BRASIL Un zoco brasileño A treinta kilómetros de San Pablo, la ciudad más grande de Sudamérica, el poblado de Embú esconde un bazar de las Mil y Una Noches... muy tropicales. Ocho manzanas de artesanías provenientes de las distintas regiones de Brasil. Desde yacarés de papel maché hasta antigüedades coloniales y plumosos atavíos indígenas en un mercado con toda la magia brasileña.
Texto y fotos: San Pablo es
fárrago, actividad incesante, moles de cemento que se levantan
de la noche a la mañana, fábricas que brotan de la tierra,
gente y más gente que va y viene del trabajo. También
es cada tormenta eléctrica que una vez al día, a cualquier
hora, llega casi sin lluvia para recordar a los paulistas que la Mater
Natura sigue allí, bajo sus pies y por encima de sus cabezas. La feria
de Embú Al concentrar la actividad manufacturera, industrial
y comercial de todo Brasil, San Pablo y sus pueblos aledaños
resultan una suerte de gigantesca plaza donde circulan productos y bienes
culturales de las más distantes regiones. Muchos de ellos tienen
sus espacios recortados dentro de la gran ciudad, y así es como
calles y barrios se especializan en una diversificación tan exuberante
como la flora que resiste el avance del cemento armado. Colores ardientes
No hay acuerdo acerca de cuándo y por quién fue fundado
Embú. Los lugareños discrepan si fue en el siglo XVII
o en el XIX; si se trató de un refugio de bandeirantes o de un
antiguo poblado de indios tupí (y refrendan esta última
hipótesis en la raíz nativa del nombre). En la actualidad
el pueblo ostenta construcciones que al menos datan de principios del
siglo XIX si no antes arrimadas a la vera de la peculiar
iglesia de estilo colonial portugués. Calles adoquinadas de acequia
central, casas de patio frontal y habitaciones traseras al abrigo del
sol por un alero, blancos radiantes, azules intensos, ocres profundos,
terracota, borravino, son las formas y los tonos en que se despliega
el casco urbano. Calles escalonadas como la rúa Siqueira Campos,
antigua Calle de Las Lavanderas, albergan uno tras otro locales que
se especializan en la madera, la caña, el junco, la cerámica,
los muebles, los instrumentos musicales. O bien sus muros gruesos y
habitaciones frescas esconden anticuarios rebosantes de piezas increíbles,
que van del más espléndido déco al franco kitsch
decimonónico, pasando por auténticas piezas coloniales.
Por esos lares, sin ir más lejos, en el Empório Sao Pedro,
las ofertas de antigüedades se alternan con una generosa caipirinha
típica (u$s 1,5) al paso, o bien con un suculento almuerzo (u$s
30 por cabeza, aprox.) al mejor estilo en vajilla clásica de
época. Las reliquiasque entornan la bien servida mesa contrastan
con el cándido paseo que continúa entre las lajas de la
vereda y las explicaciones sobre su quehacer propiciadas por Guillermo
y Alessandra, anfitriones de este romántico espacio aromatizado
por exóticas hierbas. Desde la
selva En pleno centro de Embú, sobre la rúa Nossa
Sra. Do Rosario, en el número 13, estallan los colores desde
la vereda, ya que dentro del local Yanomami se esparcen coronas de plumas
y toda clase de atavíos indígenas. Explica Wanda, dueña
y curadora de este local/museo, que ella en persona se encarga de visitar
las tribus indígenas de todo Brasil y comercializar sus pequeñas
manufacturas. De modo que no solo es posible encontrar cromáticos
atuendos ceremoniales, sino también tomar conciencia de dónde
provienen, cómo se denomina la etnia que los utiliza, en qué
hábitat perviven y, por supuesto, cuánto cuesta. Por lo
general, las coronas y cabezales no bajan de los cien dólares.
También, más accesibles, abundan los collares de cuentas,
los amuletos de conchas, escamas de pescado, piedra o corteza; los silbatos
de madera o cerámica (u$s 2) y esos simpáticos conos de
fibra vegetal destinados a que la mujer amada introduzca allí
un dedo o un brazo, el caballero tira del mismo y así la rapta
con estrictos propósitos nupciales. Maracas shamánicas,
tallas en madera amazónica; birimbaos, flautas y tamboriles (u$s
5), plumas, arcos y flechas auténticos; faldas, taparrabos y
cápsulas pénicas, el conjunto de los animales de la selva
realizados en terracota o tallados en madera, en fin, todas las tribus
en su lugar. Eso sí, con respeto y consideración a su
diversidad cultural. |