Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH LAS12

TURISMO RURAL
Estancias Bonaerences

Una escapada al campo

El miniturismo de estancias en vacaciones de invierno es una alternativa de relax y confort. Tres opciones en la provincia de Buenos Aires: La Margarita y su cordial ambiente familiar rodeado de un horizonte verde en Tapalqué. Santa Gertrudis, con pasos de tango y buena pesca en Lezama. Y La Candelaria, con las deslumbrantes habitaciones de su castillo francés en las afueras de Lobos.

Por Julián Varsavsky

Un fin de semana en alguna de las antiguas estancias bonaerenses es una elección por el descanso, tranquilos paseos y cabalgatas... y buena comida. Días de campo que los visitantes disfrutan rodeados de una atmósfera del siglo XIX que sobrevive en el mobiliario, carretas, aljibes y las historias de malones y terratenientes que aún resuenan entre las paredes de adobe. Sin duda, una interesante alternativa de minivacaciones en la provincia de Buenos Aires, donde ya existen alrededor de 100 estancias reacondicionadas para el turismo. A continuación un informe con tres buenas opciones ubicadas en distintos puntos de la geografía bonaerense.

Eucaliptos, sauces y cedros azules en el parque de La Margarita.

La Margarita. La estancia está a unos 10 kilómetros de Talpaqué, un pueblo ubicado a 280 kilómetros de Buenos Aires. Se llega por la autopista Ezeiza-Cañuelas, la Ruta 205 hasta Saladillo, y luego la Ruta 51 hasta el cruce a Cacharí. Luego hay 7 kilómetros de camino de tierra en buen estado. Al acercarnos a la estancia, pareciera que el antiguo casco de 1870 hubiese desaparecido junto con el sol del atardecer. Estamos en mediode un campo de 3000 hectáreas, y hacia los cuatro costados no se ve otra cosa que pasto verde hasta la línea del horizonte. Pero finalmente el casco aparece tras unas arboledas con incontables eucaliptos, sauces y cedros azules traídos de la estepa rusa hace 60 años.
La dueña de La Margarita, Enriqueta Aguiló, recibe personalmente a sus huéspedes ni bien se bajan del auto, y los invita a pasar al living de su casa, la misma donde ella nació y se crió al igual que cinco generaciones de sus antepasados. Al ingresar al cuarto ya está encendido el hogar a leña a los pies de la cama de caoba inglesa y borde labrado en bronce. Al heredar la estancia, la dueña actual mantuvo todo el mobiliario original traído desde Europa en barco por su abuela a fines del siglo XIX. Entre las historias familiares transmitidas a través de las generaciones, la más famosa es la del cacique Catriel, que habitaba en las tolderías de Tapalqué, hasta donde llegaba la línea de fortines que limitaba el territorio indígena. Según recordaba Margarita Schneider de Forgues -tatarabuela de la señora Enriqueta–, todos los meses una nube de polvo ensombrecía el cielo anunciando la llegada del cacique comandando el malón, al cual se le entregaban sistemáticamente cien ovejas para evitar el saqueo.
La Margarita dispone de un parque de 15 hectáreas y una laguna llamada El Naranjo, semi-cubierta de pastizales, donde nadan incontables patos y cisnes blancos. Los flamencos rosados enseñorean el paisaje con sus finas patas metidas en el agua, donde retozan algunas nutrias, teros y chimangos. Se acostumbra visitarla a caballo a la hora del atardecer, cuando una sinfonía de pájaros trina sin ton ni son.
Los almuerzos con asado criollo transcurren al aire libre con las mesas instaladas sobre el pasto a la sombra de los árboles. La cena se sirve en la gran mesa del living, encabezada por la anfitriona.
En la noche el silencio es absoluto, interrumpido apenas por los grillos, el relincho de los caballos que se llaman de una estancia a la otra, o el golpe seco de un cascarudo contra la gruesa pared de adobe.
La Margarita es ideal para venir con chicos, quienes aprenden a cabalgar en un petiso, ordeñan vacas y recolectan huevos en el gallinero. Cerca de la estancia, en el camino a Tandil, se puede visitar el Monasterio de los Monjes Trapenses, quienes los domingos a la mañana celebran la misa con cantos gregorianos.

