PORTUGAL
La costa de plata
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Pescadores
de Nazaré
En
el norte de Lisboa, el pequeño pueblo de pescadores que sigue
siendo Nazaré se convirtió en la estación balnearia más cotizada
de la Costa de Plata, la fachada marítima de una región con gran
riqueza histórica.
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Texto y
fotos:
Graciela Cutuli
Las playas más
conocidas de Portugal son las de Algarve, sin lugar a dudas, pero sus
casas blancas y sus pueblos remodelados, en donde se habla tanto el
portugués como el alemán y el holandés, fueron
demasiado sacrificados para lograr responder a las exigencias y los
estándares del turismo masivo. De hecho los portugueses prefieren
las playas de la Costa del Estoril, en las afueras de Lisboa, o las
de la Costa de Plata, entre la capital y Coimbra. A mitad de camino
entre ambas ciudades, Nazaré es una de las playas preferidas
por los lisboetas.
Durante los fines de semana o las vacaciones de verano, la afluencia
de numerosas familias y turistas no llega a cambiar su atmósfera
y su fisonomía: Nazaré conservó intacto su aspecto
de pequeño pueblo costero portugués, que vive al ritmo
de las mareas, de los pescadores que dejan sus barcos sobre la playa
de arena, entre los bañistas, y las vendedoras de recuerdos caseros,
que van y vienen a lo largo del bulevar marítimo.
Sardinas
asadas El pequeño puerto creció con el tiempo, y hoy
la ciudad se extiende al borde del mar, entre dos promontorios rocosos
que delimitan su extensa playa. De todos sus barrios, el más
antiguo es Pederneira, sobre el cerro sur. Ya en la antigüedad
se conocía la existencia de un asentamiento de pescadores en
su emplazamiento.
Con el correr del tiempo, el núcleo de Nazaré se desarrolló
alrededor de la Igreja Matriz, el corazón mismo de Pederneira
y su construcción más antigua, y creció hasta ocupar
toda la planicie junto a la playa y formar una sola población
con Sitio, el otro barrio antiguo, construido sobre el promontorio norte.
El puerto nunca desarrolló una actividad pesquera industrial.
Al contrario, la pesca en Nazaré fue siempre una actividad artesanal,
y eso es lo que agrega encanto a la ciudad: hoy todavía es posible
ver la simpática combinación de pescadores arreglando
sus redes y sus barcos en la misma playa en donde toman sol familias
enteras de turistas. El puerto y la playa, que forman el barrio de Praia,
constituyen por tradición la zona de las pescaderías y
los talleres de procesamiento del pescado, que con la llegada del turismo
debieron compartir su espacio con tiendas de recuerdos, hoteles y restaurantes.
De hecho, hay que comer pescado cuando se visita Nazaré. Todos
los restaurantes frente al mar ofrecen en sus menúes numerosos
platos con las mareas del día. Más típico todavía,
se puede llegar a recibir la invitación de un lugareño,
con un poco de suerte, para comer sardinas asadas sobre los fogareiros,
unas pequeñas parrillas portátiles, que la gente instala
en la calle, en la puerta misma de su casa.
Es toda una experiencia recorrer las callecitas de la ciudad a estas
horas, cuando están perfumadas por el humo blanco que dejan escapar
los fogareiros. Como en el resto del Mediterráneo, la ropa cuelga
de las ventanas para secarse o bien está tendida en una soga
de ventana a ventana, por encima de la calle, como en Nápoles
o Barcelona.
Otro rasgo que hace pensar en el Mediterráneo, a pesar de estar
frente al Atlántico, es el color del agua. El mar es mucho más
transparente en esta región que más al norte, en las costas
atlánticas de España o de Francia. El lugar ideal para
apreciar su color y su transparencia es el promontorio de Sitio, al
norte del centro, sobre el acantilado más alto de esta porción
de la costa, que culmina a unos 110 metros.
Una estatua
del siglo IV Allí se encuentra la otra atracción de
la ciudad, el santuario de la Virgen de Nazaré, muy venerada
en todo Portugal. Este santuario custodia una estatua de la Virgen cuya
historia se remonta al siglo IV, cuando, según la leyenda, un
monje la ofreció a San Jerónimo durante un viaje a Belén.
De ahí, la estatua fue regalada a San Agustín, que la
envió al monasterio de Mérida en España. Cuentan
que cuando la Península fue invadida por los árabes, el
rey Rodrigo escondió la estatua en una gruta, en un lugar aislado
y desierto de la costallamado Sitio. En este escondite, la estatua pasó
todo el período del dominio musulmán sobre el norte de
Portugal y España, hasta que en 1179 dos pastores la encontraron
por casualidad. Sin embargo, la historia no termina aquí. La
leyenda cuenta que, algunos años más tarde, un noble de
la región, Fuas Raupinho, estaba cazando sobre los acantilados,
al borde del mar, y su caballo perdió el equilibrio y cayó
al vacío. En el aire, el noble invocó a la Virgen, que
lo salvó milagrosamente, y en agradecimiento Raupinho levantó
una capilla cerca del lugar donde había sido salvado, a metros,
justamente, de donde se había encontrado la estatua años
antes.
Más tarde, cuando el lugar ya se había convertido en uno
de los principales centros de peregrinación de Portugal, se levantó
una iglesia para albergar la estatua. Entre quienes vinieron a rezar
a la Virgen de Nazaré se recuerdan a Vasco da Gama, el navegante
y descubridor portugués, y a San Francisco Javier, el más
importante misionero cristiano en Asia. No se puede mencionar esta historia
sin recordar que a principios de este siglo tres pastorcitos vieron
a la Virgen muy cerca de Nazaré, en Fátima, un pueblo
que en pocas décadas pasó del anonimato más absoluto
a ser unos de los principales santuarios de la fe católica en
Occidente, eclipsando así al santuario de Nazaré.
Castillos
y peregrinos
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Es muy
fácil contratar excursiones de un día a Nazaré
desde Lisboa, en cualquier agencia de viajes. Antes de concluir
por la tarde en Fátima, muchas de ellas pasan en su recorrido
por lugares muy interesantes como Alcobaça y Batalha. Este
último es un monasterio que data de 1388; su nombre alude
a la batalla de Aljubarrota, después de la cual fue construido
a pedido de Don Joao I, que allí había derrotado a
los castellanos. Se trata de una de las obras maestras del gótico
en Occidente, y está incluido en la lista de los Patrimonios
de la Humanidad de la Unesco. Alcobaça es otro monasterio
edificado también después de una victoria militar,
en este caso la de Don Alfonso Henriques sobre los moros en Santarem.
En una de sus salas están las tumbas de los reyes de Portugal
Don Pedro I y su esposa Doña Inés de Castro, don Alfonso
II y don Alfonso III. |