CAPILLA
DEL MONTE
A sólo 120 km de la capital cordobesa
Duendes
serranos
Por Laura
Diaz Olmos
Cuentan en Capilla
del Monte que a partir de enero de 1986, cuando apareció una
gran marca de pasto quemado en las inmediaciones del cerro Uritorco,
la población de la ciudad se acrecentó notablemente. Tanto
como el aura misteriosa que envuelve a la zona desde que según
algunas interpretaciones los seres extraterrestres la eligieron
para sus aterrizajes en la Tierra. Tal habría sido el origen
del pasto quemado.
Lo cierto es que más allá de cualquier fantasía,
a las pocas horas de estar allí se percibe que el lugar destila
magia. Los verdes, el silencio, algún relincho lejano y ese incomparable
sonido del salto del agua de piedra en piedra en los ríos, contribuyen
a que el pecho se hinche y la cabeza se vacíe de problemas no
solucionados. Y que los pies se muevan inquietos para iniciar una larga
caminata.
Si bien la mayor atracción es alcanzar la cumbre del mítico
Uritorco, también es posible ascender sólo hasta los 600
metros de altura por la ladera norte y allí tomar el desvío
hacia Los Terrones, de extraordinaria belleza. Primero se llegará
al Valle de los Espíritus, lugar quieto y enorme que resguarda
una escarpada meseta. En ella, dos troncos precolombinos sostienen una
enorme piedra de cuarzo colgante, con su vértice hacia abajo.
Aquí se paraban los aborígenes, para curarse de
todo tipo de males, explica el guía. ¿Quién
se resiste a repetir ahora la experiencia?
Luego se abre un nuevo camino ¿camino? Un zig-zag raleado de
plantas que va bordeando el río Calabalumba, caprichoso en su
curso, obliga a ir saltando sus piedras. Por fin el ascenso a Los Terrones.
Inmensas formaciones arcaicas, que desde abajo se adivinan como una
esfinge, un plato, dos hombres mirando hacia el mismo lado, etc. La
subida sigue por un sendero en momentos tan estrecho que hay que tomarse
de ramas, o sostener la mano de un compañero. Sólo el
ruido de la naturaleza y de los pasos propios. A modo de broma el guía
pregunta: ¿No sienten que algo juguetea entre sus piernas?,
estamos en el lugar de los duendes. Más de un turista percibirá
un tironeo de la botamanga y enseguida le volará la imaginación,
incentivada por la cantidad de pequeños y preciosos muñecos
de la mitología local que se exhiben y ofrecen en los negocios
de la ciudad. El ascenso sigue. De cuando en cuando es bueno mirar hacia
atrás. Uno se admira de lo ya recorrido, de los obstáculos
que sorteó y sobre todo, de las bellezas que lo rodean. Cascadas,
paredes cortadas a filo, halcones colorados y de vez en cuando un águila
y hasta un cóndor, sobrevolando el cielo. De pronto el río
se interrumpe; estamos en el sitio donde nace. Ahora todo es selva agreste.
Piquillenes, algarrobos y chañares constituyen el paisaje. Y
cuando las fuerzas parecen abandonar a todo caminante, se llega a la
meseta donde espera el mate, la charla y la visión cercanísima
de Los Terrones. Luego de un reconstituyente almuerzo con pan casero,
salame, queso de cabra y vino patero, es hora de seguir hacia las Grutas
de Ongamira, a sólo 14 kilómetros de allí, por
supuesto en una camioneta. Esta vez el ascenso es una suave caminata
por las cuevas donde moraban los comechingones. Se dice que allí,
acorralados por los españoles, decidieron poner fin a sus vidas,
antes de caer vencidos. Rocas oscuras, con huecos profundos, lugares
hasta donde no llega la luz del sol, o lo hace a través de un
pequeño orificio en la unión de dos macizos. Por algunos
de esos orificios cae agua, lentísima, sobre las piedras, y el
turista puede confirmar aquello de que la gota horada la piedra,
porque están a la vista sus desgastes. En invierno, el agua se
transforma en estalactitas.
No hay pinturas ni grafismos sobre las paredes, sólo morteros
aquí y allá. Al ingresar en una de las grutas más
grandes, con sus perfiles cortados a hachazos por el tiempo, se percibe
una luminosidad acerada que parece brotar de la piedra. Una atmósfera
mágica que bien podría haber inspirado a Steven Spielberg
para imaginar los escenarios de alguna de sus películas de ciencia-ficción.
Después, el tranquilo regreso a la ciudad. Una frontera resbaladiza
entre fantasía y realidad merodea en Capilla del Monte y sus
alrededores. Cuando los investigadores de la NASA llegaron a este lugar
para investigar el descenso o no de ovnis, informaron que si bien no
habían comprobado esos aterrizajes, sí podían afirmar
que debido a la conjunción de su microclima y los minerales que
posee, se trataba de uno de los sitios más energéticos
del planeta Tierra.