Casco de la estancia Santa Gertrudis.

Santa Gertrudis. Después de una hora y media de viaje en auto desde Buenos Aires por la ruta a Mar del Plata, se llega al pueblo de Lezama. Desde allí, se arriba a la estancia por un camino de tierra rodeado de campos que a simple vista parecen infinitos. En ese breve trayecto aparecen los primeros ejemplares de la fauna autóctona de la zona: tres carpinchos descansan al sol a la orilla del camino. Acostumbrados a los autos, no se inmutan y nos observan con desinterés. Más atrás una garza blanca remonta vuelo y sobre los alambrados hay numerosos caranchos a la expectativa de una presa.
Lo primero que sorprende al ingresar al casco –construido en 1950– son los antiguos objetos del campo que decoran el lugar: entre látigos, espuelas y bancos de hierro hechos con un asiento de tractor, se pueden ver viejos sifones y planchas a vapor, candados y faroles de kerosene, y una máquina manual de moler café. Un hogar a leña mantiene cálido el ambiente y en el comedor un gran ventanal permite ver todo el parque lateral, con su piscina, el aljibe con cerámica de mayólica, y un árbol de origen chino llamado “ginkgo biloba”, cuyas hojas amarillas alfombran completamente el pasto a su alrededor.
Los jardines invitan a una caminata bajo la sombra de las araucarias, los pinos y los eucaliptos del parque en el que suelen cruzarse veloces liebres perseguidas sin esperanza por algún perro. Al fondo hay una glorieta recubierta de enredaderas, y detrás de la piscina se levanta un elegante quincho cerrado que oficia de comedor, sala de juegos y pista de baile. Durante todo el fin de semana, quien lo desee puede tomar hasta 8horas de clase de tango (se cobran aparte) garantizando que cualquiera pueda irse de la estancia diciendo que –bien o mal-. sabe bailar tango.
Los amantes de la pesca estarán a gusto en Santa Gertrudis. A través de un tupido bosque de selva en galerías se llega a una laguna de 250 hectáreas poblada por patos, nutrias y cisnes de cuello negro. Allí se practica la pesca con señuelo de tarariras luchadoras que se resisten a salir del agua, y también es posible embarcarse en una canoa en busca de bagres y dientudos.
Santa Gertrudis funciona como estancia desde 1875, cuando fue comprada por la bisabuela de su dueño actual, Darío Saráchaga, quien entretiene a los huéspedes con sus anécdotas de la vida de campo. La estancia mide 1664 hectáreas, y allí se cultivan trigo y pasturas para alimentar a las 700 vacas que pueblan los corrales. Estas vacas producen la leche utilizada para hacer manteca y dulces caseros y su carne –de primera– es la que se come en los suculentos asados al aire libre. El pan es casero, muchos vegetales también son de producción propia, y el agua de la estancia -extraída de pozo y sin cloro–, tiene mucho más sabor a agua.

Puentes y estatuas de mármol en las cien hectáreas del parque diseñado por Carlos Thays que rodea el castillo de La Candelaria.

