ITALIA
Entre Calabria y la Puglia
Playas negras,
mar verde, ondulantes trigales, pueblos labrados en la roca, ciudades
que cuelgan de abruptos montes. Una Italia tan bella como auténtica,
tan llena de supersticiones como de fervor religioso, que reúne historia
y naturaleza en la proporción exacta como para descubrir y admirar a
cada paso.
Textos
y fotos:
Ana von Rebeur
Usualmente,
quienes viajan a Italia saltan directamente de la Roma
monumental
a la romántica Venecia, pasando por la elegante Florencia...
y vuelta a casa. Es una lástima que no sepan lo que se pierden
por no haber bajado al sur de la bota, entre la capellada y el talón,
zona de contrastes permanentes. Pocos llegan hasta esta región
apretada entre la Campagna al norte, la Calabria al sur, y la Puglia
al este. Es cierto que a esta zona no se la promociona demasiado, pero
quizá por eso se conserva tan pura e intensamente italiana. La
Basilicata se muestra tal cual es, como un regalo inesperado, a caballo
entre las montañas y el mar, los acantilados y las colinas, los
bosques y las playas.
Pintada de amarillo por enormes trigales que se agitan con el viento
como olas salpicadas por el carmesí de las amapolas, sus dunas
gigantes de trigo maduro explican el consumo sistemático de mil
formas de pasta en la gastronomía italiana. ¿Qué
hacer, si no, con tantas espigas?
Sobre el mar Tirreno, hay idílicas playas privadas de arena volcánica
negra protegidas por acantilados en los que se abren grutas misteriosas.
Sobre el mar Jónico hay templos griegos como el de Metaponto,
de pie con su columnata orgullosa, bordeado de oleandros en flor que
pintan el paisaje de rosado y blanco.
El paisaje es rugoso, cambiante, ondulado, marcado por el recorrido
de ríos que ya no existen y por valles que en tiempos remotos
fueron las cuencas de lagos volcánicos. Este es el paraíso
del fotógrafo: hay perspectivas de ciudades encaramadas en la
cima de abruptos montes y antiguos pueblos cuyas casitas se apiñan
en torno de callejuelas estrechísimas, invariablemente rematadas
por una iglesia, basílica o convento medievales.
Patria del antiguo pueblo de los lucanos, esta región es la más
pequeña de la Italia Meridional después de Molise
y la menos poblada del sur. Nunca tuvo buena fama, y no fue sólo
por sus repetidos terremotos sino también por la malaria que
imperó en la zona de pantanos (palude), época en la que
los pobladores se vieron obligados a edificar sus casas en la cima de
las montañas para huir de los mosquitos portadores del paludismo
(malaria). Ya lejos de esa amenaza, ahora sólo ofrece paisajes
extraordinarios y un pueblo distinto a cada paso.

Amarillo
limon La ruta sinuosa nos lleva a Melfi, una ciudad perfumada por
matas de ginestre (retama) de color tan amarillo que parece imitar al
sol. Huertos de naranjas, limones y duraznos bordean la ruta que va
hacia el mar Jónico y el Tirreno. Así como el amaro de
hierbas remata los almuerzos, el lemoncello o licor de limones refresca
el final de las cenas en esta tierra fértil de sedimentos volcánicos.
Las golondrinas surcan cielos diáfanos y las campanadas de las
iglesias echan a volar a las palomas.
La fuerte religiosidad se detecta en las muchedumbres que asisten puntualmente
a misa, así como en la enorme cantidad de fiestas religiosas
que se realizan a lo largo de todo el año. El domingo de Pentecostés
nos sorprendió en Melfi con un desfile de personajes medievales
que llegó hasta el famoso castillo normando que domina la ciudad,
después de recorrer las calles entre balcones engalanados, desde
los cuales los vecinos arrojaban pétalos de amapolas al paso
de una imagen sagrada, rodeada de flores sobre una carreta tirada por
bueyes.
A pocos kilómetros de Melfi está la población de
Venosa, ciudad natal del poeta latino Horacio, con su basílica
bizantina la abadía de la Santísima Trinidad
construida como un rompecabezas con bloques de piedra extraídos
de las ruinas de un anfiteatro romano. En la Basilicata uno nunca pisa
lo que cree pisar, sino varios estratos superpuestos de siglos de historia
encimados como capas de hojaldre. Debajo de una iglesia bizantina casi
siempre se ha encontrado un templo paleocristiano edificado sobre un
templo griego... cubierto, a su vez, por el delicado mosaico florido
de una domus (casa noble) del Imperio Romano.
Cristo se
detuvo en... Matera El orgullo de la región es la increíble
ciudad de Matera, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Se trata de un conjunto asombroso de miles de viviendas prehistóricas
y basílicas bizantinas excavadas directamente a lo largo del
cañadón de un río, en macizos de roca blanca y
blanda como la tiza llamada tufo, que aún conserva
frescos con Madonnas del siglo XIII luciendo graffitis del año
1600 y algunos lamentables graffitis de seguidores del grupo de rock
Metallica. Estos departamentos construidos varios siglos
antes de la Era Cristiana llamados sassi se edificaban de
arriba hacia abajo, y contaban con acueductos y cisternas propios. La
parte antigua de la ciudad está vacía desde los años
60, para impedir su deterioro.
