. Allí funciona la prestigiosa Società delle Guide Alpine di Courmayeur, la asociación de guías de montaña, fundada en 1850, más antigua de Italia, y la segunda más antigua del mundo después de Chamonix.
En el Valle D’Aosta también existe uno de los parques nacionales más antiguos de Europa, el Parque Nacional Gran Paradiso. Es un lugar insuperable para caminar por las montañas y los bosques, ver glaciares de cerca y los famosos “stambecchi” y “camosci”, ciervos y cabras salvajes. Su historia es bastante interesante. Fue instituido en 1922, pero en realidad la reserva ya había sido creada en 1821 por el rey Vittorio Emanuele II, ecologista precoz, en un terreno de caza de su propiedad para proteger de la extinción a los stambecchi.