La Candelaria. La estancia está en la zona de Lobos, ciudad a la que se llega desde Buenos Aires por la Ruta Nacional 205, pasando Cañuelas. En el kilómetro 114,5 hay que tomar un camino de tierra que sale a la derecha para ingresar a la estancia. Al trasponer la tranquera aparece un amplio sendero jalonado por dos hileras de casuarinas y eucaliptos de 30 metros, rodeado de bosques que parecen alfombrados por el césped de un campo de golf. En los alrededores del casco principal pastan los caballos y en el interior de un antiguo acopiadero de granos –remodelado por dentro–, los visitantes disfrutan la sobremesa de un asado criollo.
Junto al comedor están las residencias coloniales -.habilitadas para huéspedes–, y al observar con detenimiento hacia el fondo del bosque se vislumbra lo inaudito: las rutilantes cúpulas de un castillo que combina un estilo barroco francés con extrañas arcadas góticas. Cien hectáreas de jardín inglés diseñado por Carlos Thays rodean la construcción, protegida por gigantescos pinos, araucarias, ombúes y palmeras. A medida que se avanza por el bosque, entre puentes y estatuas de mármol, el castillo va ganando imponencia y se acrecienta en los visitantes la curiosidad y la fantasía de estar en un lugar encantado.
Como corresponde, solemnes leones de piedra custodian la entrada. Al cruzar la puerta principal el piso de roble de Eslavonia cruje como en los cuentos de misterio y comienza el deslumbramiento: arañas de Murano, paredes tapizadas con gobelino, muebles franceses, una alfombra persa, una chimenea de mármol de Carrara, y un cielorraso repujado en oro. Al subir al primer piso por una escalera con barandas de roble, la luz multicolor de los vitreaux alumbra nuestros pasos. Allí están las habitaciones para huéspedes que conservan todo el mobiliario original del castillo: camas con enrevesados barroquismos y ángeles tallados en madera, y antiguos sillones con el escudo de la familia, en un contexto de columnas dóricas y grandes ventanales que miran al parque. Al abrir los enormes ventanales de la habitación en la mañana, parece que los pájaros y la vegetación ingresan bajo el marco de madera. De ser posible, al menos una vez en la vida habría que darse el gusto y alojarse en un castillo digno de un cuento de hadas, liberando los más íntimos sueños lúdicos.
El edificio data de 1901, cuando el dueño en aquel entonces, Manuel Fraga, descubrió en Francia un castillo que lo deslumbró y quiso tener uno igual. Hizo traer los materiales desde Europa –bloque por bloque–, primero en barco y luego en carreta. Junto con el mobiliario llegó un ebanista holandés al que le construyeron una casa con molino para que no extrañara su terruño

Datos útiles

La Margarita: Alojarse en el Casco Principal cuesta $ 90 por día y por persona, en habitación con baño suite y hogar a leña, con pensión completa. En la Casa de Huéspedes el precio es de $ 70 por persona (pensión completa). Para este invierno hay una promoción de 4 días y 3 noches por $ 280 por persona en el Casco Central, y $ 230 en la Casa de Huéspedes (con pensión completa). Los niños pagan 50 por ciento menos. Las tarifas incluyen dos cabalgatas, un paseo en carruaje, el uso de las canchas de golf y de tenis (a cinco minutos de la estancia) y pesca en el arroyo. Tel.: 4783-6202 y 02283-420530. E-mail: [email protected] Sitio web: www.estancialamargarita.com
Santa Gertrudis: Hay dos habitaciones dobles muy bien decoradas que cuestan $ 100 por persona (las dos habitaciones comparten un baño). Las habitaciones con baño privado cuestan $ 120 (siempre con pensión completa). Están incluidos los paseos en carruaje y sulky para niños. Por las clases de tango se cobra un extra de $ 50 (8 horas de clase). Las dicta la profesora Raquel Coltrinari. Tel.: 02242-432133 02241-15509381. E-mail: [email protected]
Sitio web: www.santagertrudisdesarachaga.com
La Candelaria: El precio por persona para un día de campo (sin alojarse) con comida, es de $ 65 pesos. Alojarse en las Casas del Bosque, con pensión completa, cuesta $ 100 pesos por persona; las Habitaciones Coloniales cuestan $ 120, y las Habitaciones del Castillo $ 140 pesos. La Suite Real cuesta $ 160 pesos. Reservas: 02227-494132
Sitio Web: www.lacandelaria.com.ar
E-mail:[email protected]