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ESPAÑA
Ciudades y delicias de Euskadi
En el País Vasco
San Sebastián,
Hondarribia, Guernica, Bilbao. El alma del País Vasco está en los bellos
atardeceres donostiarras, en los pueblitos pegados a la frontera francesa,
en los puertos donde flotan veleros y barcas de pescadores, en la buena
mesa, y también en la castigada ciudad que pintó Picasso, donde un árbol
simboliza la tradición de todo un pueblo.
Textos y
fotos:
Graciela Cutuli
Paisajes, arte,
buena mesa y mucha movida. Sobre una parte que la naturaleza hizo sola
la famosa bahía de San Sebastián, las playas arenosas
de la reserva de Urdaibai, el protegido puerto de Bermeo un pueblo
célebre por su orgullo puso el resto: las torneadas casas de
Hondarribia, el roble de Guernica, el espectacular bloque de titanio
del Museo Guggenheim. Así el País Vasco reivindica ese
nombre, como reivindica su lengua y sus tradiciones: la bandera blanca,
verde y roja que flamea en todas sus ciudades, ese idioma de orígenes
casi desconocidos que ni siquiera pertenece al tronco de las lenguas
indoeuropeas, los deportes basados en la fuerza pura y, al mismo tiempo,
una especial sensibilidad para el arte que aflora en formas tan variadas
como la arquitectura, la escultura, la artesanía y la gastronomía.

Bilbao, la
del Guggenheim Antigua capital industrial de la que hoy sólo
quedan los esqueletos junto al río, Bilbao es uno de los mejores
ejemplos que puedan citarse de la voluntad de una ciudad de torcer su
propio destino. En muy pocos años, los astilleros y fábricas
que habían regido el ritmo de vida de la ciudad durante décadas
se convirtieron en fantasmas del pasado al borde del río Nervión.
Hoy, Bilbao es sinónimo de arquitectura moderna y arte, una transformación
a la que el Museo Guggenheim le puso el broche de oro en octubre de
1997. Desde entonces el espectacular diseño de Frank Gehry, con
su lucha exterior de volúmenes plateados complementada por una
impecable coherencia interna, lideró la imagen internacional
del País Vasco. Y la gente, olvidando las críticas que
decían que la arquitectura terminaría ganándole
a los contenidos, adoptó al museo como propio: ingresa un millón
de visitantes al año, y los 12.000 miembros de su asociación
de amigos lo convierten en el tercer museo de Europa después
del Louvre y la Tate Gallery. De algún modo, el Guggeheim es
a Bilbao lo que la Opera fue a Sydney: una obra revolucionaria, discutida
y finalmente incuestionable, porque tiene fuerza suficiente como para
imponerse ella sola a todo el entorno y se la puede identificar con
un solo trazo. Pero aunque el Guggenheim, que tiene a pocos metros otra
obra moderna espectacular un puente de piso transparente sobre
el Nervión diseñado por Santiago Calatrava, es una
excusa impecable para acercarse a Bilbao, el centro clásico de
la ciudad bien merece un paseo. La iglesia de San Nicolás, el
Teatro Arriaga, frente a la Plaza del Arenal, la Catedral una
de las etapas en el Camino de Santiago o el espléndido
Café Boulevard, una suerte de Tortoni bilbaíno, son otras
tantas postales de esta ciudad ayer industrial y hoy turística,
donde ir a ver los partidos de pelota vasca en los que se juegan
apuestas siderales es un buen programa para un sábado por
la tarde, y que por la noche hace honor en sus bares y tabernas al espíritu
noctámbulo de esta parte del mundo.

Donostia!
San Sebastián, claro, es muy distinta. Aquí sí
el turismo es tradición, desde la época en que los nobles
españoles hicieron de ella la hermana de la francesa Biarritz,
como lo atestiguan el Hotel María Cristina y el contiguo Teatro
Victoria Eugenia, hoy fastuosos escenarios del Festival de Cine por
donde transitaron desde Elizabeth Taylor hasta Bette Davis. Pese a la
nobleza, o gracias a ella, en San Sebastián se forjó una
convivencia social distinta a la del resto de España. Aquí
durante el siglo XIX las mujeres ya solían salir solas de noche,
y no existía la división entre los barrios aristocráticos
o pobres: todos vivían en las mismas casas, los más acomodados
en el primer piso y los otros en las plantas superiores, a las que no
llegaba el gas. Un problema en una ciudad donde el clima invernal puede
ser inclemente, y donde los rayos del sol son buscados y conservados
en los famosos balcones cerrados y vidriados llamados solanas.
Es que en San Sebastián bien podría decirse lo mismo que
se lee en el fondo del Café Boulevard de Bilbao: ¿Yqué
le vamos a hacer si llueve insistentemente y, debes decirlo, delicadamente?.
San Sebastián es para caminar por las arenas de la famosa concha,
la bahía con forma de caracol a la que se asoman confiterías
y edificios elegantes. En otros tiempos, esta playa estaba dividida
en dos: una parte para las mujeres y otra para los hombres, con guardias
municipales que vigilaban que hubiera calma en ambos lados. Epoca de
oficios curiosos, como el de los maestros bañistas que llevaban
a la gente en brazos hasta adentro del agua... Fue la joven princesa
Isabel II la que puso de moda los baños de mar a partir de 1845,
cuando llegó aconsejada por los médicos hasta las costas
de San Sebastián, en tiempos en que sólo los pescadores
ponían los pies en el agua, y las mujeres se cuidaban del sol
como de una enfermedad. En uno de los extremos de la bahía, el
opuesto al actual edificio del Ayuntamiento (muy cerca hay una pérgola
diseñada por Gustave Eiffel), el escultor vasco Eduardo Chillida
dio forma a uno de los símbolos de la ciudad: es el Peine
de los Vientos, una escultura de hierro encastrada en las rocas
que se hizo como un homenaje al mar bravío de esta porción
de la costa. Cuando hay marea alta, las olas invaden los intersticios
naturales y producen un silbido que forma el perfecto complemento sonoro
de las límpidas formas creadas por el artista.