Matera se divide entre una enorme y laberíntica ciudad medieval
con falsas fachadas que esconden ambientes cavados en la roca viva,
y en una Matera moderna adonde se reinstalaron quienes aún habitaban
este lugar fantasmagórico. Fue muy difícil mudarlos a
todos a casas de material, ya que estaban habituados a vivir en viviendas
cuyo costo equivalía al de un martillo y un cincel. Antes de
que fuera declarada Patrimonio de la Humanidad, el escritor Carlo Levi
describió a Matera en su novela Cristo se detuvo en Eboli, como
un pueblo con casas excavadas en la roca donde 20.000 personas dormían
junto con sus animales de corral y sus caballos, y la comparó
con el mismo Infierno del Dante. Ahora esos ya son recuerdos. En el
profundo cañón que rodea la ciudad abundan los fósiles
prehistóricos, y en las paredes de sassi ya habitados
hace más de 70.000 años se encontraron huesos de dinosaurios
y el esqueleto de un hombre de 350.000 años de antigüedad.
El tufo de las paredes está repleto de caracoles fósiles.
Todo el terreno que rodea la zona de los sassi son hectáreas
tapizadas por hierbas aromáticas silvestres que perfuman el aire:
salvia, romero, tomillo, orégano y menta crecen como yuyos, mezclados
con matas de plantas de alcaparras con exóticas flores lilas,
cuyos fragantes pimpollos cosechan los vecinos a mano para conservarlos
en frascos con vinagre o salmuera.

Playas
sobre dos mares Al sur, el lugar de descanso son las anchas playas del
Jónico, de una arena fina que no se pega al cuerpo por su alto
contenido en sílice. El agua es tan transparente que a simple
vista se ven los peces brillando con destellos plateados bajo las olas.
Uno tras otros se suceden balnearios a lo largo de un extenso pinar
que enfrenta el golfo de Taranto, tan transitado hace siglos por los
navíos griegos. Hay localidades turísticas como Policoro,
con ruinas arqueológicas a cada paso, cuyas playas están
casi cubiertas por infinidad de sombrillas. Sobre el Tirreno, en cambio,
se esconden playitas privadas de fina arena negra entre espectaculares
barrancos.
En
tiempos remotos la Basilicata sufría el frecuente ataque de los
sarracenos en sus costas, lo que explica la profusión de antiguas
torres de observación en cada saliente frente al mar. Aún
siendo asolada por muchas invasiones, la región prosperó
y sus pobladores jamás se dieron por vencidos. Cuando los piratas
sarracenos atacaron por última vez al pueblo de Veglia, éste
se mudó detrás de las montañas, optando por perder
la maravillosa vista al mar para poder ocultarse del enemigo. Así
nació Rivello (ex Re-Veglia), un lugar lleno de callecitas serpenteantes
y escalinatas estrechas donde los vecinos compiten en concursos sobre
quién tiene el balcón más florido. A mediodía
todo el mundo desaparece de la calle para compartir el almuerzo familiar
y los domingos el aire se llena de un penetrante aroma a ragú
salsa con carne que acompaña la pasta de ese día
festivo. Los pimientos rojos y ajíes picantes (peperoncini) se
cosechan en tal cantidad que se dejan secar al sol del verano enhebrados
ante las puertas de las casas como si fueran gigantes collares de coral.
Con ellos se elaboran salsas que compiten en ardor con la vecina cocina
calabresa. La costa de la Basilicata luce con orgullo la bandera azul
de Mare Pulito (Mar Limpio) que entrega una entidad europea
sólo a las playas con cero grado de contaminación. Pero
no hacen falta banderas que certifiquen su limpieza: bajo la superficie
de color verde transparente se puede ver sin dificultad un mundo subacuático
donde nadan las tortugas marinas y los delfines se deslizan entre las
rocas.
En Aquafredda una localidad que debe su nombre a que el agua es
fría porque se descubrieron fuentes naturales de agua mineral
en el fondo del mar hay aristocráticas villas convertidas
en hoteles de lujo. Estas mansiones del siglo pasado cuentan con playitas
exclusivas bajo acantilados de 200 metros de alto, a las que se accede
por cómodos ascensores excavados en paredes de roca llenas de
misteriosas grutas con estalactitas y pipistrelli, murciélagos
que a la noche brotan de las cuevas para volar sobre el mar.
Buganvillas de color fucsia y naranja enmarcan los portales de entrada
de las casas del centro histórico de Maratea antigua colonia
de la Magna Grecia, un pueblo de piedra donde cada calle ofrece
un mirador para admirar el paisaje de montaña que antecede al
mar. Junto a la basílica de San Biaggio, en lo alto de un promontorio
de 645 metros, está emplazada la enorme estatua del Redentore,
similar al Cristo de Río de Janeiro. Desde allí arriba,
se ve la costa calabresa extendiéndose más allá
del Agri, el río que marca el límite entre la Basilicata
y Calabria. Muy cerca, el Parque Nacional Pollino, con sus abadías
escondidas en el bosque, ofrece un recorrido bellísimo y montañés.
Mar, montañas, playas, islas, grutas, callecitas retorcidas en
torno de iglesias magníficas, perfume de jazmines, azahares,
tilos y retama convierten al talón de Italia en un destino en
el que la belleza de las vistas panorámicas embriagan los sentidos
y lo único que falta es más tiempo para quedarse aquí,
quizás para siempre.
DATOS
UTILES
Cómo llegar:
En 13 hs de vuelo Alitalia nos lleva de Buenos Aires a Milán
y de Milán a Bari por un precio que ronda los $ 900-$
1200 según la temporada. Alitalia: Suipacha 1111. Piso
28 . Buenos Aires. Tel: 4310-9999
Internet: www.alitalia.com.ar
E mail: [email protected]
Hoteles: Los mejores hoteles rondan los $150 la habitación
doble, con desayuno buffet. La mayoría cuenta con servicio,
a elección, de almuerzo o cena.
Comida: Pasta con verduras varias es la dieta básica
de esta región. Se están poniendo de moda los
restaurantes en establecimientos tipo estancia, conocidos como
Agriturismo, donde se ofrecen antipastos enormes
y parrilladas variadas por unos $ 15-$ 20 por persona. Bajo
el castillo de Maratea sirven un menú completo por $
25, preparado por un chef que tiene el título de Cavaliere
Italiano, y que honra a los comensales con su atención
personalizada.
Más información: ENIT (Ente Nacional Italiano
de Turismo): Av. Córdoba 345, Buenos Aires. Tel: 4311-9264.
Fax: 4312-7795. Internet: www.enit.it
E mail: [email protected]
Info Internet:
Basilicata: www.regione.basilicata.it
Trenes: www.ferrovie.it
Guía de Italia: www.italyguide.com
Rutas y mapas: www.autostrade.it
Hoteles: www.venere.it www.bbitalia,it
Hospedaje en casas de familia: www.home-swap.com
Agroturisimo: www.agriturist.It
Servicios: www.bookingitalia.it
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Devociones
y supersticiones en una tierra mágica
Es muy comprensible
que los habitantes de una tierra que sabe sacudirse con terremotos
imprevisibles quieran aferrarse a cualquier cosa que les de seguridad.
Toda la región está plagada de historias raras y
costumbres extravagantes. Siempre hay un santo al que se le adjudican
poderes milagrosos por haber salvado del terremoto a muchas personas.
Si hubo muchas víctimas y el pueblo sufrió destrozos,
tampoco se lo reprochan al santo: discretamente, no se habla más
del tema. Las ristras de ajos en la puerta, para ahuyentar los
malos espíritus, están pegadas a la imagen del famoso
padre Pío y la estampita de San Biaggio. La historia de
este santo nació un día del año 730, cuando
desde el pueblo de Maratea se vio una luz que venía de
la isla de Santo Ianni, un macizo de lava donde sólo hay
yacimientos arqueológicos romanos con cisternas repletas
de garum, una salsa picante del antiguo Imperio. En el lugar del
destello hallaron una cajita con las reliquias de San Biaggio,
quien había muerto martirizado en Armenia. Como la Maratea
superior y la Maratea inferior se disputaban la propiedad de las
reliquias, se firmó un contrato por el cual durante una
semana de mayo la imagen de 44 kilos de plata maciza del santo
bajaría en procesión para estar en Maratea inferior.
Desde hace mil años, el contrato se cumple sin falta. En
la Segunda Guerra Mundial, cuando un tanque quiso pasar por el
centro de Maratea, se topó con una columna con la estatua
del santo que le impedía continuar la marcha. Los pobladores
se negaron a sacarla y prefirieron abrir paso al tanque tirando
abajo una casa que estaba al costado de la columna para que el
santo quedara en pie y en paz. El pasado se funde con el presente
y la historia se mezcla con la superstición en esta tierra
que cada tanto se sacude con terremotos imprevisibles: Venosa
fue una ciudad muy rica en tiempos romanos, cuandose llamaba Venusia.
La ciudad creció por estar en el cruce exacto de la Via
Appia y la Via Appia Trajana, construida para evitar el ataque
de los lobos que asolaban la Via Appia. De ese miedo a los lobos
viene el conjuro contra la mala suerte ¡In boccaluppo!,
tan común en Italia, que se responde con un Creppi
il lupo! (¡Que muera el lobo!).
También hay un pueblo cuyo nombre se considera de tan mala
suerte mencionar, que cada vez que alguien envía una carta
allí, escribe en el sobre Per quel paese (para
ese pueblo), y el cartero ya sabe que debe enviar la carta
a Colobraro, la ciudad innombrable.
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