El arbol
de Guernica El latido del corazón vasco se hace sentir en
todos lados, pero sin duda parte de Guernica. El célebre cuadro
de Picasso que retrató los estragos de la aviación alemana
sobre la ciudad la convirtieron en un símbolo internacional de
los horrores de la guerra, paradójicamente en una región
atormentada por sus propios fantasmas de identidad y separación.
A quien tenga los matices grises del cuadro grabados en la mente le
resultará tal vez extraño entrar en la Guernica de hoy,
una ciudad moderna y llena de movimiento cuyo centro institucional
es la Casa de Juntas, sede del Parlamento de Vizcaya desde la Edad Media.
Antiguamente los miembros del Parlamento vizcaíno se reunían
a la sombra de un árbol, un roble que representa un símbolo
de libertad para todos los vascos, y más tarde levantaron en
el lugar una casa que sirvió como edificio político y
religioso a la vez, aunque hoy sólo se conservan las pilas y
el altar de la época en que fue iglesia. Afuera, frente al árbol
de Guernica, los señores de Vizcaya juraban respetar los fueros:
esta tradición se cumplió sin interrupciones hasta fines
del siglo XIX, cuando los fueros se suprimieron y, como respuesta reivindicatoria,
nació el nacionalismo vasco. Finalmente las instituciones tradicionales
se recuperaron y fueron descentralizadas en la forma de parlamentos
regionales. Como símbolo de esa identidad y de esa lucha, quedaron
los robles de Guernica: el más antiguo que se conserva, un tronco
ya sin vida, tiene unos 300 años; hay otro todavía vivo
pero ya viejo, y se está plantando uno nuevo que sea el símbolo
de las próximas generaciones. El árbol de Guernica, como
los propios vascos, tiene retoños en todo el mundo, y varios
de ellos están en la Argentina y Uruguay.
DATOS
UTILES
San Sebastián:
en Internet, www.sansebastianturismo.com.
Museo Guggenheim (Bilbao): Teléfono (34) 94.435.90.80.
En Internet: www.guggenheim-bilbao.es. Abierto de martes a domingo
de 10 a 20, lunes cerrado.
Guernica: Oficina de Turismo, Artekalea 8, Guernica, E-48300.
En Internet: www.gernika-lumo.net. E-mail: [email protected].
Casa de Juntas: Allende Salazar s/n. Teléfono 94.625.11.38.
Reserva de Urdaibai: Teléfono 94.625.71.25.
Bermeo, Museo del Pescador: Torronteroko enparantza 1. Teléfono
94.688.11.71.
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A
LA MESA VASCA
Cuando
se visita el País Vasco, la experiencia gastronómica
acompañará todo el viaje. De muchas formas: habrá
quienes sientan curiosidad por conocer el restaurante de Karlos
Arguiñano en Zarautz, y quienes se sienten ante los platos
impecables de Martín Berasategui en el restaurante del
Guggeheim, pero vale la pena empezar por el principio y visitar
el mercado de San Sebastián, en la Brecha, donde se exhiben
como si fuera en vidrieras los más frescos y variados productos
que ofrece el mar. La Brecha está frente al Ensanche, el
primer lugar de San Sebastián donde se pudo construir al
quitar las antiguas murallas, y por donde entraron las tropas
de Napoleón al invadir España. Desde siempre, la
gente de los campos aledaños se reunía aquí
al aire libre paravender sus productos: pero hoy el mercado descubierto
y libre se ha transformado en un centro comercial organizado en
el que se encuentran desde jamones hasta percebes, pulpo y todos
los bivalvos imaginables. Sin embargo, todavía es posible
ver a las dos últimas mujeres a las que les está
permitida la venta ambulante de anchoas en San Sebastián.
Después de ellas, esa tradición habrá terminado
para siempre.
Por la noche, ya cerrado el mercado, San Sebastián ofrece
algo más que vale la pena experimentar, por ser único
y exquisito. Son las sociedades gastronómicas, una antigua
tradición de la ciudad casi exclusiva para hombres, pero
en algunas de las cuales también tienen acceso las mujeres.
Las sociedades son una suerte de restaurante donde los hombres
de profesiones totalmente ajenas a la gastronómica se reúnen
por el puro placer de cocinar y compartir con sus amigos el producto
de su habilidad. Si hay una mujer a la mesa, a ella sólo
le corresponderá disfrutar de los platos: todo el resto,
aquí, es asunto de hombres. Lo que trae largas conversaciones
sobre la tradición más o menos matriarcal de la
sociedad vasca, y una larga búsqueda de las raíces
de este comportamiento. La forma de pago también es muy
particular: cada uno de los socios, que puede entrar con su llave
cuando lo desee, anota lo consumido, y luego un contador se encargará
de controlar y hacer los números. Con orgullo, los vascos
subrayan que es un sistema que sólo funciona entre gente
honrada, lo mismo que otros usos y costumbres del país.
En San Sebastián, por otra parte, también son muy
populares las sidrerías: y aunque hoy día las cosas
han cambiado, y son más similares a un restaurante, antiguamente
era costumbre que el sidrero sólo pusiera un vaso, un tenedor,
una tortilla de bacalao y, naturalmente, la sidra en torno de
la cual se celebraba sin contar las horas el rito de la bebida.
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